El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

lunes, 11 de julio de 2011

LA SINRAZÓN DEL FUNDAMENTALISMO POLÍTICO

Leyendo este artículo de Stiglitz uno cae en la cuenta de que las mentes de las personas, a pesar de que creamos que las leyes lógicas que rigen las expresiones o sentencias y los juicios que éstas representan son iguales y evidentes para todos, actúan con una asombrosa diversidad.

Para Stiglitz, como en los últimos tres años lo ha sido para mí, ha sido evidente desde los años 80 lo que encabeza este artículo del Premio Nobel y antiguo líder intelectual del FMI, del Banco Mundial, y de gobiernos estadounidenses:

“Tan sólo unos años atrás, una poderosa ideología – la creencia fundamentalista en los mercados libres de restricciones (los subrayados son míos) – llevó al mundo al borde de la ruina. Incluso en sus días de apogeo, desde principios de los años ochenta hasta el año 2007, el capitalismo desregulado al estilo estadounidense trajo mayor bienestar material sólo para los más ricos en el país más rico del mundo. De hecho, a lo largo de los 30 años de ascenso de esta ideología, la mayoría de los estadounidenses vieron que sus ingresos declinaban o se estancaban año tras año”.

Sin embargo, a tres años de habernos sumido en la crisis, todavía algunas o muchas de las mentes que se suscriben a la poderosa ideología mencionada por Stiglitz“pretenden derogar las leyes básicas de las matemáticas y la economía” y, además, “están presionando para obtener aún más reducciones de impuestos para las corporaciones y los ricos, junto con los recortes de gastos en inversiones y protección social que ponen el futuro de la economía de los EE.UU. en peligro y que destruyen lo que queda del contrato social. Mientras tanto, el sector financiero de EE.UU. ha estado presionando fuertemente para liberarse de las regulaciones, de modo que pueda volver a sus anteriores formas desastrosas y despreocupadas de proceder.

Cuando he estado en los Estados Unidos en los últimos tres años me ha dejado helado la típica posición “republicana” de muchos de los que en un tiempo, según la denominación de Reagan, constituían la “mayoría silenciosa de los “americanos término medio”, y que ahora, sin que claramente sean la mayoría de los ciudadanos de ese país, se han convertido casi en jaurías belicosas, bulliciosas y sedientas de revancha contra el alud de votos con el que el actual Presidente fue elegido. Me ha impresionado la falta de lógica y la despreocupación por la lógica con que se expresan. Aunque debería ser evidente que los libertarismos reaganianos y bushianos que han eliminado los impuestos a los más ricos o las regulaciones a los bancos o que han permitido gastos estratosféricos para el complejo militar y guerrero del país (¿cuántos millones de dólares diarios se ha dicho que cuesta mantener cada uno de los muchísimos monstruosos portaaviones de la Naval estadounidense desplegada en todos los rincones del mundo?), han sido los verdaderos causantes del nivel y de la tendencia con que crece la deuda pública del país, ellos siguen sosteniendo, con más ferocidad que antes, que la culpa de esa locura de la deuda son los impuestos que se cargan, sobre todo, a los más ricos (que, dicen, son los ciudadanos más productivos y los más capaces de devolver al país su eficiencia productiva) así como los gastos que se hacen a favor de los más marginados de esa sociedad. Yo hasta he logrado percibir instintivamente como que esos radicales del libertarianismo y la desregulación han integrado su convicción en sus fundamentos religiosos, o supersticiosos, de tal forma que consideran que dar a los pobres es un pecado contra natura y contra la decisión divina de que quien se dedica fervorosamente a hacer dinero es necesariamente premiado por Dios, y que, por consiguiente, vivir con carencia de dinero es señal de una perversión moral y un verdadero castigo divino por no asumir su responsabilidad fundamental de producir riquezas inagotablemente. Quienes predican la regulación, el gravamen a los ricos con impuestos son discípulos del demonio y merecen ser perseguidos por la sociedad y el Estado. Ya no se trata de una “ética protestante” o calvinista sensata y legítima, o de un judaísmo sapiencial que ha descubierto las virtudes legítimas de los comerciantes y agentes de la oferta del mercado, sino de un fanatismo irracional que no admite contradicción ni polémica (Sara Palin definitivamente promovió las emociones que llevaron a un loco a atentar contra la Senadora Demócrata en Arizona, aunque diga que ella no pensaba en eso) .

Mientras esas fuerzas tenebrosas del radicalismo derechista no cedan, es utopía proponer las medidas sensatas, de sentido común por la que Stiglitz aboga: “se debe poner a los Estados Unidos a trabajar mediante el estímulo de la economía; se debe poner fin a las guerras sin sentido; controlar los costos militares y de medicamentos; y aumentar impuestos, al menos a los más ricos”.

Pero mientras esas medidas no se tomen, el desempleo seguirá reinando en la economía más rica del mundo y su herida puede llegar a convertirse en una gangrena que la lleve al colapso, arrastrando a una buena parte del resto del planeta. Ojalá no tengamos antes que enfrentar una guerra civil dentro de los mismos Estados Unidos de Norteamérica.


Iván García Marenco

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