El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

viernes, 31 de agosto de 2012

La prostituta que inspiró a Shakespeare



 Londres  


  • Retrato de William Shakespeare, datado en 1610. / GETTY

    El enigma Shakespeare continúa intrigando al mundo. El eterno debate sobre la verdadera identidad del dramaturgo se prolongó con la publicación de la biografía Contested Will: who wrote Shakespeare? de James ShapiroEl libro resta relevancia a las especulaciones sobre la autoría de Shakespeare, alegando que las suspicacias sobre su figura, que dudan que alguien de tan insignificante históricamente pudiera haber escrito unas obras de tal envergadura, empiezan doscientos años después de la muerte del bardo, en una época en la que se empieza a asumir que la obra artística es un reflejo de la vida del autor. Por otra parte, el misterio sobre el aspecto físico del autor se avivó en 2009 cuando en una mansión aristocrática inglesa se encontró el que podría ser el único retrato de William Shakespeare. La pintura muestra a un hombre pulcro, refinado y sin pendiente en el lóbulo izquierdo, una imagen muy diferente de la que nos ha llegado hasta nuestros días.
    El penúltimo enigma llega de los sonetos del autor. El personaje de ‘Dark Lady’, una irresistible dama casada, de tez y pelo oscuro, objeto de deseo del autor ha fascinado a los lectores desde hace siglos. Se ha buscado su identidad en personajes históricos o se ha visto como una mera metáfora sobre la fuerza opaca del deseo. Pero según Duncan Salkeld, especialista en Shakespeare de la Universidad de Chichester esta Dama Oscura podría haberse moldeado según una conocida prostituta del barrio londinense de Clerkenwell. El profesor en sus declaraciones al diario The Independent asegura haber encontrado documentos que podrían probar que Dark Lady fue en realidad una madame y prostituta conocida llamada "Lucy Negro" o"Black Luce".
    Salkeld ha encontrado referencias de la gerente de burdel en el diario de Philip Henslowe, el dueño del Rose theatre que acogía la compañía rival a la de Shakespeare. La prostituta aparece registrada como inquilina de Henslowe. Estas menciones la relacionan con el mundo del teatro y por lo tanto hacen muy probable que conociera personalmente al bardo, que además tenía amigos y parientes en Clerkenwell.
    Black Luce era una célebre proxeneta que se movía por diferentes estratos de la sociedad, recibiendo tanto a inmigrantes como a hombres de las altas esferas. Su nombre aparece en el registro de espectáculos obscenos de 1594 y su mala reputación aflora en varias obras dramáticas y textos literarios. Al contrario que sus empleadas, ella nunca fue perseguida por la justicia.
    Los sonetos publicados en 1609 dentro de un volumen de poemas sigue siendo una mina de interrogantes sobre la vida amorosa de Shakespeare. Las incógnitas empiezan con la dedicatoria del libro a “Mr H.W” como inspirador de los versos (¿un amante, un colaborador literario?) y siguen con el bello joven protagonista de varios.
    La presencia de Dark Lady en los sonetos del 127 al 152 presenta una relación turbulenta y carnal muy diferente a la domesticidad apagada de su matrimonio. Esa dama de los “ojos negros como el cuervo” le provoca al autor repulsión, lujuria, desesperación y celos cuando ella seduce a su joven amigo o se ve con otros pretendientes.
    La irrupción de la meretriz Black Luce está lejos de disipar las intrigas en torno a los apasionados sonetos. Teniendo en cuenta la discusión que provoca cualquier detalle de la obra de Shakespeare, el hallazgo del profesor Salkeld no será la última conjetura sobre los estudiosos de la obra del genio.

    No es un piropo, es acoso

    Si la misma autoridad no nos protege, ¿quién lo hará?
    Cinthia Membreño

    Desde hace varios años le he declarado la guerra a los hombres morbosos de la calle. He peleado con ellos, llamado a locales para quejarme de su acoso y aguantado las reacciones que tienen estos tipos al toparse con una mujer que demanda el respeto que se merece. Ayer, mientras visitaba la Comisaría de la Mujer, en Chinandega, también me encontré con los mismos ignorantes, sólo que esta vez no estaban vestidos de civiles.
    Al ingresar a las oficinas de la institución, unos oficiales (que no portaban el uniforme regular, sino uno azul oscuro, como el de las tropas especiales) me vieron pasar un par de veces mientras hacía las diligencias pertinentes para que me brindaran información de un tema que estoy investigando. La primera vez que pasé, uno de ellos me miró morbosamente de arriba hacia abajo, la segunda vez volvió a hacer lo mismo y, en la tercera, me dijo: “Ya sabés que voy a estar aquí para vos amor, cuando querrásssssss” (aquella “s” enfatizada, ¿no?)

    La sangre se me subió a la cabeza. Me dirigí hacia él y le dije que me parecía irónico que, estando en un lugar donde se supone defienden los derechos de las mujeres, lo menos que se hace es respetarlas. En lugar de escuchar una  disculpa, los oficiales que estaban sentados a lo largo del pasillo por donde yo caminaba empezaron a burlarse de quien les exigía respeto. Lo que más me indignó fue que, al continuar mi camino, volteé la mirada hacia la puerta que estaba a mi derecha y vi un cartel que decía “¡Qué tuani es respetar a las mujeres!”. Tremenda ironía. 
    Este tipo de hombres se hacen o son. No saben que, al desarrollar su trabajo, están representando a la empresa o institución que les ha dado un empleo. Sea la Policía Nacional, un restaurante, un hotel, la compañía de seguridad en la que trabajan, lo que sea. No comprenden que cuando se habla de ellos, la gente se expresa diciendo “tal por cual, que trabaja en tal lugar”. Me parece que no es necesario que se los expliquen. Y aunque lo hicieran, les gana el machismo, el morbo, las hormonas. 
    Recuerdo que una vez, mientras caminaba por la calle, un hombre me siguió por un buen trecho. Calzaba botas de militar y tenía una pistola guindada en el fajón que rodeaba su cadera. Eran casi las 7 am. Cuando vi que por cada cambio de acera que yo hacía él seguía mis pasos e insistía en decirme cosas (que francamente ahora no recuerdo), lo encaré.
    Lo primero que le pregunté a aquel hombre fue si tenía esposa o hijas. Él, como todo idiota, pensó que me le estaba insinuando y asintió con una sonrisa burlona. Cuando le pregunté qué sentiría si un hombre como él anduviera siguiendo a sus familiares, diciéndoles morbosidades, él respondió: “Mientras no las toquen”. Yo quedé perpleja.
    Aquí, si no hay sangre, no hay crimen. Si no hay cicatrices relevantes, tampoco. El machismo hace pensar que decir un piropo morboso es el equivalente a enamorar, cuando es acoso. Incluso un silbido lo es dependiendo del contexto en el que se haga. Si se tira un beso, si se queda viendo de manera anormal. Ese tipo de cosas son acoso, punto. Lo que pasa es que aquí, en este país, estamos acostumbrados a clasificar ese tipo de cosas como enamoramiento, y no lo es.
    Ese grupo de hombres que se caracteriza por decir morbosidades, no importa si son civiles o policías, son machistas por igual. El asunto aquí es que si la misma autoridad nicaragüense, la que debe velar por nuestra seguridad, está conformada (en mayor o menor medida) por ese grupo de gente, es deplorable el ejemplo que le dan a la sociedad.
    Me vale que cuando reclame mis derechos me digan delicada o que –como muy recientemente he escuchado– me tachen de feminista (porque ahora lo dicen como que fuera un mal). Me vale. Mientras yo no pelee porque se me respete, nadie, ni la Policía Nacional, al parecer, lo va a hacer por mí.
    Sin embargo, es hasta que este tipo de cosas pasan, que realmente se reacciona. No se previene, no se educa y, quién sabe, si se reprenda. ¿Tendremos que llegar al punto de que los adolescentes acosen físicamente a las mujeres, como en Egipto? Para seguir con el debate sobre este tema, recomiendo que lean este ensayo de Sofía Montenegro sobre el odio hacia las mujeres.
    Hasta la próxima entrada. 

