El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

viernes, 22 de julio de 2011

Eduardo Labarca / Salvador Allende, perdóname

el director del Instituto Médico Legal chileno entregó el informe oficial con los resultados del estudio de los restos del ex Presidente de la República; se confirma el suicidio del estadista, aunque probablemente perduren dudas acerca de si tuvo asistencia o no al cometerlo, como lo asegura tras una larga investigación el periodista Camilo Taufic. De cualquier modo —y sin juzgar intenciones— he aquí lo que escribiera Labarca antes de que el mencionado informe se conociera de modo oficial.

Salvador Allende, ahora que tus huesos andan de viaje en el Instituto Médico Legal, debo pedirte perdón.

Perdónanos, Salvador Allende, por no haber movido un dedo a lo largo de 37 años para que la justicia investigara tu muerte, hasta el día en que la fiscal Beatriz Pedrals y el ministro Mario Carroza tomaron la iniciativa.

Perdona, Salvador Allende, a los presidentes Aylwin, Frei, Lagos y Bachelet por no haber reclamado la lista de los pilotos que te bombardearon en La Moneda.

Perdónanos, Salvador Allende, por no haber averiguado los nombres de esos pilotos, cuyas identidades conocían en la FACH hasta los porteros.

Perdona, Salvador Allende, al Presidente Eduardo Frei y su ministro Pérez Yoma por haber nombrado Comandante en Jefe de la FACH al general Fernando Rojas Vender, uno de los pilotos que te bombardearon.

Salvador Allende, perdona a Tencha, tu viuda, por haber dado versiones cambiantes de tu muerte –suicidio primero, ametrallamiento después, suicidio nuevamente– y haberse enojado cada vez que alguien la contradecía.

Salvador Allende, perdona a Pablo Neruda por haber escrito a volea que caíste bajo “las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile”.

Salvador Allende, perdona a Fidel Castro por su versión a lo Walt Disney sobre la forma en que habrías muerto combatiendo.

Salvador Allende, perdona a García Márquez por habernos vendido como verdadera su visión literaria de tu muerte.

Salvador Allende, perdona al periodista Robinson Rojas por la historieta truculenta de tu muerte que inventó al calor de una pílsener.

Salvador Allende, perdona a Frei y a sus colegas Ricardo Lagos y Michelle Bachelet por haber ascendido a los pilotos de los Hawker Hunter que tiraron al blanco contra La Moneda, la residencia de Tomás Moro y las antenas de las radios allendistas.

Perdona, Salvador Allende, a tus médicos Arturo Jirón, Hernán Ruiz Pulido y José Quiroga, que estaban ese día en La Moneda, por haber dejado solo durante tres décadas a su colega Patricio Guijón, quien desde el comienzo sostuvo que te habías suicidado.

Perdona, Salvador Allende, a Carlos Altamirano por haber afirmado que si te disparaste o no “resulta un dato irrelevante”.

Perdona, Salvador Allende, a Jorge Arrate, por haber dicho que “no tenía importancia si Allende se había suicidado o si había sido asesinado” y que para la historia el distingo “será una cuestión banal”.

Perdona, Salvador Allende, a tu médico Óscar Soto por haber afirmado que si te suicidaste o fuiste ametrallado “es un detalle anecdótico”.

Perdona, Salvador Allende, a tu amigo Régis Debray por haber sostenido que “asesinato o inmolación, poco importa”.

Perdona, Salvador Allende, a la Payita, tu secretaria y más, por haber dicho con respecto a tu muerte que “es una frivolidad y una falta de mínimo rigor histórico el ocuparse de cómo murió un hombre acosado, bombardeado, cañoneado, tiroteado, incendiado”.

Perdóname, Salvador Allende, por haber cortado en Radio Moscú el fragmento de una entrevista en que Clodomiro Almeyda reconocía que te habías suicidado.

Perdona, Salvador Allende, que hayamos adaptado las versiones de tu muerte a lo que nos parecía políticamente conveniente en cada momento, con olvido de tus tribulaciones íntimas en el instante de la tragedia.

Perdona, Salvador Allende, a tu hija Isabel por haber calificado de “insolencia” la petición premonitoria del doctor Luis Ravanal de que tus restos fueran exhumados.

Perdona, Salvador Allende, al periodista Camilo Taufic por haber diseñado, con más imaginación que pruebas, la teoría de que alguien te ayudó a suicidarte.

Perdona, Salvador Allende, a los periodistas del TVN que se mandaron un Informe Especial sensacionalista sobre tu muerte, en ejercicio de la libertad de prensa que afortunadamente recuperamos en Chile.

Perdona, Salvador Allende, a la abogada Carmen Hertz, que calificó de “felonía” un ejercicio de ficción en el que me ponía en la hipótesis de haber tenido que ayudarte a morir si hubieras fallado en tu suicidio y yo hubiese estado allí.

Perdona, Salvador Allende, que durante tantos años hayamos venerado tu estatua y olvidado tus dolores y tus amores de varón vital y apasionado.

Perdona, Salvador Allende, a quienes en la hora undécima nos estamos preocupando de los detalles de tu muerte como consecuencia de la investigación que realizan los tribunales.

Salvador Allende, perdona a los chilenos que hoy nos interesamos más por un partido de la roja que por el drama que viviste en La Moneda bajo las bombas.

Salvador Allende, perdóname, perdónanos.

Addenda

Eduardo Labarca (1938) combina el ejercicio del periodismo, que prevalece hasta volcarse por completo a la narrativa y la investigación, la militancia política en el Partido Comunista y estudios de Derecho en la Universidad de Chile. Tras el golpe de Estado militar-cívico encuentra refugio —había sido uno de los directores del Noticiario de Chile Films el último año del gobierno de la Unidad Popular— en la Unión Soviética.

En Moscú, entre 1974 y 1980 colabora en calidad de periodista en las emisiones de Escucha Chile, programa que se sigue clandestinamente en su país y que contaba con distinguidas personalidades del exilio de entonces afincadas en Rusia, como Volodia Teitelboim, José Miguel Varas, Virginia Vidal y otros militantes del PC chileno.

Ese mismo año deja esas tareas y hasta fines de la década de 1991/2000 ejerce como traductor en diversos organismos de las Naciones Unidas, abandonando la política contingente y centrándose en la narrativa literaria. En este terreno su primera obra es un volumen con tres nouvelles que bajo el título de El turco Abdala publica en Santiago en 1988.

Su último libro es El enigma de los módulos (Catalonia, Santiago, 2011), que suele ser descrito como ensayos fantásticos. Empero su trabajo más conocido es Salvador Allende, biografía sentimental, abocado a desentrañar —no siempre con buen gusto y poca delicadeza— la vida amorosa del ex presidente.

La anécdota más conocida de Labarca es haber visitado la tumba de Jorge Luis Borges, en Ginebra, Suiza, para "hacer pis" sobre la lápida; lo explicó como un homenaje al escritor argentino.

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