Cuando me comunicaron que el Equipo Nacional del Rescate había decidido que yo diera estas palabras, en este valioso acto de celebración, pensé que no me correspondía a mí hacerlo, después de todo, yo sólo soy una joven militante más de nuestro movimiento. Sin embargo, después me di cuenta que aquellos hombres y mujeres, tercos luchadores que hicieron realidad el sueño de Carlos Fonseca, Luisa Amanda, Arlen Siu y Ricardo Morales, la derrota de la tiranía somocista y la victoria de una auténtica revolución popular, aquellos luchadores no estaban pensando en ellos, estaban pensando en mí. Estaban pensando en nosotros, en las nuevas generaciones. Aquellos revolucionarios que en un largo y difícil recorrido construyeron el victorioso 19 de julio de 1979; esos eran guerreros que luchaban para que jóvenes como yo, pudiéramos estar hoy aquí. Concluí entonces que a mí me correspondía el derecho y el deber de hablarles hoy sobre aquel glorioso 19 de julio.
Es imposible hablar de esa gran victoria sin referirse inevitablemente a la masividad de la insurrección popular. La participación organizada y beligerante de la mayoría del pueblo nicaragüense en esta lucha, marcó el legado histórico que hoy reivindicamos. Así mismo, fuera de toda discusión, sabemos que en aquellas batallas le correspondió al Frente Sandinista de Liberación Nacional liderar el entramado de combates y esfuerzos organizativos para lograr desterrar a la dictadura somocista de la patria de Sandino.
Para todos nosotros debe constituir un gran orgullo, el que hoy tengamos entre nosotros al legendario Comandante de la Revolución, Henry Ruiz, Comandante “Modesto”, para quien pido demos, de pie, un fuerte y sostenido aplauso. Y como si no fuera suficiente, también tenemos la honra de tener entre nosotros a uno de los fundadores del Frente Sandinista, el ejemplar compañero Bayardo Altamirano (aplausos). Y ya, para el mayor de los colmos, como si fuera chiche también tenemos hoy la inmensa satisfacción de compartir esta celebración con el juglar de la Revolución, el que convirtió los cantos en metralla y el verso en organización, Carlos Mejía Godoy (aplausos).
Sin duda alguna, esta herencia revolucionaria que conmemoramos en el mes de julio, no habría sido forjada sin el heroísmo y compromiso de aquellos hombres y mujeres que dieron su vida porque hoy, los nicaragüenses vivamos en democracia y libertad. Para todos ellos les pido un minuto de silencio.
Esta mañana quiero compartir una anécdota que hace siglos contara Herodoto, el padre de la historia. Nos cuenta: Hubo un tiempo en que los reyes persas habían logrado el sometimiento del pueblo escita. Este era un pueblo de las planicies del Asia Central. En una ocasión, los reyes escitas determinaron que enviarían un heraldo, un mensajero, para que les regalase a los reyes persas un pájaro, un ratón, una rana y cinco flechas. Cuando el mensajero hizo la entrega, los reyes persas se preguntaban cuál era el significado de aquel presente. El heraldo les dijo: -Solo tengo la orden de entregarles estos dones, si la sabiduría de los persas es tan grande como presumen, sabrán descifrar su significado. Darío, el rey de Persia, interpretó aquellos regalos como el símbolo de su victoria y el sometimiento de los escitas a su poder; pero Gobrias, noble general persa, hizo una interpretación completamente distinta de aquellos regalos y dijo: -Si vosotros, persas, no os vais de aquí volando como pájaros, o no os meteis bajo tierra hechos unos ratones, o de un salto no os echais a las aguas, como ranas, todos quedareis traspados por estas flechas. Para aquél general, esos regalos representaban el símbolo de la guerra y la derrota que se avecinaban. Así, un pájaro, un ratón, una rana y cinco flechas representaban significados completamente distintos ante los ojos de Darío y Gobrias.
He querido contar esta anécdota para decirles, compañeros y compañeras, que los símbolos no tienen una sola significación ni una sola valoración. Los símbolos no tienen un único significado. Por eso, no debe sorprendernos, cuando hoy, la sacerdotisa mayor del orteguismo proclama que el 19 de julio es una gran misa, y que el sandinismo es como una religión, lo hace seguramente pensando en su sumo pontífice al que según ella, el pueblo debe adorar y someterse ciegamente. Por eso, mientras estamos hoy reunidos, aquí, en torno al símbolo de la victoria sandinista conquistada hace 32 años, debemos preguntarnos: ¿Qué significado tiene en la actualidad, para nosotros, el 19 de julio?
Yo puedo hoy decirles con la mayor seguridad, que no hace falta haber vivido todas las circunstancias de aquella revolución para saber respetarla y admirarla. Que desde la juventud se puede y se debe aprender de la sabiduría de la historia, y que ver hacia el pasado no significa retroceder, sino, por el contrario, aprender a caminar firmemente en el presente.