    LA CALIDAD DE LA EDUCACION EN NICARAGUA


    Así como hay cosas (muy pocas) que se le tienen que reconocer como aciertos al gobierno de Daniel Ortega, hay muchísimas cosas que hay que denunciar y criticar.
    La prioridad de todo gobierno interesado en el avance y progreso del pueblo, debe ser la educación. Esos setenta años que nos faltan para llegar a tener las condiciones económicas actuales de Costa Rica, se deben a la poca atención que los gobiernos anteriores y sobre todo el actual le han prestado al sector educativo nacional.
    No se debe llorar sobre la leche derramada, pero es imperativo señalar los errores actuales para tratar de acortar esos setenta años de distancia con el vecino país del sur.
    Se sabe que el presupuesto nacional no cubre los gastos fundamentales del pueblo nicaragüense y que para ajustarlo a su nivel mínimo de cobertura, hay que apelar a la caridad internacional de la Unión Europea. Sin embargo, sabiendo eso, funcionarios de este gobierno y hasta el propio presidente se encargaron de que esa ayuda europea se alejara del país. Sin esa ayuda se tuvo que reajustar el escuálido presupuesto nacional y la tuerca la socaron por donde más perjudica, por el sector educativo, lo que incide en la mala preparación de los maestros porque no hay dinero para organizar las capacitaciones necesarias para mantener actualizados a los sufridos maestros. Los sueldos más bajos de la región, junto a la ausencia de capacitaciones, no puede producir otra cosa que profesores descontentos y deficientes, deficiencias que inciden en una mala preparación de los estudiantes de primaria.
    A siete mil kilómetros de distancia, en un país en crisis pero desarrollado, se está jugando un partido de futbol, uno de los llamados clásicos por la calidad de los contendientes: el barza, que ya es más famoso que los yankes de Nueva York y el equipo merengue, que ya es más famoso que los Dodgers de Los Ángeles. Por la diferencia de hora, allá son las nueve de la noche y aquí las dos de la tarde. En Barcelona las escuelas de secundaria ya están cerradas, pero en Managua están en mera actividad y por lo tanto, la población estudiantil de secundaria está despejando ecuaciones, estudiando a los grandes filósofos, aprendiendo la situación de los ríos, lagos y volcanes más importantes del mundo, ejecutando experimentos en el laboratorio de química y conjugando los verbos irregulares. En la entrada del colegio se encuentran como cincuenta autobuses blancos estacionados y con la puerta de abordar abierta. De pronto se escucha la algarabía de una estampida de estudiantes que abordan los autobuses atropelladamente, urgiendo al conductor para llegar a tiempo a la cita deportiva intercontinental y admirar la destreza de Cristiano y de Messi. ¡Qué viva el futbol y que muera el saber! Ese es el mensaje que les envía la pareja feudal a los estudiantes de secundaria, a cambio de sus votos para Noviembre.
    Esa es la clase de gobierno que nos embrutece y esa es la clase de  dictador retrógrado y perverso, al que se debería condenar a beber la cicuta por corromper a la juventud.

    Jorge J Cuadra V

    LA MUERTE DE LA CONVERSACION


    Acabo de leer en internet que a la entrada de algunos restaurantes europeos les decomisan a los clientes sus teléfonos celulares. 
    Según la nota, se trata de una corriente de personas que busca recobrar el placer de comer, beber y conversar sin que los ring tones interrumpan, 
    ni los comensales den vueltas como gatos entre las mesas mientras hablan a gritos.

     La noticia me produjo envidia de la buena.
     Personalmente , ya no recuerdo lo que es sostener una conversación de corrido, larga y profunda, bebiendo café o chocolate, 
    sin que mi interlocutor me deje con la palabra en la boca, porque suena su celular. En ocasiones es peor. 
    Hace poco estaba en una reunión de trabajo que simplemente se disolvió porque tres de las cinco personas que estábamos en la mesa empezaron a atender 
    sus llamadas urgentes por celular. Era un caos indescriptible de conversaciones al mismo tiempo. 

    Gracias al celular, la conversación se está convirtiendo en un esbozo telegráfico que no llega a ningún lado. El teléfono se ha convertido en un verdadero intruso.
     Cada vez es peor. Antes, la gente solía buscar un rincón para hablar. Ahora se ha perdido el pudor. Todo el mundo grita por su móvil, desde el lugar mismo en que se encuentra. 
    No niego las virtudes de la comunicación por celular. La velocidad, el don de la ubicuidad que produce y por supuesto, la integración que ha propiciado para muchos sectores 
    antes al margen de la telefonía. Pero me preocupa que mientras más nos comunicamos en la distancia, menos nos hablamos cuando estamos cerca. 

    Me impresiona la dependencia que tenemos del teléfono. Preferimos perder la cédula profesional que el móvil, pues con frecuencia, la tarjeta sim funciona más que nuestra propia memoria. El celular más que un instrumento, parece una extensión del cuerpo, y casi nadie puede resistir la sensación de abandono y soledad cuando pasan las horas y este no suena.  Por eso quizá algunos nunca lo apagan. ¡Ni en cine! He visto a más de uno contestar en voz baja para decir: "Estoy en cine, luego te llamo". 
    Es algo que por más que intento, no puedo entender.

    También puedo percibir la sensación de desamparo que se produce en muchas personas cuando las azafatas dicen en el avión que está a punto de despegar
     que es hora de apagar los celulares, sin embargo las líneas aéreas están tratando de eliminar esta prohibición.  Y he sido testigo de la inquietud que se desata cuando suena uno de los timbres más populares y todos en acto reflejo 
    nos llevamos la mano al bolsillo o la cartera, buscando el propio aparato.  
    Pero de todos, los Blackberry merecen capítulo aparte. Enajenados y autistas...  Así he visto a muchos de mis colegas, absortos en el chat de este nuevo invento.
     La escena suele repetirse. El Blackberry en el escritorio. Un pitido que anuncia la llegada de un mensaje, y el personaje que tengo enfrente se lanza sobre el teléfono. 
    Casi nunca pueden abstenerse de contestar de inmediato. Lo veo teclear un rato, masajear la bolita, y sonreír; luego mirarme y decir: "¿En qué íbamos?".  Pero ya la conversación se ha ido al traste. No conozco a nadie que tenga Blackberry y no sea adicto a éste. 

    Alguien me decía que antes, en las mañanas al levantarse, su primer instinto era tomarse un buen café. Ahora su primer acto cotidiano es tomar su aparato y responder al instante todos sus mensajes. Es la tiranía de lo instantáneo, de lo simultáneo, de lo disperso, de la sobredosis de información y de la conexión con un mundo virtual que terminará acabando con el otrora delicioso placer de conversar con el otro, frente a frente.  

