Señores:
Acepté muy regocijado la generosa invitación del Comité «ProVillamí». Nada más honroso que servirse de la palabra para glorificar la vida de los sacerdotes de verdad.
El Padre Villamí perteneció a ese clero que las gentes del mundo llaman bajo, que es a mi entender, el clero altísimo, único representante de Aquel Divino Señor que dijo: «Los primeros serán últimos» y «Muchos publicanos Y meretrices os precederán en el Reino de Dios» y «Yo estoy en medio de vosotros como uno que sirve».
El anticlericalismo que tiene la mayor parte del tiempo su razón de ser en la historia profana del llamado alto clero-mundo, demonio y carne--, no existiría en Nicaragua, si todos los sacerdotes hubiésemos pertenecido a ese bajo clero del Padre Villamí cuya historia sagrada es, no como el camino real por donde pasan cargados con el fardo enorme de sus pecados los hijos de los hombres; sino como un senderito escondido en el corazón de la montaña: La sombra milagrosa de los grandes árboles, las enredaderas en flor, los juegos atrevidos de la ardilla y la gracia fugitiva del ciervo y un silencio y un perfume que yo no sé decir. Cuando los sacerdotes pertenecen a ese bajo clero del Padre Villamí, la historia sagrada de los curas le pueblo es como esos hilos de agua mansos y oscuros que nadie conoce y nadie busca, amigos preferidos de los ciervos asustadizos y de las cabras hurañas y aventureras: Pasaron los príncipes de la sangre y nada vieron, pasó la muy alta y poderosa señora duquesa de Borgoña y nada vieron; los pobres menores en cambio, los humildes y los que no tienen nombre, ellos pasaron y vieron.
El Padre Villamí, como aquel otro Padre Remigio Salazar, como el Padre Máximo Sol, te- nía ese no sé qué de Nuestro Señor Jesucristo, que atrae con una atracción irresistible y vence con una victoria definitiva. Francos, sinceros, leales, generosos, mansos, caritativos, humildes, silenciosos, exactamente como es el agua, exactamente como es la luz. A veces, salen de los seminarios, ejemplares falsificados del sacerdocio de Cristo, con una especie de santidad nueva que llaman eclesiástica, muy pobre de Evangelio, pero muy rica de fariseísmo, mansos no por divina mansedumbre sino por cobardía, caritativos no por divina caridad sino por ambición, humildes no por divina humildad sino por vileza, silenciosos no por divino silencio sino por disimulo. De éstos, ya nos amonestó Nuestro Divino Señor: «Es necesario que vengan los escándalos mas ¡ay de aquel! por quien viniere el escándalo»; de los primeros decía: «Jam non dicam vos servos sed amicos».« Ya no os llamaré siervos sino amigos». Amigos de Nuestro Señor ¡como quien dice nada! sus iguales. Horacio dijo: «Amicitia inter pares». En el Padre Villamí, no hallaréis otra cosa. El era de los simples de Guerra Junqueiro y de los humildes de Maeterlinck. El era así. Como aquel verso:
«Iremos a buscar en la llanura,
la fuente que sombrean,
dos álamos y una haya,
para que allí,
llenemos en silencio nuestros cántaros
de tierra gris».
y este divino privilegio-de ser uno de los amigos de Nuestro Señor-el Padre Villamí supo conservado, hasta en las que llaman alturas del poder. «Quien de vosotros sea el primero que se haga como si fuera el último». Estas palabras son del Santo Evangelio y demuestran si no me equivoco, que fuera de la santidad, el mando, todo mando, es por excelencia, la cosa del diablo: Una manera pésima de vivir, que resume el Salmista diciendo: «Que mi vida y mi alma nada tengan que ver con los impíos, con los que derraman la sangre y con los que tienen sus manos llenas de iniquidad». Si los que mandan son santos de mentira, el ejercicio del poder viene a estar regulado, si podemos hablar así, por la fuerza negra de las pasiones malas que son otros tantos perros furiosos y otros tantos nidos de serpientes; y de hipocresía, de injusticia en injusticia, se llega, y sin embargo, dicen que están arriba, a una zona de pecados, bajísima y tenebrosa (<
La esmeralda es para mí la más preciosa de las piedras preciosas, pero si me preguntáis ¿qué hay en una esmeralda? yo no sabré qué responderos, diré como un niño: una luz verde, de un verde nunca visto, que viene de unos ojos milagrosos. Pues, lo mismo me sucede con el Padre Villamí, si vosotros me preguntáis con la Escritura: «¿Quién es éste para que le alabemos?». Yo os puedo responder, siguiendo la misma divina sentencia: «Fecit enim mirabilia in vita sua», «Hizo en su vida cosas maravillosas». ¿Cuáles? Las que están fuera del alcance de la palabra. Silenciosamente, como una esmeralda.-Era una esmeralda viva" de Nuestro Señor.
Silenciosamente, viviendo su vida sencilla de patriarca de afuera, pastor ingenuo de las orillas, árbol primitivo de los caminos auténticos, el señor Presbítero Don José Francisco María Villamí, cura de Guadalupe, fue sacerdote de verdad, y nada más. Cuando él murió, estuvo sin duda en todos los corazones aquella palabra de los discípulos de Enmaús: «Quédate con nosotros porque se hizo tarde». Cuando Cristo o sus amigos se retiran, quedamos solos, muy solos, sumergidos en el mar negro de una noche sin estrellas. Juan en su Apocalipsis, pone en los Divinos Labios del Maestro esta luminosa palabra: <
Silenciosamente, como una esmeralda. ---Era una esmeralda viva de Nuestro Señor.
Nota:
Artículo para nuestra sección dominical IGLESIA VIVA. Tomado de "El Libro de las Palabras Evangelizadas", del poeta y sacerdote Azarías.H.Pallais
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