El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

jueves, 28 de julio de 2016

VIDALUZ MENESES YA ES LLAMA EN EL AIRE

VIDALUZ MENESES YA ES LLAMA EN EL AIRE

Entre los libros de poesía de Vidaluz Meneses (1944), tres señalan, desde sus títulos, su recorrido de luz y vida, que más parece un sendero cósmico que una ruta sobre la tierra: Llama guardada (1975), como lo que ella siempre fue, irradiando modestia y guardando en su alma una bondad limítrofe con lo que se podría haber confundido con ingenuidad, por tanta pureza acumulada; El aire que me llama (1982), a cuyo ineludible llamado acudió pletórica de poesía, tal una ofrenda de sí misma y de su obra, la recién pasada noche del 27 de julio; y Llama en el aire, que es lo que ahora es, cuando “todo es igual y distinto”.
Siempre estuvo en ese Paraíso que nuestro gran amigo, el P. Ángel Martínez Baigorri, S.J., lo ubicó en el corazón de los amigos. Un paraíso que en este mundo no cualquiera se gana y que es para todo tiempo, o como el mismo “Pater” dijo: “Sin tiempo”. Y ahora, Vidaluz, brisa, “aire suave de pausados giros”, fue hacia el aire que la llamaba, me imagino que con su mismo espíritu de servicio de siempre, como quien ya esperaba ese llamado del aire de la eternidad al aire que sigue siendo ella.
En sus memorias, Balada para Adelina, el último libro que publicó en mayo de este 2016, hay dos elementos que la revelan como lo que siempre fue. Se inicia con su dedicatoria A mis adoradas nietas y nietos. A la juventud nicaragüense.  A la memoria del padre Fernando Cardenal, S.J., gran mentor de jóvenes y ejemplo de la opción por los pobres. En la dedicatoria, además del amor a su familia, queda clara su identificación con la opción por los pobres de Fernando. Y el segundo elemento, diremos autodescriptivo, está en el párrafo final de esas memorias:
He regresado a mi “iglesia doméstica”, como dice María del Socorro Gutiérrez, a ver crecer y disfrutar a mis catorce nietos y atender a mi mamá, residente en Estados Unidos, en su ancianidad. Ahora rezo por la paz mundial, por los migrantes, por la salud de todos y cada uno de mis seres queridos. Escribo y observo los nuevos problemas de la humanidad: violencia, migraciones y en el trasfondo lo mismo: la inequidad. Pero dentro de este panorama continúo ratificando mi confianza en el ser humano, convencida de mi fe cristiana por la que continuaré siendo optimista por necesidad vital.
Pero no fue Balada para Adelina su último libro. Dejó un cuento póstumo: La mona Panchita. Resulta que en el mes de mayo me dijo que tenía ese cuento, el que ya había enviado a HISPAMER a Jesús de Santiago, quien me lo confirmó, y quedamos en que para programarlo lo antes posible, yo lo revisara, y si era necesario le hiciera modificaciones, que él supervisaría, las cuales Vidaluz me autorizó hacer.

Esta semana saldría de la imprenta La mona Panchita, para cuya contraportada escribí: Que la infancia es el tesoro de todas las edades, lo demuestra la escritora Vidaluz Meneses con este cuento dedicado a sus nietos, como si fuesen todos los niños del mundo. La idea es inculcar el amor por la naturaleza y libertad de los animales. De eso se trata este relato, que es como un Arca de Noé al mando de San Francisco de Asís. Valeria Zelaya Lacayo, la generosa ilustradora, y Vidaluz Meneses, autora del cuento, han hecho aquí una alianza de solidaridad y alegría. Se siente un sentimiento de respeto y afecto por el mundo que nos toca conservar. Ese sentimiento inagotable y valiente que prodiga Vidaluz a su alrededor.
No es que el tiempo nos haya ganado la carrera. Son cosas del aire, en el que ya revolotean las 26 páginas de este pequeño libro lleno de una ternura, en la que siempre vivirá Vidaluz.