    *** Anónimo ***

    En la sombra de Hiroshima


    El 6 de agosto, aniversario de Hiroshima, debería ser un día de reflexión sombría, no sólo acerca de los sucesos terribles de esa fecha en 1945, sino también sobre lo que revelaron: que los seres humanos, en su dedicada búsqueda de medios para aumentar su capacidad de destrucción, finalmente habían logrado encontrar una forma de acercarse al límite final.
    Los actos en memoria de ese día tienen un significado especial este año. Tienen lugar poco antes del 50 aniversario del momento más peligroso en la historia humana, en palabras de Arthur M. Schlesinger Jr, historiador y asesor de John F. Kennedy, al referirse a la crisis de los misiles cubanos.
    Graham Allison escribe en la edición actual de Foreign Affairs que Kennedy ordenó acciones que él sabía aumentarían el riesgo no sólo de una guerra convencional, sino también de un enfrentamiento nuclear, con una probabilidad que él creía de quizá 50 por ciento, cálculo que Allison considera realista. Kennedy declaró una alerta nuclear de alto nivel que autorizaba a aviones de la OTAN, tripulados por pilotos turcos (u otros), a despegar, volar a Moscú y dejar caer una bomba.
    Nadie estuvo más asombrado por el descubrimiento de los misiles en Cuba que los hombres encargados de misiles similares que Estados Unidos había emplazado clandestinamente en Okinawa seis meses antes, seguramente apuntados hacia China, en momentos de creciente tensión.
    Kennedy llevó al presidente soviético Nikita Krushov hasta el borde mismo de la guerra nuclear y él se asomó desde el borde y no tuvo estómago para eso, según el general David Burchinal, en ese entonces alto oficial del personal de planeación del Pentágono.
    Uno no puede contar siempre con tal cordura. Krushov aceptó una fórmula planteada por Kennedy poniendo fin a la crisis que estaba a punto de convertirse en guerra. El elemento más audaz de la fórmula, escribe Allison, era una concesión secreta que prometía la retirada de los misiles estadunidenses en Turquía en un plazo de seis meses después de que la crisis quedara conjurada. Se trataba de misiles obsoletos que estaban siendo remplazados por submarinos Polaris, mucho más letales.
    En pocas palabras, incluso corriendo el alto riesgo de una guerra de inimaginable destrucción, se consideró necesario reforzar el principio de que Estados Unidos tiene el derecho unilateral de emplazar misiles nucleares en cualquier parte, algunos apuntando a China o a las fronteras de Rusia, que previamente no había colocado misiles fuera de la URSS. Se han ofrecido justificaciones, por supuesto, pero no creo que soporten un análisis. Como principio acompañante de esto estaba que Cuba no tenía derecho de poseer misiles para su defensa contra lo que parecía ser una invasión inminente de Estados Unidos.
    Los planes para los programas terroristas de Kennedy, Operación mangoose (mangosta), establecían una revuelta abierta y el derrocamiento del régimen comunista en octubre de 1962, mes de la crisis de los misiles, con el reconocimiento de que el éxito final requerirá de una intervención decisiva de Estados Unidos.
    Las operaciones terroristas contra Cuba son descartadas habitualmente por los comentaristas como travesuras insignificantes de la CIA. Las víctimas, como es de suponerse, ven las cosas de una forma bastante diferente. Al menos podemos oír sus palabras en Voces desde el otro lado: Una historia oral del terrorismo contra Cuba, de Keith Bolender.
    Los sucesos de octubre de 1962 son ampliamente aclamados como la mejor hora de Kennedy. Allison los ofrece como una guía sobre cómo restar peligro a conflictos, manejar las relaciones de las grandes potencias y tomar decisiones acertadas acerca de la política exterior en general. En particular, los conflictos actuales con Irán y China.
    El desastre estuvo peligrosamente cerca en 1962 y no ha habido escasez de graves riesgos desde entonces. En 1973, en los últimos días de la guerra árabe-israelí, Henry Kissinger lanzó una alerta nuclear de alto nivel. India y Pakistán han estado muy cerca de un conflicto atómico. Ha habido innumerables casos en los que la intervención humana abortó un ataque nuclear momentos antes del lanzamiento de misiles por informes falsos de sistemas automatizados. Hay mucho en que pensar el 6 de agosto.
    Allison se une a muchos otros al considerar que los programas nucleares de Irán son la crisis actual más severa, un desafío aún más complejo para los formuladores de política de Estados Unidos que la crisis de los misiles cubanos, debido a la amenaza de un bombardeo israelí. La guerra contra Irán está ya en proceso, incluyendo el asesinato de científicos y presiones económicas que han llegado al nivel de guerra no declarada, según el criterio de Gary Sick, especialista en Irán. Hay un gran orgullo acerca de la sofisticada ciberguerra dirigida contra Irán.
    El Pentágono considera la ciberguerra como acto de guerra, que autoriza al blanco a responder mediante el empleo de fuerza militar tradicional, informa The Wall Street Journal. Con la excepción usual: no cuando Estados Unidos o un aliado es el que la lleva a cabo. La amenaza iraní ha sido definida por el general Giora Eiland, uno de los máximos planificadores militares de Israel, “uno de los pensadores más ingeniosos y prolíficos que (las fuerzas militares israelíes) han producido. De las amenazas que define, la más creíble es que cualquier enfrentamiento en nuestras fronteras tendrá lugar bajo un paraguas nuclear iraní.
    En consecuencia, Israel podría verse obligado a recurrir a la fuerza. Eiland está de acuerdo con el Pentágono y los servicios de inteligencia de Estados Unidos, que consideran la disuasión como la mayor amenaza que Irán plantea. La actual escalada de la guerra no declarada contra Irán aumenta la amenaza de una guerra accidental en gran escala. Algunos peligros fueron ilustrados el mes pasado, cuando un barco estadunidense, parte de la enorme fuerza militar en el Golfo, disparó contra una pequeña nave de pesca, matando a un miembro de la tripulación india e hiriendo a otros tres.
    No se necesitaría mucho para iniciar otra guerra importante. Una forma sensata de evitar las temidas consecuencias es buscar la meta de establecer en Oriente Medio una zona libre de armas de destrucción masiva y todos los misiles necesarios para su lanzamiento, y el objetivo de una prohibición global sobre armas químicas -lo que es el texto de la resolución 689 de abril de 1991 del Consejo de Seguridad, que Estados Unidos y la Gran Bretaña invocaron en su esfuerzo por crear un tenue cobertura para su invasión de Iraq, 12 años después.
    Esa meta ha sido un objetivo árabe-iraní desde 1974 y para estos días tiene un apoyo global casi unánime, al menos formalmente.
    Una conferencia internacional para debatir formas de llevar a cabo tal tratado puede tener lugar en diciembre. Es improbable el progreso, a menos que haya un apoyo público masivo en Occidente. De no comprenderse la importancia de esta oportunidad se alargará una vez más la fúnebre sombra que ha oscurecido el mundo desde aquel terrible 6 de agosto.
    (Tomado de  La Jornada)

    Ana Ilce Gómez

    Ana Ilce Gómez, como toda escritora escribió poemas no necesariamente sobre sí misma, sino sobre el modelo del rol de la mujer que observaba


    “La que escribe no
    soy yo, sino la otra.
    Esa que viene del pasado
    asediada y urdida
    por sus fieles demonios
    y sus lívidos ángeles.
    No soy yo sino
    ella la que canta
    La que elige el azar y la
    clarividencia ella la
    que dicta las palabras”
    Ana.

