Cuando por motivos de paseo o cualquier otra situación subimos a lo que se conoce como “LAS SIERRAS DEMANAGUA ”o tenemo s la oportunidad de sobrevolar la capital viniendo del sur de Centro América, tenemos la oportunidad de ver como es la formación topográfica de nuestra capital. Managua es una ciudad con un peligrosísimo declive de sur a norte que se inicia precisamente en las “sierras ”o la “montaña ”como la nombraban los antiguos managuas y termina en una planicie formada de suelo poco compacto formado por las cenizas y arenas de las erupciones de los volcanes Asososca, Tiscapa, Nejapa, Xiloa y Apoyeque que aunque ahora lucen como grandes lagunas en un pasado reciente, en términos geológicos, fueron estos volcanes causantes de erupciones apocalípticas que infundieron el terror entre los habitantes de la antigua IMABITE, nombre indígena de nuestra capital.
Esa formación de suelos poco compactos es lo que provoca la innumerable cantidad de fallas geológicas que periódicamente causan grandes terremotos y si a esto le sumamos la formación del lago Xolotlán, que no es más que una inmensa falla del terreno que se hundió y luego se llenó de agua, la situación no es para nada halagüeña. La inclinación sur-norte de Managua, la convierte en una ciudad propensa a todo tipo de deslaves (LAHARES) y corrientes muy intensas y con una pavorosa aceleración de las aguas que bajan cada temporada lluviosa de la cuenca sur.
En esa apacible y pueblerina vida de la Managua del año 1876 que como he dicho se extendía desde la loma de Tiscapa hacia el norte, con una pequeña población en relación con la actual y con inmensos bosques que se iniciaban en la actual loma de Tiscapa ascendiendo hacia las sierras con una vegetación prolífera en árboles de maderas preciosas, cafetos, y otro tipo de vegetación que hacían del suelo de esa parte de la capital, aparentemente un suelo muy cohesionado.
EL ALUVION.
El mes de Octubre es el más lluvioso de la temporada y ha de haber sido más lluvioso en aquel momento por la gran cantidad de vegetación virgen que rodeaba la actual capital de Nicaragua. La mañana del día 4 de octubre de 1876, a eso de las ocho y cuarenta cinco minutos de la y después de días de esta lloviendo, se desató un fuerte aguacero sobre la sierra y Managua. Los habitantes de la ciudad estaban resguardados en sus casas y muchos aun dormían a esa hora cuando de pronto escucharon un ruido muy fuerte, que no era el de la lluvia. Era como que un inmenso tropel de caballos viniese avanzando desde las sierras hacia la pequeña ciudad. En asunto de minutos o quizás segundos un espantoso aluvión entró por el Sur-Oeste del lado del camino a Ticomo, y buscó cauce por la Calle Honda, que después se llamó Calle de Aluvión y es hoy la 1era Calle Norte. en la vieja nomenclatura de la ciudad que fue terminada de destruir con el terremoto de 1972. La gran corriente arrastró árboles y peñascos voluminosos. De estos todavía habían algunos que se podían ver en la década de 1930, en las calles no pavimentadas, para ese entonces, del Barrio San Antonio. Las víctimas se contaron por. centenares entre ahogados y golpeados.
Según la historia de Gratus Hafftermeyer, Las personas importantes que perecieron fueron don Florencio Arce y una hija suya que murió al día siguiente, golpeada por una tapia que le cayó encima; la madre política de don Indalecio Bravo, de nombre María de Jesús, y doña Josefa Emilia de Trinidad, esposa de don Jesús de Trinidad.
Las autoridades y vecinos prestaron su ayuda como pudieron, tirándoles cables a los que eran arrastrados por la corriente. Muchas personas fueron rescatadas de la muerte por los oportunos auxilios de José Santos y Francisco Zelaya, dos valientes muchachos que estaban recién llegados de Europa; del joven Nicolás Méndez y de los hermanos Luis, Francisco y Benito Arróliga. De estos pequeños héroes sobrevivía hasta 1980 el último, bastante anciano. También ayudaron en el salvamento Fulgencio Fonseca, Coronado Martínez y Terencio Martínez.
En esa época era presidente de Nicaragua el señor Pedro Joaquín Chamorro, que estaba en León combatiendo la plaga del chapulín, (parece que los gobernantes que hemos tenido cuando no tiene enemigos políticos con quien pelear lo hacen hasta contra los animales) pero se dictaron las medidas conducentes al salvamento de la ciudad. Esta tarea fue coordinada por los Ministros don Anselmo H. Rivas y don Emilio Bernard, quienes se portaron a la altura de su deber.
Muchos días después se estuvieron recogiendo cantidades de muebles que “nadaban ” en la costa del lago.
Los sobrevivientes de esa hecatombre, recuerdan con horror esos aciagos días. Por antonomasia se le ha llamado se le ha llamado al aluvión: el “cordonazo de San Francisco.”
