Víctor. M Tirado.
Cuando la revolución sandinista
puso fin a la era somocista, los luchadores de entonces anunciaban el
advenimiento de un nuevo sistema expresado en lo económico, político y social. Los dirigentes sandinistas y sectores
sociales y productivos privados del país, que participaron en el derrocamiento
del dictador Somoza, se hicieron eco de ese proyecto. El programa de la revolución
anunciaba la abolición del somocismo y el establecimiento de un sistema
distinto. En el transcurso de este período se declaró el fin de los privilegios
de la dictadura.
Al mismo tiempo, los movimientos guerrilleros
de Centroamérica entran a la escena como fuerza política y armada. Con todas
sus dificultades de la revolución sandinista, apoyó la insurrección salvadoreña y la guerrilla guatemalteca,
a pesar de que la revolución no estaba
en condiciones económicas de sostener tal apoyo sin poner en riesgo los
intereses de la revolución. No hay que perder de vista que se trataba de
liberar a Centroamérica de la dependencia de los EEUU. Fue imposible.
Por su parte, ese movimiento guerrillero de
los fines de la década del 70 y comienzos de la del 80, tenía en sus programas
la tarea de unir a la región en una comunidad de intereses, no obstante la
intervención de los EEUU en los conflictos en lo económico y su apoyo al neosomocismo, lo cual retrasó el
cumplimiento del programa de la unidad centroamericana.
Pasando
los años 80, y a finales de ese período se firmó la Paz en Sapoá, entre el
gobierno sandinista y la Contra, condicionada, en primer lugar, por el compromiso de adelantar
las elecciones para el 25 de febrero de 1990.
Estos acuerdos no eran más que la continuación de Esquipulas II, y otros
compromisos. El Frente Sandinista suscribió el compromiso electoral como Gobierno, con la
confianza de afianzar su poder legalmente, pero no dio resultado. El pueblo
estaba en contra del proyecto del FSLN.
Por su parte, los grupos militares y políticos de la Contra,
aprovechándose de la debilidad del Frente, se organizarron electoralmente, hasta
llegar a las elecciones de febrero de 1990, con la convicción de su victoria
electoral. La confrontación en el campo electoral, la dio con un organismo creado
al calor de los acuerdos, llamado Unión Nacional Opositora (UNO).
A partir
de esa votación, la organización sandinista perdió la preferencia de la
población y pasó a la oposición. Estas fueron unas de las elecciones más justas
y honestas jamás presenciadas por la población en años y siglos atrás; es más, el
Frente Sandinista rompió con la cultura del fraude y defendió la democracia
electoral. Desgraciadamente, no se pudo consolidar este ensayo, pues los
actuales dirigentes gubernamentales llamados sandinistas, no han querido interpretar
la historia, y se volvieron continuadores del pasado.
Ahora, estos gobernantes dan continuación al
sistema electoral de fines del siglo XIX, del siglo XX y parte del XXI. Sobre
sus espaldas gravita la historia entre el proceso electoral moderno y otro donde
los dirigentes actuales se convierten en parte integrante del pasado somocista.
A
partir de las elecciones generales de 1990, el Frente Sandinista también fue derrotado
en las de 1996 y 2001. Después, las
elecciones celebradas de 2006 fueron de
dudosa transparencia. Y las últimas del 2011fueron un fraude electoral descarado;
además de la ilegal candidatura de Ortega, y su comportamiento ante el Estado
como patrimonio de la familia Murillo-Ortega, recibiendo la herencia de los dictadores Somoza.
Con estas elecciones se confirmó la
concentración del Estado, para mantenerse en el gobierno por tiempo indefinido,
defendiendo sus intereses creados al modo
liberal somocista. Daniel Ortega, después
de haber sido un buen sandinista, hace añicos la herencia de Sandino y del
Frente Sandinista. Su relación entre la Constitución, el Estado de Derecho y la
sociedad, tiene ideas limitadas y no aporta a la construcción de un Estado
moderno.
Estos antecedentes históricos de farsas electorales, están pesando sobre
la transparencia de las elecciones municipales por venir. Estas elecciones
serán continuadoras del sainete de la mayoría de los procesos electorales y sus
expresiones reaccionarias. Nicaragua necesita recuperar el contenido de la
revolución del 79, de la misma manera que convocar a los jóvenes,
profesionales, trabajadores, campesinos y otros sectores, a luchar por los derechos democráticos, tal como en la
lucha contra el somocismo.
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