¿Debemos creerle a
Artemidoro?
este hombre docto, maestro
--es lo que nos cuentan
los cronistas--
en lenguas griegas, enterado
como estaba del complot
para
asesinar al César,
trató, ese
fatídico día, de prevenir al
dictador
que lo iban a
matar.
Artemidoro intentó, varias
veces, de entregarle un
mensaje al César
de la sorpresiva
tragedia.
La multitud, en este caso
impidió que el hombre
leyera la advertencia de
Artemidoro.
"Léelo tú solo, y pronto..."
se leía en el
mensaje. Y
nada.
La muchedumbre se lo
impidió.
El resto lo supimos
por los cronistas de aquella
gloriosa época de la
historia.
Los senadores se le vinieron
encima, con sus dagas que traían
escondidas en sus
togas.
Vestimentas a la romana.
Casio, Antonio, Bruto, Tulio Cimbro
y Casca --eran los más notables--,
cuando ya lo tenían a golpe
de puñal,
hundieron en la humanidad del
dictador sus dagas, casi todas
mortales.
Pero el César era un hombre
de pulcro pudor. Supo que era su
último día.
Casca fue el primero en hundirle
el puñal.
Cuando el hombre vislumbró que era
su final, le dijo:
"...Casca, hijo de puta,
¿que haces?"
Vuelven los viejos cronistas y
cuentan que fueron 23 las
estocadas.
Solamente una fue mortal.
Con sus últimos alientos
de pudor, el César, con su
toga toda
ensangrentada,
se cubrió sus partes
nobles
y se derrumbó, sn vida,
a los pies de la estatua
de Pompeyo.
Pero siguen resonando en las
páginas de la historia
sus últimas y agonizantes
palabras, que fueron:
"...Casca, hijo de puta,
qué haces...?"
Moraleja:
"...Ningún dictador logra
bajar vivo
de su sillón..."
Solón.
Roberto Cuadra
Marzo 19, 1990.
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