Estamos ante una polémica interesante y de muchos razonamientos acerca de qué actitud tomar ante las elecciones del 6 de noviembre próximo, aunque, a veces, con las ofensas y las usuales descalificaciones. Esta polémica se manifiesta de forma unilateral, pero no del lado oficialista ni de la “oposición” semi oficial –no sólo por su pacto y arreglos bajo la mesa—, y a todo lo electoral sólo le miran el color metálico, sino entre los sectores de la izquierda y la derecha democráticas. Sé que es una clasificación mecánica, pero se trata de algo simplemente convencional.
El riesgo de esa polémica,
es que algunas argumentaciones para justificar una posición respecto a las
elecciones, producen la impresión de que estamos en un concurso acerca de quién
puede hacer las mejores descalificaciones del gobierno de Ortega. Vano intento,
y no porque no sean válidas –pues de
sobra lo son— sino porque este gobierno no necesita ser descalificado, pues ya
se ha venido auto descalificando durante cinco años, por lo menos.
¿Quién, si no Ortega,
lanzó la primera estocada contra la Constitución Política hablando de la reelección al sólo tomar
posesión? ¿Quién, si no Murillo hace el
dúo anti constitucional, desde cuando inició su co-mandato, imponiendo su
control político a través del “consejo del poder ciudadano”, para crearle apoyo
a la reelección y a la violación de la Carta Magna? ¿Quién, si
no Ortega, manejó a voluntad a sus agentes políticos investidos de
magistrados en la Corte Suprema para que –en una ilegalmente constituida “Sala
Constitucional”— se aprobara una
sentencia pretendiendo inhabilitar el Artículo 147 de la Constitución, sin
tener facultad para ello?.¿Quién, si no Ortega tolera los apetitos de
enriquecimiento ilícito de Roberto Rivas, para mantenerlo satisfecho y
dispuesto a poner en práctica todas sus patrañas electorales, y garantizarse su
reelección?
Sólo esos cuatro hechos
representan al cúmulo de ilegalidades que desprestigian al orteguismo, sin que nadie
tenga que auto proclamarse campeón de su descalificación política por el solo hecho
de estarlo repitiendo. El problema político no sólo exige descubrir al
orteguismo en toda su dimensión oportunista, autoritaria y abusadora. El
problema político central, es si se permite o no que Ortega, su familia y su “partido”
se apoderen del Estado como si fuera su propiedad privada. El Estado, aunque
teóricamente, es de todos los
nicaragüenses, también debe de serlo en la práctica, tomando actitudes activas
dentro de un proceso electoral que, no por manipulado y corrupto, deja de ser un
mecanismo para todos, a falta de otras opciones más contundentes, y no quedarse
al margen y, desde ahí, gritar nuestras inconformidades.
Antes de optar por alguna
actitud, quienes se consideran de izquierda, no deberían mirar el panorama
político opositor en blanco y negro: sólo corruptos por un lado y sólo puros
por el otro. En este esquema; se ve corruptos a quienes participan tratando de
rescatar los mecanismos estatales que monopoliza el orteguismo; y se ve puros a
quienes no mancharán su impoluta ideología, uniéndose con alguien que no comparte
la pureza de su secta.
La vida política, no
es así. Al menos, no se debe creer que es así. Dentro de la multiplicidad de corrientes
políticas, siempre hay alguien que a pesar de no identificarse con uno en todos los aspectos –político, económico,
ideológico, social y hasta religioso— se identifica en torno a la comprensión
de que Nicaragua y su pueblo no merecen ser dejados al arbitrio del poder
autoritario de nadie. Y ese alguien merecerá confianza, en este caso concreto, con
lo cual no se le está entregando ni recibiendo una ciega incondicionalidad.
Serán aliados en una determinada actividad, en
un caso mínimo, las elecciones; quienes se identifiquen en torno a este aspecto,
manteniendo cada quien su libertad de tener criterio opuesto sobre las cosas en
que no coinciden, no tienen razón de anteponer esas diferencias ni hacerse
enemigos para no hacer la unidad en la acción contra el orteguismo. Y tampoco se
tiene porqué abandonar el sentido crítico contra cualquiera actitud incorrecta,
de unos o de otros. Pareciera increíble, pero es lógico, que cueste entender
cosas tan simples, y abandonar percepciones ideológicas cultivadas por años en la
conciencia; que no se auto cuestionen, cuando la vida pone ante todos facetas
inéditas, como tener que enfrentar a quienes fueron aliados y acercarse a
quienes fueron adversarios. No reconocer ni tratar de influir en las nuevas condiciones,
porque lo impiden criterios establecidos, es dogmatismo.
No dejarse aprisionar por los prejuicios, ni a
éstos los confundirlos con los principios ni,
a las ideas concederles cualidad de inmutables, es más propio del revolucionario. Si de verdad se está contra los abusos y las actitudes
aberrantes de Daniel Ortega, no se le puede hacer el favor de debilitarle a quien
se perfile como su mayor adversario, negándole a éste el voto. Además, no es
malo tolerar a quien, pese a no ser de la misma secta ideológica, sabe
corresponder con su tolerancia. Si no fuera así, no se vería en ninguna lista
de candidatos a diputados, a probados y destacados políticos de izquierda. Es
que el pueblo necesita de la unidad, no de la dispersión por motivaciones
ideológicas, las cuales no siempre ubican a quienes la sustentan –porque no son
infalibles—, en el mejor camino.
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