Cinthia Membreño
Desde hace varios años le he declarado la guerra a los hombres morbosos de la calle. He peleado con ellos, llamado a locales para quejarme de su acoso y aguantado las reacciones que tienen estos tipos al toparse con una mujer que demanda el respeto que se merece. Ayer, mientras visitaba la Comisaría de la Mujer, en Chinandega, también me encontré con los mismos ignorantes, sólo que esta vez no estaban vestidos de civiles.
Al ingresar a las oficinas de la institución, unos oficiales (que no portaban el uniforme regular, sino uno azul oscuro, como el de las tropas especiales) me vieron pasar un par de veces mientras hacía las diligencias pertinentes para que me brindaran información de un tema que estoy investigando. La primera vez que pasé, uno de ellos me miró morbosamente de arriba hacia abajo, la segunda vez volvió a hacer lo mismo y, en la tercera, me dijo: “Ya sabés que voy a estar aquí para vos amor, cuando querrásssssss” (aquella “s” enfatizada, ¿no?)
La sangre se me subió a la cabeza. Me dirigí hacia él y le dije que me parecía irónico que, estando en un lugar donde se supone defienden los derechos de las mujeres, lo menos que se hace es respetarlas. En lugar de escuchar una disculpa, los oficiales que estaban sentados a lo largo del pasillo por donde yo caminaba empezaron a burlarse de quien les exigía respeto. Lo que más me indignó fue que, al continuar mi camino, volteé la mirada hacia la puerta que estaba a mi derecha y vi un cartel que decía “¡Qué tuani es respetar a las mujeres!”. Tremenda ironía.
Este tipo de hombres se hacen o son. No saben que, al desarrollar su trabajo, están representando a la empresa o institución que les ha dado un empleo. Sea la Policía Nacional, un restaurante, un hotel, la compañía de seguridad en la que trabajan, lo que sea. No comprenden que cuando se habla de ellos, la gente se expresa diciendo “tal por cual, que trabaja en tal lugar”. Me parece que no es necesario que se los expliquen. Y aunque lo hicieran, les gana el machismo, el morbo, las hormonas.
Recuerdo que una vez, mientras caminaba por la calle, un hombre me siguió por un buen trecho. Calzaba botas de militar y tenía una pistola guindada en el fajón que rodeaba su cadera. Eran casi las 7 am. Cuando vi que por cada cambio de acera que yo hacía él seguía mis pasos e insistía en decirme cosas (que francamente ahora no recuerdo), lo encaré.
Lo primero que le pregunté a aquel hombre fue si tenía esposa o hijas. Él, como todo idiota, pensó que me le estaba insinuando y asintió con una sonrisa burlona. Cuando le pregunté qué sentiría si un hombre como él anduviera siguiendo a sus familiares, diciéndoles morbosidades, él respondió: “Mientras no las toquen”. Yo quedé perpleja.
Aquí, si no hay sangre, no hay crimen. Si no hay cicatrices relevantes, tampoco. El machismo hace pensar que decir un piropo morboso es el equivalente a enamorar, cuando es acoso. Incluso un silbido lo es dependiendo del contexto en el que se haga. Si se tira un beso, si se queda viendo de manera anormal. Ese tipo de cosas son acoso, punto. Lo que pasa es que aquí, en este país, estamos acostumbrados a clasificar ese tipo de cosas como enamoramiento, y no lo es.
Ese grupo de hombres que se caracteriza por decir morbosidades, no importa si son civiles o policías, son machistas por igual. El asunto aquí es que si la misma autoridad nicaragüense, la que debe velar por nuestra seguridad, está conformada (en mayor o menor medida) por ese grupo de gente, es deplorable el ejemplo que le dan a la sociedad.
Me vale que cuando reclame mis derechos me digan delicada o que –como muy recientemente he escuchado– me tachen de feminista (porque ahora lo dicen como que fuera un mal). Me vale. Mientras yo no pelee porque se me respete, nadie, ni la Policía Nacional, al parecer, lo va a hacer por mí.
Sin embargo, es hasta que este tipo de cosas pasan, que realmente se reacciona. No se previene, no se educa y, quién sabe, si se reprenda. ¿Tendremos que llegar al punto de que los adolescentes acosen físicamente a las mujeres, como en Egipto? Para seguir con el debate sobre este tema, recomiendo que lean este ensayo de Sofía Montenegro sobre el odio hacia las mujeres.
Hasta la próxima entrada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario