PÁRRAFOS DEL SERMÓN PREDICADO
EN SAN JOSÉ DE LA MONTAÑA
JOSÉ el carpintero. ¿ Y qué otra cosa? Nada más. Con eso basta y sobra. Sus manos van
y vuelven sobre la madera. Saca dinero de su garlopa, dinero humilde de pobres, voz que se oye apenas, para mal sostenerse. Dinero que se convertirá en ropa. La ropa de María, la ropa de Jesús. Dinero que se convertirá en comida. La comida de María, la comida de
Jesús.
José vivía dentro de su taller y allí trabajaba.
Estuve cierta vez de vacaciones en una hacienda. Los dueños eran hospitalarios, con aquella antigua hospitalidad nicaragüense que ya va quedando relegada a nuestras Segovias. Hospitalidad magnífica y excelente, como nuestro árbol llamado genízaro, amable y sabrosa como el aire puro de las montañas, como el ojo de agua del pinar. La hospitalidad nicaragüense, fruto legítimo del Cristianismo, está desapareciendo, quieren sustituirla por los baños mixtos y por la masculinización de la mujer.
Se acerca el día en que todos tengan que llevar un letrero sobre las espaldas, diciendo: yo soy hombre, yo soy mujer.
Estábamos sin literatura, muellemente reclinados en hamacas perezosas y en aquellos sillones que bien merecen su nombre de mecedoras. El dueño de la hacienda abrió su victrola para que fuesen pasando las horas, de disco en disco, mecidas por la música. Muchos discos olvidados en los últimos rincones del mueble que los guardaba permanecieron silenciosos, sin embargo ¡cuánta música no dormía en ellos! Si el dueño
de la victrola los hubiese visto y tomándolos entre sus manos los hubiese puesto. Sólo una cosa le hace falta a un disco: que alguien lo vea y lo tome entre sus manos y lo ponga. Son nuestras almas como los discos de la victrola. Sólo una cosa nos hace falta, que Jesucristo nos vea, nos tome entre sus manos y nos ponga. Poco a poco a traídos por la música fueron llegando de todos los rincones de la hacienda jornaleros y jornaleritos, mozos y mocitos. Éramos nosotros la ciudad rodeada de una cinta de campo. Acodados sobre la baranda, para ellos no había hamacas ni mecedoras, esa gente no se sienta. Se llamaban: Pedro, Pablo, Juan, Francisco, y eran de los que hacen para allá, para acá, los negociantes de las dos calles atravesadas, una en Granada y otra en León. ¿Sabrían
leer? ¿Sabrían escribir? ¿Habrían hecho su primera comunión? ¿Alguien les habría dicho que todo vicio embrutece y que sobre todo el de la bebida es el embrutecimiento mismo? Muchos de ellos eran inteligentes y nobles y atrevidos y valientes. Doman potros, lazan toros, saben trepar a los altísimos árboles, atraviesan ríos a nado, se hacen una misma cosa con el caballo bajo la espesura de la enramada, pueden salvar la vida al patrón. Viven una vida pésima, martirizados por el zancudo y la garrapata, tragados por el paludismo, que traga, traga y traga, con su carreta colón contrón, con este sol y este polvo sucio y estos caminos que, ayúdame a decir, son rigurosamente hablando,
pésimos, como hechos exprofeso para decir malas palabras, demostraciones evidentes de que todos nuestros gobiernos, todos, todos, todos, los de la calle atravesada de Granada y los de la calle atravesada de León, han sido máquinas muy viejas por cierto, algo sube y baja, y una cosa da vuelta, ¿y qué resulta? un robo ¡ladrones! Vienen sin embargo atraídos por la música. La música es un mensajero profano de Nuestro Señor Jesucristo. Si Nuestro Señor viniese y les hablase como sólo Él hablaba estarían colgados de sus labios. ¿Habéis pensado alguna vez cómo sería de criminal el que quisiera arrebatarles a estos humildes su único tesoro: la religión de Jesucristo? el que tenía en sus establos innumerables ovejas le arrebató a este pobrecito la única ovejita que tenía. Los dueños de la hacienda, necesitan de N. S. Jesucristo ellos también. Duermen perfectamente bien, eso sí que se llama buena cama. Comen perfectamente bien, eso sí que se llama buena mesa. Pero les hace falta no sé qué. Tienen nostalgias de no sé qué. N o está lleno su abismo, sufren como todo hombre que viene a este mudo. El hijo del dueño como que no ha: resultado. Es un hace nada, un para nada sirve.
