El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

lunes, 16 de mayo de 2011

Jesús Aproximación histórica

Sesión 2: Jesús, vecino de Nazaret

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Se les pide a una o dos personas que nos hablen de su familia. Si nos muestran alguna fotos con los abuelos, tíos, hermanos, hijos, mejor. Se le pide que nos platiquen un poco la historia familiar. Se les puede preguntar: ¿De qué pueblo son? ¿A qué se dedican? ¿Cada cuánto se juntan? ¿Cómo festejan los cumpleaños, la Navidad, algún logro de la familia? ¿Si pertenecen a las Comunidades de Base? ¿Cómo viven su fe? ¿Cómo conviven con los vecinos?

PENSAR:

Tanto el evangelio de Mateo como el de Lucas ofrecen en sus dos primeros capítulos un conjunto de relatos en torno a la concepción, nacimiento e infancia de Jesús. Son cono­cidos tradicionalmente como “evangelios de la infancia”. Ambos ofrecen notables diferencias entre sí en cuanto al contenido, estructura general, redacción literaria y centros de in­terés. El análisis de los procedimientos literarios utilizados muestra que más que relatos de carácter biográfico son camposiciones cristianas elaboradas a la luz de la fe en Cristo resuciItado. Se aproximan mucho a un género literario llamado midras hagádico, que describe el nacimiento de Jesús a la luz de hechos, personajes o textos del Antiguo Testamento. No fueron redactados para informar sobre los hechos ocurridos (probablemente se sabía poco), sino para proclamar la Buena Noticia de que Jesús es el Mesías davídico esperado en Israel y el Hijo de Dios nacido para salvar a la humanidad.

Nazaret era una aldea pequeña y desconocida, de apenas doscientos a cuatrocientos habitantes. Nunca aparece mencionada en los libros sagra­dos del pueblo judío, ni siquiera en la lista de pueblos de la tribu de Za­bulón. Flavio Josefo cita 45 pueblos en Galilea, pero nunca Nazaret. Algunos de sus habitantes vivían en cuevas excavadas en las la­deras; la mayoría en casas bajas y primitivas, de paredes oscuras de adobe o piedra, con tejados confeccionados de ramaje seco y arcilla, y suelos de tierra apisonada. Bastantes tenían en su interior cavidades sub­terráneas para almacenar el agua o guardar el grano. Por lo general, solo tenían una estancia en la que se alojaba y dormía toda la familia, incluso los animales. De ordinario, las casas daban a un patio que era compartido por tres o cuatro familias del mismo grupo, y donde se hacía buena parte de la vida doméstica. Allí tenían en común el pequeño molino donde las mujeres molían el grano y el horno en el que cocían el pan. Jesús ha vivido en una de estas humildes casas y ha captado hasta en sus menores detalles la vida de cada día.

Cuando más adelante recorra Galilea invitando a una experiencia nueva de Dios, Jesús no hará grandes discursos teológicos ni citará los li­bros sagrados que se leen en las reuniones de los sábados en una lengua que no todos conocen bien. Para entender a Jesús no es necesario tener co­nocimientos especiales; no hace falta leer libros. Jesús les hablará desde la vida. Todos podrán captar su mensaje: las mujeres que ponen levadura en la masa de harina y los hombres que llegan de sembrar el grano. Basta vi­vir intensamente la vida de cada día y escuchar con corazón sencillo las au­daces consecuencias que Jesús extrae de ella para acoger a un Dios Padre. Jesús no sabe hablar sino desde la vida. Para sintonizar con él y captar su experiencia de Dios es necesario amar la vida y sumergirse en ella, abrirse al mundo y escuchar la creación.

