El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 21 de febrero de 2016

MUERE FERNANDO CARDENAL

lucasnicacuba@gmail.com

Con todo el dolor de mi corazón… tengo que decirles que en la madrugada de hoy falleció el Padre Fernando Cardenal, SJ.

El ejemplo de su vida... de ese gran ser humano, formador de tantas generaciones, siempre al lado de los pobres, plena de dignidad y de amor, luchador por la vida y la justicia... siempre estará con nosotras y nosotros...

Descansa Fernando... descansa con todo merecimiento... Descansa porque puedes decir: Misión cumplida!!! Gracias por todo... amigo, compañero, hermano...

Sabemos que Fernando a partir de hoy se suma a la lista de los muertos q nunca mueren, héroes y mártires de nuestro continente y de la causa de la justicia… Hasta la Victoria Siempre, hermano, amigo, compañero!!!

Puño en alto… Libro abierto!! (Que fue la consigna, ya histórica, de la Cruzada Nacional de Alfabetización que él dirigió durante la Revolución Popular Sandinista en 1980).

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Fernando Cardenal (Granada26 de enero de 1934 - Managua, 20 de febrero de 2016) fue un jesuita, en la línea de la teología de la liberación, y ministro de Educación durante el gobierno de la Revolución Popular Sandinista entre los años 1984 y 1990. Actualmente trabajaba como Director Nacional de Fe y Alegría Nicaragua y era hermano del poeta Ernesto Cardenal (1925-).
En 1980 estuvo al frente de la denominada Cruzada Nacional de Alfabetización, una campaña por la alfabetización en Nicaragua que logró enseñar las primeras letras a más de medio millón de personas y que permitió reducir el índice de analfabetismo, superior al 50 % en la época de la dictadura de Somoza, hasta un escaso 13 %. Esta tarea obtuvo el  premio de la medalla Nadezhda Krúpskayae de la Unesco en 1981.
El 4 de febrero de 1984 el papa Juan Pablo II suspendió a divinis del ejercicio del sacerdocio, a los sacerdotes Ernesto Cardenal (ministro de Cultura), Fernando Cardenal (ministro de Educación) y Miguel d'Escoto (ministro de Relaciones Exteriores), por estar adscritos a la teología de la liberación y por ejercer como ministros de la revolución sandinista. Ellos permanecieron en sus cargos, conscientes de su deber con los pobres y con su pueblo, y sabiendo que así estaban realmente sirviendo a la causa de su fe y del Reino de Dios. Treinta años después, el 4 de agosto de 2014, el papa Francisco levantó esa suspensión.

En Fernando, varias generaciones de jóvenes nicaragüenses, muchachas y muchachos, encontraron un guía para asumir un compromiso con Nicaragua, con los empobrecidos, y por su liberación. Fue, durante un tiempo, también Vicecoordinador de la Juventud Sandinista.

El compromiso, la vocación de servicio, la integridad a toda prueba, el amor a Nicaragua… caracterizaron a Fernando Cardenal durante toda su vida. Descanse en Paz…



“Cuando hay muchos seres humanos sin decoro, hay siempre otros que tienen en sí el decoro de muchos seres humanos. Esos son los que se rebelan con fuerza terrible contra los que roban a los pueblos su libertad, que es robarles a los seres humanos su decoro. En esos seres humanos van miles de seres humanos, va un pueblo entero, va la dignidad humana. Esos seres humanos son sagrados…”. Jose Martí –con enfoque de género-.
“Yo te digo camarada por encima de la idea… y aferrado a la querencia, que sentimos por la tierra… Propongo que nuestras manos sean buenas para la siembra… que alimente a la ternura y a los derechos del hombre… Pido que nadie se asombre si le digo camarada, cuando le encuentre llorando de rabia ante la injusticia… Cuando lo escuche cantando al amor y a la alegría, cuando lo sienta soldado del combate por la vida”. Alí Primera.
“Somos millones de manos, de obreros y campesinos, estudiantes y artesanos… más fuertes y más unidos. Somos millones de hermanos pariendo la historia dura… martillo, fusil y canto destruyendo dictaduras… Con Sandino y con Guevara, con Farabundo y Romero, con la voz de Víctor Jara que es el del continente entero… Somos volcán encendido que su furia detendrá, hasta que el pueblo oprimido pueda cantar a la paz (…). Nuestro ejemplo es sin fronteras, nuestro sol es colectivo que hará segar a la fiera brutal del imperialismo”. Luis Enrique Mejia Godoy.- de la canción “Con Farabundo y Romero”.