    (por Vidaluz Meneses)
    Leo con devoción a Ana Ilce desde mi adolescencia. Siendo contemporánea de ella y de Michele Najlis, a diferencia de Michele con quien coincidimos en el mismo colegio, con Ana Ilce no fuimos amigas sino años más tarde. No formamos grupo literario entre nosotras y cuando nos integramos a alguno, Michele optó por Ventana con escritores de izquierda y yo por Presencia, con escritores cristianos que igualmente se declararon por un cambio social, radical, para Nicaragua.
    Ana Ilce permaneció solitaria, pero abierta a la amistad de escritores como Roberto Cuadra, cofundador de La Generación Traicionada y Jorge Eduardo Arellano, que a su vez la relacionaron con otros de los que guarda un recuerdo entrañable, su coterráneo, Mario Cajina Vega y el capitalino, narrador urbano, Juan Aburto.
    Siempre encontré en la poesía de Ana Ilce una voz sorprendentemente madura en su contenido e impecable en su forma, sobre esto último, fácil me resultó entender que Pablo Antonio Cuadra, mentor de nuestra generación, escribiese, al publicarse Las Ceremonias del silencio, primer libro de Ana Ilce: “Aquella galantería de Bécquer, poesía eres tú, resulta en Ana Ilce una afirmación no gentil, sino estilística. Ana es su forma”, para PAC Ana Ilce se hacía poema.
    ·        “Conny Palacios considera que en Las ceremonias del silencio, la manifestación del feminismo no es agresiva, sino doliente. Ana Ilce, siempre comparándola con CMR, tampoco ha tenido mucha prisa en publicar, pero dos libros bastan para dejarla ubicada como una extraordinaria poeta ”.

    Vidaluz Meneses, escritora
    ·        La imagen femenina
    En el año 2004 integré el Jurado del Premio Nacional de Poesía Mariana Sansón Argüello, convocado por la Asociación Nicaragüense de Escritoras y en mi elección del mejor coincidí con mis colegas en la selección de Poemas de lo humano cotidiano resultando, para nuestra alegría, que su autora era Ana Ilce Gómez. Tan impecable factura la hizo acreedora del premio por unanimidad.

    Mi resistencia a la imagen femenina y contenido de los poemas en Las ceremonias del silencio , fue superada en este segundo poemario por la lectura de una Ana Ilce crecida en su ser mujer, descubriendo Otro primer día de la creación , como tituló su primer poema y evocando a diversas generaciones de mujeres de la historia de la humanidad, inmoladas por transgresoras, pero eternas, trascendentes, a quienes convida a pulsar con alegría todas las guitarras del mundo.

    Una Ana Ilce que desentraña el misterio de la mujer y la “diosa blanca”, como designa el poeta Robert Graves a la poesía y se reconoce dualidad viviente, asumiéndose como tal en su poema, Ella.
    Ana Ilce utiliza un rico lenguaje expresado en imágenes con perfecto equilibrio. Poesía de tono reflexivo, sabia, reposada e íntima, que transita por los grandes temas de todos los tiempos: la vida, la muerte, el amor, la soledad.
    El título de mi exposición de hoy, lo escribí basada en el verso final de la última estrofa de un poema de Ana Ilce que dice:

    Entonces no presentía en mí la mano que
    comenzaba a dibujar el canto,
    ni el pie desesperado trazando surcos de vida
    para el hombre,
    ni a esta mujer que hoy soy,
    de sombras y soles incendiada, sitiada
    por el fuego del amor,
    ulcer ada por la pasión de la Palabra.
    En su presentación, en El autor y su obra , Ana Ilce demostró con una buena cantidad de poemas, de qué manera la palabra tiene una importancia vital para ella. Me hizo recordar una conversación reciente con el poeta Fernando Silva que me decía “la palabra es una cosa muy seria, yo no escribo con la lengua sino con las palabras que son el verbo y acordate que el verbo se hizo carne”, la palabra pues, es sagrada.

    LOS POEMAS
    Si bien afirmo mi admiración por Las ceremonias del silencio , desde que lo leí, no compartí el sentimiento de mujer sojuzgada y vencida expresado en muchos de sus poemas; particularmente recuerdo el verso: mujer pospuesta como postre a la mesa u otro: Así el olvido de innumerables siglos /arrimará su sombra un día /junto a mi puerta /y yo estaré vencida. Así el amor. En otro, escribe desolada: donde jamás me buscaste ni te hallaste / para trocar tu victoria en mi derrota / y mi muerte en tu vida. Por eso, entre tanta desolación, yo rescato el poema Yo he militado , que dice:

    YO HE MILITADO
    Yo he militado no sin gloria
    en las lides del amor
    y mi obra no podrán destruirla
    ni las lluvias persistentes
    ni la perenne marcha del tiempo.
    Porque mi arte no fue inútil
    ni siquiera contigo,
    contigo que jurabas no conocerme
    pero que un día llenaste
    la ciudad entera con mi nombre

    Este poema me encanta y lo asumo plenamente, proviene de una mujer triunfadora, pero es importante que nos fijemos en qué se basa la victoria de la poeta, no en que es la más bonita del barrio, sino en el dominio del ars poética, cuando se refiere a “su arte” es que ella es consciente de la excelencia de su oficio que la va a llevar a trascender, luego viene el jaque mate a quien pretendió ignorarla: pero que un día llenaste / la ciudad entera con mi nombre.
    Ana Ilce, como toda escritora escribió poemas no necesariamente sobre sí misma, sino sobre el modelo del rol de la mujer que observaba, tal como lo compartió en el recital que dio en el Instituto Nicaragüense de Cultura Hispánica, al leer el poema Singer 63, ella dijo: “Este poema . no fue dedicado particularmente a mi mamá, pero pienso que fue ella la que lo inspiró.

    LAS CEREMONIAS DEL SILENCIO
    Cuando salió publicado su libro, Las ceremonias del silencio, fue para mí equivalente a La insurrección solitaria de Carlos Martínez Rivas, por la belleza y originalidad de sus poemas y su maestría al escribirlos, aunque sin el estilo hermético de ese gran poeta, por eso no me sorprendió la apreciación de Beltrán Morales, aunque no exenta de una visión patriarcal en cuanto al paradigma o modelo estético, cuando expresó lo siguiente: La poesía que Ana Ilce escribe, sin dejar de ser ni por un momento la poesía de una mujer sumamente sensible, es como si hubiera sido escrito por un poeta del sexo masculino, en este sentido: la técnica que domina es patrimonio exclusivo de algunos maestros, brujos y hechiceros de la tribu; y no de maestras, brujas y hechiceras. Ana Ilce se ha apropiado de un “culto, un rito, un lenguaje” que son ya suyos y que nos devuelve con la misma propiedad y sabiduría con que los varones de estirpe poética suelen dárnoslos.
    Si nos fijamos, al decir los maestros, brujos y hechiceros de la tribu, se está refiriendo a un grupo cercano, del país, del territorio nacional, no del universo, o sea que bastan los grandes poetas locales para tener un punto de referencia válido y en ese sentido, no deja de tener razón Beltrán, porque hasta le fecha y pese a las incipientes investigaciones que se están realizando en nuestro medio, no se ha encontrado un par mujer de Rubén Darío.

    miércoles, 29 de agosto de 2012

    Caricatura para reflexionar


    Otra más del orteguismo


    El día de ayer, Juan Carlos Pineda Menjíbar, empresario sandinista, inició una huelga de hambre, en el parque de Somoto, acompañado por su familia. Pineda alega ser un perseguido político, acosado por un jefe policial de la localidad y por el secretario político departamental del FSLN, que según dice, le han mandado a cerrar su restaurante en varias ocasiones, lo han multado y finalmente le clausuraron el negocio de manera definitiva.

