Luis Rocha
Decía en mi primer artículo de esta serie de cuatro sobre “Nuestros Obispos”, que en este último intentaría explicar el por qué creo que todos los obispos convergen en una sola voz de denuncia profética. Creo que tal unidad de pensamiento y propósitos contra la injusticia, el miedo y el servilismo es, además de ejemplar, una hermosa realidad inédita hasta ahora en Nicaragua, en donde la desunión y la dispersión han sido características nuestras, como lo demuestra la “oposición”. Es una demostración de ecumenismo a lo interno, que ojalá trascienda a Pastores Evangélicos poseídos por el mismo fuego, para que en Nicaragua el cristianismo se convierta en “un solo haz de energía ecuménica”. Esto beneficiaría a un solo pueblo con diferentes denominaciones religiosas, y si he hecho hincapié en los obispos católicos, es porque siento que son quienes, en este momento crucial, están dándonos una verdadera cátedra de unidad ante el pecado. El pecado que citaba Monseñor Silvio Báez, parafraseando a Juan el Evangelista, como “la ruptura con Dios y su proyecto de justicia y amor.”
Otro aspecto es que lógicamente este pueblo está integrado por creyentes y no creyentes. Pero bien sabemos que el creerse o decirse creyente, no es una visa al cielo. Si se es un verdadero creyente se tiene el deber de luchar contra ese pecado del mundo del que nos habla Monseñor Báez: “la corrupción, la injusticia, la desigualdad, las ambiciones, el egoísmo, el irrespeto a las leyes del país, la compra y venta de conciencias, el dominio sobre otros y el ejercicio del poder como medio de opresión”. Los fariseos, también de diferentes denominaciones religiosas, dicen creer en Dios, pero no cumplen su plan de justicia y amor, y eso los convierte, aún más, en parte del “pecado del mundo”.
No olvidemos tampoco que hay no creyentes, agnósticos y hasta ateos, que al creer en la justicia y en el amor, forman parte, quieran o no, de ese proyecto de Dios, y estoy seguro que a Sus ojos, son más cristianos que muchísimos de golpes en el pecho. La Parábola del Buen Samaritano es el extraordinario ejemplo de un no creyente que socorre a su prójimo, sin preguntarle su credo y sin esperar nada a cambio. Según el ultra católico conservador y gran poeta, Luis Alberto Cabrales, que no aceptaba el marxismo y por ende a los ateos, pero sí la adolorida poesía del peruano César Vallejo, éste era “un marxista transido de Dios”. Transidos de Dios son muchos nicaragüenses no creyentes, y transidos del demonio los “creyentes” de este régimen, consumidos en la maldad de su fariseísmo. Para ellos, Dios es de su propiedad: un capital político.
El caso es que hoy, si refiriéndonos a un Obispo, mencionamos su nombre, estamos aludiendo a toda la Conferencia Episcopal. Al tal grado de coherencia han llegado sus palabras, que aún hablando por separado, coinciden pronunciando en sus mensajes lo que Azarías.H.Pallais llamaba “palabras evangelizadas”. Al respecto el poeta y sacerdote dijo: “En el libro de la Buena Noticia, las palabras se desvisten y así desnudas, por la gracia de Aquel que para enseñar abría sus labios, adquieren la claridad de los espejos y la nostalgia de los perfumes.” Palabras cristianas sustentadas en el Evangelio, son hoy las de los Obispos. Voces que claman contra el desierto. Palabras que provienen de un mismo Verbo.
“Extremadura”, Masatepe, 7 de febrero de 2011. (“Me quema la palabra”).
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