En los canales de televisión que publican nota roja se desprecia a los pobres. Una semana sin hacer nada en mi casa y monitoreando lo que se publica en dichos canales, me ha servido para percatarme cuánto se burlan de la poca educación de la población, de sus desgracias, de sus tragedias.
Las tragedias del sector A, B y C —según las letras que la mercadotecnia les da a los televidentes según su poder adquisitivo— no se cubren. Se apañan. Pero sí las del D hasta la Z. No tienen el más mínimo reparo.
He visto —en la medida de lo posible, casi siempre agachaba la cabeza ante tanta sangre— piernas mutiladas, historias de brujas, de sirena, pleitos de vecinos en un barrio, un allanamiento en un expendio de Granada (una casita de zinc que se estaba cayendo) vendido como un gran golpe al crimen organizado, donde encontraron unas bolsitas de polvo blanco y 30 gramos de marihuana.
Tanto facilismo. Tantas mentiras. Tantas burlas. Como un señor gay que tirado en el suelo mientras los socorristas le curaban heridas, le contaba a la periodista que un chofer de un bus le había pegado porque él le estaba cobrando 23 mil córdobas que le debía, que dicho chofer era su ex pareja. La muchacha, micrófono en mano, cerró con esta frase: Saque sus propias conclusiones usted televidente, si a este señor le pegaron por haber hecho alguna propuesta indecorosa o porque se resiste a aceptar que el otro señor ya dio por terminada la relación.
En su afán por competir por el rating le dan morbo a la gente, burlándose de ellos mismos. Y reparten comida y desodorantes en los barrios. Así quieren captar televidentes, cuando el rating, en realidad, se consigue haciendo buen
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