En una aldea como Nazaret, la “fami­lia extensa” de Jesús podía constituir una buena parte de la población. En aquellos tiempos abandonar la familia era muy grave. Significaba perder la vinculación con el grupo protector y con el pueblo. El individuo debía buscar otra “familia” o grupo. Por eso, dejar la familia de origen era una decisión ex­traña y arriesgada. Sin embargo llegó un día en que Jesús lo hizo. Al pa­recer, su familia e incluso su grupo familiar le quedaban pequeños. Él buscaba una “familia” que abarcara a todos los hombres y mujeres dis­puestos a hacer la voluntad de Dios (Marcos 3,34-35). La ruptura con su familia marcó su vida de profeta itinerante.

Como todos los niños de Nazaret, Jesús vivió los siete u ocho prime­ros años de su vida bajo el cuidado de su madre y de las mujeres de su grupo familiar. En estas aldeas de Galilea, los niños eran los miembros más débiles y vulnerables, los primeros en sufrir las consecuencias del hambre, la desnutrición y la enfermedad. La mortalidad infantil era muy grande. Se estima que la mortalidad infantil alcanzaba hasta el 30%. Ciertamente, un 60% había muerto antes de los dieciséis años. Eran frecuentes en Galilea la malaria y la tuberculosis.

En Nazaret no había ningún templo. Los extranjeros quedaban des­concertados al comprobar que los judíos no construían templos ni daban culto a imágenes de dioses. Solo había un lugar sobre la tierra donde su Dios podía ser adorado: el templo santo de Jerusalén. Para Jesús, Dios es el “Padre del cielo”. No está ligado a un lugar sagrado. No pertenece a un pueblo o a una raza concretos. No es propiedad de nin­guna religión. Dios es de todos.

Ciertamente, en tiempos de Jesús, en las al­deas de Galilea se celebraban asambleas (synagogai) de carácter religioso y también con fines comunitarios. Pasado el sábado, todo el mundo volvía de nuevo a su trabajo. La vida dura y monótona de cada día solo quedaba interrumpida por las fiestas religiosas y por las bodas, que eran, sin duda, la experiencia fes­tiva más disfrutada por las gentes del campo. La boda era una animada fiesta familiar y popular. La mejor. Durante varios días, los familiares y amigos acompañaban a los novios comiendo y bebiendo con ellos, bai­lando danzas de boda y cantando canciones de amor. Jesús debió de to­mar parte en más de una, pues su familia era numerosa. Al parecer, dis­frutaba acompañando a los novios durante estos días de fiesta, y gozaba comiendo, cantando y bailando. Cuando más tarde acusaron a sus discí­pulos de no vivir una vida austera al estilo de los discípulos de Juan, Je­sús los defendió de una manera sorprendente. Explicó sencillamente que, junto a él, la vida debía ser una fiesta, algo parecido a esos días de boda. No tiene sentido estar celebrando una boda y quedarse sin comer y be­ber: “¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos?”. (Marcos 2,19) Entre los estudiosos no se duda de que este dicho proviene de alguna forma del mismo Jesús.

No sabemos con certeza si Jesús pudo tener otra formación aparte de la que recibió en su casa. Ignoramos si en aquella aldea desconocida existía una escuela vinculada a la sinagoga, como hubo más tarde en bastantes poblados de Palestina. Al parecer eran pocos los que sabían leer y escri­bir entre las capas humildes del Imperio romano. Se estima que solo el 10% de la población del Imperio era capaz de leer y escribir. Algo parecido sucedía en Galilea. Según algunos, la alfabetización no sobrepasaba el 3% de la población en la Palestina romana. Otros sugieren que la religión judía, centrada en las Sagradas Escrituras, impulsó una alfabetización superior al resto del Imperio.

La gente de pueblos tan pequeños como Nazaret no tenía medios para el aprendizaje ni libros en sus casas. Sólo las clases dirigen­tes, la aristocracia de Jerusalén, los escribas profesionales o los “monjes” de Qumrán tenían medios para adquirir una cierta cultura escrita. En las pequeñas aldeas de Galilea no se sentía esa necesidad. No sabemos, pues, si Jesús aprendió a leer y escribir. Si lo hizo, tampoco pudo practi­car mucho: en su casa no había libros para leer ni tinta o pergaminos para escribir. Sin embargo, la habilidad que muestra Jesús para discutir sobre textos de las Escrituras o sobre tradiciones religiosas hace pensar que po­seía un talento natural que compensaba el bajo nivel de su formación cul­tural. En estos pueblos de cultura oral, la gente tenía una gran capacidad para retener en su memoria cantos, oraciones y tradiciones populares, que se transmitían de padres a hijos. En este tipo de sociedad se puede ser sabio sin dominar la lectura ni la escritura. Probablemente así fue Jesús.