Ese 19 de julio es la más clara expresión de la ruptura, que como violenta erupción volcánica, impuso la voluntad popular despedazando el sometimiento dictatorial. Los revolucionarios de entonces abrieron con su espíritu resuelto, con compromiso y desprendimiento, una puerta grande a la posibilidad histórica de que en Nicaragua se pudiera construir un nuevo camino.
El 19 de julio materializó la vocación de soberanía del pueblo nicaragüense, defendida muchos años antes por Sandino y su ejército de niños, hombres y mujeres descalzos –como bien se representó en la mística que presentaron el día de hoy los compañeros-.
Aquel 19 de julio, junto con Somoza, se acabó la guardia somocista, sobre cuyas cenizas se erigió –y este es quizás el logro más importante- un ejército constitucional surgido del pueblo y de la revolución.
Se acabaron las cárceles en donde se violentaba a las presas políticas, se clausuraron las salas de tortura desde donde salían los apabullantes gritos de dolor de los militantes, se acabaron las desapariciones y muertes, se acabó la persecución y la proscripción de las fuerzas políticas que opinaban diferente, aunque esto último hoy se nos presenta como un nuevo reto.
Nuestra revolución, simbolizada el 19 de julio, abrió amplios caminos para la libre organización del pueblo en torno a sus genuinos intereses, puso en pie de igualdad los derechos históricos conquistados por las mujeres. La revolución significó la posibilidad de construir una nación auto sostenida por el trabajo de los propios nicaragüenses, la posibilidad de una distribución justa de la riqueza, la posibilidad de tornar la educación y la salud como una responsabilidad social colectiva y no como un mezquino regalo para los simpatizantes de tal o cual idea o partido.
La revolución abrió la posibilidad también de romper los esquemas de una cultura política de sometimiento a caudillos y opresores, resucitando los auténticos ejemplos de Benjamín Zeledón, Santos López, Pedro Altamirano y el propio Sandino.
Esa revolución de ayer, toma un severo sentido hoy. Ahora que vemos a falsificadores en el poder, quienes usurpando e intentando privatizar los símbolos de la lucha revolucionaria intentan cimentar el emporio de sus ambiciones oligárquicas, el culto al caudillo y el sometimiento absoluto al poder del gran capital y su economía de mercado capitalista. Ahora que nos avecinamos a una nueva farsa electoral, la que según nuestra propia historia, recuerda al somocismo y al zancudismo contra el que lucharon los combatientes del 19 de julio.
Hoy que enfrentamos estos desafíos de la historia, debemos entender y reconocer que esas resistencias pasadas de las que hemos hablado, constituyen el acumulado histórico sobre el cual debemos asentar las luchas populares del presente. Identificando en ese recorrido histórico, en la rupturas políticas heredadas por nuestros mártires, las sendas que nos deben llevar hoy nuevamente a los barrios, universidades, fábricas y maquilas a buscar a los herederos del pensamiento de Carlos Fonseca y de Sandino, que no son más que las generaciones de oprimidos por el poder en sus múltiples formas.
Debo advertir que la ruta histórica de la revolución nicaragüense no comenzó ni terminó en el glorioso 19 de julio. El camino de la revolución no tiene fecha definitiva, ni bornes, ni fronteras definidas. Sólo momentos culminantes y también derrotas y retrocesos. El 19 de julio simboliza el fin de una etapa heroica de lucha y el inicio de otra. La revolución nicaragüense sigue su recorrido, hoy, ante nuevos retos y desafíos.
En el Rescate no vivimos de la nostalgia. No padecemos de amnesia. Vivimos de y en la historia. Como sabemos muy bien de dónde venimos es que estamos claros hacia donde queremos dirigirnos. De Sandino heredamos el patriotismo y el antiimperialismo. De Carlos Fonseca el repudio sin concesiones al capitalismo y el imperativo de poner la proa hacia el más excelso de los símbolos humanísticos: el socialismo.
De la historia de lucha de nuestro pueblo y de los pueblos del mundo sabemos que los reflujos y estancamientos no son eternos, que nuestra gente puede estar hoy sometida, pero no vencida. Sabemos muy bien que la lucha, la acción, el compromiso, nos impone la obligación y el deber del saber. De ser capaces de generar el conocimiento y las ideas que iluminen el camino de la lucha. Sabemos que con terquedad, tenacidad y audacia seguiremos avanzando de lo poco a lo mucho y que será el pueblo y no nosotros, quien dictara el ritmo y los grandes momentos de la nueva etapa de la revolución nicaragüense en ciernes.
Compañeros y compañeras, ese es el reto que evoca este 19 de julio. El desafío de las generaciones presentes. En el Rescate no tenemos temor. Tomamos la historia nuevamente en nuestras manos humildes pero decididas, para labrarla con solidaridad, valentía, firmeza, convicción, ideales y principios revolucionarios. Sin olvidar jamás que en Nicaragua hemos aprendido que a toda dictadura y aprendiz de dictador siempre le llega su 19 de julio.
Muchas gracias.
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