El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 15 de mayo de 2011

Jesús Aproximación histórica



Introducción

Los temas que aquí presentamos para acercarnos a Jesús están tomados básicamente del libro Jesús, aproximación histórica de José Antonio Pagola (9ª. Edición Renovada, PPC, Madrid, 2008). Tendrá 15 sesiones. El número de capítulos que tiene el libro. Para el estudio seguiremos el método de las Comunidades Eclesiales de Base: ver, pensar y actuar. A manera de introducción retomamos algunas de las palabras del propio Pagola en la presentación de su libro.

Quiero saber quién está en el origen de mi fe cristiana. No me interesa vivir de un Jesús inventado por mí ni por nadie. Deseo aproximarme con el mayor rigor posible a su per­sona: ¿Quién fue? ¿Cómo entendió su vida? ¿Qué defendió? ¿Dónde está la fuerza de su persona y la originalidad de su mensaje? ¿Por qué lo ma­taron? ¿En qué terminó la aventura de su vida?

Jesús fue recordado por quienes le conocieron más de cerca como una “buena noticia”. ¿Por qué? ¿Qué es lo que percibieron de “nuevo” y de “bueno” en su actuación y su mensaje? He querido captar de alguna manera la experiencia que vivieron quienes se encontraron con Jesús. Sintonizar con la fe que despertó en ellos. Recuperar la “buena noticia” que él encendió en sus vidas. He querido captar de alguna manera la experiencia que vivieron quienes se encontraron con Jesús. Sintonizar con la fe que despertó en ellos. Recuperar la “buena noticia” que él encendió en sus vidas. La vida concreta de Jesús es la que sacude el alma; sus palabras sencillas y penetrantes seducen.

Jesús aporta un horizonte diferente a la vida, una dimensión más profunda, una verdad más esencial. Su vida es una llamada a vivir la existencia desde su raíz última, que es un Dios que solo quiere para sus hijos e hijas una vida más digna y dichosa. El contacto con él invita a desprenderse de posturas rutinarias y postizas; libera de engaños, miedos y egoísmos que paralizan nuestras vidas; introduce en nosotros algo tan decisivo como es la alegría de vivir, la compasión por los últimos o el trabajo incansable por un mundo más justo. Jesús enseña a vivir con sencillez y dignidad, con sentido y esperanza.

Sé que Jesús no necesita ni de mí ni de nadie para abrirse camino en el corazón y la historia de las personas. Con Jesús nos empezamos a encontrar cuando comenzamos a con­fiar en Dios como confiaba él, cuando creemos en el amor como creía él, cuando nos acercamos a los que sufren como él se acercaba, cuando de­fendemos la vida como él, cuando miramos a las personas como él las miraba, cuando nos enfrentamos a la vida y a la muerte con la espe­ranza con que él se enfrentó, cuando contagiamos la Buena Noticia que él contagiaba.

Que este material nos sirva para obtener, como dicen los Ejercicios Espirituales de San Ignacio, el “conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga” (EE no. 104).

Sergio Guzmán, S.J.

Sesión 1: Jesús, judío de Galilea

VER:

Veamos y platiquemos como es el mexicano, en concreto los hombres y mujeres de la Comarca Lagunera. ¿De qué vive la gente? ¿Cuáles son las principales actividades económicas? ¿Cómo es la vida política? ¿Qué problemas sociales se están presentando? ¿Qué importancia tiene aquí la religión? ¿Cómo son los cristianos? ¿Qué papel tiene la Iglesia católica? ¿Cuáles son las principales fiestas religiosas y los lugares de culto? ¿Dónde se reune y celebra su fe o la vida la gente de aquí?

PENSAR:

¿A qué pueblo pertenecía Jesús? ¿Qué religión practicaba? ¿Cómo era Galilea en tiempos de Jesús? ¿Cuál era la actividad de Jesús en medio de las aldeas de Galilea? ¿Cuál fue su mensaje en ese tiempo y cultura?

Se llamaba Yeshúa, y a él probablemente le agradaba. Según la etimología más popular, el nombre quiere decir “Yahvé salva”. Yeshúa es la forma abreviada de Yehoshúa y quiere decir «Yahvé salva». En la Galilea de los años treinta era lo primero que interesaba conocer de una persona: ¿de dónde es?, ¿a qué familia pertenece? Si se sabe de qué pue­blo viene y de qué grupo familiar es, se puede conocer ya mucho de su persona.

Para la gente que se encontraba con él, Jesús era “galileo”. No venía de Judea; tampoco había nacido en la diáspora, en alguna de las colonias judías establecidas por el Imperio. Provenía de Nazaret, no de Tiberíades; era de una aldea desconocida, no de la ciudad santa de Jerusalén. Todos sabían que era hijo de un “artesano”, no de un recaudador de impuestos ni de un escriba. ¿Podemos saber qué significaba en los años treinta ser un judío de Galilea?

