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Se cuenta de Don Felipe II, y es muy suyo, que mató a uno de sus cortesanos con una sola mirada. El hombre del Escorial que siempre andaba vestido de negro y llevaba al cuello el collar de los Duques de Borgoña, le miró y el corazón de aquel cortesano se paró de pronto, esto fue todo. Y esto se llama mirar. También Cristo miraba así; pero no para matar, sino para resucitar.
¡Qué hubiera palabras así!
Sabemos de Duilio en las Guerras Púnicas que inventó un sistema diabólico para las batallas navales. Como ciertos muy bien armados insectos, que con precisión matemática, hieren a su víctima y la dejan paralizada, inmóvil; así, de pronto, sin saber cómo, ni cómo no, de las naves romanas salían unos arpones corvos, a manera de tenazas enormes, poderosas, irresistibles, y quedaba la pobre nave cartaginesa, pues ya podéis imaginaros cómo quedaba, reducida al común denominador, neutra.
¡Qué hubiera palabras así!
En España a los grandes criminales, cuando no son militares, se les aplica la pena del garro- te. Es la más instantánea de todas las muertes. Se les venda, se les ata, se les ciñe al cuello un corbatín de hierro, la mano del verdugo se mueve, algo horrible y mecánico funciona, y el corbatín de hierro, boa constrictor de la justicia de los hombres, en un abrir y cerrar de ojos, hace su oficio, y la víctima queda tronchada, ajada, arrugada, plegada, ¡cómo podría decirse!
¡Qué hubiera palabras así!
Que hubiera digo, palabras como los arpones corvos de Duilio en las Guerras Púnicas, para que la sociedad loca de hoy se detuviera y no siguiera bailando.
Baile se dice, pero analizando, con análisis ya no digamos de revelación cristiana, sino de razón humana desnuda, yo no quiero decir cómo se diría.
Esa mujercita. ¿Por qué no mujerzuela, si va en los brazos de un hombre, sin la distancia
de la honestidad, cara con cara y cuerpo con cuerpo, y lleva cortos los cabellos y anda pintada y desvestida? ¿O ciertas cosas feas determinan, en una mujer rica, la señorita y en una mujer pobre, la mujerzuela? Yo creo que no hay más que mujeres decentes e indecentes. Una mujer decente es señorita aunque sea criada de escoba; y una mujer indecente es mujerzuela aunque sea la misma Doña Margarita de Valois, reina de Francia y de Navarra. Y tan mujerzuela que en las sabrosas crónicas de la historia de Francia, perderéis el tiempo preguntando por Doña Margarita de Valois; no seáis naifs (cándidos) preguntad por la bella Margot.
Pero estas pobres niñas, verdaderamente pobres, que así bailan, ¿no tienen padres? ¿no tienen novios? Yo creía que el padre era una es- pada resplandeciente, desenvainada delante de su niña. Yo creía que la madre era una nube para .cubrir y un ojo para ver y una voz para decir: ¡atrevido! Yo creía que a la niña que tiene novios se aplicaban los versos de Rubén:
«La custodian cien negros con sus cien alarbardas
un lebrel que no duerme y un dragón colosal».
Pero ahora para las pobres niñas ¡verdaderamente pobres! que así bailan, ¿qué es el padre? una palabra de dos sílabas; ¿qué es la madre? una nube que no cubre y un ojo que no ve y una voz que no habla; ¿qué es el novio? ¡un nombre sustantivo común!
¡Sí!, pues entonces, huyamos alma mía, a las islas del Buen Silencio a meditar, en estos versos de Rubén:
«El Santo de Asís no le dijo nada,
le miró con una profunda mirada,
y partió con lágrimas y con desconsuelos,
y habló al Dios eterno con su corazón.
El viento del bosque llevó su oración,
que era "Padre nuestro que estás en los cielos" ... »
y en este otro de Francis Jammes:
«Nous ne comprenons pas, nous ne comprenons pas.»
Nota:
Artículo para nuestra sección dominical IGLESIA VIVA. Tomado de "El Libro de las Palabras Evangelizadas", del poeta y sacerdote Azarías.H.Pallais
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