Las elecciones presidenciales del próximo domingo en Nicaragua son, en realidad, un plebiscito sobre la reelección de Daniel Ortega por otros cinco años y un referéndum sobre el destino del país centroamericano, en el que sus ciudadanos tendrán que elegir entre el caudillaje populista o un futuro régimen institucional. Muy lejos quedan las banderas revolucionarias que evocan el nombre de Sandino el Liberal y el halo reaccionario de la Contra durante la revolución, o como es más comúnmente llamada ahora, la guerra civil de 1979-1990. El eje de la política nicaragüense hace ya tiempo que no bascula entre izquierda o derecha.
Las últimas encuestas pronostican una victoria, con el 40% de los votos, de Daniel Ortega, líder del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) que busca un segundo mandato tras una reforma Ilegal de la Constitución avalada por jueces amigos y considerada ilegal por la oposición liberal. En segundo lugar, con mas del 31%, se sitúa Fabio Gadea, de 80 años, candidato del Partido Liberal Independiente (PLI), propietario de Radio Corporación y muy popular en el país, sobre todo en las zonas rurales gracias a su personaje radiofónico Pancho Madrigal, un campesino con retranca que durante décadas ha entretenido y hecho pensar a los nicaragüenses. Gadea cuenta con el apoyo del Movimiento de Renovación Sandinista (MRS). En tercera posición llega el expresidente Arnoldo Alemán (1997-2001), cómplice de Ortega en las medidas más polémicas tomadas por éste, con menos del 10% de los votos.
Pese a los sondeos, la polarización política que supone el duelo entre Ortega y Gadea se palpa en las húmedas calles de Managua, que cada tarde reciben una corta ducha torrencial, y aún es pronto para dar el partido por jugado. La oposición asegura que existe un 10% de voto oculto y maldice la candidatura de Alemán, por dividir el voto anti-FSLN.
Consciente de ello, el FSLN ha optado por una estrategia de perfil bajo —es el único partido que de momento no ha celebrado un mitin de cierre de campaña— evitando el triunfalismo. Sus partidarios, en su mayoría jóvenes, se limitan a abarrotar las plazas de Managua y hacen sonar su himno de campaña, el viejo éxito de Ben E. King, Stand by me, con una nueva letra escrita por la omnipotente primera dama, Rosario Murillo, creadora en 2007 de los Consejos de Poder Ciudadano, organizaciones para la movilización y control político de los barrios.
“Ortega ha ensanchado su base popular. Es muy fuerte en la capital y en los sectores modernos del país y los jóvenes, pero también atrae a la gente más humilde”, dice Carlos Fernando Chamorro, director del semanario Confidencial e hijo de la expresidenta de la reconciliación, Violeta Chamorro. “El conflicto fronterizo con Costa Rica por la soberanía del río San Juan el año pasado y las últimas inundaciones, que ha aprovechado para regalar láminas de zinc a los más pobres, le han ayudado y me temo que logrará la mayoría absoluta”, añade.
Gadea cerró el sábado su campaña ante más de 100.000 personas en Managua, prometiendo “un Gobierno de nación y no de partido, acabar con la corrupción y crear un verdadero Estado de derecho”. Sus palabras atraen a las clases ilustradas pero, como dice Chamorro, no logran “dar esperanza a la gente ni dar la impresión de que votándole a él van a mejorar su vida”.
La hegemonía de Ortega, explica un analista centroamericano que prefiere no ser citado, es una “combinación de conservadurismo moral —desmovilizó a la Iglesia católica al pactar con el influyente cardenal Miguel Obando la prohibición del aborto terapéutico—, neoliberalismo económico —dando ventajas fiscales a los empresarios— y populismo, que financia con la plata a montones de Hugo Chávez”.
Este sistema ha alejado por completo a Ortega, presidente ya entre 1984 y 1990, del ideario sandinista —de los nueve comandantes de la revolución solo siguen con él Tomás Borge, embajador en Perú, y el multimillonario empresario Bayardo Arce— y ha empezado a hablarse de “orteguismo”.
“Ortega vive un proceso de identificación con Somoza muy fuerte. Su ambición de poder ha sido mucho más fuerte que sus principios”, dice Dora María Téllez, la guerrillera que tomó el Palacio del Congreso en 1978 y precipitó la Revolución. “Daniel hace lo que siempre han hecho los caudillos populistas de derechas: liquidar las instituciones y convertir a su familia en su primer círculo de lealtad”. Su populismo ni llega a rozar la pobreza de Nicaragua, que afecta al 45% de la población. En cuanto a la acusación de nepotismo, es sabido que los parientes del presidente están bien situados en las principales empresas del país.
Sobre el proceso electoral planea también la sospecha de fraude. La oposición se ha cansado de denunciar intimidaciones a sus candidatos, el abuso de los recursos públicos en beneficio del FSLN y que éste controle todas las autoridades electorales. Unos 90 observadores de la Unión Europea, dirigidos por el socialista español Luis Yáñez, vigilarán la limpieza del escrutinio.
¿Qué pasará? “El primer fraude es que Ortega es un candidato ilegal. Es un usurpador y esto solo traerá inestabilidad política a Nicaragua”, vaticina Téllez. “Si Ortega gana, cambiará la Constitución para establecer la reelección indefinida, y si pierde generará el caos”, asegura Chamorro. La respuesta el domingo.
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