Los hilos telegráficos siguen uniendo los pueblos de la República. El día del aluvión y en el momento de la vorágine, es transmitida a Occidente la fatal noticia que llegó truncada porque la correntada botó los postes. El mensaje alcanzó a decir: "Managua se está per.." y la caída de los postes no permitió que el telegrafista completara su mensaje.
Una de las cosas más espectaculares de la avalancha fue una enorme piedra de más de cinco metros de altura y seis de circunferencia que aplastaba árboles, viviendas y todo lo que se encontraba a su paso. La mole de piedra se fue frenando cuando la corriente ya no tenía fuerzas para arrastrarla, se detuvo en la pared de la casa de doña Escolástica Zelaya, (ubicada donde estuvo la casa esquinera de don Ángel Caligaris, antes del terremoto).
UN HEDOR INSOPORTABLE.
Lógicamente en aquella época no existían los medios necesarios para hacerle frente a aquella catástrofe provocada por la naturaleza. Las autoridades, en conjunto con personas, se ofrecieron a ayudar a las víctimas, daban su apoyo tirando cables a los que eran arrastrados por las corrientes y el incontenible lodazal.
Según crónicas de la época, de las corrientes y el lodo se desprendía un hedor insoportable causado por los cadáveres de personas y animales mezclados en aquel espeso fango que quedo después del aluvión.
La catástrofe provocó serias repercusiones en la economía de Managua. Almacenes, centros comerciales, boticas (farmacias) y pequeños establecimientos comerciales fueron
arrasados por la terrible tragedia. Muchas personas de comarcas cercanas a Managua llegaban a donar alimentos a los damnificados.
DESESPERADOS
Mucha gente que pudo escapar de la catástrofe logró refugiarse en la Loma de Tiscapa, otros se refugiaron en el atrio de la Iglesia de San Miguel (donde estaba el mercado nuevo antes del terremoto).
- A los gritos de “¡Señor,ten misericordia de nosotros!”,los señores Daniel López,José María Silva y José Ramírez, que vivían cerca de aquel templo, auxiliados por otras personas decidieron ir al Altar de la Sangre de Cristo y la bajaron, paseándola posteriormente por todo el atrio de la iglesia.
- Una vez que la pasearon por los alrededores del templo, el rostro de Cristo fue colocado en la dirección de donde se vino la avalancha. Narran los cronistas que muchas personas que eran ateas, salieron llorando y se postraron ante la Sangre de Cristo pidiendo clemencia.
EL PELIGRO ACTUAL.
Los geólogos, a nivel mundial, que han estudiado estas avalanchas o “LAHARES ” como se les llama, explican que tarde o temprano suceden otras y que por lo general siguen la misma ruta que las anteriores por lo que Managua no se encuentra a salvo de que se repita en cualquier momento.más si reflexionamos sobre los siguientes aspectos:
1. Managua de 1876 era una ciudad que mantenía toda la red vegetal que absorbía el agua de las sierras, compactaba ese terreno y no permitía que grandes corrientes bajaran por la inclinada pendiente hacia la ciudad de Managua, sin embargo, sucedió el aluvión.
2. En la actualidad todo esa protección vegetal NO existe, primero porque los cafetaleros arrancaron de raíz los grandes á rboles de las sierras para cambiar la variedad de “café de sombra “ por la de “café de tipo soleado ”. Con esta barbaridad no sólo modificaron la temperatura de las sierras de Managua, la del departamento de Carazo e incluso la de la ciudad de Managua, es decir, ahora, no hay que detenga la aceleración de las grandes corrientes que bajan del sur de la capital hacia el lago Xolotlán.
3. La voracidad de los antiguos y nuevos urbanizadores han despalado lo que quedaba de vegetación y pocos grandes árboles para construir grandes residenciales en las sierras de Managua sobre un terreno poroso, sin cohesión y sujeto a desprendimientos de gran magnitud.
4. La Managua de 1876 no tendría una población mayor de cincuenta mil habitantes cuando mucho, ahora somos dos millones de habitantes más la población flotante que viene a trabajar a la capital a diario.
5. Actualmente existen una inmensa cantidad de urbanizaciones exclusivas, colonias y barrios en la ruta que recorrió(desde el sur) el aluvión de 1876.
6. Los deslaves o LAHARES siempre siguen la misma ruta.
Ante este panorama sombrío, los que habitamos en la capital de Nicaragua no nos debemos confiar ante lluvias moderadas y/o fuertes y debemos estar alertas ante cualquier sonido inusual que escuchemos cuando llueve sobre Managua.
No debemos olvidar que es una ciudad muy frágil y que además de los terremotos frecuentes y seguros de que ocurrirán cada lapso de tiempo, debemos sumar el peligro inminente de un deslave catastrófico que arrasaría con al menos el ochenta por ciento de la infraestructura actual y no me arriesgo a asegurar el número de vidas valiosas que seguramente se perderán.
Marvin Gadea.
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