Onofre Guevara López
Casi al concluir su período presidencial
iniciado el 10 de enero 2007 –cuyo origen aún no emigra del terreno de la duda—
y cuando Daniel Ortega se apresta a comenzar
otro, contrariando la prohibición constitucional y la voluntad de los
electores, se discute si los 26 diputados electos de la Alianza-PLI deben asumir
o no sus curules. Las opiniones opuestas
a que asuman, con toda justicia, se basan en el carácter fraudulento de las
elecciones, pero al parecer, emanan de espíritus no sosegados aún, a causa del
asalto sufrido a fraude armado.
Por supuesto, quienes piensan que los
diputados deben asumir sus cargos, igual están justamente ofendidos por el rodo
de su voto, pero piensan que votar fue un acto de libre voluntad de enfrentar al
orteguismo, en el único campo posible es ese momento, y una decisión consciente
de que, pese a sus ventajas, podría ser demostrarse que no era invencible, como
en efecto ocurrió.
Abstenerse hubiese sido más cómodo, y hasta
gratificante para el ego. Pero con una fuga ante el reto, no se hubiera podido confirmar
su maligno propósito, y más bien se le hubiera ayudado a encubrirlo, dado que
nunca se hubiera podido conocer la magnitud real del robo, como ahora se conoce
y se puede denunciar, sin ninguna duda.
Más aún: se puede afirmar con una seguridad
casi matemática, que si la Alainza-PLI se hubiese abstenido, Ortega, sin vacilar
y feliz, le hubiera regalado el papel “segunda fuerza” electoral a su viejo
socio, Arnoldo Alemán. Y, ¿quién podría ahora poner en evidencia ante el mundo
el robo de las elecciones?
La Alianza-PLI podría responder al interés de
la mayoría que le votó, con una actitud de lucha firme, mantenerse unida y
confirmar su respaldo a Gadea Mantilla, quien, por su parte, igual podría mantener
la cohesión con el amplio sector popular que le apoyó en las urnas. El entierro político de Alemán, es obra de los
votantes de Gadea. De lo contrario, Alemán estaría recibiendo el aliento de su
aliado, listo a continuar con su paralelismo, ya no sólo sobre la base del
pacto, sino también del fraude. Quienes votaron por Gadea y opinan no asumir
las diputaciones, no parecen tener razón para sentirse derrotados, pues sus
votos lograron cambiar la correlación de fuerzas políticas, y aún podrían hacer
más. A favor de ir a la Asamblea
Nacional, hay un motivo político razonable: quienes tienen muchos motivos para sentirse
avergonzados en el parlamento, son los orteguistas. Sólo a ellos les cabe la
duda acerca de su legalidad.
La presencia de la Alianza-PLI en la Asamblea
no legitimaría nada ni a nadie. Iría a ejercer un derecho que debería de ser, cabal
y legalmente, para muchos más de 26 diputados. Quienes nunca tendrán seguridad de
estar en la Asamblea por derecho propio, serán –por lo menos— los últimos doce diputados,
de la nómina lista del oficialismo.
Lo negativo no sería que los diputados de la
Alianza PLI sean minoría, sino que no supieran representar dignamente al pueblo
que los eligió. También les tocaría ir conscientes de que llegan dotados de una
autoridad moral mucho mayor que la de cualquier orteguista.
La superioridad de la bancada orteguista es
nominal, y no se traducirá en mayor capacidad de discusión en el plenario, dado
que la mayoría se guía por su obediencia a la consigna, y carece de iniciativas
para aportar en las discusiones. Muchos de esa bancada, sólo están para dar el golpe
digital a la computadora. De los 38 miembros de la bancada actual, no fueron
más de cinco los que dieron la batalla por el oficialismo. Si al final del
período a los 38 orteguistas se le sumaron unos seis, no fue por la habilidad
política de ninguno de ellos, sino debido a dos factores igualmente carentes de
ética: la corrosiva función del dinero, y el carácter aventurero y oportunista
de muchos “opositores”.
Esa actuación
mecánica en la cancha orteguista no cambiará, porque serán los mismos, más
algunos novatos; y seguirá funcionando
con el voto ciegamente disciplinado.
Quienes deberán cambiar la práctica oportunista de la oposición
parlamentaria saliente, son los 26 diputados de la Alianza-PLI, en primer
lugar, siendo honestos y fieles al pueblo que les votó.
No hay absoluta seguridad de que todos los 26 diputados puedan tener la firmeza y una elevada moral combativa,
y tal vez ni la ética suficiente para no optar por el acomodo oportunista. Pero
eso no lo garantiza ni el partido político ideológicamente más cohesionado. Se
trata de una oportunidad para hacer patente la superioridad política y moral
que les exige el hecho de haber recibido el voto mayoritario.
La bancada de la Alianza-PLI, iría obligada a
demostrarles a sus votantes, que combatirá y denunciará con energía, y practicará
una nueva conducta, y restituirá la ética que allí se ha perdido desde hace
mucho tiempo. Y podrían hacer mucho de lo que la ciudadanía ha deseado siempre.
Si decidieran asistir a la Asamblea, podrían firmar
un compromiso patriótico entre ellos y a los ojos del público, en el sentido de
que actuarían como un solo cuerpo y que se retirarían cuando ellos y el comité político,
por ejemplo, lo creyeran conveniente cuando se diera alguna mala jugada del
orteguismo contra los intereses nacionales y populares. Y en su oportunidad,
proponer: 1) la reducción salarial de los diputados; 2) eliminar o reducir al
máximo la cuota de 200 galones de gasolina; 3) eliminar los 400 mil córdobas
anuales que recibe cada diputado para actividades que no son de su competencia;
4) eliminar cualquier otro privilegio que ofenda a los pobres y corrompa a los
diputados.
En otros aspectos: a) no asistir a la toma de
posesión oficial; b) no avalar con su presencia ninguna actividad protocolaria
ni otra que no sea de trabajo en el plenario y en las comisiones; c) no aceptar
viajes al exterior en delegaciones oficiales; d) denunciar el carácter fraudulento
del gobierno cada vez que sea posible ante las delegaciones parlamentarias extranjeras.
Eso no sería
todo, pero sí lo indispensable para guardar distancia de las viciadas prácticas
que en la Asamblea existen. Siendo
minoría no podrán imponerlas, pero sólo proponerlas será una victoria moral, un
gesto político depurador y una prueba de sinceridad. Además, sería un medio para desnudar la
hipocresía orteguista, y ofrecería una satisfacción a sus votantes acerca de
que tenían razón de haber asumido sus curules.
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