Onofre Guevara López
Es de suponer que a estas alturas y ante la profusión de la propaganda política electorera del orteguismo, algún experto en publicidad se habrá preguntado: ¿no será mejor una publicidad con un eje central atractivo, en vez de saturar a los potenciales votantes con una masa de consignas, repetidas hasta el cansancio y más colorida que Arco Iris? ¿es positiva una desorbitada publicidad política en un mercado electoral pequeño, tradicional y, por ello, con elecciones predecibles? ¿será tan ingenuo el potencial votante que se le pueda convencer con el cuento de las cualidades de un candidato, si todos nos conocemos en un país tan pequeño? ¿no es más efectiva la relación candidato-pueblo que saturar el ambiente de mensajes vendiendo imponderables y sin vínculos directos con la realidad social?
Se podría hacer más preguntas similares, y las respuestas siempre serían más certeras según los hechos y no según la visión de quien se considere un conocedor de la técnica publicitaria. Basta observar que las preguntas están relacionadas al ámbito político, económico y social dentro del cual se desarrollan las elecciones. Tratándose del actual proceso electoral, hay otra pregunta que –supongo— ningún publicista quisiera hacer, porque iría en contra de su negocio: ¿es necesaria esa publicidad, en un país donde toda la estructura del poder político, económico y electoral es manejada por la misma persona, que es candidato y presidente a la vez, y todo lo ha condicionado para ganar como sea, incluso por la vía del fraude?
Por ser tan obvias, las preguntas aquí formuladas tienen respuestas fáciles. Para un sandinista, el eje central de la propaganda sería mejor el de la revolución y su sentido histórico. Pero como la revolución es un hecho ya agotado, la propaganda orteguista sólo la menciona como pretexto para producir consignas vacuas en serie, y sin más interés que para sí mismo, es decir, de su reelección.
La multiplicidad de ejes, es una retahíla a lo reguetón, como la siguiente pequeña muestra: con todos para todos, seguimos cambiando Nicaragua cristiana, socialista y solidaria, por el bien común, la libertad, la igualdad y la fraternidad; unidos en la revolución; en la solidaridad; en la esperanza, la paz y el amor; unidos por la felicidad; unidos en la fe, en la reconciliación, en la alegría, en la prosperidad y la seguridad; Nicaragua con Daniel, en uno somos dos, vamos por nuevas victorias y…
Saturación de mensajes; abigarramiento de consignas con un pregón enloquecido, ofreciendo curar con imponderables a una sociedad de sus graves enfermedades. Y eso no es todo. De modo complementario, este guacamol oral lo han lanzado sobre la propaganda escrita –en un solo cartel de Daniel hay hasta cinco consignas con igual número de colores—, abrumando la cotidianidad de las calles, las carreteras, los edificios públicos, los vehículos estatales y los privados “asignados” según el cargo público o partidario. Todo, con una coloración imitativa de la vida a colores de la televisión. De una vida en rosa, estampada sobre el fondo gris de la realidad y su paisaje humano de pobreza y atraso.
Es cierto, existe el votante ingenuo. Pues es una ingenuidad el hecho de ser seguidor de un candidato porque es de “su” partido –y eso tiene que ver con la tradición familiar—, con todo su peso sobre la conciencia de una gran cantidad de personas, lo cual las hace presas fáciles de la manipulación y, por ello, no susceptibles a formarse ideológicamente para adquirir una sólida convicción política, menos de clase. De ahí, que es el tipo de votante que busca ser moldeado con la propaganda, no para que determine el resultado de las elecciones –porque aquí no son limpias— sino para que cubran el engaño. Tampoco votan por las supuestas cualidades del candidato que la publicidad le ha creado, y ocultado sus aberraciones al mismo tiempo. Si no existiera este engaño, Daniel Ortega y Arnoldo Alemán no hubieran sido presidentes, y menos que ahora fueran candidatos.
Es más fructífera una relación directa del candidato con la gente, pero con el dinero que les sobra, usan una alta tecnología mediática, y descargan sobre los medios la promoción de su candidato, suponiendo que así le dan mayor difusión y efectividad a sus mensajes. También para evitarles situaciones embarazosas a su candidato, quien, por lo general, es corto de ideas y de un discurso nada convincente. Su imagen de personaje ideal que le ha inventado la publicidad se difunde por medio de la radio y la televisión, y no es cuestionado como puede suceder cuando es presentado en vivo ante el público. Este hecho es paradójico, pues el candidato con más recursos económicos tiene la ventaja de disponer de más medios de comunicación, pero verlo y oírlo a cada rato, día y noche, durante meses y años, provoca un justo rechazo, el cual se cumple con un sencillo acto digital liberador sobre el control. El candidato sin grandes recursos para saturar con su imagen la televisión, y es obligado por la necesidad a buscar una relación directa con los potenciales votantes, les causará mejor impresión.
Aquí se vive un círculo vicioso: teniendo el país votantes de bajo nivel político y cultural, la publicidad circense electoral les receta mensajes que, a su vez, les aumenta esas deficiencias políticas y culturales. Es una clase de publicidad, que les inyecta bajas pasiones políticas y les crea criterios superficiales. Pero así les conviene a los partidos, para poder vender a su candidato, casi siempre más cargados de vicios y defectos que de méritos.
Hay algo importante de lo que carecen los partidos y sus candidatos: el análisis o estudio de los problemas de la realidad nacional, resumido en un programa para dotar a su clientela electoral de conocimiento y dominio sobre sus problemas vitales, y convocarla a luchar por las soluciones. En cambio, son especialistas en discursos retóricos, demagógicos, vacíos ideológicamente, pero llenos de diatribas contra sus adversarios. Esta deficiencia es otro motivo por el cual usan y abusan de los medios de comunicación y de la publicidad engañosa. Y cuando hablan directamente con sus simpatizantes, les atiborran de vulgaridades, demagogia y sentimientos negativos para que –que carentes de pensamiento crítico y racional— actúen ciegamente cuando se lo ordenen.
A este tipo de candidatos, corresponde una clase de publicidad como la que vemos y oímos por todos los medios de comunicación: necia, vulgar, cirquera. Y en el caso particular del orteguismo, su publicidad la ha vuelto aborrecible para la ciudadanía, porque teniendo un fraude en marcha sólo le sirve como cortina de palabras y colores para ocultarlo.
(*) De una canción popular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario