El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

martes, 19 de julio de 2016

CINCO POEMAS ¿SANDINISTAS?

(A propósito del 19 de julio).

5. (Kabanga)
A Jeannete Amit, Alejandro Cordero,
Mauricio Molina y Alfredo Trejos

Un bar sobrevive del Gran Hotel en el centro de las ruinas de Managua: fotografías de músicos, caricaturas de mujeres, artistas, la antigua ciudad, los edificios de entonces, avenidas deslizadas por autos de los 60: afiches sepia invisibilizando los crímenes de la satrapía.
Y el grupo de poetas alborotando la tarde con las cervezas, o el baile del guiñol alrededor del tiempo perdido en medallas, cenizas de neón, azogue de vitrinas.
Brindan por el zarpazo telúrico, las serpentinas bajo las luces, el relente de la cámara, como si el lago detuviera su fauna de revolución pirateada en la lujuria, el asco de los neocomandantes, su graznido.
Esas imágenes son el pasto del poema. La superficie subterránea por donde fluye la trama de sus espectros. La fusilería de sombras balinesas. Ratas calientes de la madrugada. Corriente alterna del sueño y de la hierba en noches de vela apagándose al borde de la memoria con las estatuillas del primer intento en un parque, una calle, una habitación clausurada por la tinta de los años donde corren perros famélicos y desdentados tras sus aullidos, eco de jaguares relampagueantes en la aurora.

EPIGRAMA
A Cristián, a Eduardo
Los rostros son manos humeantes
con el pañuelo rojinegro en colinas de sangre
donde ruedan niños/ángeles y chicas
por el lodazal del eterno combate
Las manos son los rostros transparentes
en las fotografías de piel más reciente
bajo el traje de fatiga y los sombreros de verde
con el fusil cargado de poco futuro y mucha muerte
Los rostros las manos y el vientre
adjetivos minados plenos de púas y pelambre
obtusos por lo perdido bosque adentro
verticales por lo encontrado en abrazo a suerte
Al final somos eso: minadas imágenes
llovizna de nostalgia
insomnio de la fiebre
alrededor del cerco enemigo
calcinado por la memoria
palabras disparándose
contrapalabras

VERDE OLIVO
Luciano se llamaba el miliciano
que enterramos en Sapoá
o en Peñas Blancas
bien no lo recuerdo
Así se llamaba el guerrillero
de mirada clara y ardiente
alto delgado recio
proleta tierno inteligente
Lo recuerdo internándose en el parque
de La Sabana con su novia
porque entonces para el amor
no se consideraba el dinero
Llegaremos a Managua juntos
tomaremos el infierno por asalto
pronosticó como si nada dos días atrás
Había fatigado San José y Heredia
Ciudad Quesada Terrón Colorado
donde laborara con refugiados
Cuzamos el río Ostallo
con el enorme cadáver hasta el Gran Lago
donde como velas blancas se hermanaban
los compas en una camioneta azul
Ciertamente lo asaltamos
Infierno Irato de otra Managua
enardecida como enorme supermercado
Tu muerte no fue en vano
compañero del alma tan temprano
la piñata, sin embargo,
ha sido el corolario

52.
¿Acaso Morazán, Juanito, Sandino, Farabundo,
eran poetas como Otto René, Roque, Leonel,
Roberto, Debravo o Chuchú?
¿Acaso también ellos acompañan estas palabras
como el humo o el perfil de la silueta metálica
con sombrero y polainas sobre el atardecer
de una laguna en Managua?
¿O el almita de los compas que rodaron por las colinas,
por el barro de las tapias, sombras de la selva, caídas al río
en un rumor que asciende por los libros de memorias
y crece con los volcanes en los tiznes del tugurio,
la toma de tierras donde el disparo, hermanito Gelman,
siempre mata pero resucita “el pájaro maravilloso de la belleza”?

18.
Y el río navegando por el sueño y la vigilia como un dios perpetuo en su ancho cauce. San Juan que divide las tribus con el trasiego de fango a través de las horas y los siglos, con cadáveres en la corriente después de las tormentas: guerrilleros asesinados o simples testigos de la niebla flotan en el largo tumulto de las aguas desde el Gran Lago, o retornan bajo la sombra de los árboles cuyas ramas abrevan a orillas de lagartos, manatíes, o el pez gaspar hacia el océano.
Río que viaja por dentro hacia la mar que nos circunda con olas terribles al golpear los acantilados de la memoria en el campo anegado por proyectos inconclusos de patrias de sal, soles rojinegros consumiéndose en el amplio bramido de la noche.
El río, los ríos, destino de hombres en la cintura del tiempo florecido en manos del misterioso avance de La Vencedora por arrozales, campos de algodón, cañaverales, cafetos, bananales; sangre azul de los ríos vertida por llanuras, montes y aldeas como tumbas escritas con el barro porque “toda expresión y frase es un fin y un comienzo” y “todo poema es un epitafio”, T.S. Elliot dixit.
Y la lluvia en la intersección temporal de sus ubres: naciente, riachuelo, río, laguna, lago, delta, desembocadura, océano, aguacero perpetuo que nos rocía el alma y nos la ahoga con vaho y dardos de espuma imperceptible; gota a gota, o en chubasco torrencial, o cilampa, casi pelo de gato, pero alimentando el bosque con sus lianas y bestias en el brote de las florecillas que camuflan la sombra de las serpientes.
Lluvia del tiempo empozado en el transcurrir de las selvas, o por la carretera donde avanza retrospectivamente el auto con la condena de observarnos en la tala de cortezas amarillas, ceibas, cedros, botarramas, guanacastes, robles; maderas limpias del agua donde se levantará el fuego consumidor de felinos y ganados en un remover ciclónico de tierras, bosques y sabanas preñadas de cianuro por el becerro de las bolsas de valores.
Lluvia de siempre en la sangre de los que se fueron y nos rondan desde las colinas pidiendo permiso para ingresar al monte, aquí en el círculo de las estaciones tropicales con su violenta algarabía donde todos iremos de regreso cuando el tiempo sea otro tiempo y la lluvia agónica la transparencia del río en la quietud del espejo.

Adriano de San Martín, Costa Rica.

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