LUIS ROCHA
“Extremadura”, Masatepe, 28/07/16.



lunes, 25 de julio de 2016

Rojo y negro: El espejismo de los colores

Rojo y negro: El espejismo
de los colores
La historia del sandinismo me importa. Nací el 21 de febrero de 1984, cuando la Revolución Popular Sandinista en su plenitud conmemoraba el 50 aniversario del asesinato de Augusto Sandino. Crecí en una familia surcada por todos los símbolos revolucionarios posibles, con los que me identifiqué desde muy joven. Ese es mi punto de partida.
A mis 32 años he presenciado una enigmática y triste prestidigitación de los símbolos que me servían de referencia política.
Por mi involucramiento en diferentes expresiones del movimiento social, sé muy bien que hay miles de sandinistas que -como yo- vemos críticamente al gobierno de Ortega y su alianza con el gran capital. Sé que somos miles los que padecemos los sinsabores del sepelio del proyecto político que se expresaba en el Programa Histórico del FSLN (1969) y que no existe más bajo esas siglas.
Pero también sé que hay miles que respaldan a Ortega desde los principios y valores del sandinismo, convencidos que no hay mejor opción que él. Sandinistas que cantan a todo pulmón la canción del Comandante Carlos Fonseca y que entienden que su dignidad transita por morir fieles a la bandera rojinegra, aunque el partido esté privatizado. Aunque se haya perdido toda democracia interna, imponiéndose un portentoso verticalismo que silencia al que opina críticamente y que evidencia el menosprecio de Ortega hacia su propia militancia.
Y sé también que hay otros miles de nicaragüenses que respaldan a Ortega por razones más superficiales pero igualmente legítimas. En un panorama político carente de propuestas verdaderamente revolucionarias que se propongan remover los cimientos sobre los que se asienta la inequidad y la injusticia que imperan en Nicaragua.
Si hay que hacer alguna reflexión este 19 de julio de 2016, para mí quizás sea decir que también he podido conocer a muchos nicaragüenses de los sectores populares que estaban “desde la otra acera” en contra de la Revolución. Personas en comunidades de la Nicaragua profunda, mayormente productores campesinos, quienes me han mostrado que uno debe tener mucha humildad para poder entender con serenidad todas las aristas de la historia de un país.
Aunque no comparta la mayoría de sus referencias ideológicas, muchas de ellas artificialmente construidas por las cúpulas de la derecha, puedo decir francamente que me he identificado con el sufrimiento que ellos también padecieron por el conflicto armado en Nicaragua. Y que ello ha acrecentado mi repudio por todas las formas de intervencionismo en el mundo que engendran estas guerras fratricidas. Lo que dicen es cierto: en todo conflicto, los muertos siempre los pone el pueblo.
De sus historias, y de las que ya conocía desde el sandinismo, he sacado una enorme lección: sin importar las afinidades partidarias, ideológicas y los colores de las banderas que nos cobijen, siempre, siempre, siempre existe una clara línea de separación entre los que están arriba y los que están abajo del poder.
Y si examinamos la realidad política hoy en Nicaragua, vemos que quienes están arriba, desde el poder político y con el poder económico, están férreamente aglutinados bajo un solo puño: unificados por la desesperación de la permanencia en el poder que solo proviene de un incontenible arraigo por el lucro y la acumulación de riquezas.
Entre esas cúpulas de poderosos no existen divisiones ni de colores, ni de banderas, ni de símbolos. La cúpula del FSLN no tiene problemas de fusionar sus intereses con los antiguos somocistas, la Contra, con los Pellas, y con otros sectores económicamente poderosos del país porque francamente, digámoslo, eso no entra en contradicción con su proyecto político que hace mucho tiempo dejó de ser emancipador.