Galilea era un pueblo sometido por Roma desde el año 63 a.C., cuando el General Pompeyo entró en Jerusalén. Jesús no tuvo ocasión de conocer a ningún emperador de cerca. Ni César Augusto ni Tiberio pisaron su pequeño país. Sin em­bargo oyó hablar de ellos y pudo ver su imagen grabada en algunas mo­nedas. Jesús sabía muy bien que dominaban el mundo y eran los dueños de Galilea. Lo pudo comprobar mejor cuando tenía alrededor de veinti­cuatro años. Antipas, tetrarca de Galilea, vasallo de Roma, edificó una nueva ciudad a orillas de su querido lago de Genesaret y la convirtió en la nueva capital de Galilea. Su nombre lo decía todo. Antipas la llamó “Tibe­ríades” en honor de Tiberio, el nuevo emperador que acababa de suceder a Octavio Augusto. Los galileos debían saber quién era su señor supremo.

Durante más de sesenta años nadie se pudo oponer al Imperio de Roma. Octavio y Tiberio dominaron la escena política sin grandes sobre­saltos. Una treintena de legiones, de cinco mil hombres cada una, más otras tropas auxiliares aseguraban el control absoluto de un territorio in­menso que se extendía desde España y las Galias hasta Mesopotamia; desde las fronteras del Rin, el Danubio y el mar Muerto hasta Egipto y el norte de África. Sin conocimientos geográficos, sin acceso a mapa alguno y sin apenas noticias de lo que sucedía fuera de Galilea, Jesús no podía sospechar desde Nazaret el poder de aquel Imperio en el que estaba en­clavado su pequeño país.

Este inmenso territorio, el Imperio romano, no estaba muy poblado. A comienzos del si­glo I podían llegar a cincuenta millones. Jesús era uno más. La población se concentraba sobre todo en las grandes ciudades, construidas casi siem­pre en las costas del Mediterráneo, a la orilla de los grandes ríos o en lu­gares protegidos de las llanuras más fértiles. Dos ciudades destacaban sobre todas. Eran sin duda las más nombradas entre los judíos de Pales­tina: Roma, la gran capital, con un millón de habitantes, a donde había que acudir para resolver ante el César los conflictos más graves, y Alejan­dría, con más de medio millón de moradores, donde había una impor­tante colonia de judíos que peregrinaban periódicamente hasta Jerusalén. Dentro de este enorme Imperio, Jesús no es sino un insignificante galileo, sin ciudadanía romana, miembro de un pueblo sometido.

Los pueblos subyugados no debían olvidar que estaban bajo el Impe­rio de Roma. La estatua del emperador, erigida junto a la de los dioses tradicionales, se lo recordaba a todos. Pero, sin duda, el medio más eficaz para mantener­los sometidos era utilizar el castigo y el terror. Roma no se permitía el mí­nimo signo de debilidad ante los levantamientos o la rebelión. Las legio­nes podían tardar más o menos tiempo, pero llegaban siempre. La práctica de la crucifixión, los degüellos masivos, la captura de esclavos, los incendios de las aldeas y las masacres de las ciudades no tenían otro propósito que aterrorizar a las gentes. Era la mejor manera de obtener la fides o lealtad de los pueblos.

Galilea era una sociedad agraria. Los contemporáneos de Jesús vi­vían del campo, como todos los pueblos del siglo I integrados en el Im­perio. Según Josefo, “toda la región de Galilea está dedicada al cultivo, y no hay parte alguna de su suelo que esté sin aprovechar” (La guerra judía III, 43), Práctica­mente toda la población vive trabajando la tierra, excepto la élite de las ciudades, que se ocupa de tareas de gobierno, administración, recauda­ción de impuestos o vigilancia militar. Estudios comparativos llevan a la conclusión de que, en tiempos de Jesús, la población que trabajaba en los campos de Galilea representaba el 80-90%, mientras el 5-7% podía perte­necer a la élite. Los campesinos de las aldeas consumen sus fuerzas arando, vendimiando o segando las mieses con la hoz. Jesús vive en medio de estos campesinos galileos. Muchas de sus parábolas parecen te­ner como escenario las tierras del valle de Bet Netofá, al norte de Nazaret y Séforis, no lejos del lago de Galilea.

