El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 22 de mayo de 2011

¡LEZONIK!

(Bretaña-Finisterre, 1906)

Primera de tres partes

Las doce de la noche acaban de sonar en el reloj del viejo campanario --- el delicioso campanario de la iglesita de Plougastel, que se eleva como tantos otros campanarios bretones, fluido, casi espiritual, como un grito agudo, delgado; el grito de una angustia sin horizontes; el grito de esa Bretaña tan incomprensible, poética, triste, soñadora, melancólica, salvaje, revolucionaria, mística.

La noche no era clara ni obscura, era una extraña noche de luna de las que suelen verse en Bretaña en el mes de julio: la luna más blanca, más pálida, más caprichosa, aparecía, se ocultaba, tornaba aparecer para volverse a ocultar… Yo me había quedado contemplando el cielo. Bruscamente, la luna, rasgando los densos nubarrones plomizos que la envolvían, derramaba un torrente de luz pálida sobre las aguas, negras, negras. Yo sentí miedo; algo como si un cadáver fantástico, arrojado su mortaja me hubiese mirado con la mirada de cera de sus ojos yertos. Los habitantes de Plougastel dormían el bien merecido sueño de los trabajadores del mar. Apenas se oían de cuando en cuando los cantos ásperos y roncos de los pescadores de la retaguardia: los últimos, los que vienen de lejos. El agua, tan sólo, no dormía, hablando sin tregua en su vieja lengua tan monótona y tan múltiple; porque mientras las olas ambiciosas, las grandes aguas venían a besar con furia la frente de los peñascos; las olas humildes, las tímidas, las pequeñas, preferían correr por la costa baja y divertirse con los innumerables guijarros que bailaban sonrientes, mientras la aguas que bajaban y las aguas que subían, se daban al encontrarse un beso furtivo.

Y sin embargo, Lezonik no venía. Lezonik era el marino más célebre de Plougastel, el lobo marino por excelencia, el hombre de las tempestades y de los naufragios. Leyenda viviente, el nombre de Lezonik era conocido en todos los rincones de la Bretaña bretonante. En las largas veladas de invierno, los nervudos pescadores secándose y calentándose junto al fuego, referían a sus nietecitos embelesados, las hazañas sin número, los hechos gloriosos e inmortales de Lezonik, el lobo marino de Plougastel. Sin embargo, la vida de Lezonik distaba mucho de la epopeya. Como la de tantísimos bretones de cepa, la vida de Lezonik era un tejido de desgracias, una trama de catástrofes: El enemigo eterno de su raza, el monstruo de las tempestades y de los naufragios le había perseguido desde en su infancia. Su padre era un pescador acomodado, de los que tiene barca propia… y en una traidora noche de noviembre, la barca se hizo pedazos contra las rocas. Yvo Lezonik y sus dos hijos mayores se ahogaron. La mujer Lezonik, la pobre Ana María, cuando lo supo todo, cuando vio los restos de la barca y los hombres que venían con los mutilados cadáveres… se sentó en el suelo como idiota, luego, levantándose, arrojó un grito salvaje, abrió desmesuradamente los ojazos azules, y crispándolos puños amenazadores hacia donde estaba el mar, cayó sobre los guijarros de la costa, loca, muerta! El rector de Plougastel, así se llaman en Bretaña los curas párrocos, recogió al huerfanito: el petit gas vino a derramar un rayo de sol y a iluminar con la gracia fresca de sus siete años, la triste casa rectoral, donde vivían como buenos bretones, en perfecta paz y concordia, sin decirse nada y sin hacer ruido, el viejo rector, sus dos vicarios y la criada Jeannik, vieja excelente y muy buena cristiana, pero fea de veras, tanto que, espantajo de primera clase, la habían declarado los chiquillos de Plougastel, que jamás hubiera querido acerársele, aunque ella les ofreciera sabrosas rebanadas de pan con manteca, sobre todo cuando fumaba pipa.

