Onofre Guevara López
Atestiguar la aproximación del somocismo al orteguismo –o viceversa– es volver a tener frente a los ojos la sangre manada de los cuerpos lacerados de nuestros hijos, hermanos y padres, sin más atenuante para el justo enojo que ver confirmado, en esa unidad innoble, la acusación de que orteguismo es igual a traición de los ideales revolucionarios. El compromiso de conservar la paz entre adversarios políticos lo es también con la tolerancia y el respeto a la libre existencia de todos, pero la paz no exige olvido, mucho menos la conciliación cómplice en aventuras políticas contra la libertad y la democracia.
Los nostálgicos del somocismo ofrecen su apoyo a la reelección de Daniel Ortega, y si éste lo acepta, como parece, no será para otros fines que no sea aplastar el orden jurídico nacional; concretar la violación del Artículo 147 de la Constitución; darle luz verde a la manipulación de las instituciones; confirmar los actos de corrupción; afianzar las viciosas costumbres de la política tradicional caudillesca; y legitimar los negocios privados con el dinero venezolano y estatal. Es que ningún somocista probado daría su apoyo para una acción patriótica, ni para un evento electoral con transparencia.
Al pueblo, a la sociedad, al país, no les beneficia una alianza entre somocismo y orteguismo, ni tienen porqué costear las nostalgias de los partidarios del primero, ni las ambiciones continuistas de los partidarios del segundo. Pero ningún nicaragüense sensato, de la tendencia política e ideológica que fuere, tendría que sentir indignación si esta alianza tuviera propósitos reconstructivos del orden institucional con aspiraciones democráticas. Pero ya hemos visto –y la historia no puede desmentirlo— se trata de dos tendencias oficialistas con vocación autoritaria, por decir lo menos.
Hasta las pretensiones de los somocistas, como las diputaciones y los cargos diplomáticos; más la construcción de cien iglesias evangélicas, parecerían inofensivas e intrascendentes, si en el fondo no existieran sus agresiones al orden constitucional. Que no otra cosa están haciendo los somocistas, al darle apoyo a la reelección ilegal a cambio de prebendas, y aunque se ignora si el orteguismo ha respondido, sabemos que está acostumbrado a prodigarlas entre políticos profesionales del oportunismo.
Con una oposición debilitada por su dispersión, y peor que eso: con herencia somocista también –como es el caso del PLC y ALN—, no se espera una reacción seria ante la traición del orteguismo y la desfachatez de los somocistas. Debería de ser motivo de indignación y de rechazo, porque los somocistas vienen a reforzar –así no tengan mucha fuerza numérica—, las ilegalidades contra los derechos políticos democráticos. Pero si la oposición oficial no ha sido beligerante frente a ninguna de las violaciones inconstitucionales del orteguismo, no será ahora que lo haga, cuando está embarcada una burda la campaña electoral.
Es significativo el hecho de que en su manifestación, con sus pancartas de apoyo a Daniel frente a su Presidencia-Secretaría-Hogar, los somocistas no hayan sido obstaculizados para nada, en contraste con lo que les sucede a los opositores, que no pueden ni acercarse al área del parque El Carmen, sin ser reprimidos por la Policía y las turbas orteguistas. Ni siquiera los ancianos en lucha por una pensión reducida han tenido el privilegio de ser permitidos acercarse a los gobernantes y a su flamante “complejo presidencial”. Son dos hechos que, pese su relativa simpleza, dicen mucho acerca de cómo se manejan los derechos ciudadanos en nuestro país.
Los políticos demagogos del orteguismo, desde sus cargos de diputados, diplomáticos o de simples mantenidos con prebendas por el gobierno, han ensayado poses de dignidades ofendidas cuando se les han señalado las características somocistas que han venido perfilando con su conducta. Lo único de que han sido capaces responder, es que hoy no existen presos políticos ni se ha matado opositores, como antes. Prisión y asesinatos son propios de la tiranía, no de la dictadura. Y aunque sean sinónimos, la dictadura se caracteriza por ejercer el gobierno al margen de las leyes, que es lo que hace el gobierno de Ortega y, por lo tanto, es dictatorial.
Cualquiera sea el pretexto esta alianza, carece de mucha importancia. Es la carrera desenfrenada por reelegir a Ortega, iniciada desde antes del 2007, lo que atropella el orden constitucional contrario a los derechos democráticos y las libertades públicas, lo que causa alarma. De manera que los somocistas no han venido a aportar nada nuevo al orteguismo, sino a reforzar lo que ha estado en marcha durante varios años.
Queda flameante, además, el hecho infame de que Ortega y su falange están produciendo todos los efectos de un golpe de Estado reaccionario sin utilizar directamente a los militares, sino falseando las leyes de la república con otro ejército: el de los funcionarios, magistrados, jueces y líderes sindicales corruptos. Todos ellos, rinden culto a la persona e intereses políticos y económicos de Ortega, como nunca le han rendido culto a las leyes y ni a institucionalidad del país.
Al margen de lo que se piense o se sienta por causa del acercamiento somocista hacia el orteguismo, se reconoce en ello el trágico hecho histórico de que somos una sociedad atrasada en lo político, lo social y en lo económico, pese a un largo y cruento proceso de lucha, y después de haber creído fundar las bases de los cambios sociales con la última revolución del Siglo XX. Hemos vuelto a vivir en condiciones similares a las de hace siglo atrás. Y ese, no es un ejemplo estimulante para los pueblos hermanos, ni para quienes tratan de explicar los procesos históricos según las leyes del desarrollo social.
No son pocos los daños y confusiones, ni están limitados a nuestras fronteras, los causados por el grupo de Ortega con sus ambiciones y su falta de ética. Un ejemplar caso: el jueves 30 de junio, minutos antes del informe televisivo del presidente Hugo Chávez, al pueblo venezolano sobre su estado de salud, Cubavisión internacional pasó un vídeo con una conversación informal entre Fidel y Chávez. Ahí, Chávez expresó la opinión sobre un hecho de nuestro pasado, con una visión distorsionada: que se critica “a los sandinistas por sus errores”, pero se omite la responsabilidad de la agresión gringa.
Falso. A los orteguistas (no a los sandinistas) se les critica su autoritarismo violatorio de la Constitución para perpetuar en el poder a Daniel Ortega, la corrupción y otros “errores”, como sus agresiones a los derechos democráticos de los nicaragüenses. Y se critica a Ortega, porque no es transparente con los petrodólares que el mismo Chávez le proporciona, y que Daniel invierte en sus negocios familiares.
Que sumen, los que quieran, aquí y afuera, ese último “error” orteguista: su similitud, por su bien común, con el somocismo.
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