Y si vemos a los sectores populares de nuestro país, vemos a centenares de personas aferradas a los símbolos históricos que hemos construido: unos bajo el color rojo, otros bajo el rojo y negro. Sosteniendo una división histórica que francamente ha quedado diluida ante la evidente dictadura del capital en que vivimos.
Y, en medio de ellos, un emergente sector joven que no se siente interpelado por las historias detrás de esos simbólicos colores, pues francamente durante toda su vida (construida luego de la Revolución) ha sido indiferente qué partido haya llegado al poder. Ya no se puede decir “los años de los neo-liberales” porque, estando Ortega a punto de cumplir una década de nuevo en el poder, ha quedado claro que el único gobierno permanente que ha tenido Nicaragua ha sido el del neoliberalismo.
Pero hay que ver la astucia del Poder. Ellos perversamente y permanentemente estimulan el rejuego de mantener el espejismo que dicta que los sectores populares deben mantenerse divididos por los colores y las banderas. Repudiándose los unos a los otros. Y así, mediante este truco, buscan impedir que afloren las verdaderas reivindicaciones del pueblo, que el gobierno además suprime controlando férreamente sindicatos, gremios, organizaciones barriales, y al propio FSLN.
Pienso y siento que el legado del sandinismo histórico no está en el espejismo de los colores que generan tantos sentimientos encontrados y que seguramente, este 19 de julio, aflorarán nuevamente con enormes banderas roji-negras en la plaza. Creo que el verdadero legado está en otra parte, y solo podemos entenderlo esculcando la historia.
“Solos los obreros y campesinos irán hasta el fin, solo su fuerza organizada logrará el triunfo”, decía Sandino en su contexto histórico de la lucha contra el intervencionismo yanqui.
“El Frente Sandinista surgió abriéndose paso en medio de la tiniebla impuesta por la clase explotadora. Inspirándose en el dolor y la miseria padecidos por los sectores populares, quiere rescatar las más nobles tradiciones de la colectividad nicaragüense, no limitándose a evocarlas con palabras, sino a revivirlas en la acción, aunque ello signifique atravesar duras pruebas… Los militantes del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) combatimos en defensa del pueblo trabajador, combatimos por amor a la patria sojuzgada, combatimos por convertir en realidad nuestros sublimes ideales. En donde lo que prevalezca sea la justicia, el amor, la felicidad y la erradicación de actos inhumanos… en fin, donde sea eliminada la brutal explotación del hombre por el hombre”, decía Carlos Fonseca en el contexto de la lucha contra la dictadura somocista.
Tomando a Sandino y Carlos como referentes de un proceso histórico, diría que el hilo conductor de ésta historia es que la justicia solamente se construye desde la unidad de los sectores populares. Que cualquier unidad de cúpulas es solo una perversión más en nuestra larga historia de pactos y traiciones a la patria. Y que, como dicen, sólo el pueblo salva al pueblo.
Creo que el militante sandinista debe luchar por recuperar la organización que fue del pueblo y su democracia, enfrentándose a los dominadores internos para aportar en la recuperación de la democracia en Nicaragua. Enfrentar con coraje el desafío de decirle a Ortega que el FSLN no se fundó para parir un nuevo caudillo, ni un nuevo dictador.
El sandinista de corazón debe comprender que no hay otro camino para los revolucionarios que plegarse a los intereses populares en todas las luchas que emergen en el país frente a las mineras, frente a patronales explotadoras, por la defensa de la naturaleza frente a la depredación, por el derecho a la tierra, la defensa del lago y la soberanía nacional.
Debe resurgir la música que acompaña el sueño de ser libres, y que nos hará recordar que el pueblo unido jamás será vencido.

