ARSENIO RODRÍGUEZ
EN NUESTRA América los espacios de percepción, antes ocupados por la imaginación, la magia de vivir y la poesía, se saturan ahora con espejismos televisivos que confunden nuestras mentes y expectativas de felicidad.
El ruido digital de las máquinas en nuestras urbes y espacios individuales apaga los ritmos y pulsos de la naturaleza, los sonidos de la vida, y al mismo tiempo interrumpe nuestro silencio interior.
Las estadísticas económicas y financieras, que no reconocen aún el valor de una sonrisa, de una caricia, de un sentimiento profundo, se utilizan paradójicamente como
indicadores del bienestar de nuestros pueblos.
Entre tanto, los resultados de las apuestas de ganancia inmediata realizadas en los centros financieros a todo lo ancho del planeta determinan nuestras oportunidades empleo.
El creciente desasosiego del ser humano nace de estos espejismos publicitarios, del aislamiento del silencio y de los sonidos de la vida, de la manía contable de describir estadísticamente el bienestar, y de la vulnerabilidad de nuestras capacidades productivas ante el caprichoso juego global de la ganancia inmediata.
Esta incertidumbre se evidencia a través de un materialismo ilusorio que socava las bases de nuestra dignidad social y cultural. Presenciamos un aumento de la
inseguridad, del miedo y, peor aún, de la insensibilidad hacia el dolor ajeno y la falta de respeto hacia la vida.
Nuestros corazones parecen inmunizarse ante la procesión de imágenes televisivas que muestran continuamente -en una extraña mezcla de ficción, de
noticias y publicidad- hombres, mujeres y niños heridos, mutilados, asesinados.
Parecería que nuestras mentes se han desconectado de la realidad simple de vivir, por escapar de la incesante cacofonía de información que nos persigue, nos globaliza, nos arrincona y nos aleja de nuestro silencio.
Nos hemos monetarizado más que nunca con el desenfreno por consumir para lograr las metas ilusorias de la felicidad que se nos vende.
Cada vez más, nuestra certidumbre de ser se basa en cuentas y factores externos, y no en las fuerzas vitales que habitan alma adentro.
¿Hacia dónde va nuestra América? ¿Qué pasa con este vasto continente de culturas y etnias que ofrece canciones antiguas al mundo para enriquecer su vida y construir una verdadera nueva humanidad?
Si en un momento de silencio auscultamos con nuestra intuición, con nuestros sentimientos, el mundo que nos rodea, queda muy claro que urge un cambio de dirección.
Necesitamos reorientar nuestros rumbos porque sabemos que los cuatro jinetes del espejismo, del aislamiento, del economicismo y del inmediatismo nos están llevando a un precipicio y a la negación de nuestra verdadera riqueza.
El desarrollo social y económico tiene que estar fundamentado en una reconexión con nosotros mismos, en un despertar de nuestra sensibilidad, de nuestro respeto
hacia la vida y hacia nuestro ser cultural.
Sólo así podremos crear una sociedad basada en el uso responsable de nuestras riquezas naturales, en una mayor equidad, en un florecimiento económico, fruto de la
imaginación y las capacidades de nuestra gente talentos a y creativa.
En el umbral de otros mil años ---con poblaciones más numerosas que nunca y con el manejo de nuevas tecnologías que amplifican el poder de nuestras manos y nuestras
mentes-, estamos frente a una gran encrucijada.
O continuamos con el actual proceso de enajenación que nos lleva al miedo social o nos reconectamos con las fuerzas interiores del espíritu.
El nacimiento de una nueva humanidad dependerá de la contribución de América. Y este aporte depende, a su vez, de un reencuentro vital con nosotros mismos, del
"redescubrirniento" de nuestra América.
Nota: "La América que queremos" es una nueva sección sabatina de EL CORREO. Los ensayos "en defensa de la vida" -de autores de primera línea- son tomados del libro con igual título, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1998, en el contexto del Programa de las Naciones Unidad para el Medio Ambiente.
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