Uno de los rasgos más característicos de las sociedades agrícolas del Imperio romano era la enorme desigualdad de recursos que existía entre la gran mayoría de la población campesina y la pequeña élite que vivía en las ciudades. Esto mismo sucedía en Galilea. Son los campesinos de las aldeas los que sostienen la economía del país; ellos trabajan la tierra y producen lo necesario para mantener a la minoría dirigente. En las ciu­dades no se produce; las élites necesitan del trabajo de los campesinos. Por eso se utilizan diversos mecanismos para controlar lo que se produce en el campo y obtener de los campesinos el máximo beneficio posible. Este es el objetivo de los tributos, tasas, impuestos y diezmos. Desde el poder, esta política de extracción y tributación se legitima como una obli­gación de los campesinos hacia la élite, que defiende el país, protege sus tierras y lleva a cabo diversos servicios de administración. En realidad, esta organización económica no promovía el bien común del país, sino que favorecía el bienestar creciente de las élites.

En la región del lago, donde tanto se movió Jesús, la pesca tenía gran importancia. Las familias de Cafarnaún, Magdala o Betsaida vivían del lago. Las artes de pesca eran rudimen­tarias: se pescaba con distintos tipos de redes, trampas o tridentes. Bas­tantes utilizaban barcas; los más pobres pescaban desde la orilla. De ordinario, los pescadores no vivían una vida más cómoda que los cam­pesinos de las aldeas. Su trabajo estaba controlado por los recaudadores de Antipas, que imponían tasas por derechos de pesca y utilización de los embarcaderos. Jesús se integró bien en este mundo de pescadores que no era el suyo. Jesús toma pes­cado en sus comidas y habla de “peces”, “redes” y “pesca” en sus dichos y parábolas (Lucas 11,11 / / Mateo 7,10; Mateo 13,47-50).

En el Imperio romano, las ciudades se construían para residencia de las clases dirigentes. Allí vivían los gobernantes, los militares, los recau­dadores de impuestos, los funcionarios y administradores, los jueces y notarios, los grandes terratenientes y los responsables de almacenar los productos. Desde las ciudades se administraba el campo y se extraían los impuestos. La desigualdad del nivel de vida entre las ciudades y las aldeas era patente. En los poblados campesinos de Galilea, las gentes vi­vían en casas muy modestas de barro o piedras sin labrar y con techum­bres de ramajes; las calles eran de tierra batida y sin pavimentar; la au­sencia de mármol o elementos decorativos era total. En Séforis, por el contrario, se podían ver edificios bien construidos, cubiertos de tejas ro­jas, con suelo de mosaicos y pinturas al fresco; calles pavimentadas y hasta una avenida de unos trece metros de anchura, flanqueada a uno y otro lado por sendas filas de columnas.

En Séforis vivían entre 8.000 y 12.000 habitantes; en Tiberíades, en torno a los 8.000. No podían competir ni por tamaño ni por poder o ri­queza con Cesarea del Mar, donde residía el prefecto de Roma, ni con Es­citópolis o las ciudades costeras de Tiro y Sidón. Eran centros urbanos menores, pero su presencia introducía una novedad importante en Gali­lea. Desde el campo se debía abastecer ahora a dos poblaciones urbanas que no cultivaban la tierra. Familias campesinas, acostumbradas a traba­jar sus campos para asegurarse lo necesario para vivir, se vieron obliga­das a incrementar su producción para mantener a las clases dirigentes. Sin embargo, hay que decir que hubo gentes del campo, como los artesanos, que en­contraron trabajo en la construcción de las dos nuevas ciudades y en algunos servicios de ca­rácter urbano. Desde Séforis y Tiberíades se tasaba y administraba toda Galilea. Los campesinos experimentaron por vez primera la presión y el control cercano de los gobernantes herodianos. No era posible evitar el pago de rentas y ta­sas.

Al parecer, Jesús conoció a lo largo de su vida el crecimiento de una desigualdad que favorecía a la minoría privilegiada de Séforis y Tibería­des, y provocaba inseguridad, pobreza y desintegración de bastantes fa­milias campesinas. Creció el endeudamiento y la pérdida de tierras de los más débiles. Los tribunales de las ciudades pocas veces apoyaban a los campesinos. Aumentó el número de indigentes, jornaleros y prostitutas. Cada vez eran más los pobres y hambrientos que no podían disfrutar de la tierra regalada por Dios a su pueblo. En la Galilea que conoció Jesús, la mayoría son “pobres” (penetes), pero tienen su pe­queña casa y su parcela de tierra, y pueden subsistir gracias a su dura vida de trabajo. Los evangelios no hablan de estos pobres, sino de los “indigentes” (ptochoi), los que no tienen tie­rra, carecen muchas veces de techo y viven amenazados por el hambre y la desnutrición.