Ciertamente no asistió a ninguna escuela de escribas ni fue discípulo de ningún maestro de la ley. Fue sencillamente un vecino sabio e inteli­gente que escuchaba con atención y guardaba en su memoria las pala­bras sagradas, oraciones y salmos que más quería. No necesitaba acudir a ningún libro para meditarlo todo en su corazón. Cuando un día Jesús en­señe su mensaje a la gente, no citará a ningún rabino, apenas sugerirá li­teralmente ningún texto sagrado de las Escrituras. Él habla de lo que re­bosa su corazón. Según Jesús, “de lo que rebosa el corazón habla la boca” (Mateo 12,34). La gente se quedaba admirada. Nunca habían oído hablar con tanta fuerza a ningún maestro (Marcos 1,27).

Lo que ciertamente aprendió Jesús en Nazaret fue un oficio para ga­narse la vida. No fue un campesino dedicado a las tareas del campo, aun­que en más de una ocasión echaría una mano a los suyos, sobre todo en el tiempo de recoger las cosechas. Las fuentes dicen con toda precisión que fue un “artesano” como lo había sido su padre (Marcos 6,3; Mateo 13,55). El término griego tekton no se ha de traducir por “carpintero”, sino más bien por “constructor”. La palabra designa a un artesano que trabaja con diversos materiales, como la piedra, la madera e incluso el hierro. Su trabajo no corres­pondía al del carpintero de nuestros días. Trabajaba la madera, pero tam­bién la piedra. La actividad de un artesano de pueblo abarcaba trabajos diversos. No es difícil adivinar los trabajos que se le pedían a Jesús: repa­rar las techumbres de ramaje y arcilla deterioradas por las lluvias del in­vierno, fijar las vigas de la casa, construir puertas y ventanas de madera, hacer modestos arcones, alguna tosca banqueta, pies de lámpara y otros objetos sencillos. Pero también construir alguna casa para un nuevo ma­trimonio, reparar terrazas para el cultivo de viñas o excavar en la roca al­gún lagar para pisar la uva.

En el mismo Nazaret no había suficiente trabajo para un artesano. Por una parte, el mobiliario de aquellas humildes casas era muy modesto: re­cipientes de cerámica y de piedra, cestos, esteras; lo imprescindible para la vida cotidiana. Por otra parte, las familias más pobres se construían sus propias viviendas, y los campesinos fabricaban y reparaban durante el invierno sus instrumentos de labranza. Para encontrar trabajo, tanto José como su hijo tenían que salir de Nazaret y recorrer los poblados cer­canos. Con su modesto trabajo, Jesús era tan pobre como la mayoría de los galileos de su tiempo. No estaba en lo más bajo de la escala social y económica. Su vida no era tan dura como la de los esclavos, ni conocía la miseria de los mendigos que recorrían las aldeas pidiendo ayuda. Pero tampoco vivía con la seguridad de los campesinos que cultivaban sus propias tierras. Su vida se parecía más a la de los jornaleros que buscaban trabajo casi cada día. Lo mismo que ellos, también Jesús se veía obligado a moverse para encontrar a alguien que contratara sus servicios.

La vida de Jesús fue discurriendo calladamente sin ningún acontecimiento relevante. El silencio de las fuentes se debe probablemente a una razón muy simple: en Nazaret no aconteció nada especial. Los relatos llenos de fantasía del Protoevangelio de Santiago, el Evangelio del Pseudo-Ma­teo, La historia de José, el Carpintero y otros evangelios apócrifos escritos para satisfacer la cu­riosidad popular, dando detalles de la infancia o la juventud de Jesús, no ofrecen ningún dato histórico fiable.

