El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

martes, 21 de agosto de 2012

La responsabilidad política del intelectual


Por: Alejandro Serrano Caldera


El excelente editorial del Diario LA PRENSA del 10 de agosto pasado titulado “Jorge Amado y el misterio de los intelectuales”, suscita una serie de reflexiones sobre tema tan profundo y complejo.
Mi estimado amigo Luis Sánchez Sancho, editorialista de LA PRENSA e intelectual él mismo, plantea una serie de situaciones relativas a la relación del intelectual con la política y el poder a partir del gran escritor brasileño Jorge Amado, en ocasión del centenario de su nacimiento.
En relación a una afirmación de Vaclav Havel, símbolo y artífice de la lucha contra la dictadura comunista en Checoslovaquia, figura principal del manifiesto de los intelectuales contra la misma dictadura y luego presidente de su país, en la que expresa la naturaleza necesariamente crítica del intelectual frente al poder, el editorialista se pregunta: “¿Por qué, entonces, la mayor parte de los intelectuales… Se han comprometido con terribles dictaduras como la estalinista, la castrista y la sandinista, para mencionar solo tres casos? ¿A qué se debe que tantos intelectuales que tienen una mayor comprensión y visión que las demás personas, se convierten en cómplices e incluso en parte sustantiva de los regímenes opresores, sobre todo los de izquierda?”. Y agrega que “los intelectuales deberían rechazar toda dictadura, capitalista o comunista, de izquierda o de derecha, pero por alguna misteriosa razón casi nunca ha sido así”.
No pretendo hacer un comentario del editorial ni mucho menos fijar criterios definitivos, sino a partir de él, expresar por escrito algunas ideas acerca de la responsabilidad y compromiso de los intelectuales con la política y el poder, dando continuidad de manera muy limitada y breve, a trabajos míos anteriores sobre el mismo tema.
Pareciera ser que existe consenso en asumir que la razón y el ejercicio de la inteligencia sobre determinadas situaciones caracterizan al intelectual. No obstante, cabría precisar si la política forma parte de esas situaciones a las cuales el intelectual debe dedicar su actividad y su pensamiento crítico.
José Ortega y Gasset, posiblemente el pensador más influyente en España y América Latina en la primera mitad del siglo XX, en sus Apuntes para el pensamiento , señala que la crisis del intelectual, que es la crisis de la inteligencia, no es otra cosa que la “crisis de los fundamentos”, a la vez que sostiene que el quehacer político es ajeno al trabajo intelectual, a pesar de su intensa participación política al inicio del gobierno de la Segunda República Española, o quizás precisamente por eso.
“La inteligencia no debe aspirar a mandar, ni siquiera influir para salvar a los hombres”, dice. La inteligencia “necesita todas sus energías para el delicado menester de crear… La inteligencia misma, en su totalidad, necesita cambiar de actitud. Su misión es hoy próximamente inversa de la que ha ejercido en los dos o tres últimos siglos”.
Diferente es la actitud de Miguel de Unamuno. El filósofo español en sus Soliloquios y Conversaciones dice: “Puede sostenerse que fue la política la que hizo la eterna grandeza de Atenas y de toda Grecia y que la filosofía de Platón, la lírica de Píndaro, la trágica de Esquilo, la historia de Tucides, por no decir nada de la elocuencia de Demóstenes, se debió a la política. Las democracias griegas fueron ante todo y sobre todo escuelas de política, como lo fueron las repúblicas italianas. Donde el pueblo se desinteresa de la política decaen ciencias, artes y hasta industrias… Donde no hay una intensa vida política, la cultura es flotante, carece de raíces”.
Ambos puntos de vista advierten los riesgos a los que puede arrastrar, sobre todo a los intelectuales, el tema de la política: el torbellino o la torre de marfil. No obstante, pienso que participar en política no solo es un derecho sino sobre todo un deber para el intelectual. Esta participación puede revestir dos modalidades particulares: una, su participación estrictamente como intelectual, esto es opinando, criticando, apoyando, sugiriendo, proponiendo, a través de sus escritos, artículos, libros, cátedras, conferencias, entrevistas, entre otras actividades propias de su oficio, orientadas a crear opinión sobre la base de la reflexión y del ejercicio del pensamiento crítico; otra, su participación en la actividad política concreta, actuando desde los partidos políticos, o desde el ejercicio de la función pública parlamentaria, gubernamental o de otra naturaleza, en cuyo caso la existencia de la actividad política puede en determinadas momentos contradecir la esencia de su labor intelectual.
Esto no quiere decir que debe abandonar valores y principios propios de la ética y hacer de la política un ejercicio truculento, sino que a veces la obligación de claridad expositiva propia de la razón crítica, corre el riesgo de ser menos explícita y consistente para devenir ambigua, y la palabra directa y demostrativa que debe ser la del intelectual, hecha para expresar y develar la realidad de que se trata, se transforma a veces en el político intelectual en un instrumento no ya para demostrar sino para ocultar. Dramático fue el caso de Martín Heidegger, uno de los más grandes filósofos en la historia del pensamiento universal, relacionado con uno de los sistemas más repudiables como fue el nazismo de Hitler.
Puede ocurrir también que el intelectual, aun no participando en partidos políticos, ni buscando ni ejerciendo cargos públicos tenga desde su posición de escritor, conferencista o expositor tal grado de involucramiento que pierda la distancia necesaria para el juicio sereno y aparezca como activista de la inteligencia a favor de determinadas posiciones.
¿Hasta dónde debe involucrarse el intelectual para no perder la objetividad? Este ha sido uno de los grandes debates en buena parte del siglo XX. Paradigmática fue en Francia la contraposición entre filósofos y escritores en el siglo pasado. Entre Raymond Aron, Albert Camus, Merleau Ponty y Jean Paul Sartre. Releyendo la obra de Aron encuentro en Le Spectateur Engagé (1981), esa confrontación acerca de la Unión Soviética y la referencia a la publicación de Aron de su escrito de 1955, El Opio de los Intelectuales en el que analiza lo que él llama el mito de los intelectuales de izquierda.
Mario Vargas Llosa en su libro más reciente La civilización del espectáculo analiza como un hecho profundamente negativo, la débil presencia del intelectual en el debate político de nuestro tiempo, lo que atribuye principalmente al derrumbe intelectual de la sociedad contemporánea. “Pero en verdad, dice, la verdadera razón para la pérdida total del interés de la sociedad en su conjunto por los intelectuales es consecuencia directa de la ínfima vigencia que tiene el pensamiento en la civilización del espectáculo”. Y más adelante agrega: “En nuestro días, el intelectual se ha esfumado de los debates públicos, por lo menos de los que importan”.
Pienso que cualquiera que sea la causa de la crisis del presente, el aislamiento de los pensadores del debate político, o al contrario, su excesivo involucramiento que oscurece su pensamiento y lo transforma en un activista, o peor aún, el colapso intelectual de la sociedad contemporánea, es fundamental reafirmar la necesaria presencia del intelectual en el debate público, la exposición de sus ideas, su aporte a la discusión y el ejercicio de la razón crítica, como elementos imprescindibles para fortalecer la participación de todos en los asuntos de la comunidad, elevar la calidad de la política y construir una auténtica ciudadanía.
Jurista, filósofo y escritor nicaragüense.

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