    En el mismo departamento de Madriz, no hace mucho, recién pasadas las elecciones fraudulentas de noviembre del año pasado, unos jefes policiales y un secretario político del departamento, se conjuraron para asesinar a José Mercedes Pérez Torrez y sus dos hijos, de la comunidad de El Carrizo, cuyo único delito era ser opositores. Los tribunales de justicia los trataron con guante de seda y en muy poco tiempo, con seguridad, los encontraremos en la calle disfrutando de libertad.

    Desgraciadamente no se trata de casos aislados y excepcionales, sino de la conducta sistemática de agentes del régimen orteguista contra todo aquel que se interponga en su camino de concentración de poder político y económico. Aquellas personas que no son comprables, que no practican la autocensura, que hablan, reclaman y pretenden ejercitar sus derechos; todas aquellas personas consideradas un obstáculo al régimen y sus argollas de poder en todas las localidades, son acosadas, despedidas de sus trabajos, hostigadas en su modo de vida, en sus negocios, o en el ejercicio de su profesión u oficio; son hostilizadas por las instituciones del gobierno que les hacen la vida imposible. En otros casos, las personas son hostigadas, perseguidas, amenazadas mediante llamadas telefónicas, secuestradas y golpeadas, como fue el caso de la joven Lisseth, una de las que protestaba frente al edificio del Consejo Supremo Electoral y hasta asesinadas como el conocido caso de El Carrizo en San José de Cusmapa.

    Esos son los rasgos inconfundibles que caracterizan a una dictadura y el pueblo nicaragüense ya vivió esa cruda realidad. A contrapelo de quienes afirman que este régimen es, solamente, un gobierno de mano un poco pesada, que garantiza estabilidad y seguridad, la realidad se encarga de subrayar lo contrario. No se aporta a la estabilidad y a la seguridad condenando a las personas a la quiebra, la insolvencia bancaria, el desempleo y la pobreza, por la razón que sea. Tampoco se cultiva la estabilidad y la seguridad, manteniendo una sistemática persecución política contra las voces discordantes.

    Son esos hechos: la reelección inconstitucional, los fraudes electorales, la violación a los derechos políticos, económicos y sociales del pueblo nicaragüense los que afirman la ilegalidad y la ilegitimidad del régimen. El orteguismo, consciente de esa situación, ya está tendiendo los hilos para un nuevo pacto político después de las votaciones de noviembre, confiado en que encontrará un nuevo acompañante en esa aventura.

    Como hemos dicho repetidamente, solamente tenemos a mano la movilización y la protesta ciudadana.  No el voto, que ni será contado.  Sólo la protesta y la movilización del pueblo. Ese es nuestro imperativo.

    América Latina: no es la democracia, es su calidad


    En América Latina ya no es suficiente una mera arquitectura electoral robusta sino que es indispensable dotarse de políticas públicas efectivas, mayor nivel de consenso y legitimidad y una ciudadanía de alta intensidad