* Mónica López Baltodano es abogada y máster en Estudios Políticos

sábado, 23 de julio de 2016

La historiadora y ex guerrillera Mónica Baltodano responde a los ataques...

¿QUÉ CONTIENE EL BARCO QUE ABANDONARON LAS “RATAS”?


El discurso del Almirante Daniel Ortega, este recién pasado 19 de julio, da mucho que pensar sobre qué contiene su barco “La Papisa”, a tal punto que hasta las “ratas” lo abandonaron. Esto suele ocurrir cuando se presiente que el barco, en algún momento, se hundirá. Será ésta, pues, una premonición de quien lo comanda, que no se sabe a ciencia cierta si es el Almirante o es el espíritu de la papisa Juana, quien tuvo su primer pontificado en tiempos de Benedicto III, y su segundo en tiempos del Cardenal Obando y Eslaquit. Lo grave es que el  barco llamado “La papisa” eriza los pelos, pues demuestra que el poder también reencarna en el barco, y es lógico que las “ratas” sandinistas, al enterarse de su contenido, lo hayan abandonado, y dejado en manos del infalible Almirante y su papisa.

¿Pero qué contiene el barco que abandonaron las “ratas”? Según nuestros más sagaces historiadores e investigadores, desde 1990 contiene “La piñata” de la que especialmente se beneficia la nueva tripulación danielista, que no puede ser sandinista, a riesgo de, siguiendo los pasos de la metamorfosis de Kafka, convertirse en “ratas” sandinistas. Esto es imposible,  puesto que las “ratas” fueron estigmatizadas y la tripulación, gracias a Kafka y a su jefe, evolucionó a cucarachas, y estos casi inmortales insectos se encuentran en un estado de perpetuidad, tal y como Daniel y la papisa lo desean, sobre todo para sí mismos.

 En el barco, quemándose en sus calderas, se encuentra la Constitución que desvelos y muerte costó al Comandante Carlos Núñez, y entrega y devoción por esas letras dignas que prohibían la reelección a todos cuantos soñamos con una Nicaragua democrática: el primer paso para que volviera a ser República. Arde la Constitución de la Dignidad, junto con las enseñanzas morales de Sandino que aborreció y rechazó con vehemencia los pactos políticos como el que el Almirante hizo con Arnoldo Alemán. Esa caldera hiede a azufre.

En todo caso, las “ratas” que abandonaron el barco de Daniel Ortega, no fueron babosas, y algunas prefirieron la miseria que el envilecimiento de una riqueza usurpada al pueblo a cambio de láminas de zinc, asistencia obligatoria a concentraciones partidarias, estafas con las boletas electorales árboles de hojalata, oraciones o discursos pronunciados con un meloso tono misericordioso: El oro de la moral a cambio de los espejos de la mentira.

 Desde ese barco, que solo surcará el canal de Wang Jing, quienes vayan a bordo podrán contemplar la paulatina destrucción de nuestra flora y fauna, hasta llegar a la desaparición total del Gran Lago de Nicaragua, revuelto en un mar de lodo. En las entrañas del barco, hoy en día, revuelto con pepitas de oro, van los muertos de Las Jagüitas, y uno no podrá menos que recordar que Daniel Ortega ofreció en su discurso que no correría la sangre de hermanos.  ¿Y las amenazas a Francisca Ramírez? Ojalá no digan un día que alguna muerte en “La Fonseca” ocurrió porque ahí había armas de destrucción masiva.

 Dentro de ese barco, hay un laboratorio nazi para despojar de su inteligencia al nicaragüense, y hay un manual que sirve para adoctrinar a los inocentes en el culto a los becerros. Altares costosos, belenes, vírgenes y pastores no logran el entierro de Dios. Sí sirven para evidenciar cómo para el gobierno, y para quienes elaboran esa pantomima religiosa, su religión es rentable. En alguna parte del barco hay ocho carros robados a los “Ocupa INSS”, bien vigilados por la policía de la eterna Primer Comisionada Aminta Granera, y ochenta tanques rusos que: ¿Si no son para guerra, serán para fumigar?  Mientras, Daniel condena el armamentismo mundial, y elogia la “seguridad ciudadana”.
Entonces me doy cuenta de que yo también soy una “rata”.



LUIS ROCHA



“Extremadura”, Masatepe, 20 de julio de 2016.

miércoles, 20 de julio de 2016

Gramática de gorriones

Gramática de gorriones

Mayo 2016 
Los gorriones son ese tipo de gente
que perdió la guerra hace miles de años;
como castigo los despojaron a todos de su color;
cafés y beiges y grises se aferran a los esbeltos
tallos de carrizo en la ciénaga, y apenas y se ven
contra el oscilante pasto quemado.
Tengo que manejar dos horas a la costa,
cruzar los desnudos rastrojales de milpas pisoteadas,
las granjas desvencijadas y en ruina,
el agua en las acequias que está tan quieta y llena
bajo un cielo de octubre de dieciocho colores
–grises todos.
Cuando Emma dijo: “Me cambiaron los planes”,
y clavó la vista en sus manos; cuando Bethany dijo:
“Me quiere pero no bien”,
el día estaba siendo así en nuestros adentros: muy a destiempo:
Se-Renta-Casa, sin amueblar;
garaje con buzón destartalado;
café con vista al lago cerrado por razones personales.
Y los pájaros como soldados derrotados
ocultos entre matorrales que nos llegan al pecho.
Cuando los gorriones se alzan sin motivo aparente
y dan amplias y cortas vueltas contra el vasto cielo pálido,
¿qué tanta importancia puede tener?
Como si mi tristeza hubiese sido una especie amenazada,
como si mi ánimo fuera un área de humedales costeros
necesitados de protección federal,
un lugar en donde nunca se iría a planear un desarrollo,
pensado para siempre como un baldío.
Esto es lo que dejé atrás al ir hacia adelante.
Cada vez que siento que soy un bueno-para-nada
regreso aquí a pararme y a observarlo:
mojado y quieto como una huella en el lodo;
medio oculto entre los oscilantes ocres,
agachado como un asentimiento. ~

