Francisco Elías Valencia
Gabriela Castellón
David Pérez
Redacción Diario Co Latino
Un subsargento de la sección II de la Guardia Nacional, y miembro del equipo de seguridad del ex presidente de la República, coronel Arturo Armando Molina, fue el misterioso personaje que disparó contra Monseñor Óscar Arnulfo Romero, aquella tarde del lunes 24 de marzo de 1980, cuando el Arzobispo oficiaba una misa de cabo de año, de Sara Meardi de Pinto, madre del periodista Jorge Pinto, en la capilla del hospitalito Divina Providencia.
31 años después, ante la falta de acciones judiciales para esclarecer el magnicidio en su totalidad, en tanto que hay nombres de algunos de los autores intelectuales, el del tirador, por ejemplo, seguía siendo un misterio.
Hasta hoy, uno de los sospechosos había sido el doctor Héctor Antonio Regalado, quien por varios años se encargó no solo de la seguridad de la Asamblea Legislativa, sino de la seguridad del mayor Roberto d’Aubuisson.
Sin embargo, la Comisión de la Verdad, al referirse al doctor Regalado, dice: “La Comisión no encontró evidencia persuasiva de que él hubiera participado en este asesinato”.
La Comisión de la Verdad, sin embargo, dice que “recibió suficiente prueba para concluir que Regalado no sólo formó su propio escuadrón de la muerte en el pueblo de Santiago de María; sino, también, coordinaba y capacitaba las redes de d’Aubuisson en la capital”.
Información en poder de Diario Co Latino, entregada por fuentes que estuvieron próximas a los círculos de d’Aubuisson, aseguran que el francotirador, es decir, el responsable de disparar contra Monseñor Romero, fue el subsargento de la extinta Guardia Nacional (GN), Marino Samayoa Acosta.
De acuerdo con la información, fue Mario Molina, hijo del ex presidente Molina, quien sugirió al tirador.
En aquella época, dice otra fuente a Diario Co Latino, refiriéndose a la segunda mitad de la década de los 70’s, había dos buenos tiradores: uno en la Guardia Nacional y, el otro, en la Policía Nacional.
El de la PN, “el Chato Castillo”, agrega, fue a quien le encomendaron disparar a distancia contra la manifestación de la UES, para provocar la reacción y la respectiva respuesta del ejército que terminó en una masacre. Se refiere a la manifestación del 30 de julio de 1979.
De uno de los dos se sospechaba que podría haber sido el tirador, dice la fuente. Al final se descarta al “Chato Castillo”.
Del asesinato de Monseñor Romero, lo que era amplio conocido es que fue el mayor d’Aubuisson, creador de los escuadrones de la muerte y fundador de ARENA, quien dio la orden para cometer el crimen; y que los capitanes Eduardo Ávila Ávila, quien fue asesinado en circunstancias extrañas, en 1994, y el capitán Álvaro Rafael Saravia, fueron los que operativizaron la acción para el cometimiento del todavía repudiado crimen.
En efecto, fue el capitán Eduardo Ávila, quien, en la mañana del lunes 23, estando en casa de Roberto Daglio, periódico en mano, señala una esquela, en la que se anuncia la misa de aniversario de la señora Meardi. En ese lugar se encontraban, entre otros, Molina y Saravia.
“Esta es la oportunidad”, exclamó Ávila, acto seguido preguntó por el tirador. “No te preocupés”, le respondió Molina, “yo lo voy a poner”.
Las fuentes aseguran que el fusil con mira telescópica, de alta precisión, calibre . 219 suizo (es decir, calibre 22), era propiedad de Ávila; y el cual había sido probado, en fechas distintas, en la Finca San Luis, de Santa Tecla. El tirador estaba familiarizado con ese tipo de armas, por su especialidad o afición de tirador.
La Finca San Luis fue el lugar en el que, el 7 de mayo de 1980, fue capturado el mayor d’Aubuisson, junto a doce militares y doce civiles, quienes preparaban un golpe de Estado. Todos eran integrantes del Frente Amplio Nacional (FAN), creado por d´Abuisson, una tenebrosa organización político militar. En esta acción, fue encontrada la agenda del Capitán Álvaro Saravia, en la que estaban escritos no sólo nombres de oficiales y empresarios, con los que tenía relación el grupo de d’Aubuisson; sino, el plan del asesinato de Monseñor Romero. La cual fue clave para las investigaciones posteriores.
Entre los capturados, en aquella fecha se encontraban, además de d’Aubuisson, los mayores Jorge Alberto Cruz Reyes, Roberto Mauricio Staben; Capitanes, Álvaro Rafael Saravia, José Alfredo Jiménez, Víctor Hugo Vega Valencia, Eduardo Alfonso Ávila; Tenientes Federico Chacón, Miguel Francisco Bennet Escobar, Rodolfo Isidro López Sibrián, Carlos Hernán Morales Estupinián, Jaime René Alvarado y Alvarado.
Además, los civiles Antonio Cornejo Arango, conocido como el “Maneque”; Ricardo Valdivieso, conocido como el “gringo”; Roberto Muyshondt, Fernando Sagrera, Amado Garay, Nelson Morales, Andrés Antonio Córdova, Herbert Romero Escobar, Fredy Salomón Chávez, Marco Antonio Quintanilla, José Joaquín Larios y Julián García Jiménez.