"Hay hombres –y mujeres- que luchan un día y son buenos –y buenas-. Hay otros –y otras- que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años y son muy buenos –y muy buenas-. Pero hay los –y las- que luchan toda la vida: esos –y esas- son los imprescindibles –y las imprescindibles-”. Bertolt Brecht
“Mantener siempre viva la indignación ante la injusticia… Recordar que la cabeza piensa donde pisan los pies… No avergonzarse de creer en el socialismo… Ser crítico sin perder la autocrítica… Preferir el riesgo de equivocarse con los/las pobres, a la pretensión de acertar sin ellos/as… Defender siempre al oprimido/a, aunque aparentemente no tenga razón…”. (Algunos consejos para un compromiso solidario verdadero.- Frei Betto, sacerdote, teólogo y activista social brasileño)

UN ECO GALÁCTICO

Manuel Obregón, Masatepe, 20-02-2016

Hoy me entero de la muerte de Umberto Eco. El artista de la semiótica. El periodista alerta de lo que pasa y cómo debe interpretarse lo que ocurre en el mundo. Nunca se quedó en la superficie, exigió que hay que nadar hasta el fondo. Cuestionar las mentiras o medias verdades que se dicen a diario en los periódicos o en internet y en la TV. Protestar contra la corrupción endémica, la testarudez, la chatura literaria, el bombo que acompaña a los que se creen importantes, la ironía como arma que nos defiende de la mediocridad, y actualizarse siempre en lo que ocurre a diario, no tanto en el sentido noticioso como poner en perspectiva lo acontecido, para tener una visión analítica y no morbosa de la noticia. Comprender el mundo en sus distintas etapas evolutivas, tanto en lo científico como en el desarrollo social y tecnológico.  Siempre diferenciar, lo creíble y documentado, de la simple charlatanería mediática. El autor de frases puntiagudas que nos obligan a pensar y repensar nuestros esquemas y valores culturales. El que asido a la punta del iceberg no ignora lo que se oculta debajo.  El filósofo, el novelista, el historiador, el sociólogo, el periodista. El que no queda satisfecho con el relato sesgado o la historia falseada o coja. El que quiere llegar a la verdad. Se aventuró en la cultura medieval, en las famosas cruzadas, en la busca del santo grial. En la biblioteca alejandrina y su destrucción. Como Fellini, entra en los túneles oscuros o luminosos de la religión y su liturgia, arrastrando los mitos de su educación salesiana, y se solaza en la alegría de su adolescencia. Todo lo que concibe no puede separarse de su biografía. Las frases, puntillosas, son reflejo de una vida auténtica, la suya. Entremezcla la realidad con la ficción, y fusiona texto con el comic, con las ilustraciones de cartel, semejante al que se usaba en los años cincuenta y sesenta para acompañar las películas en cinemascope. Obligado a releer El nombre de la rosa (1982) y La misteriosa llama de la reina Loana (2004). Transcribo la nota que acostumbro al final de cada lectura, referida, en este caso, a esta última novela.  Es la fragancia más fresca que conservo cuando leí el libro en el año 2008. “La novela pareciera autobiográfica, y a la vez, un retrato en sepia de lo que pudimos vivir, cada uno de nosotros. Quién no ha temido a la dictadura, quién no ha sufrido una insatisfacción de fondo- llamémosle desamor- quién no a la enfermedad y a la muerte. Para resistir esos embates y un manejo consciente de estas calamidades o distorsiones, siempre habrá que recurrir, como bálsamo restaurador de nuestras heridas, a la nostalgia de los años mozos. Ello nos podrá servir de consuelo y a la vez reconocer que, si en la vida hay y seguirá habiendo inequidad e injusticia, también hay remansos de buena nueva, olor a infancia y, sorpresa, quién no la ha tenido, por explorar el mundo, y descubrir sus novedades y sortilegios”. Fallece a la edad de 84 años, y siento un eco que de lejos me roza, es de un gigante, galáctico.  