__________
Versión del inglés de Pedro Serrano.

Desde el aire

Desde el aire

“Te escribo desde el aire, Luis,
volviendo de ver Nicaragua…”
José María Valverde

Desde el aire también, como Julio,
José María volvió a España
después de ver Managua con ilusión de muchacho,
colonizado por las voces de jóvenes poetas,
con el calor en el pecho de aquellas voces
nombrando el jugo de la vida,
la magia de la rebeldía,
el milagro inesperado de la victoria.

Volvió abrumado por el tumulto de voces
que antes fueron otras;
raro y dichoso, digno de aquellas palabras
y digno para decir
lo aquí ofrecido: “Peor es nada”,
nuestra simple metafísica venciendo a la muerte;
alta lección de pobres
con fulgor de esperanza;
conquista de un lenguaje
tras un siglo de distancia.

José María volvió a España como siempre,
con el corazón abierto a todos
pero con la ración de paraíso suficiente;
con un alto amor al prójimo bajo el amor de Dios.
Lo sé por una carta enviada a Luis,
una carta de tranquilo aliento
escrita en el filo de la Historia
que atravesaba a Nicaragua;
unos versos que nos regaló de balde;
un poema escrito desde el aire,
siempre desde el aire…

                                    Erick Aguirre Aragón

                                        Julio, 2016.


martes, 19 de julio de 2016

CINCO POEMAS ¿SANDINISTAS?

(A propósito del 19 de julio).

5. (Kabanga)
A Jeannete Amit, Alejandro Cordero,
Mauricio Molina y Alfredo Trejos

Un bar sobrevive del Gran Hotel en el centro de las ruinas de Managua: fotografías de músicos, caricaturas de mujeres, artistas, la antigua ciudad, los edificios de entonces, avenidas deslizadas por autos de los 60: afiches sepia invisibilizando los crímenes de la satrapía.
Y el grupo de poetas alborotando la tarde con las cervezas, o el baile del guiñol alrededor del tiempo perdido en medallas, cenizas de neón, azogue de vitrinas.
Brindan por el zarpazo telúrico, las serpentinas bajo las luces, el relente de la cámara, como si el lago detuviera su fauna de revolución pirateada en la lujuria, el asco de los neocomandantes, su graznido.
Esas imágenes son el pasto del poema. La superficie subterránea por donde fluye la trama de sus espectros. La fusilería de sombras balinesas. Ratas calientes de la madrugada. Corriente alterna del sueño y de la hierba en noches de vela apagándose al borde de la memoria con las estatuillas del primer intento en un parque, una calle, una habitación clausurada por la tinta de los años donde corren perros famélicos y desdentados tras sus aullidos, eco de jaguares relampagueantes en la aurora.

EPIGRAMA
A Cristián, a Eduardo
Los rostros son manos humeantes
con el pañuelo rojinegro en colinas de sangre
donde ruedan niños/ángeles y chicas
por el lodazal del eterno combate
Las manos son los rostros transparentes
en las fotografías de piel más reciente
bajo el traje de fatiga y los sombreros de verde
con el fusil cargado de poco futuro y mucha muerte
Los rostros las manos y el vientre
adjetivos minados plenos de púas y pelambre
obtusos por lo perdido bosque adentro
verticales por lo encontrado en abrazo a suerte
Al final somos eso: minadas imágenes
llovizna de nostalgia
insomnio de la fiebre
alrededor del cerco enemigo
calcinado por la memoria
palabras disparándose
contrapalabras

