Manuel Obregón S.- Masatepe, 14-09-11
Para entrega inmediata a
Edwin Yllescas S.
“Ángel
de mi guarda
Dulce
compañía
No
me desampares
Ni
de noche ni de día” Amén.
Tengo que decir de entrada que lo único que sabía de “Mordiscos del Ángel” es que había sido premiado este año por el
CNE. Me llenó de alegría que un amigo mereciera esta distinción. Ayer vino otro
buen amigo y me trajo digamos que de regalo, o a lo mejor prestado, eso no
importa, el poemario. La misma noche de anoche me puse a leerlo y debo
confesarte que fue para mí casi una pesadilla. En la medida que entraba en las
páginas muy bien editadas y de un diseño agradable, se me fue haciendo difícil
soltarlo, era como beber la cicuta hasta el fondo. Leer tus poemas es un “conócete a ti mismo” y eso porque según
otros, en cada escrito, no sólo se entregan los dones sino la vida. Ese arte de desdoblarse, de voltearse, de
abrirse en canal para mostrar alma y cuerpo lacerados, sólo lo puede hacer un
poeta valiente que sin el menor rubor nos muestra sus entrañas. La autopsia
de un poeta que se muestra en cruz no para que le tengamos compasión
sino para que, al menos comprendamos y respetemos su ser, esa audacia de vivir al filo de la navaja, al
borde del abismo, y de aguantarse con estoicismo, sin quejas y sin complejo de
culpa. El Cristo crucificado que no pide que lo salven sino que al menos no
derramen más hiel sobre su herida. Ese viaje a la niñez que todos completamos
al cabo de los años, será, me pregunto, un rescate, un alivio, un refrescarse
entre tanto sofoque de la vida, porque de seguro [todos guardamos ese tesoro]
pensamos que allí dejamos la felicidad plena y si no fue plena, así la
creímos. Esa lucha del Ángel [que es la
otra cara de mi amigo] es la misma que todos tenemos a diario, es el ser o no
ser de Hamlet, que más que una indecisión es una angustia. No será fácil llevar
semejante carga con el corazón desfallecido, no será fácil estar solo cuando necesitamos
compañía, y el verdugo del Ángel que nos da cuerazos como a los esclavos
egipcios que construyeron las pirámides. Un Ángel exterminador que nos hace la
vida imposible. Un nadar contra la corriente
en aguas turbulentas, sentirse solo en medio del mar como el más
miserable de los náufragos y todavía defenderse de los mordiscos del Ángel- tiburón sediento de
sangre que lo acorrala. El solo leer los títulos del poemario ya es un poema,
ya presentimos el dolor desde el primer verso, ya sabemos que nos llevará hasta
la cumbre para dejarnos caer en picada, sin salvavidas, como los que se
suicidan desde los puentes, o los que se tiran desde las peñas agrestes. El
viacrucis cristiano, la lucha del insecto por voltearse de la Metamorfosis de Kafka, la exclamación de
Sabines de “ ¡Vida, Cuándo me darás
un recreo!”, o la ansiedad del cuento de Rulfo “¡Diles que no me maten, Justino!” Todo
se junta en ese maldito Ángel que quiere descuartizar a mi amigo, y como decía
Neruda quisiera defenderlo con lo que tenga a mano, y hay ira en el corazón de
que eso suceda, y si hay indefensión, más todavía. Yo quisiera estrangular al Ángel
que no es de la guarda, sino, según parece, escapado de alguna maldita guarida.
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