    Con humor algo macabro, Moisés Naím escribió hace tiempo: “En 2003, América Latina tuvo otro año normal: el crecimiento económico fue bajo; la inestabilidad, alta; la pobreza, generalizada; la desigualdad, profunda, y la política, feroz. En otras palabras: nada nuevo”. Casi una década más tarde, por fortuna, el panorama regional parece menos pesimista y el desafío ya no es, por regla general, la normalidad electoral, sino alcanzar una democracia gobernable, sostenible y de calidad.
    En efecto, en los últimos años, visiblemente tras la crisis financiera internacional de 2008-2009, América Latina ha mostrado un desempeño mucho mejor que en su larga historia de inestabilidad económica, gracias, entre otras cosas, a la adopción de políticas fiscales y monetarias prudentes, y a la corrección de algunos de los problemas estructurales típicos durante los años setenta y ochenta.
    Al mismo tiempo, salvo episodios como la ruptura del orden constitucional en Paraguay; las viejas interrogantes sobre la transición en Cuba; la violencia y la fragilidad institucional, en México y Centroamérica, en materia de seguridad pública, o las graves dudas acerca del funcionamiento democrático en Venezuela, la región vive una etapa de elecciones libres, imparciales y competitivas, y un respeto al menos básico al marco de libertades civiles y políticas.
    Finalmente, a pesar de que subsisten los niveles endémicos de pobreza y mala distribución del ingreso, en la década pasada la región experimentó un giro distributivo positivo, debido al crecimiento provocado por el sector externo, la mejor calificación relativa de la mano de obra y las políticas de combate a la pobreza. Entre 2000 y 2010, por ejemplo, la desigualdad ha disminuido en 13 de los 17 países para los cuales se tiene información en América Latina; el ingreso promedio de los latinoamericanos ha aumentado un 30%; la proporción del consumo nacional que recibe el 20% de los hogares más pobres ha crecido en la mayoría de los países y unos 73 millones de personas salieron de la pobreza.
    Sin embargo, sin demeritar esos logros, o quizá porque ellos han colocado el listón más alto, América Latina y el Caribe afrontan problemas de nuevo tipo que pueden tener una incidencia directa no sobre la democracia formal sino sobre su calidad; no sobre la consolidación de los regímenes políticos sino sobre la indiferencia ciudadana por algunos de ellos; no sobre la reducción de la pobreza sino sobre la incapacidad de reducir la desigualdad e integrar a la población pobre al consumo y el empleo calificado, y no sobre la estabilidad macroeconómica sino sobre el crecimiento insuficiente, improductivo y de baja competitividad.
    La región vive una etapa de elecciones libres, imparciales y competitivas y un respeto a las libertades
    Con diversas modalidades, acentos y enfoques, hay nuevos retos. Si en los años setenta la respuesta fácil era democratizar y, en los años ochenta y noventa, hacer las reformas macroeconómicas, modernizar el mercado y la apertura comercial, ahora no hay respuestas fáciles para los mayores desafíos de la región: afianzar e incrementar la calidad de la democracia y la gobernabilidad; disminuir los niveles de pobreza y desigualdad, y combinar y consolidar las diversas reformas para asegurar la inclusión social y una menor inequidad.
    Hay un acuerdo muy extendido en que en la región se observan signos de estancamiento económico, de disfuncionalidad institucional y de reorientación de las prioridades que han producido tanto escepticismo, desencanto e incluso oposición hacia las reformas pasadas como confusión e incertidumbre respecto del diseño político hacia el futuro.
    La euforia inicial que generó el retorno de la democracia en algunas naciones, su perfeccionamiento en otras, o su establecimiento por vez primera en algunas más con escasa tradición democrática, ha sido de alguna manera reemplazada por una creciente desilusión con el funcionamiento de las instituciones representativas.
    El Latinobarómetro más reciente (2011) ofrece hallazgos reveladores. Por ejemplo, el apoyo a la democracia, es decir, la aceptación de que es un régimen preferible a los demás, se redujo del 61% al 58% desde 2010; 14 de los 18 países de la región registran una disminución: Guatemala y Honduras en 10 puntos porcentuales, Brasil y México 9, Nicaragua 8, y Costa Rica y Venezuela 7. Pero la satisfacción con la democracia, es decir, la percepción de que funciona bien, apenas alcanza un 39% en la región.
    Este panorama supone fenómenos que son tanto inéditos para su diagnóstico como riesgosos para la gobernabilidad. Por un lado inéditos, porque es probable que reflejen una diferente composición demográfica de la sociedad; nuevas formas de interacción, organización y participación ciudadana 2.0; grupos de población en edades medias, más demandantes, y más integrados en las clases medias, que ya son un tercio de la población regional; categorías analíticas y motivaciones distintas a las de generaciones anteriores pero con las que coexisten; una vida pública con crecientes grados de “desintermediación” entre organizaciones tradicionales y sociedad, y, en suma, una comunicación más horizontal y directa que prefigura lo que se empieza a llamar e-democracia.
    Y por otro son peligrosos porque ese ánimo ciudadano, esa inferencia de que el ladrillo democrático era automáticamente la casa del bienestar compartido y colectivo, ha incentivado demandas sociales más rápidas y visibles, respuestas políticas más efectistas que efectivas, y, por ende, como es evidente en los casos de Bolivia y Ecuador, el regreso a prácticas que se creían desterradas y a cierto grado de disolvencia institucional que, pasado el impacto de corto plazo de esas políticas, pueden contribuir a profundizar la insatisfacción, al abuso de poder o a querer desandar las reformas realizadas hasta ahora, en lugar de intentar nuevas reformas más creativas e imaginativas.
    Es creciente la desilusión con el funcionamiento de las instituciones representativas
    En el mejor de los escenarios, es probable que este paisaje no se convierta en un factor de corrosión de la democracia formal en América Latina sino que inhiba su calidad. ¿Por qué? Las explicaciones son múltiples y quizá la más inmediata es que, en casos como el de México, la generación de expectativas fue tan elevada y los resultados tan precarios que la sociedad atribuyó a la democracia el logro de metas que ésta no proporciona directamente. Y, en otros, como Chile, porque su éxito ha sido tal que quizá estén ingresando a una especie de sociedad posdemocrática, donde este valor es desplazado por la búsqueda de otros más decisivos para el ciudadano y que le importan más en sus vidas.
    Pero este desencanto y esa confusión existen y han producido una disonancia. Una cosa es que la democracia no provea de todo lo que se desea y otra, muy diferente, que la democracia sea exclusivamente una herramienta para organizar elecciones y formar gobiernos. Esto, explicablemente, ha introducido una seria debilidad asociada con los hábitos políticos actuales.
    Si los únicos indicadores para medir la eficacia de los gobiernos son las políticas populistas, los controles corporativos de las clientelas y de las instituciones locales, el manejo mediático y las victorias electorales resultantes, entonces la esencia de la democracia empieza a perder sentido, se vacía de sustancia, se reduce a una “democracia mínima”, como afirma Marcel Gauchet , y a ser “presa de una suave autodestrucción, que deja su principio intacto pero que tiende a privarla de eficacia”.
    Este fenómeno tiene por supuesto su contraparte en los grados de vigor ciudadano de suerte que pone a la región en el imperativo de preguntarse si lo que hoy tiene América Latina es una democracia de electores, una democracia de ciudadanos o una democracia sin ciudadanos (Victoria Camps) que mina la formación de capital social, estimula el debilitamiento institucional y no fomenta una democracia consolidada, es decir, con patrones representativos y funcionales, sino otra de baja institucionalidad y escasa eficacia gubernamental.
    En América Latina ya no es suficiente una mera arquitectura electoral robusta, como ejemplifica el caso de las elecciones presidenciales mexicanas recientes, que organiza la competencia política bajo reglas democráticas sino que es indispensable dotarla de nuevos contenidos y satisfactores en un contexto de políticas públicas efectivas y con mayor nivel de consenso y legitimidad, de una ciudadanía de alta intensidad, y de una gestión gubernamental innovadora, efectiva y responsable. En suma, la apuesta es ahora por una democracia sostenible y de calidad.
    Otto Granados es director del Instituto de Administración Pública del Tecnológico de Monterrey.

    martes, 28 de agosto de 2012

    De votos y ganancias



    Onofre Guevara López
    “¿Qué se va a ganar con no votar?” Con esta pregunta, Carlos Fernando Chamorro ha tratado de provocar en sus entrevistados una respuesta que aclare y justifique la abstención ante sus televidentes. Una pregunta a la cual se puede responder que no se gana nada, pues una acción que no se realiza, no puede generar nada. No obstante, si el gesto cívico de no votar fuera seguido de una fuerte acción de masas, tampoco produciría ganancias de tipo material, pero sí beneficios de carácter cívico-político.
    Es lo contrario con la interrogante ¿qué se gana con votar?, que tiene muchas respuestas –digamos, “positivas”—, en primer lugar, de los candidatos, porque esperan ganar una alcaldía o una concejalía. En segundo lugar, de sus partidarios, quienes, además de que esperan ver ganar  a su candidato preferido, ganan esperanzas en su gestión política y, en última instancia, hasta podrían tener la esperanza de ganarse un empleo, según sus vínculos con el triunfador.
    Pero la clave política del asunto electoral está en la respuesta a la primera pregunta, “¿qué se va a ganar con no votar?”. Esta tiene varias respuestas afirmativas que no se refieren a la esperanza de ver ganar a nadie, porque sencillamente no tiene para qué votar, mucho menos ganar la esperanza de producir los cambios que el país requiere para lograr avances democráticos. Se trata, entonces, de salirse de la simple lógica de la pregunta.
    Es que la simple lógica no armoniza siempre con la dinámica del pensamiento ni con los fenómenos sociales y políticos. Por ejemplo, no votar es cuestión de voluntad, criterio y conciencia. Y nada de esto funciona con exactitud matemática, como el acto de votar para ganar o para perder. Es claro que la respuesta para esta pregunta no se agota con decir que no votando no se gana nada. Cierto, no se gana nada respecto a los resultados electorales –sean o no robados los votos—, siempre que la actitud de abstenerse venga sola. Es decir, si todo termina con la decisión de no votar. Pero si junto a esa decisión vienen otras decisiones referidas a la lucha por crear condiciones para conseguir elecciones democráticas, transparentes y honestamente administradas, pues sí, queda mucho por ganar.
    Aunque no en su orden de importancia, hay posibles utilidades derivadas de la actitud de no votar, pero seguida de la acción política:
    Se gana conciencia de que junto a la decisión de no votar, existe la necesidad de hacer una actividad paralela y posterior a las elecciones, para forzar la solución de los problemas que ahora hacen inútil participar en unas elecciones administradas por magistrados sin autoridad moral, en una institución i legalmente constituida.
    Se gana la superación de la rutina electorera hacia una dinámica popular, contraria a la práctica tradicional de pactar o esperar que la solución de los problemas políticos y sociales del país, esté sujeta a la voluntad de personas autoritarias.
    Se gana el honor de erguirse políticamente por sobre la mediocridad de quienes viven sometidos a las líneas trazadas por políticos mañosos, que actúan de espaldas y en contra de los intereses de las masas populares.
    Se gana libertad, independencia y autonomía ante los políticos tradicionalistas, para adquirir un perfil político propio y poder desarrollar un movimiento político democrático, amplio, unitario y contrario a los arreglos entre cúpulas ambiciosas de prebendas.
    Se gana la posibilidad de abrirle a Nicaragua una ruta política distinta y              un actuar distinto hacia la formación de una sociedad con una administración pública limpia de robos, de tráfico de influencias y de elecciones fraudulentas de autoridades municipales y nacionales.
    Se gana la libertad de ser y hacer como ciudadano lo que su conciencia le dicte no solo por su mejoramiento individual, sino que le estimule a dar todo lo que pueda para ayudar a estructurar un Estado democrático, que no sea instrumento para administrar los recursos macroeconómicos para enriquecimiento de grupos y personas, sino para superar las condiciones de vida de los sectores sociales empobrecidos.
    Se gana el derecho y la dignidad para decirle NO, a la corrupción y el oportunismo. ¿Acaso parece poca ganancia?