Cómo debe sufrir un hombre que trabaja viendo que su hijo es uno de los que no trabajan. Cómo debe sufrir uno que tiene la cabeza llena viendo que su hijo es uno de los que tienen la cabeza vacía, sólo para ponerse el sombrero. Cómo debe sufrir un hombre de empresas provechosas viendo que su hijo sólo sabe de películas y de bailarinas. La hija también ha hecho lo que se llama un mal casamiento. Se creyó que el esposo era digno y es un vulgar, noble y es vil, hombre y es una bestia. La pobre madre va encorvándose cada vez más sentada en su sillón, va perdiendo la vista, se acerca la que nunca falta. Y luego que irá a ser de todos estos nietecitos; y en este país ¡y en
este país! Los ricos, ellos también necesitan de Jesucristo, con necesidad profunda, inmediata, radical. Si Él viniese y les hablase como sólo Él sabía hacerla, estarían como los jornaleros de la hacienda, colgados de sus labios.
Se me ocurre que preguntemos en esta mañana: ¿La Religión, nuestra Religión para qué sirve?
Hay en el campo dos clases de dueños entre los cuales media un abismo, el dueño perezoso y el dueño trabajador. El dueño perezoso va a su finca de tarde en tarde, y lo mismo fuera que no viniese, en su hamaca meciéndose da órdenes severas y muertas, como quien no ha visto las cosas con sus propios ojos. El agua hermana pasa por su finca, pero el dueño como si no lo supiese se contenta con saludarla de lejos. El dueño trabajador se acerca al agua que pasa por sus tierras la acaricia, la solicita, la rinde, se hace su íntimo amigo, le pone presas deteniéndola para que no se vaya, le prepara
canales y declives para que vaya y vuelva por toda la finca, como un perro cariñoso; hasta en los más apartados potreros relinchan los caballos por el contento del agua, se destapa una compuerta, brota un chorro, una rueda da vuelta y se llena toda la finca de ruido y de movimiento ¡divino ruido! ¡divino movimiento! y se amontonan los productos, y el dinero, bendito sea esta vez, se va amontonando también. A este dueño trabajador sí que le sirve el agua.
Los remedios de la botica que huelen a cuarto de enfermo son la salud y no son. Las pomadas y demás cosas que se untan, las sales y demás cosas que se aspiran, los jarabes y demás cosas que se beben. Pero vale más que todos los medicamentos, el gran aire de la montaña y el agua corriente y el baño de sol. Si hago uso de todas las medicinas y no tengo salud, ¿de qué me sirve?
Las alhajas, los adornos, son la belleza y no son. El aseo, la castidad, la modestia, la naturalidad y la sencillez, valen mucho más. Alhajada, adornada y perfumada una niña, si no es bella ¿de qué le sirve?
Los escapularios, las medallas, las órdenes ter- ceras y todas las innumerables prácticas de piedad son la religión y no son. Son para la santidad de Jesucristo. Si llevo todos los escapularios y todos los cordones de las distintas órdenes religiosas habidas y por haber, pero no el escapulario rojo de Nuestro Señor Jesucristo, porque no soy justo ni misericordioso y uno so- lo de mis hermanos por pequeño que sea se queja de mí, ¿de qué me sirve?
Ved dos hijas de María, la una vestida de blanco y la otra vestida de blanco, la una de cinta azul y la otra de cinta azul, la una con medalla de la Virgen y la otra con medalla de la Virgen; pero ¡qué diferencia!, entre la una y la otra todo el cielo tato coelo, la una cree
que su cuerpo es mercancía barata y por eso lo enseña, la otra cree que su cuerpo es un tesoro y por eso lo esconde; la una no comprende cómo creyendo en Jesucristo se puedan bailar estos bailes de ahora que han llegado al tope de lo deshonesto, la otra sí baila, porque una cosa es entrar en la iglesia y otra que la iglesia entre en nosotros. ¿A cuál de estas dos hijas de María le sirve la religión?
Hay muchas mujeres del pueblo que no saben leer ni escribir y andan descalzas y son sin embargo señoras reinas como la que más, que podrían asistir, con todo derecho y no diríais nada, a las nobles y magníficas bodas reales de Don Luis XIII con Doña Ana de Austria y de Don Felipe IV con Doña Isabel de Borbón
Nota:
Artículo para nuestra sección dominical IGLESIA VIVA. Tomado de "El Libro de las Palabras Evangelizadas", del poeta y sacerdote Azarías.H.Pallais
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