IGNACY SACHS
Hay muchas caracterizaciones del siglo que termina, algunas más dramáticas que otras. Pero si hablamos de las ciudades, yo propongo la siguiente definición del siglo XX: “el siglo de la desruralización”.
¿Por qué? Porque me niego a aceptar que los refugiados del campo se vuelven automáticamente ciudadanos urbanos.
El concepto de urbanización debe redefinirse. Para mí, urbanizar significa ofrecer a los que ocupan el espacio urbano condiciones de vivienda decente, empleo e igualdad de oportunidades para sus hijos y, sobre todo, ele ejercicio pleno de la ciudadanía.
Si es así, podemos decir entonces que quienes salieron del campo no entraron a las ciudades. Y, ¿dónde están? Se encuentran apiñados en campamentos de refugiados rurales, ciudades perdidas, favelas, barrios periféricos, pueblos jóvenes. Yo llamaría a ese no man`s land un purgatorio. Y estoy convencido de que una de los grandes tareas del siglo XXI será vaciar los “purgatorios”.
Los números estremecen
Nuestro más importante problema hoy, el que caracteriza la actual crisis urbana, es el desempleo. Los números estremecen. Según la organización Internacional del Trabajo (OIT), hay 700 millones de subempleados y 120 millones de desempleados a nivel mundial, un cuarto de ellos en los países industrializados.
En términos generales, 30% de la fuerza de trabajo del mundo sufre la crisis del empleo. Para superarla, se deberían generar mil millones de empleos en los próximos diez años, según datos de la ONU.
Es muy cómodo decir que el problema del desempleo se resolverá expandiendo la economía informal, mercado en el que se mueven muchos habitantes del “purgatorio”.
Pero ya es hora de acabar con esa ilusión. L economía informal no resuelve un problema de esa magnitud. Debemos reconocer que es una perversa realidad y no una solución.
En sus peores formas en algunos países en vías de desarrollo, el sector informal funciona como un biombo para ocultarlo que en otras condiciones sería un desempleo masivo.
Por lo tanto, cuidado con las soluciones fáciles. Y cuidado también con las fantasías de la globalización. Ésta no consiste en globalizar la economía mundial sino en crear dentro de ella un segmento globalizado, que es el mercado de los productos de alta tecnología. Un mercado que sólo existiría en el sur dentro de un concepto de “dualización creciente””, por no decir de apartheid.
Subsidio no es mala palabra
El balance del siglo que termina debe ser el punto de partida para discutir las estrategias hacia el siglo XXI. Y me gustaría pensar en las ciudades del futuro desde tres temas centrales: el papel del Estado, las estrategias de ecodesarrollo urbano y la modernización de la propiedad agrícola.
Sólo mejoraremos la habitalidad de las ciudades y extenderemos la ciudadanía si los Estados recobran su capacidad de acumulación y de inversión pública.
No es a través de una economía de mercado pura que se construirán las ciudades del siglo XXI, como jamás se han construido.
El problema no es acabar con el Estado, sino sanearlo: sin un Estado fuerte y eficiente no habrá desarrollo.
La capacidad de inversión pública es indispensable. Para construir y ampliar las estructuras urbanas no se puede prescindir de los subsidios. Acabemos de una vez con eso de que subsidio es mala palabra. Bien concebido y honestamente utilizado, es un mecanismo de política urbana.
Diez veces más…
Le segunda cuestión es también decisiva: la reducción del desperdicio en el uso de los recursos naturales. Todos buscan aumentar la productividad en el trabajo. Muy bien. Pero, ¿por qué no fijarse en la productividad de la energía, del agua? Disminuir el desperdicio significa aumentar la productividad de esos recursos.
Hace un año, un grupo de ecólogos europeos y del Tercer Mundo publicó un manifiesto donde propuso como tarea para las próximas décadas multiplicar por diez la productividad de los recursos. Diez veces más kilómetros por litro de gasolina; diez veces más kilos de trigo por metro cúbico de agua de irrigación, y así en adelante.
Es un bello terreno: la conservación de la energía, el uso racional del agua, el reciclaje de la basura, la agricultura urbana.
Debemos, además, identificar las áreas de la economía donde soluciones intensivas en mano de obra son aún posibles y deseables.
Se trata de “soluciones triplemente vencedoras”. Es decir, estrategias de ecodesarrollo urbano que promueven el progreso social por medio de la generación de empleos, que contribuyen a mejorar el medio ambiente urbano, y que, sobre todo, se justifican económicamente porque las actividades que generan un ahorro de recursos se autofinancian.
La “química verde”
Hay quienes consideran que entre mayor sea el índice de desruralización mayor será el desarrollo de un país. Un absurdo. Muchos de los problemas de América Latina hoy son consecuencia de un falso modelo de modernidad rural. Un modelo que provocó que países con increíbles riquezas naturales hayan optado por una agricultura sin hombres, cuyo costo social son los refugiados rurales.
Bueno, eso ya está hecho y no propongo que se opere un regreso al campo. Sostengo que deberíamos hacer lo posible para que se pueda llevar en el campo una vida digna.
Es decir, se trata de modernizar la pequeña propiedad rural. Porque la nueva generación de las biotecnologías --- si es bien administrada --- puede aumentar la productividad de la pequeña propiedad familiar. Eso requiere algunas políticas: acceso a la tierra, al crédito, al mercado.
Una fuerte corriente considera ahora que el siglo XXI será el siglo de la “química verde”, es decir, de la apertura del abanico de los productos derivados de la biomasa. ¿Y quién si no América Latina debería asumir el liderazgo hacia un nuevo paradigma de industrialización del trópico?
El desarrollo rural, por lo tanto, junto a un Estado eficiente y al ecodesarrollo urbano, puede conformar una estrategia para la ciudad futura: una ciudad sin “purgatorios”.
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