VERDE OLIVO
Luciano se llamaba el miliciano
que enterramos en Sapoá
o en Peñas Blancas
bien no lo recuerdo
Así se llamaba el guerrillero
de mirada clara y ardiente
alto delgado recio
proleta tierno inteligente
Lo recuerdo internándose en el parque
de La Sabana con su novia
porque entonces para el amor
no se consideraba el dinero
Llegaremos a Managua juntos
tomaremos el infierno por asalto
pronosticó como si nada dos días atrás
Había fatigado San José y Heredia
Ciudad Quesada Terrón Colorado
donde laborara con refugiados
Cuzamos el río Ostallo
con el enorme cadáver hasta el Gran Lago
donde como velas blancas se hermanaban
los compas en una camioneta azul
Ciertamente lo asaltamos
Infierno Irato de otra Managua
enardecida como enorme supermercado
Tu muerte no fue en vano
compañero del alma tan temprano
la piñata, sin embargo,
ha sido el corolario

52.
¿Acaso Morazán, Juanito, Sandino, Farabundo,
eran poetas como Otto René, Roque, Leonel,
Roberto, Debravo o Chuchú?
¿Acaso también ellos acompañan estas palabras
como el humo o el perfil de la silueta metálica
con sombrero y polainas sobre el atardecer
de una laguna en Managua?
¿O el almita de los compas que rodaron por las colinas,
por el barro de las tapias, sombras de la selva, caídas al río
en un rumor que asciende por los libros de memorias
y crece con los volcanes en los tiznes del tugurio,
la toma de tierras donde el disparo, hermanito Gelman,
siempre mata pero resucita “el pájaro maravilloso de la belleza”?

18.
Y el río navegando por el sueño y la vigilia como un dios perpetuo en su ancho cauce. San Juan que divide las tribus con el trasiego de fango a través de las horas y los siglos, con cadáveres en la corriente después de las tormentas: guerrilleros asesinados o simples testigos de la niebla flotan en el largo tumulto de las aguas desde el Gran Lago, o retornan bajo la sombra de los árboles cuyas ramas abrevan a orillas de lagartos, manatíes, o el pez gaspar hacia el océano.
Río que viaja por dentro hacia la mar que nos circunda con olas terribles al golpear los acantilados de la memoria en el campo anegado por proyectos inconclusos de patrias de sal, soles rojinegros consumiéndose en el amplio bramido de la noche.
El río, los ríos, destino de hombres en la cintura del tiempo florecido en manos del misterioso avance de La Vencedora por arrozales, campos de algodón, cañaverales, cafetos, bananales; sangre azul de los ríos vertida por llanuras, montes y aldeas como tumbas escritas con el barro porque “toda expresión y frase es un fin y un comienzo” y “todo poema es un epitafio”, T.S. Elliot dixit.
Y la lluvia en la intersección temporal de sus ubres: naciente, riachuelo, río, laguna, lago, delta, desembocadura, océano, aguacero perpetuo que nos rocía el alma y nos la ahoga con vaho y dardos de espuma imperceptible; gota a gota, o en chubasco torrencial, o cilampa, casi pelo de gato, pero alimentando el bosque con sus lianas y bestias en el brote de las florecillas que camuflan la sombra de las serpientes.
Lluvia del tiempo empozado en el transcurrir de las selvas, o por la carretera donde avanza retrospectivamente el auto con la condena de observarnos en la tala de cortezas amarillas, ceibas, cedros, botarramas, guanacastes, robles; maderas limpias del agua donde se levantará el fuego consumidor de felinos y ganados en un remover ciclónico de tierras, bosques y sabanas preñadas de cianuro por el becerro de las bolsas de valores.
Lluvia de siempre en la sangre de los que se fueron y nos rondan desde las colinas pidiendo permiso para ingresar al monte, aquí en el círculo de las estaciones tropicales con su violenta algarabía donde todos iremos de regreso cuando el tiempo sea otro tiempo y la lluvia agónica la transparencia del río en la quietud del espejo.

Adriano de San Martín, Costa Rica.

