Onofre Guevara López
El cúmulo de aberraciones jurídicas –que
comienza con la candidatura de Daniel Ortega— junto a todo tipo de abusos y
arbitrariedades, dio por resultado un fraude que, no por previsto, ha dejado de
restallar contra las aspiraciones democráticas de una mayoría de nicaragüenses. El fraude, previsto y denunciado desde antes
que se iniciara el proceso electoral, tuvo su concreción el recién pasado
domingo.
Con esta forma delictiva de lograr una espuria
“victoria” electoral, se abre un nuevo espacio histórico a los inveterados conflictos
políticos que por más de un siglo no han permitido al país, la estabilidad necesaria
para su desarrollo material y humano. Desarrollo saboteado por las ambiciones
desmedidas de individuos, clases y grupos políticos sin escrúpulos, todo lo
cual, esta vez, también agrega el sello de la ignominia sobre la sociedad
nicaragüense, al obligarla –prácticamente— a canjear limitadas reformas
sociales por sus libertades democráticas.
Ese espíritu malo de la campaña electoral
orteguista, aunque en sus aspectos prácticos no se cansaron de expresarlo de
las formas más obvias, ha sido la manipulación de la juventud y de la
religiosidad del pueblo. Desde el coloniaje español, la religión no había sido,
como es hoy, el instrumento ideológico más rentable para una clase dominante. La “bendición de Dios” --¡y de “la virgen
santísima”!— la ha utilizado la
dominación clasista interna, siempre combinada con la extranjera, como una patente
de corso para el saqueo y su impunidad.
No obstante, el robo de esta elección no
ocurrirá sin ningún costo político para el orteguismo. Después de su desprestigio
local, será mayor en lo internacional. Estuvo claro que cuando Ortega, en la
última etapa del proceso electoral, accedió a una observación extranjera
parcial, fue porque consideró que a esas alturas ya había logrado consolidar su
dominio de la escena pública nacional, como para poner a funcionar su
maquinaria fraudulenta sin correr ningún riesgo.
Pero Ortega no contó con dos imponderables;
en primer término, lo que hemos llamado la sorpresa Gadea mantilla, y en
segundo, la seriedad y eficiencia de la observación europea, demostradas desde
sus primeros días de actividades, como advertencia de que no venía a hacer
turismo político. Y si bien sus personeros han sido ponderados en sus
opiniones, no esperaron que se consumaran las aberraciones jurídicas y las
maniobras políticas del gobierno para hablar de ellas públicamente, e insinuar
que tendrían sus consecuencias en el acto final del domingo recién pasado.
Eso ocurrió así, porque las irregularidades
que ellos vieron y de las cuales hablaron, eran solo las estelas de todas las
maniobras, las trampas e ilegalidades iniciadas desde cinco años atrás. Los descontentos
e incidentes ocurridos en varios municipios por el escamoteo de los documentos
de identidad, pese a la represión policial, no dejaron de manifestarse.
Algunos de esos hechos los pudieron ver los
europeos, y los otros de los cuales no pudieron ser testigos visuales, el
gobierno quiso que los “vieran” a través de los ojos culpables de Roberto Rivas
y demás magistrados de cargos vencidos, y mintieron: querían que los vieran
como actos de agitación de la Alianza-PLI, para romper la “paz” del
proceso. Pero estaba claro: el oficialismo aplicó una política
discriminatoria contra los opositores, negándoles las cédulas, al mismo tiempo
que los del partido oficial no solo las recibían con suma facilidad, sino que también
actuaron como agentes extra oficiales del Consejo Electoral en la entrega de
cédulas a sus partidarios. Con lo que causaron mayor daño, fue el escamoteo de las
credenciales a los fiscales de la Alianza-PLI y la falta de respeto en las JRV
a quienes pudieron obtenerlas.
Cosas como esas, no pudieron ocultarlas, no
hubo forma de hacerlo, ante la observación europea. Pero no fueron los únicos
casos. La integración ilegal del Consejo Electoral, fue como el motor del
aparato orteguista. Además de que los magistrados son ahijados del pacto
Ortega-Alemán, los llamados “liberales” actúan como mercenarios del partido
oficial. De ahí hacia abajo la estructura orgánica del Consejo –principalmente,
las Juntas Receptoras de Votos— están copadas por los orteguistas, y los que
oficialmente no lo son, están al servicio del gobierno. Toda la pirámide con
Consejo Electoral es de una ilegitimidad absoluta.
Con solo estos tres aspectos de la estructura
de la maquinaria del fraude, es más que suficiente para considerar que Ortega
será un mandatario ilegítimo, y no hay mecanismo legal ni político que pudiera
cambiarle esa condición. En el momento
que redactamos este comentario, es aún temprano, para tener una cabal visión de
todas las irregularidades de la votación de anteayer, y aún más larga está la
definición del conflicto que acaba de nacer entre la ilegalidad y el derecho.
Lo que ya parece no tendrá vuelta de hoja, es
el hecho de que el espectro político nacional ha comenzado a cambiar. Sea que el
robo de los votos y la burla a la voluntad popular fueren consumados, o si
hubiera una rectificación forzada por la reacción popular, la sorpresa Gadea
Mantilla tiene ya un resultado: ha desplazado al arnoldismo –principal socio y
cómplice de Ortega— y lo ha lanzado a un
rincón, de donde solo tendrá salida hacia la extinción.
Queda por verse, si el fenómeno Alianza-PLI-
Gadea lo aprovecharán para estructurar
un nuevo tipo de oposición. Lo que ya no admite discusión, como fuere que
Ortega logre imponerse, es que nunca será un presidente legítimo.
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