Luis Rocha
Todo lo hizo mal el mal ladrón. Robó
tan mal y descaradamente que todo el mundo –y cuando decimos todo el mundo es
Raimundo y todita la bolita del mundo- se dio cuenta de que era un mal ladrón.
En descampado se cogió para sí los votos del presidente realmente electo y sin
vergüenza alguna se reeligió como un gobernante espurio. El mal ladrón quedó
como lo que era, un mal ladrón. No cabe duda de que desde que mereció ese
calificativo, el mal ladrón era irredento. Cuenta Lucas en su Evangelio que el
mal ladrón, que era uno de los ladrones crucificados con Jesús, no paraba de
burlarse de él, y fue entonces cuando el buen ladrón le replicó regañándole:
“¿No temes a Dios, tú que estás en la misma pena? Con nosotros es justicia, por
ladrones, pero éste no ha hecho nada malo.” Y así fue como el buen ladrón fue
premiado con el paraíso.
El mal ladrón es en realidad un mal
ladrón. Por meticulosamente que planifica los robos con su pandilla para que
queden en secreto, se hacen públicos. En esta consideración partimos del hecho
de que un buen robo es aquel que de tan “limpio” no se puede probar, aunque se
sepa que hubo robo: “E hubo fiesta”, decía Somoza. En el gran robo que nos
ocupa se puede probar que hubo robo, pero no se puede castigar ese robo, por la
sencilla razón de que el mal ladrón para quedar impune de previo se ha robado
los poderes e instituciones encargadas de velar porque, por ejemplo, no
hubieran robos electorales.
Como no podía haber ninguna
“reelección” legal por ser la reelección inconstitucional, se la robó secundado
por sus secuaces, e impusieron en sus seguidores la maligna idea de que
“viveza”, “bandidencia”, trampa, oportunismo y vandalismo, eran sinónimos de
honradez y virtudes políticas moralmente aceptables si se realizan para llevar
al caudillo al poder eterno. Todo se vale, hasta destruir los valores cívicos y
morales, en ese sórdido mundo del socialismo, cristianismo y solidaridad del
mal ladrón. Se fomentó la corrupción en parte de una juventud engañada que
aceptó cambiar estudios por calles, conocimientos por agresión al prójimo, y
por sobre todas las cosas un culto obsceno y sin límites a la personalidad del
caudillo, cuya palabra, para los magistrados del CSE, sí es palabra de Dios.
La porquería que brotó –como de una
cañería de aguas negras- de aquel fraude por años tramado para reelegir al mal
ladrón, no tiene nombre. Con decirles que muchos de nosotros sabíamos que nos
iban a estafar pero que no nos iban a engañar. Y así fue. El mal ladrón no nos
engañó: estafó a la patria. La esposa del mal ladrón se había adelantado a
declarar que aquella farsa era la más limpia que se había dado en la historia
de Nicaragua: La gran estafa, y eso lo saben moros y cristianos, obispos, y
observadores que no fueron insulsos.
Precisamente por eso nos queda un
buen resultado de la “reelección” del mal ladrón: La conciencia de que su reino
se cimenta sobre los pilares de la mentira; que el mal ladrón es un ladrón
inepto; y que quienes se benefician de este latrocinio, serán los mismos que
acabarán con sus manipuladores políticos. Porque el que hayamos sido capaces de
hacer evidente el fraude de éste reino, es de por sí nuestro gran triunfo
electoral, pues tarde o temprano se demostrará que todo reino, salvo uno que no
es éste, tiene su fin.
“Extremadura”, 20/11/11
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