Un poema de José María Valverde y dos de Luis Rocha

CARTA A LUIS ROCHA, EN NICARAGUA


Te escribo desde el aire, Luis, volviendo de ver
Nicaragua, por fin, mi ilusión de muchacho
lírico, lo que había detrás de aquel acento
en voces de poetas que me colonizaban
ayudando a mi voz a sentir el calor
de lo nombrado, el jugo de la vida en la lengua.
Nadie esperaba entonces que un día en esa magia
llegara a haber combate y muerte, rebeldía
de pobres oprimidos, milagro de victorias.
A veces los poetas quedamos abrumados
por lo que fue voz nuestra, vuelto contra nosotros:
dichoso y raro el que es digno de su palabra
cuando llega a probarle el ángel de la historia.
Hoy tengo que decirlo: Nicaragua me ofrece,
tras de aquel viejo son, otra lección más alta:
yo nunca había visto la cara de los pobres
con fulgor de esperanza, en lucha tras las muertes;
no les había oído conquistar un lenguaje
como a tientas, probándose altos vocabularios
de nuevas entidades, decisiones, ideas.
Aquí pasó algo siempre increíble: un pequeño
pueblo inerme y hundido venció a su dueño armado,
al siervo de otros siervos de la máquina fría
del capital en marcha, la acumulación ciega
que devora a los hombres para crecer, haciéndolos
esclavos del supremo Faraón automático,
levantando pirámides inútiles con su hambre
para redondear la ganancia final.

Porque a eso va marchando   -Si Dios no lo remedia
con hombres como he visto ahora, y otros hombres
de otros países y años, que han abierto salidas-
la civilización “cristiana–occidental”
-“cristiana”, muchos siglos de golpear con la cruz
para robar al pobre y asesinar al débil-.
Y la  máquina, andando, se reviste de gloria,
compra todo lo bueno, lo bello, lo sublime
-aunque después el arte, traidor, hunda en olvido
al vendedor y al dueño, y se vuelva de todos
(o así lo espero yo, vendedor de lenguaje;
o de meta-lenguaje, más bien, porque mis versos
los regalo de balde, a ver si hay quien los quiera).

¿Se va a salvar el hombre, va a poder ir viviendo
mejor o peor, humano, con todo abierto a todos,
sin paraísos, pero con su ración bastante,
en un mundo en que quepa enmendar los errores?

A la orilla del lago –todo un mar-, en San Carlos,
se abría, por la fiesta de cuando huyó el Gran Jefe,
un pobre lavadero, millonario en paisaje,
y, tras los figurones danzantes, iban carros
de bueyes con letreros; y uno, “Peor es nada”,
me dio la metafísica de la revolución.

Otras muchas estampas llevo, que me desbordan:
por ejemplo, el abrazo de José Coronel
Urtecho, viejo poeta, saliendo de su selva
por el enorme río, con nueva juventud
de voz y de mirada ahora en la realidad;
o el jefe guerrillero, hoy jefe de cultivos,
que leía a Stendhal en el gran helicóptero
donde íbamos, con niños armados y con poetas;
o la misa, entre madres de muertos, celebrando
tres años de victoria; y cuando me dijeron
que hablara, confesé: “Revolución se llama
un alto amor al prójimo, bajo el amor de Dios”.

Si esta carta tuviera, Luis, más tranquilo aliento
elogiaría ahora a los que en tales luchas
de la humanidad son los héroes más excelsos:
aludo a los escasos traidores a su clase,
a los nacidos dentro de un mundo a favor suyo,
que un día desertaron, pasando al bando pobre
para ser luz y riesgo, y a la vez cuerpo extraño.
Pero no es el momento de grabar medallones:
mientras regreso, crece la amenaza, el ataque.
El filo de la historia hoy cruza Nicaragua.
Si hay milagros como éstos, otros pueden seguir.

José María Valverde
(Julio, 1982).

CONTESTACIÓN A JOSE MARÍA VALVERDE


Hasta hoy, a los diez años de proseguir tu vuelo,
contesto la carta que “desde el aire”
me escribiste, en julio de 1982,
a una Nicaragua que, por ahora, ya no existe,
porque aquel presente que nos levantaba en vilo
se tornó en Saturno devorando a sus hijos.

Aquella vez ibas, “muchacho olivar José María”,
apoyado, como siempre, en tu Pilar, también la nuestra,
de regreso a España con tu alma extremeña
en el extremo mismo de la euforia;
“volviendo de ver Nicaragua, por fin” y de ver
“la cara de los pobres con fulgor de esperanza”.
Pensaste, como aún gracias a vos pensamos tantos:
“Sí hay milagros como éstos, otros pueden seguir”.

