Onofre Guevara López
Los preceptos constitucionales que Anastasio Somoza Debayle aplastó para reelegirse en 1974, son los mismos que Daniel Ortega Saavedra ha violado para satisfacer igual ambición. La Constitución de 1974 prohibía la reelección y la elección de un militar que hubiera estado activo seis antes de las elecciones, pero Somoza Debayle hizo escarnio de ello, como Daniel Ortega lo hace con la doble tranca de la Constitución en su Artículo 147.
Ambos burlaron también el precepto de inviolabilidad de la Constitución. El Artículo 332 de aquella Carta Magna, decía: “La Constitución es la Ley Suprema de la República. No tendrán valor alguno las leyes, decretos, reglamentos, órdenes, disposiciones, pactos o tratados que se opusieran a ella o alteraran de cualquier modo sus prescripciones.” Sintetizado, pero con igual sentido, el Artículo 182 de nuestra Constitución, dice: “La Constitución Política es la carta fundamental de la República; no tendrán valor alguno las leyes, tratados, órdenes o disposiciones que se le opongan o alteren sus disposiciones.”
Somoza y Ortega, tienen en común, además de su apego al poder, el ser violadores de las mismas normas de la máxima ley de la República. Con todos los dictadores habidos, Ortega comparte el rechazo al orden jurídico. Pero Ortega supera a Somoza García: éste se posesionó del poder durante veinte años, y se valió de títeres para que le cuidaran la presidencia. Ortega lleva con el control del poder –desde abajo y desde arriba—, treinta y dos años, y nunca ha prestado a nadie la secretaría general ni la condición de candidato a presidente.
Washington fue la meca de los gobernantes nicaragüenses, hasta don Enrique Bolaños. Para ellos, Washington es determinante para su liderazgo; para Ortega, Washington es determinante para justificar su continuismo; primero, por la agresión armada en los ochenta, y ahora Washington le sirve para su ejercicio antiimperialista. Mientras le “golpea” con el discurso, se porta muy dócil ante el Fondo Monetario Internacional, que es como un “Washington económico”. Esta dualidad de Ortega, nunca fue cualidad de ningún otro caudillo.
Ortega es una copia “mejorada” o “empeorada” –según la óptica con que se mire— de los dictadores, pero juega con el uniforme de la izquierda, lo que lo vuelve aceptable en el exterior latinoamericano. El espaldarazo de la colaboración venezolana, le ofrece las mejores posibilidades para obtener poder, riqueza y continuismo. Antes de que este cuerno petrolero de la abundancia derramara su mies sobre su gobierno, la piñata ya había reverdecido sus laureles.
En los primeros días del 2007, Ortega hacía declaraciones a favor de las relaciones con los demás partidos para hacer un gobierno de unidad nacional, de tolerancia política y reconciliación. Pero llegó el dinero venezolano, y en Ortega, el “doctor Jekill” fue vencido “por mister Hide.”
Ortega absorbió todos los poderes del Estado, salvo la Asamblea Nacional, pero la ha dejado incapacitada para hacerle frente a su poder. La influencia de Somoza Debayle en el congreso era producto de un sistema diseñado previamente con el zancudismo, al cual le tocaba el 40%, quedándose el somocismo con el 60%, cualquiera fuera el resultado de las “elecciones”.
Al Poder Judicial, Ortega le cortó de raíz su autonomía, y los magistrados liberales son convidados de piedra a cambio de los altos ingresos que perciben, el permiso para practicar el nepotismo y otras prebendas. La influencia de Somoza sobre la Corte Suprema no fue tan ostensible, pero era determinante, desde luego era una de sus herencias de familia.
Ortega se hizo dueño del Consejo Supremo Electoral, y de él hace y deshace lo que quiere, y por eso no hay nada que en esa materia no esté siendo adulterado y violado a su favor. La hegemonía de Somoza Debayle sobre el tribunal electoral era indiscutible, pero tampoco era resultado de su iniciativa, sino algo preestablecido. Su gran iniciativa, fue hacer un puente para su reelección con la “pata de gallina”, o Triunvirato.
La propaganda electoral de Ortega no tiene parangón. Exagerada hasta el absurdo, costosa hasta lo ofensivo, demagógica hasta el delirio, seudo religiosa hasta el irrespeto; una cursilería con esoterismo y astrología. De Somoza Debayle, aparte del servilismo de Novedades y los noticieros de su Canal 6, estaban sus pequeños carteles de “Sonrisal” pegados a las paredes, desde donde se reía de las torturas a las mujeres del Cuá, perennizadas por Ernesto Cardenal y Carlos Mejía Godoy.
Ortega, como Somoza, se creó su Olimpo, y gobierna con desprecio y al margen de la Constitución, de las leyes de rango constitucional, como la Ley Electoral –inutilizada con sus reformas pactistas— y de las leyes ordinarias. Ortega ha creado un Estado de facto al margen y en contra del Derecho.
Con este panorama político adverso a unas elecciones transparentes, limpias, democráticas y confiables, este proceso tiene un final predecible. Ortega se ha creado todas las condiciones para ganar o “ganar”. EL voto opositor es superior al voto cautivo de Ortega, y hay quienes piensan que factores imprevistos podrían darle la sorpresa el 6 de noviembre, similar a lo ocurrido en el 90. Sin embargo, la unidad opositora de entonces contrasta con la dispersión de ahora.
Antes que la falta de unidad opositora como su lado negativo, está en haber aceptado la candidatura ilegal de Ortega. El PLC, vencedor de Ortega en las elecciones del 96 y del 2001, perdió fuerza desde que su candidato actual, y ex presidente, obtuvo como premio a su corrupción una condena no cumplida de veinte años de cárcel. Las ilegalidades de Ortega para su reelección, han contado –de modo abierto y disimulado— con la colaboración del PLC, de acuerdo a su pacto.
La ALN, es un subproducto del PLC en cuanto a vicios, debilidades y personalismos que no buscan ni han pensado buscar la presidencia, sino mantenerse con algunos diputados en la Asamblea Nacional. ALN se ha destacado en el parlamento como proveedor de votos para el oficialismo en el mercado de votos, dinero y favores.
La Alianza Unidad por la Esperanza, se presenta como la alternativa honesta frente a la corrupción dominante en los partidos tradicionales. Y por la diversidad ideológica de los sectores que la integran, es la única que ofrece ese rasgo nuevo en este proceso. Enarbola la bandera anti corrupción que no pueden enarbolar los demás partidos opositores.
No se puede soslayar verdades y sustituirlas con palabras de consuelo, lo cual sería demagógico. Cualquiera fuere el resultado electoral, no tendrá efectos positivos para superar el atraso, la corrupción y la pobreza. Si perdiera Ortega, quedarían intactos todos los problemas, y la lucha política se recrudecerá, y sobrarán lo motivos para continuarla. Además, ya se sabe de lo que el orteguismo es capaz de hacer “desde abajo”.
*Extractado de una charla con estudiantes en Fundemos, el 7/7/2011.
No hay comentarios:
Publicar un comentario