José Mulligan, S.J
Jesuita estadounidense, trabaja desde 1986 con las CEBs de Nicaragua
Adital
Celebrando la fiesta de Cristo Rey este domingo, el 20 de noviembre, debemos preguntarnos si realmente Jesucristo es "rey”. Seguramente no lo es en el sentido común del mundo, cuyos reyes viven en palacios lujosos y se visten de la ropa más fina.
Jesús, por contraste, según San Lucas, nació en un pesebre, y los que tuvieron el privilegio de ser sus primeros visitantes eran pastores que vivían de su trabajo humilde y no sabían leer ni escribir. Jesús vivió como uno de la clase trabajadora – carpinteros, pescadores, campesinos – y, como vamos a ver en el texto del evangelio de hoy, se identificó con la gente hambrienta, sedienta, sin casa, en prisión, y otras personas necesitadas.
Otra diferencia importante entre Jesús y los reyes de este mundo es que estos (aunque en nuestros tiempos su poder es más simbólico y los que mandan de verdad son primeros ministros y presidentes) tienen a su disposición todo el aparato del estado –fuerzas armadas, policía, cárcel, distribución de los recursos del pueblo– para poder imponer su voluntad sobre el pueblo.
Jesús, en cambio, no reina así, sino por su amor servicial y su misericordia para el pueblo, tratando de tocar nuestro corazón e invitándonos (no obligándonos) a arrepentirnos de nuestros egoísmos e injusticias y a seguirle a él en el camino del amor y de la construcción de su reino de justicia, libertad, y paz. Respetando totalmente nuestra libertad, él no utiliza la fuerza ni para imponernos su camino ni para salvarse del arresto, tortura, y ejecución que eran las consecuencias de su misión profética de denunciar la hipocresía, explotación, y avaricia de las autoridades de su pueblo.
Anunciando e inaugurando "el reino de Dios”, es decir, este mundo pero transformado en una sociedad más justa e igualitaria, Jesús chocó con los poderosos satisfechos que solo querían conservar la actual estructura de poder y de privilegio. Así que nuestro "rey”, Jesús, es un rey arrestado, golpeado, ridiculizado, encontrado culpable de ser una amenaza contra el sistema, y ejecutado por el estado con la pena de muerte de los romanos imperialistas. Un "rey” que, "siendo de condición divina, no se apegó a su igualdad con Dios, sino que se redujo a nada, tomando la condición de servidor” (Carta de San Pablo a los Filipenses, 2:6-7).
Consideremos la lectura del domingo de Cristo Rey, Mateo 25:31-46, un texto que tiene una importancia especial en el evangelio de Mateo por ser el último discurso de Jesús. "Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria rodeado de todos sus ángeles, se sentará en el trono de gloria, que es suyo”. Esta es la escena del juicio final, de la segunda venida de Cristo, quien durante su vida pública se había identificado con el título, "hijo del hombre”, que viene del libro de Daniel donde representa, en una visión, a él que recibe "poder, honor, y reino, y todos los pueblos…le sirvieron” (Daniel 7:14).
El rechazado, el crucificado, ahora viene como el Cristo (palabra griega), que quiere decir el Mesías (en hebreo), el "ungido” (como fueron ungidos los reyes, sacerdotes, y profetas del pueblo de Israel). "Todas las naciones serán llevadas a su presencia, y separará a unos de otros, al igual que el pastor separa las ovejas de los chivos”. Este juicio es de "todas las naciones”, no solamente del pueblo de Israel (el pueblo en que Jesús nació). Esto quiere decir que el criterio fundamental no es la ley de Moisés, desconocida por la mayoría de la población del mundo, sino la ley interior en sus corazones y conciencias – la ley del amor solidario y de la responsabilidad por las víctimas de las injusticias en todos los reinos del mundo. Cualquier persona de cualquier nación puede entrar en el reino de Dios, si ama y sirve a Cristo en los demás.
Lo más bello y, al mismo tiempo, lo más sorprendente y espectacular, es que el rey de la gloria se revela como uno que se identifica (nada menos) con los más desgraciados y miserables.
Entonces el Rey dirá a los que están a su derecha: "Vengan, benditos de mi Padre, y tomen posesión del reino que ha sido preparado para ustedes desde el principio del mundo. Porque tuve hambre y ustedes me dieron de comer; tuve sed y ustedes me dieron de beber”.
¿Quién está hablando aquí? ¿Quién es este "yo”? Jesucristo, que es Dios hecho ser humano! Está diciendo que el amor práctico al prójimo es amor a él y, por eso, amor a Dios Padre. Jesús sigue encarnándose en nuestro mundo y nuestra época – en nuestra familia, vecindad, país, mundo, especialmente en los más miserables.
¿Qué estamos haciendo, como personas, iglesias, estados, para solucionar el escándalo del hambre y sed de miles de millones de personas del planeta, que ya llegó a tener a siete mil millones de habitantes? "Fui forastero y ustedes me recibieron en su casa”. ¿Cuántas personas de todas las edades viven en la intemperie? La gente, muchos cristianos, del primer mundo – están recibiendo a los inmigrantes desesperados en su casa?
"Anduve sin ropas y me vistieron. Estuve enfermo y fueron a visitarme”. ¿Qué porcentaje del Producto Interno Bruto o del presupuesto de los gobiernos nacionales "visita” a los enfermos pobres? (Del presupuesto anual del gobierno de EE.UU., apenas uno por ciento va dirigido al mundo en forma de "ayuda al exterior”, y con muchos condicionantes que reflejan los intereses del "donante”. Y casi 700 mil millones de dólares van al presupuesto del Pentágono para armas y guerras).
"Estuve en la cárcel y me fueron a ver”. En todos los países las condiciones en las prisiones son infrahumanas y constituyen una gran injusticia contra los encarcelados. ¿Visitamos a los presos de vez en cuando para ver?
Los "justos” no pensaban que estaban expresando su compasión y solidaridad a Jesús, ni mucho menos a Dios. Entonces los justos dirán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, o sediento y te dimos de beber ¿Cuándo te vimos forastero y te recibimos, o sin ropa y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y te fuimos a ver”? El Rey responderá: "En verdad les digo que, cuando lo hicieron con alguno de los más pequeños de estos mis hermanos, me lo hicieron a mí”.
Estos solidarios podrían representar a los ateos (afirman que no existe Dios) y agnósticos (dicen que no saben si existe o no) que viven amando al prójimo y luchando por un mundo mejor sin llamarlo "el reino de Dios” y sin creer que en el ejercicio de su responsabilidad social y política están relacionándose con Dios precisamente de la manera que él quiere. Son los "santos ateos”!
Sería bueno terminar con esta frase interesante, pero quiero añadir una cosa más. Es obvio que "no basta rezar”, como dice el famoso canto casi refiriéndose al evangelio de este domingo. Pero tampoco basta la caridad interpersonal o intergrupal; nuestro "rey” Jesús nos llama a participar en su propia misión de proclamar y encarnar la "buena noticia a los pobres, la liberación a los oprimidos” (Lucas 4:18-19).
Esta tarea nos lleva más allá del servicio personal a los necesitados, importante e imprescindible que esto es; nos desafía a luchar organizadamente y políticamente a cambiar las estructuras y sistemas de injusticia, convirtiéndolos en mecanismos que sirvan a satisfacer las necesidades de la humanidad.
Luchando así, seremos colaboradores y compañeros de nuestro "rey” Jesús.
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