Era como si hubiéramos visto y oído todo
y aquella redención jamás fuera a terminar
hasta tanto no contagiara al mundo.

Teníamos la convicción de que el pasado no iba a volver
como afirmó en verso y verbo estremecidos
nuestro amigo y tu principal colonizador,
José Coronel Urtecho, con su cara alumbrada
“igual que  un farol rojo, al hablar”,
según el retrato que le hiciste.

Pero el pasado se había quedado agazapado,
atrincherándose en corazones despojados de futuro,
y volvió y ahora sé que cuando vuelve,
vuelve peor, fortalecido, cínico y siniestro,
trastocando todo sueño en pesadilla y vuelve
con su falsa identidad de presente; envejecido,
mesiánico y creyéndose perpetuo.

Lo que nos salva de esta grotesca situación
es simple y llanamente la Memoria.
Pues ocurrió, José María, que en realidad nosotros
aquella vez estuvimos en un futuro
que está más allá del filo de la Historia.

Visto así el pasado; su retorno vengativo no es más
que el estertor agónico de sus entrañas
ante los que murieron ayer por el mañana.

Frente a este futuro irrevocable, que ha sido ayer
“un alto amor al prójimo, bajo el amor de Dios”,
solo le queda confirmar su condición de pasado
y desvanecerse ante tu magia verdadera:
La modestia, sustentada en el milagro que debe seguir.

Digo todo esto, porque con esa carta me enseñaste
a nunca olvidar que todo aquello que vivimos,
aún hoy es verdad y verdad también será mañana.

Por eso te remito esta tardía contestación,
gozoso ante la imposibilidad de tu ausencia,
a todo sitio donde cabe la esperanza,
con la certeza de que estás ahí.

Mayo de 2006.

LA PLAZA VACIA



Una plaza dando gritos, enardecida o sumisa es igual.
Tribunas portátiles. Ecos del pasado encarnándose
En el presente. Incendiarios discursos de palabras huecas.
Un hombre cae muerto ensangrentado y el que sobrevive
expira, enajenado, justificando la muerte del caído.
En España hay un valle partidario de caídos. En el mundo
las consignas del partido en el poder retumban en las plazas.

Pero esta plaza tuvo alma y ahora está vacía.
Antaño, fue Plaza de la República del dictador,
hasta que un día se transformó en plaza de nuestras almas
y no de multitudes arriadas por el fanatismo o la necesidad.
Esta plaza hoy está baldía como nuestra tierra baldía
y triste, yerma, con el sol cayéndole despiadadamente
o la lluvia sobre el estruendoso silencio
 de las vociferaciones llamándose una y otra vez al engaño:

“No te vas,
te quedás”

Esta plaza ha sido de rebaños, piaras, manadas y jaurías
desde el siglo de las luces y uvas de ira
hasta el siglo de las tinieblas y fresas de amargura.
Es aún el punto cero de este maldito país:
Punto de partida y de retorno hacia lo mismo.
Un 20 de julio de 1979 en ella se desbordó la euforia
y escaló las paredes y torres ruinosas de la Catedral
por el triunfo de la revolución hoy perdida.

Traicionaron la revolución y la plaza quedó desolada
hasta que la corrupción puso en ella una fuente luminosa
que luego fue destruida por la “reconciliación”.
La fuente fue un homenaje a la mentira
y su destrucción también, pero eso sí,
aquella vez del 79 tuvo alma esta plaza
aunque hoy otras multitudes como las del dictador
puedan llenarla de loas o imprecaciones
a falta de dignidad, ética, amor y sandinismo.
Porque esta plaza ya no tiene alma
aún llena estará vacía.
En ella los políticos dicen sus más selectas falsedades
y premonitoriamente las enlutadas sufrieron
la agresión de las hordas nicolasianas. Plaza de lutos
y también de verdades extraviadas en el tiempo.
Hoy Somoza ha regresado a esta plaza de la discordia
y frente a su claque, que no percibe la reencarnación,
alguien, una mujer, levanta su brazo triunfal
y es aclamado para un nuevo período. La ovación
es ensordecedora. El asfalto y el cemento se estremecen.
Pero esta plaza ya no tiene alma
y aún llena está vacía.



9/6/07