Eduardo Estrada Montenegro
El foro desarrollado en el INCH sobre Cultura y Economía despertó grandes expectativas, pues es un tema a todas luces de mucho interés. Sin embargo, no se hizo una definición pertinente del concepto de cultura y fuimos más bien testigos de un discurso más económico que cultural.
Cuando uno de los panelistas se refirió a las estadísticas del PIB de Nicaragua, en donde se presentaron sus diversos componentes, como agricultura, ganadería, turismo, etc., comentó:
Cómo pueden ver, la cultura no aparece en el PIB, porque no se mide…
Si el panelista, reflexioné, pensara la cultura desde una perspectiva integral, se daría cuenta que el PIB, es decir, todo los bienes y servicios que se producen al final de un año, son producto de la cultura.
La cultura es el conjunto de todas las formas, los modelos o los patrones, explícitos o implícitos, a través de los cuales una sociedad se manifiesta. Como tal incluye costumbres, prácticas, códigos, normas y reglas de la manera de ser, vestimenta, religión, rituales, normas de comportamiento y sistemas de creencias.
La palabra agricultura se deriva del latín agricultūra (cultivo de la tierra), y éste de los términos latinos agri (campo) y cultūra (cultivo o crianza), , expresión de la cual se derivan otras, pero hay que enfatizar que la agricultura ha estado asociada a todo un ritual cultural.
El impacto de la cultura en la economía no se puede medir porque toda la producción de bienes y servicios es cultural. Esta concepción nos debe llevar a preguntarnos cómo nuestras costumbres, creencias, códigos, símbolos, etc., han condicionado nuestro crecimiento económico, el subdesarrollo, esa incapacidad de salir de la pobreza.
Nicaragua, por ejemplo, no ha cambiado sus políticas económicas en los últimos veinte años. Se proclama una supuesta estabilidad macroeconómica, que la realidad misma hace añicos en nuestra vida cotidiana, como lo revelan las altas tasas de desempleo, la dolarización y los altos déficits en las cuentas nacionales.
Ahora bien, si los panelistas en el INCH se estaban refiriendo a la cultura artística, al arte mismo, deberían presentarnos una visión de los que entienden por esa categoría, para poderla operacionalizar como variable, que permita medirse en términos estadísticos.
Como lo reconocen diversos teóricos, el vocablo ‘arte’ tiene una extensa acepción, pudiendo designar cualquier actividad humana hecha con esmero y dedicación, o cualquier conjunto de reglas necesarias para desarrollar de forma óptima una actividad: se habla así de “arte culinario”, “arte médico”, “artes marciales”, etc.
De ahí que la definición de arte es abierta, subjetiva, discutible. No existe un acuerdo unánime entre historiadores, filósofos o artistas, y desde luego, entre economistas, esos terribles teóricos capaces de vender el alma a Mefistófeles, con tal de hacer de sus grises teorías, la realidad misma.
Cultura y Economía, es un tema que nos lleva a discutir el papel del Estado, y aquí nos encontramos con una fuerte controversia que no se ha resuelto ni en el siglo XXI, pues unos están a favor de una mayor intervención del Estado (en la cultura, en la economía, etc.), otros con una mínima intervención, y los eclécticos con un modelo mixto que al final deviene en uno de los extremos.
Repensar el papel de la Cultura en la Economía, nos debe llevar a una crítica total de nuestras creencias, de nuestros valores, de nuestra cultura política, nuestra cultura económica, pues vivimos en una sociedad en la que se exalta más el ocio que el trabajo, en donde las festividades religiosas y políticas adquieren más relevancia que una ética del trabajo, y en donde el concepto mismo de libertad cultural, está limitada al igual que la libertad económica.
Medir el impacto de lo que se entiende por cultura o arte, en términos económicos, podría ser una buen ajuste a nuestras cuentas nacionales, pero se debería medir, simultáneamente, el nivel de libertad económica, del nivel de competencia que tenemos, si tenemos la libertad de elegir lo que consumimos, pues es reconocido internacionalmente que Nicaragua es uno de los países con los más bajos índices de libertad económica (el proteccionismo, es un ejemplo de ello).
De ahí la importancia de la cultura del derecho o del derecho en la cultura y la economía, pues bien sabemos que el gran problema no es legislar, sino cumplir la ley, y Nicaragua tiene graves problemas de legitimidad, no solo con sus líderes políticos y sus instituciones gubernamentales, sino también privadas, pues más que una de mercado libre, tenemos una economía con fuerte concentración mono y oligopólica. ¿A caso no sucede esto también en instituciones culturales?
Repensar la Cultura y la Economía, nos debería de llevar hacia una crítica de los valores que obstruyen el desarrollo económico y cultural, a generar vínculos de confianza y cooperación, a desarrollar lo que Fukuyama llama capital social, a que la gente recupere la confianza en las instituciones gubernamentales y privadas, lo cual implica un proceso de regeneración total.
Solo un despertar cultural, hará posible salir de la pobreza y el subdesarrollo.
Este despertar debe comenzar por resolver problemas cultuales urgentes, entre ellos, la forma de elegir a los funcionarios públicos (no por apellidos o ideología), el concepto que tenemos de la cooperación externa (que nos hace cada vez más dependientes), la visión que tenemos de la democracia, el poder y el significado de ciudadanía, y de la separación de Iglesia y Estado.
Los valores cultuales dominantes condicionan e influyen el desempeño económico, son los responsables de nuestro subdesarrollo y pobreza. Esta debe ser la visión de un análisis de la economía desde una perspectiva cultural.
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