A Quilalí, mi hija
Mario Urtecho
Antes de ser asesinado por la
dictadura, el Dr. Pedro Joaquín Chamorro Cardenal, proclamó que Nicaragua
volvería a ser república, declaración que sustentada en sus prolongadas vivencias
políticas y experimentado criterio jurídico, denotaba que el país había perdido
esa categoría, si es que en la vida práctica alguna vez la alcanzó. Lo pongo en
duda porque numerosos mandatarios de países latinoamericanos establecieron
constituciones y signaron múltiples declaraciones para no excluirse del concierto
internacional, pero gobernaron a lo bestia. En muchos aspectos, la Nicaragua del
siglo XXI aun está distante de ser república, es decir, regida por un sistema
político fundamentado en la igualdad de los ciudadanos ante la ley, blindaje
que los resguarde de los abusos de quienes tienen el poder, y proteja sus derechos fundamentales y
libertades civiles, que siempre deben ser atendidas y respetadas por los gobiernos
legítimamente constituidos.
Leyendo documentos relacionados con la Nicaragua del siglo XVI, observo que
las características y comportamientos de los Caciques y las estructuras
sociopolíticas que regían sus Cacicazgos, son muy similares a las establecidas
por quienes han gobernado el país en los últimos cien años, sin importar el
color del partido político que hayan representado o lo hagan en la actualidad.
El cacique principal era obedecido por todos y gozaba de
amplias prerrogativas y distinciones. Los viejos formaban un consejo que lo asesoraba
y es probable que fuesen miembros de una élite cacical emparentada. Su patrón
de asentamiento incluía un centro principal en el que vivía el cacique, cuya vivienda
se distinguía claramente. Disponía de despensas o sitios de almacenamiento de
bienes, de excedentes y de especialización laboral. Algunos podían ser identificados
como Señoríos, pues en sus dominios incluían a cacicazgos menores. Por lo
general, los caciques menores eran hermanos o parientes de los mayores.
Las élites cacicales establecían relaciones matrimoniales entre sí, las que
propiciaban a los caciques más control y dominio sobre su territorio
y más posibilidades de obtener conocimientos. Así, parentesco y política iban
unidos, dinamizando las interacciones.
Estar situado cerca de un centro de
confluencia de rutas marítimas, terrestres y fluviales era de la mayor
importancia y motivo de competencia. Tal ubicación les daba la ventaja de estar
entre los primeros en obtener recursos y noticias provenientes de lugares
distantes y cercanos, lo que además de adquirir mayor número de bienes, les
facilitaría planificar sus actividades cotidianas y defensivas. Estos bienes y
conocimientos representaban la riqueza y el poder y le eran útiles al cacique
para desempeñar sus funciones de manera eficaz, pues los podría emplear a discreción,
lo que implicaría acciones en las que intervendría el delicado juego de la
política. Los bienes intangibles, como la atención del cacique en señaladas
situaciones, también debieron desempeñar un rol importante.
El miedo tuvo un peso importante en el tipo de interacciones que
se establecieron entre los caciques. En el mundo de las ideas indígenas, su poder
estaba asociado con poderes sobrenaturales, lo que atemorizaba
a sus súbditos. Si el poder de un cacique era reconocido intra e
inter-cacicalmente, habría que tener especial cuidado en el tipo de relaciones
que se establecieran con él. Esto, a la vez, fortalecía su poder político, pues
al ser temido y respetado podría tener un espectro de acción más
amplio en cuanto al establecimiento de relaciones con otros cacicazgos, lo que
también era válido para el establecimiento de alianzas.
En el siglo XVI, en los cacicazgos el
miedo y el poder mantenían un estrecho vínculo. Se temían las
represalias de diverso orden, que incidirían en el mundo y las personas por
medio de acciones con lo sobrenatural. En el mundo de lo
natural, la venganza podría expresarse en guerras, robos de parientes, muerte
de animales domésticos, incendios, pillajes, pestes, malas cosechas, picaduras
de serpientes, inundaciones, enfermedades y otras desgracias. Pero, originar
este miedo, también debió ser algo deseado o buscado por miembros de las élites
cacicales. Y sólo podrían obtener esa arma si poseían los suficientes
conocimientos, esotéricos y de otra naturaleza, que les permitieran alcanzar
ese respetable status.
Los caciques mayores se distinguían
por descender de linajes principales, por su vestuario y adornos
especiales en épocas de guerra, por su comportamiento y conocimientos, por un
tipo diferenciado de vivienda y por ciertas prerrogativas, como el
acceso a bienes, posesión de prisioneros de guerra, numerosas mujeres y un trato
especial de sus súbditos. Entre algunos se señala su dominio sobre
algunos cotos de pesca o caza, los que visitaban en algunas ocasiones. No hay
que descartar que más que sitios y salidas para pesca o caza recreativas, como
parecen sugerir las fuentes, tales visitas pudieron implicar el desarrollo de
importantes rituales y ceremonias asociadas con la fertilidad y la
abundancia, tratando de asegurarse éxitos en esos aspectos durante periodos
determinados.
Se rodeaban de sus mujeres y
familiares más cercanos, pero también de fieles sirvientes, quienes hacían
las veces de espías y tenían el deber de informarle de lo que sucedía en
otras partes. Los caciques controlaban verdaderas redes de espionaje. Así,
en la paz y en la guerra, siempre tenían la oportunidad de conocer el
desarrollo de acontecimientos lejanos y más cercanos. Ello les permitiría
actuar rápidamente en la competencia por llegar de primero. Ello aumentaría y
consolidaría su poder.
El rango del cacique, sus conocimientos, habilidad en la guerra y sus artes
para obtener lo mejor por medio del intercambio, le otorgaban prestigio que a
la vez consolidaba su poderío y reconocimiento. La centralización se podía
expresar por medio de la capacidad de organizar guerreros y guerras en tiempo
breve. Sus súbditos sabían de antemano cómo funcionaba el poder, cuándo se
lograban reconocimientos y cuándo había llamados que venían del cacique, quien
enviaba mensajes por sus dominios en plazos relativamente breves. La centralización
también se expresaba en una eficiente organización para el desarrollo de
fiestas, ceremonias, ferias y contrataciones. Adónde, quiénes, cuándo, cómo,
eran todas respuestas que daba el cacique, ayudado por consejeros, apoyado en
la época del año, en las condiciones climáticas y en la buena voluntad de los seres
sobrenaturales, propiciada y buscada por los especialistas religiosos.
Considero que en las características mencionadas hay numerosos parecidos
con las de la historia política de Nicaragua, lo cual, más que en una
república, nos ubicaría en un Cacicazgo. Además, se sabe que las coincidencias
y las casualidades no existen. Es probable que alguien crea que lo expresado en
este artículo son ficciones de escritor. A quienes piensen de esa manera los
invito a leer el libro “Intercambio, política y
sociedad en el siglo XVI. Historia indígena de Panamá, Costa Rica y Nicaragua,
de Eugenia Ibarra R.
Lima, noviembre 12, 2011.
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