La actividad de Jesús en medio de las aldeas de Galilea y su mensaje del “reino de Dios” representaban una fuerte crítica a aquel estado de co­sas. Su firme defensa de los indigentes y hambrientos, su acogida prefe­rente a los últimos de aquella sociedad o su condena de la vida suntuosa de los ricos de las ciudades era un desafío público a aquel programa so­cio-político que impulsaba Antipas, favoreciendo los intereses de los más poderosos y hundiendo en la indigencia a los más débiles. La parábola del mendigo Lázaro y el rico que vive fastuosamente ignorando a quien muere de hambre a la puerta de su palacio (Lucas 16,19-31); el relato del terrateniente in­sensato que solo piensa en construir silos y almacenes para su grano (Lucas 12,16-21); la crítica severa a quienes atesoran riquezas sin pensar en los necesitados (Lucas 16,13 / / Mateo 6,24; Lucas 12,33-34 / / Mateo 6,19-21); sus proclamas declarando felices a los indigentes, los hambrientos y los que lloran al perder sus tierras (Lucas 6,20-21); las exhortaciones dirigidas a sus segui­dores para compartir la vida de los más pobres de aquellas aldeas y ca­minar como ellos, sin oro, plata ni cobre, y sin túnica de repuesto ni san­dalias (Mateo 10,9-10); sus llamadas a ser compasivos con los que sufren y a perdonar las deudas (Lucas 6,36-38), y tantos otros dichos permiten captar todavía hoy cómo vi­vía Jesús el sufrimiento de aquel pueblo y con qué pasión buscaba un mundo nuevo, más justo y fraterno, donde Dios pudiera reinar como Pa­dre de todos.

Los habitantes de Galilea contemporáneos de Jesús pueden ser llamados “judíos” con toda propiedad. Sus raíces religiosas están en Judea. De hecho, Roma, Herodes y Antipas los trataron como judíos, respetando sus tradiciones y su religión. Por otra parte, las excavaciones ofrecen datos incuestionables sobre el carácter judío de la Galilea que conoció Jesús. Por todas partes aparecen miqwaot o piscinas para las purificaciones: los galileos practica­ban los mismos ritos de purificación que los habitantes de Judea. En la región de Cafarnaún no se detecta tanto la presencia de estas piscinas. Probable­mente las gentes de esa región practicaban el baño ritual en el lago. La au­sencia de cerdo en la alimentación, los recipientes de piedra o el tipo de en­terramientos hablan claramente de su pertenencia a la religión judía.

No es fácil conocer de forma precisa cómo se vivía en Galilea la vin­culación religiosa con Jerusalén. Había ciertamente una distancia geográ­fica y espiritual. Nunca recibieron los galileos una influencia religiosa tan intensa como los habitantes de Jerusalén o los campesinos de las aldeas judaítas de su entorno. La presencia de escribas o maestros de la ley no parece haber sido muy activa. Cuando Jesús y sus discípulos subían a Je­rusalén, cruzaban de alguna manera una “barrera”, pues venían desde los márgenes geográficos del judaísmo de Galilea hasta su centro. Sin embargo, Jerusalén jugaba un papel simbólico insustituible y ejercía so­bre los galileos un atractivo con el que no podían competir ni Séforis ni Tiberíades. Sabemos por Flavio Josefo que los galileos subían en peregri­nación a Jerusalén. Muchos de ellos tenían seguramente abuelos o padres nacidos en Judea, y todavía persistían contactos entre las familias. Por otra parte, la peregrinación no era solo un fenómeno religioso, sino un acontecimiento social muy importante. Los peregrinos tomaban parte en las fiestas religiosas, pero, al mismo tiempo, comían, bebían, cantaban y hacían sus pequeñas compras. Las fiestas religiosas constituían una va­cación sagrada muy atractiva.

Por otra parte, es explicable que en Galilea se apreciaran de manera especial las tradiciones israelitas del norte, donde estaba enclavada Gali­lea. En las fuentes evangélicas se habla de los “profetas” del norte, como Elías, Eliseo o Jonás, pero apenas se dice nada de “reyes” y “sacerdotes”, personajes típicos de Jerusalén y Judea. Se habla de los israelitas como “hijos Abrahán” y se evita la teología de Sión y la ciudad santa. Probable­mente, los galileos estaban habituados a una interpretación más relajada de la ley, y eran menos estrictos que en Judea en lo tocante a ciertas reglas de pureza.

ACTUAR:

· ¿Qué parecido hay entre las condiciones sociales, políticas y culturales de la época de Jesús y nuestra época?

· ¿El mensaje o anuncio de Jesús en aquella época es actual? ¿Por qué?

· ¿Por qué es importante el análisis de la realidad? ¿Qué diría o nos dice Jesús a nosotros en esta realidad concreta que vivimos?

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