La juventud -y no solo ella- ha sido desalojada de todas partes, incluso de los caminos que llevan a alguna parte; ha sido desalojada de su propio tiempo, y no tiene más remedio que crear su propio espacio.
He tenido el privilegio de asistir a numerosas okupaciones, e incluso de participar modestamente en algunas de ellas, y pocas experiencias directas me han estimulado y enriquecido tanto. Lo primero que sorprende del movimiento okupa es la valentía de las y los jóvenes que se enfrentan al poder en sus propios recintos sagrados, en las fortalezas de la propiedad privada. Pero enseguida se imponen una sorpresa y una admiración aún mayores, al ver su extraordinaria capacidad organizativa. Resultaría cómico si no fuera patético (sería de reír si no fuera de llorar, como diría Eva Forest, que tan gozosamente habría participado en este movimiento), que la izquierda de neandertal, esa que confunde la organización con la burocracia y el trabajo en equipo con la jerarquía, diga que las y los okupas no tienen proyecto, cuando, si algo nos ha enseñado el comunismo, incluso con sus errores -sobre todo con sus errores- es que los proyectos no los construyen los libros sino la acción, igual que los viajes no los hacen los mapas ni las guías sino las personas en movimiento. Es bueno -incluso necesario para adentrarse en algunos territorios- tener mapas y guías, pero siempre que no se conviertan en recetarios ni catecismos; es bueno y necesario tener mapas y guías si son las personas en movimiento quienes los actualizan continuamente.
Continuamente. Continuidad (¿kontinuidad?), esa es la palabra clave. Los poderes establecidos pueden tolerar -e incluso pueden rentabilizar- el espectáculo con caída de telón, pero no el testimonio permanente; el eslogan y la consigna, pero no el discurso articulado; la agitación, pero no el avance; la manifestación, pero no la epifanía; incluso la pedrada, pero no la erosión. Harán todo lo posible -ya lo están haciendo- para fragmentar el discurso y la acción de quienes han okupado lo que era suyo, recuperando lo que el franquismo nos quitó (“La calle es mía”, decía Fraga) y sus herederos no quieren devolvernos. Hay muchas técnicas y las utilizarán todas: las legales y las ilegales, las legítimas y las ilegítimas. Intentarán criminalizar a una parte de la organización (a toda no pueden, puesto que todas y todos participamos en ella); intentarán sobornar o seducir a otra parte; intentarán volver a la opinión pública contra quienes “alteran el orden y dificultan la pacífica convivencia ciudadana”; se infiltrarán, calumniarán, inventarán falsas pruebas…
Pero si no dejamos solos a quienes se han atrevido a okupar el mundo, a retomar la Bastilla (no deja de ser una forma de justicia poética que la acampada de Madrid se concentre frente a la antigua DGS), esta vez no los moverán, no nos moverán.
Ayer por la mañana vi juntos, compartiendo las mismas páginas digitales, artículos de Santiago Alba, de Carlos Fernándes Liria y míos; y por la tarde, en la Puerta del Sol y de la Luna, vi a un joven que portaba una pancarta con el lema de un programa de televisión infantil que Carlos, Santiago y yo hicimos juntos cuando éramos jóvenes: “Solo no puedo, con amigos sí”. Reconozco que se me saltaron las lágrimas. Y en la cabeza me estalló una palabra que era a la vez un grito de esperanza y una señal de alarma: CONTINUIDAD.
No dejemos que fragmenten nuestro espacio, nuestro tiempo, nuestras conciencias: mantengámonos todas las personas de buena voluntad, que somos la inmensa mayoría, unidas, compactas, apretujadas si hace falta, por dentro y por fuera, juntas y aun revueltas. Si lo hacemos, no nos moverán, no pasarán.
Tomado de "La Mosca Cojonera"
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