La palabra viva de José María Valverde

EL PAÍS  17 FEB. 2016


José María Valverde falleció hará muy pronto veinte años, el próximo 6 de junio, tal como algunos de sus incontables discípulos, epígonos y exalumnos recordararemos, conscientes de cuán justo y necesario es avivar la memoria compartida acerca del excepcional legado oral, escrito y ético que nos dejó, por más que quienes malentienden la cultura como cooltura —y la educación, como burda instrucción— insistan en ignorarlo. Tamaña inopia amenaza con relegar al olvido la herencia de un poeta, profesor, traductor y erudito que concibió su inveterado humanismo como una lucha en pos de la siempre elusiva sabiduría, a través de sus palabras y de su ejemplo. Un agon basado en la duda y la ironía —“Yo solo me conozco de oídas”, repetía a menudo—, pero también en un sentido de la solidaridad y la compasión — “Nulla esthetica sine ethica”— sin duda inspirado en el “por sus frutos los conoceréis” del evangelista Mateo.
Maestro de varias generaciones, Valverde fue un profesor extraordinario, una suerte de Sócrates cristiano cuyas palabras siguen vivas todavía hoy, ya que vivas le nacían al pronunciarlas, al maragalliano modo. Quienes tuvimos el privilegio de escucharle podemos evocarlo según entraba discretamente en el seminario: enteco y como de soslayo, justo antes de romper a hablar con ritmo despacioso, mano sobre mano, su voz levemente nasal poblando el aula sin pompa ni circunstancia. Comenzaban dos, tres horas impagables —un lapso precioso rescatado de la vulgaridad del tiempo indistinto—, y los presentes nos dejábamos llevar por la desafectada, cordial sugestión del auto de voces que orquestaba. Ya sólo valía la pena escuchar.
La vivificante oralidad de Valverde escandía semillas en nuestros oídos. Se los prestábamos sin tedio ni esfuerzo, poco a poco empapados por el habla desnuda de aquel “humano, demasiado humano” sembrador. Una voz cadenciosa, acompasada por el tempo preciso para poner en cada sílaba el tono y la intención adecuados, como una salmodia improvisada por un narrador sabio y sencillo al tiempo, cuyo pensamiento —transido de conciencia lingüística— iba engarzándose al irse diciendo.
Con peripatético estilo —ese que el actual imperio del power point proscribe—, el maestro nos paseaba con palabras alrededor de las palabras, mientras alumbraba las hondonadas de la literatura, la filosofía y el arte, y nos hacía caer en la cuenta del verdadero sentido de las verbalizaciones que tejen los mundos humanos. Volvía del revés el rompecabezas filosófico, con un compasivo humor, con un comprensivo amor por las paradojas, los sinsentidos y los juegos malabares que el lenguaje auspicia. No hacía falta tomar apuntes: bastaba escucharle con despierta atención, asistir al sorprendente teatrillo manejado por un hombre solo, sólo armado con su voz. Escanciadas debidamente, con elocuente sentido y sonido, aquellas lecciones de machadiana estirpe —Juan de Mairena era uno de sus libros de cabecera— resuenan en el fuero interno, todavía indemnes al pasar de los años.
Una vida entera dedicada a las ideas y a su expresión literaria — “palabra en el tiempo”—, Valverde perteneció a una especie en vías de extinción. Más allá de su oceánica erudición y de su fecunda labor como traductor, fue por encima de todo poeta y maestro. No un mero profesor empachado de papers, bibliografías,aplicativos e índices de impacto, sino un Mairena empeñado en transmitir de palabra —con las manos en los bolsillos— el acervo del conocimiento al que las personas podemos aspirar, y la colosal ignorancia que aun así nos aguarda. Un hombre que tampoco hallaba manera alguna de sumar individuos, como el heterónimo machadiano, y cuyo comunismo de raíces cristianas —matizado por Nietzsche, Unamuno, Rilke y Kierkegaard— fue acentuándose con los años: “Un hombre de todos los tiempos, con el tiempo de un hombre, igual a todos los hombres”.
A José María Valverde hay que empadronarlo en un municipio intelectual y moral donde las tradiciones cristiana, humanista y comunista conviven en problemático aunque imprescindible diálogo. Por ahí, más o menos, anduvieron también otros pares o interlocures suyos: el citado Machado, Ferrater, Camus, Cortázar, Sacristán, Aranguren. Fue precisamente el rebelde Camus quien escribió en algún lugar que, en último extremo, la auténtica inteligencia es sinónimo de bondad. Se me viene esto a las mientes para decir que, en efecto, Valverde fue hombre sumamente bueno, a fuer de sabio. En los tiempos ominosos que corren, enfermos de cinismo y necedad, su triple pasión literaria, filosófica y política, de honda matriz ética, sigue alumbránonos el camino.
Albert Chillón es profesor de la UAB y escritor.