Onofre Guevara López
La sorpresa por las irregularidades ocurridas
durante las votaciones del domingo 6 de noviembre no es el origen de las
protestas en casi todo el territorio nacional, sino por las trampas e ilegalidades
del clan Ortega-Murillo, acumuladas durante varios años para burlar ese día la
voluntad ciudadana. Por su parte, esta cúpula del oficialismo, responsable de
todo, muestra una actitud, en apariencia, más flemática que la de un inglés
satisfecho de sí mismo a la hora del té, porque solo esperaba el resultado de lo
que había planificado.
No es que el clan Ortega-Murillo esté al
margen de los hechos ejecutados por sus activistas y la Policía. Su cachaza es
aparente para no perder la imagen de gente pacífica. Y no es difícil imaginar
que eso pretenden, si se toma en cuenta su comportamiento durante los cinco
años que les llevó preparar su plan para quedarse en el poder por tiempo
indefinido. Resumo algunos de esos actos básicos del clan y del plan desde
enero del 2007, no porque sean ignorados, sino para fundamentar lo dicho.
De entrada, Ortega confesó su interés por la
reelección; luego, hizo tanteos con la idea del cambio del sistema
presidencialista por el parlamentario; y durante casi todo el período trató de
conseguir los 56 votos necesarios para reformar la Constitución que eliminaría
el Artítuculo147, que prohíbe la reelección continua y por tercera vez.
Frustrados aquellos intentos, el clan buscó la
reelección por las vías de hecho, y comenzó a conducir el gobierno, cada vez que podía, al margen de
las normas constitucionales –ignorándolas por completo—; impuso la hegemonía de
los llamados “concejos del poder ciudadano” sobre las alcaldías y los barrios; la
parte femenina del clan comenzó a protagonizar el 50% de las políticas
estatales; prolongó por decreto los cargos vencidos de los magistrados de la
CSJ y del CSE –asumiendo las facultades de Asamblea Nacional, para lo cual
contó con la complicidad de diputados liberales—; rehabilitó el artículo
transitorio 201constitucional, válido sólo para los funcionarios del gobierno
elegido en 1984; y ordenó el fallo de una Sala Constitucional constituida con
solo sus agentes políticos con casaca de magistrados, sobre la base del cual
los Ortega-Murillo fingen creer que todo es legal.
Suficiente para que el clan se considere
dueño del Estado, pues no hay prescripción constitucional básica que no haya
sido omitida, entre la cual destaca, por su grosero tratamiento, el Artículo 14
Cn. que define al Estado sin religión oficial. A estas alturas, máxime en los
días previos y posteriores a las elecciones, y auto recetándose “la bendición de Dios y de la virgen
santísima”, han pastoreado a la gente con su propia “iglesia católica”. Este
hecho –pese a todo—, no tendría mucho interés si no fuera que constituye un irrespeto
general: a la Constitución, a libertad de culto, a la iglesia oficial católica
y a quienes no profesan ninguna religión. Es decir, ofende a todo el mundo.
Con tantos mecanismos espurios, persiguen
dominar las conciencias y adormecerlas ante sus ilegalidades contra los
derechos democráticos; la manipulación de las necesidades materiales de los más
pobres con “bonos” y “beneficios sociales”, sabiendo que con eso no acabarán la
pobreza, pero explotarán políticamente a quienes la sufren. El clan Ortega-Murillo así se siente satisfecho
y seguro de llevar a cabo lo que uno se sus miembros –aunque un poco marginado— aseguró en julio del 2010: que no había nada que
no estuvieran dispuestos a hacer para nunca dejar el poder. Y después de hacer
de todo, está haciendo el fraude.
Al margen de su papel de dioses olímpicos, orientan
a sus bases a cumplir funciones represivas a nombre del “amor”, la “paz”, la
“reconciliación” y por la “restitución de sus derechos”. Junto a eso, la cúpula de la Policía –que no ignora
los planes del clan— ya poco finge imparcialidad, y se aleja más de su carácter
profesional.
Se podría hasta ignorar los informes
preliminares de la observación europea, de los organismos nacionales de
observación, las opiniones de juristas y políticos, y no cambiaría el origen
del bien pensado, planeado y ejecutado “triunfo” electoral con el cual el clan
Ortega-Murillo se quiere burlar de la opinión pública nacional e internacional.
Para lograrlo, el clan Ortega-Murillo adopta una
olímpica indiferencia acerca de hechos irregulares que lo inculpan ante los
ojos del mundo, ni siquiera trata de argumentar en serio para justificarlos, y hace
como si no existieran, como los destapes de la corrupción en el gobierno; sus
violaciones a las leyes y a la Constitución; la anulación del Estado de Derecho.
Y Ortega refuerza su olímpica arrogancia, no dando entrevistas ni conferencias
de prensa. Pero cuando le interesa al clan –y no siempre a la ciudadanía—, encadena todos
los medios y silencia los canales extranjeros, para que solo se vea y se oiga su
monólogo.
En contraste con su fingida indiferencia y su
silencio real sobre lo que ocurre al pie de su Olimpo, el clan Ortega-Murillo
ha sido y sigue siendo prolijo en el campo de la propaganda, para lo cual
acapara medios de comunicación diversos y abundantes. Su tren propagandístico, funciona
virtualmente “sobre rieles”, sin posibilidad de variar la ruta: intensa
difusión de sus ideas políticas-religiosas; adulación sin medida a los miembros
del clan, en especial a Ortega; descalificación de personas, ideas y causas no
afines a su proyecto.
Quienes ejecutan estos ejes, son de varios
niveles: intelectuales (muy escasos por cierto) casi todos empleados del
gobierno; periodistas auto anulados para actuar como simples propagandistas-aduladores,
sean empleados en los medios del clan o portavoces ministeriales; funcionarios
del gobierno o del “partido”; ciudadanos vinculados directamente o a través de
parientes, con los burócratas de los ministerios.
En breve, esta es la
estructura de la maquinaria del poder y de la propaganda aduladora, ofensiva y
–en no pocos de sus medios—, vulgarmente ofensiva. Una maquinaria en marcha acelerada hacia una
monarquía plebeya, pero confesional.
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