    Carta de un joven que se fue de Cuba, en respuesta a la carta escrita por el intelectual Rafael Hernández, director de la revista Temas (http://lajovencuba.wordpress.com/2012/06/13/carta-a-un-joven-que-se-va/).


    Estimado Rafael Hernández,

    He leído con mucho interés su “Carta a un joven que se va”. Me he sentido aludido, porque hace dos años me marché de Cuba, tengo 28 años y vivo en Pomorie, una ciudad balneario situada en el este de Bulgaria. La razón por la que le escribo es para intentar explicarle mi postura como joven cubano emigrado. Sin solemnidades ni verdades absolutas, porque si algo me ha enseñado dejar mi país, es descubrir que esas verdades no existen.

    Puede que algunos de los que nos hemos marchado en los últimos años (somos miles) tengan claro el momento en que decidieron hacerlo. Yo no. Lo mío fue progresivo, casi sin darme cuenta. Empezaría con ese recurso tan cubano que es la queja. Por nimiedades, tal vez. Por lo que no hay, por lo que no llega, por lo que pasa, por lo que no pasa, por no saber. O no poder. La queja no es grave, lo grave es que se cronifique como una enfermedad cuando nada parece resolverse. Y uno puede aceptar que eso es así, y es tu país para lo bueno y para lo malo, o pasar a la siguiente categoría, que es la frustración. O sea, descubrir que la solución a la mayoría de los problemas no está en tus manos. O no te permiten hacerlo. O aún más triste: no parece importar.

    Abandonar o permanecer en tu país es una decisión muy personal que nunca debe juzgarse en términos morales. Yo elegí este camino porque quería un futuro diferente al que veía en Cuba, y salí a buscarlo consciente de que podía salir mal, pero quise correr ese riesgo. No voy a mentirle diciendo que fue doloroso. No lloré en el aeropuerto. Todo lo contrario, me alegré. Le digo más, me liberé.

    Tiene usted razón cuando dice que mi generación carece de esos lazos emocionales que generan experiencias como Playa Girón, la Crisis de Octubre o la guerra de Angola. Pero no se equivoque, yo también he tenido mis epopeyas. A lo mejor no tan épicas, pero sí igual de demoledoras. En estos veintidós años que menciona, he visto degradarse el país por el tanto lucharon mis padres. He visto marchar a mis maestros de primaria y secundaria. He visto a familias discutir por el derecho a comerse un pan. He visto el malecón lleno de gente nerviosa gritando contra el gobierno, y gente aún más nerviosa gritando a su favor. He visto a jóvenes construyendo balsas para huir quién sabe a dónde, y a una turba lanzando mierda de gato contra la casa de un “traidor”. Incluso, Rafael, he visto a un perro comiéndose a otro perro en la esquina habanera de 27 y F. Y también he visto a mi padre, que sí estuvo en Angola, con el rostro pálido, sin respuestas, el día que un custodio de hotel le dijo que no podía seguir caminando por una playa de Jibacoa (frente al camping internacional) por ser cubano. Yo estaba con él. Yo lo vi. Tenía diez años, y un niño de diez años no olvida cómo la dignidad de su padre se va a la mierda. Aunque haya vuelto de una guerra con tres medallas.

    Me habla usted de las conquistas sociales de la Revolución. De la educación y la medicina. Voy a hablarle de mi educación. Tuve buenos maestros, y cuando se marcharon fueron sustituidos por otros menos preparados que, a su vez, fueron reemplazados por trabajadores sociales que escribían experiencia con S y eran incapaces de señalar en un mapa cinco capitales de Latinoamérica (esto no me lo contaron, lo viví) Mis padres tuvieron que contratar maestros privados para que yo aprendiera de verdad. No lo pagaban ellos sino una tía mía radicada en Toronto. De modo que si somos honestos, buena parte de la formación que tengo se la debo a los clientes del restaurante griego donde trabajaba mi tía. Pero hay más. En tiempos de mi hermana mayor era extremadamente raro que un alumno sacara una nota de cien. En mi época el cien se volvió algo común, no porque los alumnos fuésemos más brillantes sino porque los profesores bajaron sus exigencias para maquillar el fracaso escolar. ¿Y sabe una cosa? Yo tuve suerte, porque los que venían detrás de mí en vez de maestros tuvieron un televisor.

    De la medicina poco tengo que decirle porque usted vive en Cuba. Y salvo el hecho de mantenerse la gratuidad, cosas que admito sigue siendo meritoria, el estado de los hospitales, la precariedad de unos médicos mal pagados y la creciente corrupción empujan cada vez más al sistema de salud hacia ese tercer mundo del que tanto hizo por alejarse. Y lo cierto es que, hoy en día, un cubano que maneje divisas tiene más posibilidades de recibir un tratamiento mejor (haciendo regalos o incluso pagando) que uno que no lo tenga, aunque sea de forma ilegal. Y aunque la constitución diga otra cosa. Por triste que resulte admitirlo, Rafael, la educación y la medicina de la que disponen los cubanos de hoy es peor que la que disfrutaron mis padres.

    Usted dice que el país hace un gran esfuerzo, que existe un embargo. Y yo le respondo que también existe un gobierno que lleva cincuenta años tomando decisiones en nombre de todos los cubanos. Y si estamos en el punto en el que estamos, lo más sano es que admitiera que no ha sabido, o no ha podido, o no ha querido hacer las cosas de otra forma. Por la razones que sea. Porque el fracaso también está cargado de razones. Y en vez de atrincherarse con sus figuras históricas en el Consejo de Estado, debería dar paso a los que vienen detrás. Rafael, es muy frustrante para un joven de mi edad ver que en Cuba llevamos 50 años sin que se produzca un relevo generacional porque el gobierno no lo ha permitido. Y no hablo de que me den el poder a mí, que tengo 28 años. Hablo de los cubanos que tienen 40, 50 o incluso 60 años y no han tenido nunca la posibilidad de decidir. Porque las personas que hoy en día tienen esas edades y ocupan puestos de responsabilidad en Cuba no han sido formados para tomar decisiones, sino para aprobarlas. No son dirigentes, son funcionarios. Y ahí incluyo desde ministros hasta los delegados de la asamblea nacional. Son parte de un sistema vertical que no da margen para que ejerzan la autonomía que les corresponde. Todo se consulta. Y contrario a lo que dice el refrán: en vez de pedir perdón, todos prefieren pedir permiso.