Las ocupaciones del petit gas eran variadas y fáciles: ayudar durante la semana las misas de los vicarios: acatar las órdenes de Jeannik en los menesteres domésticos, cantar el domingo, a quien grite más fuertese, esas bellísimas misas en canto gregoriano, que son, cantadas por voces benedictinas, la manifestación suprema de lo sublime en el mundo. Todas las tardes el petit gas llevaba las vacas a la pradera. ¡Las famosas praderas de Bretaña que tienen de pradera apenas el nombre! Llevar las vacas a la pradera es el quehacer preferido de los chicos de Plougastel; pues ya lo creo, siendo las vacas bretonas de condicn apacibilísima, primas hermanas de Rocinante y del Rucio y tan flemáticas como ellos; incapaces de ideas nuevas y atrevidas, pensando sinceramente que fuera de Plougastel no hay s que ver; tan sobrias que hallan pasto donde no hay, tan mansas, que no se van, por más que las dejen solas. Y así, mientras esas buenas vacas se alimentan de aire y de alguna que otra yerba s o menos hipotética... cátame ahí, esos rubios pastorcillos tendidos a la bartola, en flagrante delito de adoración marina, sando despiertos, abiertos los hermosísimos ojos azules, en contemplación, en éxtasis, atrdos y fascinados por los encantos misteriosos de la mar inmensa: la gran hechicera, la gran traidora.

En una tarde de Octubre, Lezonik cuidaba sus vacas. La tempestad se había desatado sobre las costas del Finisterre, el cielo estaba color de plomo, el mar en anarquía plena, el viento silbaba con furia a través de las hendiduras de los peñascos, y luego se recogía e imitando los resoplidos de una máquina gigantesca, se precipitaba como un loco por las galerías de las cavernas. El petit gas tenía 15 años-15 años, el momento de la savia, el momento de los sueños…; las ráfagas del viento hablaron a través de las hendiduras de los peñascos---el adolescente no pudo resistir, ¡Lezonik, Lezonikl Sonó la hora de los desposorios ... Yo soy el mar, la esposa siempre joven. La tempestad es mi música. ¡Ven! Al día siguiente muy de mañana, un cirio ardía delante del altar de la Nitrún. A los pies de la Virgen un adolescente oraba de rodillas. La Virgen dio su bendición a Lezonik. ¿Acaso era ella la Estrella del mar, el refugio de los pescadores, el consuelo de las innumerables viudas de Finisterre, la madre de todos los rubios huerfanitos de Bretaña, la Dulcísima, la Poderosísima-la Nitrún de Plougastel? Un pescador de Roskoff condujo al petit gas a Inglaterra; allí Lezonik se alistaría como grumete de un barco grande, muy grande, como uno de esos que él había visto pasar cuando cuidaba sus vacas; uno de esos barcos que van lejos, muy lejos, a recorrer en todas direcciones el mar inmenso ... Así se fue Lezonik, como se van los bretones cuando vienen los días de la adolescencia sin decir nada a nadie, ni una palabra, ni tan siquiera a Lena la sobrina de Jeannik¡… Y sin embargo, tanto que se querían Lezonik y Lena!

El sol que se pone le dijo al oído, que la poesía existe. El mar le tomó en sus regazos y le infundió el espíritu de la religión profunda. Porque--yo soy el monstruo móvil: luego río y acaricio, luego me irrito y destrozo. ¡Y si tú supieras lo que son mis rabias! Me despierto, me levanto, crezco, salto, me revuelco, despedazo, trituro y trago. Yo soy el monstruo móvil. Terribles son mis fauces. El barco grande que viste pasar cuando cuidabas tus vacas, ya lo ves como es pequeño, como es frágil...

¡Y tú en el barco, huérfano pobre del Finisterre! ... El mar le tomó en su regazo y le in- fundió el espíritu de la religión profunda.


Nota:

Artículo para nuestra sección dominical IGLESIA VIVA. Tomado de "El Libro de las Palabras Evangelizadas", del poeta y sacerdote Azarías.H.Pallais

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