Onofre Guevara López
Las emociones a seis días de las votaciones no
han de dar sosiego a ningún candidato. Menos a quien, para obtener la
reelección, ha abusado del poder para romper el orden institucional y ha saltado
por sobre las barreras legales y éticas de la política nacional.
Habrá a quien le parezca ilógica esta opinión,
por cuanto pareciera que Daniel Ortega es el único que debería tener paz
espiritual por haber dispuesto de una fabulosa cantidad de dólares con el fin de
construirse una maquinaria electoral de doble tracción para seguir en el poder
sin solución de continuidad. Lo busca con la fuerza del voto mayoritario, o con
el voto ajeno conseguido con la fuerza de su voluntad política dominante en todos
los poderes del Estado.
Pero
Ortega, se reconoce como el único candidato cuyo triunfo no tendría legitimidad,
por haber creado condiciones ilegales para confirmar su primera y máxima ilegalidad:
ser candidato sin derecho que lo respalde. Y por el mucho daño que para eso ha causado,
dejaría de ser humano para poder dormir en paz las noches de los próximos días.
Es de imaginar, entonces, que Ortega psicológicamente
–para no hablar de dudosos motivos de conciencia— es el candidato que con mayor
desasosiego espera el 6 de noviembre. Es natural que los otros candidatos tengan
sus emociones, según las expectativas que se haya creado cada quien, pero como
ni todos juntos han invertido la mitad del dinero que ha invertido Ortega ni han
cometido las ilegalidades suyas, ellos son menos afectados por la inestabilidad
emocional. Tampoco han invertido fabulosas cantidades de dinero en propaganda, en
la compra de lealtades, ni en la construcción de rótulos tan enormes como su ego,
y el del megalómano es de lo más fácil de ser lastimado, incluso, por la sola idea
de un fracaso. Puede hacerlo perder la noción de la realidad circundante, y convertirla
no precisamente en su remanso de paz.
Amén de lo emotivo que debe estar por la muerte de su hermano Kadhafi.
En cuanto al candidato Arnoldo Alemán, la
ambición y el oportunismo que ha caracterizado su actividad pública, más el
síndrome de prisionero amnistiado, y nunca liberado de su dependencia ante su
socio de Pacto, le ha obligado a morigerar sus aspiraciones a la condición de
segundón electoral. Eso le daría el privilegio de seguir compartiendo cargos en
el Estado y obtener diputaciones para los votos negociables. Lo que le puede causar mayor desasosiego, es la
idea de que si el orteguismo retiene el poder por los votos o por el fraude, y obtiene
más diputados, le disminuiría a él el valor a sus acciones parlamentarias y en
la burocracia estatal, aunque mantenga su Pacto con Ortega.
La candidatura de Enrique Quiñónez, no tiene
arraigo, es prefabricada y advenediza, como fue su llegada a la dirección de
ALN. Ha querido sacar ventaja dentro de la maquinaria de Roberto Rivas, con la
posición oficial que este partido alcanzó como “segunda fuerza” electoral en el
2006, pero el orteguismo no parece estarlo necesitando mucho. Esta situación no
le da para aspirar más allá de unos pocos diputados que, si continuaran la tradición,
seguirían negociando sus votos parlamentarios
con quien fuere.
El circunspecto Róger Guevara Mena, se ha
tomado muy en serio su candidatura, pese a que llegó tarde al partido Apre y de
emergencia por la renuncia a la candidatura de Miguel Ángel García. En esas
condiciones, quizá alcance a colocar algún diputado, aunque, lógicamente, sean mayores
sus aspiraciones.
El candidato de la Alianza-PLI, Fabio Gadea
Mantilla, ha sido el de las sorpresas. Hará un año, más o menos, cuando apenas
fue mencionado como posible candidato, y aun menos tiempo hace que no tenía casilla
electoral. Sin embargo, comenzó a meter ruido y, por supuesto, a ganarse el
odio combinado de orteguistas y arnoldistas. A pocos días de conocida
oficialmente su candidatura de la alianza bajo la bandera del PLI, se le montó una
conspiración interna que aún no cesa, de parte de quienes, siendo del PLI,
aparecen ante el público como una quinta columna orteguista.
Como fuere, ese conflicto no sólo no ha disminuido
la popularidad de Gadea Mantilla, sino que la ha catapultado, según se observa
en las movilizaciones de apoyo, especialmente en el Norte del país. En el curso
de pocos meses, además del Movimiento Vamos con Eduardo, su candidatura ha
conseguido apoyo de sectores intelectuales de izquierda democrática, de otros sectores
democráticos –algunos desligados del PLC—, del Movimiento Renovador Sandinista,
de organizaciones civiles, de gente sin partido y de sectores de varias
tendencias ideológicas. Este hecho es otra sorpresa, dado que, desde 1974 con
Udel, encabezada por Pedro Joaquín Chamorro, y la UNO a finales de los
ochentas, no había habido condiciones para constituir un movimiento opositor
amplio. Las ventajas de la unidad entorno a Fabio Gadea, respecto a Udel y a la
UNO, es que la primera nunca tuvo candidato, y la segunda fue minada por las
contradicciones inter partidarias y las ambiciones individuales.
Como candidato de una coalición de nueva
factura democrática, y el hecho de ser blanco del odio concitado de la paralela
antidemocrática orteguista-arnoldista, Fabio Gadea ha obtenido réditos
políticos. Es natural que la emoción previa a las votaciones le esté tocando también,
pero el motivo principal podría ser el haber creado en tan corto tiempo la
posibilidad de contrarrestar con éxito en las urnas al candidato ilegal y de la
maquinaria más ferozmente construida jamás.
No es un adversario común al que Gadea
enfrenta. Y lo que resultare el 6 el noviembre, no es la cuestión principal,
sino que --aparte de cualquier sorpresa—, ha nacido y deberá crecer la fuerza
política capaz de apoyarle para enfrentar la histórica tarea del cambio. Porque
con su triunfo no habría soluciones milagrosas, y con el continuismo los
problemas serían empeorados, y en ambos casos, hay que mantener la lucha.
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