    Dice usted que en mi país se puede votar y ser elegido para cargos desde los 16 años. Y que la presencia de jóvenes delegados ha bajado desde los años 80 hasta ahora. Incluso me advierte que si seguimos marchándonos, habrá menos jóvenes votando y por tanto menos elegibles. Y yo le pregunto: ¿De qué sirve mi voto? ¿Qué puedo yo cambiar? ¿Qué han hecho los delegados de la asamblea nacional para que me interese por ellos? Seamos sinceros, Rafael, y creo que usted lo es en su carta, así que yo también quiero serlo en la mía, ambos sabemos que la asamblea nacional, tal y como está concebida, solo sirve para aprobar leyes por unanimidad. Resulta paradójico llamarle asamblea a una institución que se reúne una semana al año. Tres o cuatro días en verano y tres o cuatro días en diciembre. Y en esos días se limita a aprobar los mandatos del Consejo de Estado y de su Presidente, que es quien decide lo que se hace o no se hace en el país. Lamentablemente, yo no puedo votar a ese presidente. Y no sabe cuánto me gustaría hacerlo.

    Hace unos días escuché a Ricardo Alarcón confesarle a un periodista español que él no cree en la democracia occidental “porque los ciudadanos solo son libres el día que votan, el resto del tiempo los partidos hacen lo que quieren...” Aunque fuera así, que no lo es (al menos no siempre, y no en todas las democracias), estaría reconociendo que desde que yo nací, en 1984, los electores en Estados Unidos, por ejemplo, ha tenido siete días de libertad (uno cada cuatro años) para cambiar a su presidente. Algunas veces lo han hecho para bien, y otras para mal. Pero esa es otra historia. Un joven de New Jersey que tenga mi edad ya ha tenido dos días de libertad para, por ejemplo, echar a los republicanos de Bush y nombrar a Obama. Los cubanos no hemos podido tomar una decisión así desde 1948 (no incluyo las elecciones de Batista, por supuesto). Y si usted me dice que la capacidad de nombrar a un presidente no es relevante para un país yo le digo que sí lo es. Y más para un joven que necesita sentir que se le toma en cuenta. Aunque solo sea por un día.

    Usted probablemente piensa que los que nos marchamos elegimos el camino más fácil, que lo duro es quedarse a resolver los problemas. Pero le tengo que decir que mis abuelos y mis padres se quedaron en Cuba para pelearse con esos problemas. Renunciaron a muchas cosas por la Revolución y hasta se jugaron la vida por ella. Para darme un país avanzado, equitativo, progresista. Y el que me han dado es uno en el que la gente celebra poder comprar un carro y vender su casa como si fuera una conquista. Pero eso no es una conquista, es recuperar un derecho que ya teníamos antes de la Revolución. ¿A eso hemos llegado? ¿A celebrar como un éxito algo tan básico? ¿Cuántas otras cosas básicas habremos perdido en estos años? Para mis padres es doloroso asumir ese fracaso, y no lo quieren para mí. No quieren que con 55 años tenga un sueldo que no me alcance para vivir, ni el sueldo ni la libreta. Porque no alcanza. Y no quieren que para sobrevivir acuda al mercado negro, a la corrupción, a la doble moral, a fingir. Prefieren que esté lejos. A los 28 años yo me he convertido en la seguridad social de mis padres, ¿O cómo cree que sobreviven dos personas con 650 pesos? Sí, Rafael, hemos tenido que irnos cientos de miles de cubanos para que nuestro país no quiebre. Lo que Cuba ingresa de nuestras remesas es superior, en valor neto, a casi todas sus exportaciones. Eso sí, el país ha perdido juventud y talento, y en vez de abrir un debate realista sobre cómo parar esa sangría, sigue anclado a un inmovilismo ideológico que no es otra cosa que miedo al futuro. ¿Y qué hago yo en un país cuyos gobernantes le tienen miedo al futuro...? ¿Esperar a que se mueran...? ¿Esperar a que cambien las leyes por generosidad y no por convicción? ¿Qué hago yo en un país que sigue premiando la incondicionalidad política por encima del talento? ¿A qué puedo aspirar si no basta con lo que soy y lo que hago...? ¿A convertirme un cínico? ¿O me anima usted a que dé la cara y diga lo que pienso? Algunos jóvenes de mi generación ya lo han hecho, ¿Y dónde están? Recordemos a Eliécer Ávila, un estudiante de la Universidad de Oriente que tuvo la valentía de preguntarle a Ricardo Alarcón por qué los jóvenes cubanos no podíamos viajar como cualquier otro, y fue represaliado por el sistema. Él no tuvo la culpa de que allí hubiera un cámara de la BBC, ni de la respuesta ridícula que dio Alarcón (aquella barbaridad de que el cielo se llenaría de aviones que chocarían entre ellos) Hoy Eliécer vive marginado por razones políticas. Y no es un terrorista ni un mercenario ni un apátrida, es un joven humilde, mulato, universitario, que cometió el error de ser honesto. Qué triste hacer una revolución para terminar condenando a alguien por ser honesto. ¿Para eso quiere usted que me quede, Rafael?

    Dejar tu país y tu familia no es un camino fácil. Ni la solución a nada, solo es un principio. Te vas a otra cultura, tienes que aprender otro idioma, pasas momentos muy malos. Te sientes solo. Pero al menos tienes el alivio de saber que con esfuerzo puedes conseguir cosas. Mi primer invierno en Bulgaria fue muy duro, conseguí trabajo como transportista y pasé cuatro meses subiendo y bajando lavadoras para ahorrar dinero y poder viajar a Turquía. Una ilusión que tenía desde niño. Y viajé. No tuve que pedir un permiso de salida ni mi avión chocó con ninguno. Pude cumplir el sueño de Eliécer. Y me alegro de haberlo hecho. He conocido otras realidades, he podido comparar. He descubierto que el mundo es infinitamente imperfecto, y que los cubanos no somos el centro de nada. Se nos admira por algunas cosas igual que se nos aborrece por otras. También he descubierto que irme no ha cambiado mis convicciones de izquierda. Porque lo de Cuba no es izquierda, Rafael. Póngale usted el nombre que quiera, pero no es izquierda. Yo estoy de parte de aquellos que buscan el progreso social con igualdad de oportunidades y sin exclusiones. Pienses como pienses. Sin sectarismo ni trincheras. Porque eso solo sirve para enfrentar a la sociedad y sustituir verdades por dogmas.

    Por último, Rafael, la casualidad quiso que terminara en un país que también estuvo gobernado por un partido y una ideología única. Aquí no hubo revolución de terciopelo como en Checoslovaquia, ni derribaron un muro como en Berlín ni fusilaron un presidente como en Rumania. Aquí, como en Cuba, la gente no conocía a sus disidentes. Aquí no había fisuras, y sin embargo, en una semana pasaron de ser un estado socialista a una república parlamentaria. Y nadie protestó. Nadie se quejó. No puedo evitar preguntarme, ¿Acaso pasaron 40 años fingiendo? Desde entonces no han tenido un camino de rosas, han enfrentado varias crisis, incluso la población ha llegado a vivir con peor calidad de la que tenía en los años 80, pero curiosamente, la inmensa mayoría de búlgaros no quiere volver atrás. Y eso que el socialismo que dejaron ellos era bastante más próspero que el que hoy tenemos los cubanos. Pero en este país no piensan en el pasado, piensan en el presente. En mejorar la economía, en resolver las desigualdades (que las hay, como en Cuba), en combatir la doble moral, los personalismos y la corrupción que generó el estado durante décadas.

    El día que ese presente importe en Cuba, no tenga duda, nos veremos en La Habana.

    Ivan López Monreal

    Pomorie, Bulgaria.