El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

martes, 14 de agosto de 2012

Es Nicaragua, no la familia Ortega

Onofre Guevara López 

Los planteamientos del general en retiro, Humberto Ortega, no dejan de tener gran importancia para el futuro del país, pese a no ser expuestos por primera vez. Por razones advertidas, Daniel Ortega aparenta ignorarlos, aunque estimula la agresividad de sus medios de comunicación, desde donde a su hermano ya le acusan de “traidor”.

La destacada posición de Humberto Ortega en el período1979-1995 –con aciertos y desaciertos, como todo el mundo—, le otorga valor extra a sus planteamientos. Y lo básico de su exposición es algo que solo el detentador del poder y quienes se lucran del mismo, son capaces de negar: la revolución que costó vidas de al menos dos generaciones de nicaragüenses, fue frustrada en su propósito de darle al país estabilidad sobre bases democráticas, de libertad y de progreso social, propósito que merece ser rescatado.

La responsabilidad inmediata de la frustración, la registra la historia: la guerra auspiciada por Washington y la ambición de enriquecerse con los recursos del Estado, lo que ha sucedido en menor y mayor medida en cuatro gobiernos, desde 1990 al presente. Hay otras responsabilidades compartidas entre los liderazgos de oposición, por complicidad y omisiones; y la ciudadanía por pasividad, aunque esta también es víctima de muchos líderes políticos.

El problema nacional es político, ético, social, económico, y en cada área hay culpables concretos. Por eso, llamar a la “clase política” para que corrija actitudes –como lo hace Humberto—, es eufemístico y crea confusión. Los líderes políticos no hacen una clase, desde ningún punto de vista, menos desde el sociológico, sino que son partes de las clases. Y señalarles sus responsabilidades, merece ser una acción franca.

Ante el hecho de que la oposición no ha hecho una actividad seria, unificada e indiscriminada tras objetivos democráticos, la iniciativa de Humberto Ortega adquiere su significancia. Y por su liga de sangre con Daniel, Humberto nunca le podría sugerir nada que no sea con la verdad y con fraterna sinceridad. Pero los consejos ya sobran, y mucha falta hace las acciones. Porque Daniel tiene una maquinaria económica-política en marcha a toda velocidad, y nunca podrá frenar aconsejándole que no haga lo que con tanto empeño ha venido planificando y ejecutando.

Daniel lo sabe: no hay ni habrá progreso económico, social ni político si no se construye la constitucionalidad del Estado, pero le hace caso omiso por interés. Frenarlo exige acciones cívico-populares y obligarlo a respetar la Constitución y las leyes, a las cuales ha violado sus preceptos acerca de cómo y quiénes no pueden ser candidatos a la reelección; se burla del Estado de Derecho, y ha ejecutado fraudes contra la voluntad del electorado.

La ausencia de respuestas de Daniel Ortega, en sentido directo ante las sugerencias de su hermano, no es una simple actitud política; así demuestra la decisión de defender sus intereses materiales acumulados y en crecimiento, cómo dé lugar y a cualquier precio. Es por eso que este asunto no puede verse como una disputa familiar, sino nacional.

Terminar con esa situación es la gran tarea, el quid del problema nacional. No hay sector político ni social ignorante de que Daniel Ortega ha desmantelado el orden constitucional para perpetuarse ilegalmente en el poder –más su ilimitado enriquecimiento—, y que sin la conquista de la institucionalidad no habrá futuro democrático, progreso económico ni social en libertad. Pero eso reclama lucha, no solo consejos.

Por otro lado, si existe disposición de pasar de las palabras a los hechos, no es alentador parapetarse tras los errores del pasado de quien propone acercar posiciones a favor de la lucha por la democracia, pues además de no contribuir positivamente, revela hipocresía. Editorializar desenterrando del pasado los errores de Humberto, obliga a recordar los errores de quienes fueron financiados, asesorados y estimulados políticamente por el poder extranjero que provocó la guerra, donde murieron miles de nicaragüenses. Eso no es positivo, aunque tampoco se trata de olvidar, si no de no soplar el fuego.

Una rectificación de Daniel como la de Humberto, ¿no es acaso lo que al país le hubiese convenido? Pero como eso ya no es posible, solo queda luchar unidos pensando en Nicaragua.

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