Lo único importante fue un hecho extraño e inusitado en aquellos pueblos de Galilea y que, se­guramente, no fue bien visto por sus vecinos: Jesús no se casó. No se pre­ocupó de buscar una esposa para asegurar una descendencia a su familia. Las fuentes cristianas hablan de bastantes mujeres que se mueven en el entorno de Je­sús. Pero nunca se dice nada de una po­sible esposa e hijos. El comportamiento de Jesús tuvo que desconcertar a sus familiares y veci­nos.

La renuncia de Jesús al amor sexual no parece estar motivada por un ideal ascético, parecido al de los “monjes” de Qumrán, que buscaban una pureza ritual extrema, o al de los terapeutas de Alejandría, que practica­ban el “dominio de las pasiones”. Su estilo de vida no es el de un asceta del desierto. Jesús come y bebe con pecadores, trata con prostitutas y no vive preocupado por la impureza ritual. Tampoco se observa en Jesús ningún rechazo a la mujer. Jesús las recibe en su grupo sin ningún pro­blema, no tiene temor alguno a las amistades femeninas y, seguramente, corresponde con ternura al cariño especial de María de Magdala.

Jesús se consagró totalmente a algo que se fue apode­rando de su corazón cada vez con más fuerza. Él lo llamaba el “reino de Dios”. Fue la pasión de su vida, la causa a la que se entregó en cuerpo y alma. Aquel trabajador de Nazaret terminó viviendo sola­mente para ayudar a su pueblo a acoger el “reino de Dios”. Abandonó a su familia, dejó su trabajo, marchó al desierto, se adhirió al movi­miento de Juan, luego lo abandonó, buscó colaboradores, empezó a re­correr los pueblos de Galilea. Su única obsesión era anunciar la “Buena Noticia de Dios”. Esta expresión fue acuñada entre los cristianos de la primera generación, pero recoge bien el contenido de la actividad de Jesús (Marcos 1,14). Atrapado por el reino de Dios, se le escapó la vida sin encontrar tiempo para crear una familia propia. Su comporta­miento resultaba extraño y desconcertante. Según las fuentes, a Jesús le llamaron de todo: “comilón”, “borracho”, “amigo de pecadores”, “sa­maritano”, “endemoniado”. Probablemente se burlaron de él llamán­dole también “eunuco”. Jesús reaccionó dando a conocer la razón de su comportamiento: “Hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el reino de los cielos” (Mateo 19,12). Esta metáfora de “castrarse” por el reino de Dios no tiene paralelos en el judaísmo. Se trata de un dicho que circuló de manera independiente en las comunidades cristianas y que, sin duda, proviene de Jesús. Si Jesús no convive con una mujer no es porque desprecie el sexo o minusvalore la familia. Es porque no se casa con nada ni con nadie que pueda distraerlo de su misión al servicio del reino. No abraza a una es­posa, pero se deja abrazar por prostitutas que van entrando en la diná­mica del reino, después de recuperar junto a él su dignidad. No besa a unos hijos propios, pero abraza y bendice a los niños que se le acercan, pues los ve como “parábola viviente” de cómo hay que acoger a Dios. No crea una familia propia, pero se esfuerza por suscitar una familia más universal, compuesta por hombres y mujeres que hagan la voluntad de Dios.

ACTUAR:

  • ¿Qué importancia tenía para Jesús la familia? ¿Por qué quizó entrar al mundo a través de una familia?
  • ¿Por qué Jesús no se casó? ¿Por qué dejo su familia?
  • ¿Qué importancia tiene para nosotros la familia? ¿Cómo nos relacionamos con los vecinos y otras familias?
  • ¿Qué es el reino de Dios al que Jesús se consagró totalmente? ¿Cómo podemos entrar a éste? ¿Cuál es la voluntad de Dios?

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