La repetida sentencia del historiador británico Lord Acton: “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente”, nunca será lo suficientemente aplicada en el caso de Gadafi. Cada día se conocen más detalles de la vida que llevaban él y su familia; de la aparentemente inagotable -por incalculable y secreta- fortuna que acumuló en los cuarenta y dos años que duró su régimen. Y también prácticas domésticas típicas del terror casero, que se retratan dolorosamente en el rostro desfigurado de la etiope Shweyga Mullah, la ex niñera de los nietos del dictador, a la que le vertieron agua hirviendo como castigo.
Llegado al poder en 1969 e inspirado en las ideas anticolonialistas del egipcio Abdel Nasser, Gadafi instauró el régimen de la Jamahiriya, en el que la ausencia de una Constitución Política era sustituida por el “gobierno directo” del pueblo, postulado en el ecléctico y profusamente reproducido Libro Verde, del que miles de ejemplares con pasta lujosa -y verde por supuesto-, circularon en los años ochenta en Nicaragua.
Las reservas petroleras descubiertas en 1959 en Libia, facilitaron que Gadafi desarrollara importantes megaproyectos y que su gobierno propiciara a los libios empleo y un nivel de vida superior al promedio africano.
A la par el Coronel fue acumulando un poder absoluto y una fortuna incalculable que le permitía hacer y deshacer: Financiar a los camaradas de aquí y allende del mar, contratar miles de mercenarios para su guardia pretoriana, financiar la voladura de aviones civiles en los cielos europeos e invertir millones en los países de los que se declaraba enemigo . O regalar a su admirada Condoleeza Rice una anillo de diamantes, que ahora pertenece al Tesoro de los Estados Unidos dada las normas de la diplomacia estadounidense al respecto. U otorgar a Daniel Ortega, a Chávez, a Evo Morales y a Fidel Castro el “Premio de Derechos Humanos “, acompañado de un cuarto de millón de dólares. O mantener durante largo tiempo una jugosa mesada al actual presidente de Nicaragua.
Como dice Frei Betto el ejercicio del poder “convierte lo deseable en posible”. Y los deseos de Gadafi, no sólo se expresaron en sus extravagantes propuestas como la de aplicar en otras latitudes los postulados del Libro Verde o de fusionar Libia con Egipto, Túnez, Argelia y Marruecos -que si no se realizaron fue por ser sencillamente descabelladas-, sino también en un estilo de vida esquizofrénico que compite -y quizá supere- la ficción de cualquier novela latinoamericana dedicada a los dictadores.
El hacerse cuidar por un destacamento de amazonas, muchas de las cuales han denunciado ahora que fueron violadas en versiones de las orgías “bunga bunga” que organiza su amigo Berlussconni; la excentricidad de viajar siempre con su jaima para tenderla en cualquier lugar y con la camella que cada mañana le proveía leche; el maquillaje permanente y el uso del botox para disimular las huellas de los años, su pecho cargado de desconocidas condecoraciones, su actuar permanente en representación del papel mesiánico auto asignado; mansiones dignas de los cuentos de Las mil y una noches encima y por debajo de la tierra, campos deportivos privados, túneles kilométricos con estudio de televisión incluido, vajillas y tinas de oro, aviones y autos de lujo, son parte de ese estrafalario estilo de vida.
Y como las aspiraciones de los dictadores los llevan a procrear prole numerosa a fin de garantizarse que la continuidad sea nepótica, todos sus hijos ocuparon cargos claves en el gobierno y, claro, en los negocios. Tampoco ellos fueron modestos en sus caprichos.
En la víspera del 2009 su hijo Saif Al Islam, mismo que ahora hace clandestinos llamados a “atacar a los rebeldes”, hizo llegar a la isla donde se encontraba departiendo con amigos, a Mariah Carey. Le pagó un millón de dólares más gastos de viaje por cuatro canciones.
Otro hijo, Saadi, pretendida estrella del fútbol europeo, luego de su fracaso en las lides deportivas, se hizo uno de los dueños del popular -y seguramente rentable- Juventus de la liga italiana. A la par, pasó a ser jefe de tropas especiales del ejército privado de su padre .
Hanibal, conocido por violencia intrafamiliar y agredir a su mujer en estado de embarazo, que provocó su detención y una crisis diplomática entre Libia y Suiza en el 2008, dirigía la compañía nacional marítima. Ahora está en el exilio. Su hermana Aisha Gadafi, igualmente refugiada en Argelia, ejerció como abogada defensora de Sadam Hussein.
Las insurrecciones de los pueblos en el Poniente árabe y en el Medio Oriente al iniciar este año, tuvieron su expresión en Libia en febrero. Gadafi al ver en riesgo su poder, respondió con el asesinato en masa. Sólo después de dos meses el Consejo de Seguridad de la ONU actuó y tomo la resolución del diecisiete de marzo autorizando el apoyo al pueblo de Libia.
Hay quienes desde posiciones ingenuas o anquilosadas, o bien por oportunismo (político o económico), pretenden defender al régimen de Gadafi. Hay intervención extranjera, afirman, asidos al cliché anti intervencionista o anti imperialista, como si todas las intervenciones extranjeras fuesen como las que ha experimentado Nicaragua, o como las que hizo la ex URSS en Checoslovaquia en 1968, o en Afganistán en 1979.
Arguyen que los países occidentales pretenden apropiarse del petróleo libio, como si Gadafi no hubiese iniciado desde 1999, un radical viraje de sus viejas posiciones, que entre otras cosas abrió las puertas a las compañías petroleras occidentales, otorgándoles generosas concesiones.
Dicen que en Libia el pueblo disfrutaba de importantes beneficios sociales. Es lo mínimo que se puede esperar en un país beneficiado por la naturaleza y es elemental deber de todo gobierno procurar el bienestar de sus ciudadanos.
Lo que insurreccionó al pueblo libio fue la falta de libertades, la campante corrupción de la familia gobernante, la asfixia de la vida cotidiana por un poder tiránico disfrazado de un supuesto “poder ciudadano”. El futuro no se vislumbra fácil, pero sin duda deshacerse del Coronel era una necesidad impostergable, y se ha cumplido.
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