Todos fueron llevados a la Primera Brigada de Infantería, conocida como Cuartel San Carlos, pero, fueron puestos en libertad, el 13 de mayo del mismo año, por el General Jaime Abdul Gutiérrez, al asumir el control de la Fuerza Armada, como integrante de la Junta Revolucionaria de Gobierno.
En una de las hojas, de la agenda de Saravia, está especificado el “Plan Piña”, es decir, el plan donde se especifica lo utilizado para asesinar a Monseñor Romero, es decir, especifica el personal, las armas y otras logísticas a utilizar para matar al Arzobispo. En la hoja, hay nombres de reconocidos oligarcas, financiadores de d´Abuisson, pero no el del francotirador. A quien identifican como “el tirador”, así como al motorista de Saravia, Amado Antonio Garay Reyes, a quien distinguen como “Amado”.
Actualmente, cuando viejos cuadros de ARENA y oligarcas se refieren al caso de Monseñor Romero, lo mencionan como “La Operación Mayor”.
Fue Amado Garay Reyes, quien el 19 y 20 de noviembre de 1987 testifica, primero ante la Comisión de Investigaciones de Hechos delictivos y luego ante el Juzgado Cuarto de lo Penal, en la que confirma que él condujo al tirador hasta la capilla de la Divina Providencia, por órdenes del Capitán Álvaro Saravia, a quien le manejaba desde hacía meses.
Amado Garay añade que después del asesinato tuvo miedo y por eso se fue a vivir a Estados Unidos, donde lo contactaron, a través de Migración, dos personas de apellidos López y Castillo, quienes le pidieron se presentara a los tribunales salvadoreños a dar su declaración en el caso de Monseñor Romero. Y, es por eso que el 17 de noviembre de 1987 llega a El Salvador, procedente de Estados Unidos.
En su declaración, Amado Garay, con lujo de detalle, narra desde el momento en que recoge al capitán Saravia, en la residencia de éste, luego al tirador, a quien recogió, según la Comisión de la Verdad, en la Casa de Alejandro Cáceres, pero, según Garay es la de Roberto Daglio, donde Garay abordó otro vehículo, el Volkswagen Passat rojo de cuatro puertas, en el que ya se encontraba el tirador, que en aquel momento era un hombre joven, barbado, a quien conduce hasta llegar a la iglesia. De la mencionada residencia salieron dos vehículos, el del tirador, y el otro en el que iban varios hombres, a quienes Amado no logra identificar. Justo en la capilla, el otro vehículo desaparece de la zona, y el desconocido le pide a Amado que se parquee, y que mantenga el motor en marcha, frente a la iglesia, y que simulara que estaba reparando el vehículo. El conductor dice haber visto a un sacerdote dando misa, y luego oyó un disparo, y al girar la vista hacia atrás vio al hombre de barba sostener un fusil con ambas manos. El tirador, inmediatamente le ordena, con voz calmada: “Camine despacio, tranquilo”. Aún nervioso, relata Amadeo, salió del parqueo de la iglesia y se dirigió hacia el centro de la ciudad, donde se perdió temporalmente por los nervios, pero, una vez se tranquilizó, condujo al asesino a la misma Residencia de donde había salido.
Que una vez llegaron a la residencia, allí estaba, fuera, el Capitán Saravia, que el hombre de barba le hizo una venia con la mano derecha (el saludo militar) y acto seguida le dijo: “misión cumplida”. Este hombre de barba, según nuestra fuente es Marino Samayoa Acosta, nacido el 8 de octubre de 1949.
Al día siguiente, dice Amado Garay, condujo al capitán Saravia a una casa que parece Castillo, propiedad de Roberto Daglio, donde se encontraba el Mayor Roberto d’Aubuisson, donde Saravia le expresó que “ya hicimos lo que habíamos planeado”, y según Garay, d´Abuisson le habría respondido “no, hombre, no lo hubieran hecho todavía”, a lo que Saravia le replicó: “Como Usted ordenó que lo hiciéramos, por eso lo hicimos”.
«Se van a dar cuenta hasta dónde llega mi participación, y cómo me han involucrado a mí en cosas de las que no fui responsable’’, afirmó Saravia, a Diario Co Latino, en una entrevista realizada los primeros días de marzo de 2006 . “Pero, claro, como soy el único, al perro más flaco se le pegan las pulgas’’, agregó.
Más recientemente, el Capitán Álvaro Saravia le dijo Al periódico digital el Faro, que “El capitán Eduardo Ávila Ávila les informa el plan: en esa misa será asesinado monseñor Óscar Arnulfo Romero Galdámez. Ya todo ha sido coordinado con Mario Molina y Roberto d’Aubuisson”. Mario Molina, hijo del Expresidente Arturo Armando Molina.
El fusil utilizado por el francotirador, propiedad del Capitán Ávila, fue escondido, por órdenes del mismo Ávila, en un hueco de un desfiladero, que da al mar, a la altura de uno de los túneles de la carretera Litoral.
De la vida de Marino Samayoa, hay pocas referencias, pero, según las fuentes, “cuando aparece, le dan trabajos de guardaespaldas, trabajos que desempeña por corto tiempo, y luego desaparece”.
El camino para asesinar a Monseñor Romero
La teoría del eterno retorno es básicamente que las cosas que sucedieron una vez, siguen aconteciendo infinitas veces en el pasado, por esto, el asesino de Monseñor Óscar Arnulfo Romero recorre todos los 24 de marzo casi una docena de calles hasta llegar a la Capilla de la Divina Providencia, y la bala sigue atravesando el corazón de la víctima.
El semáforo se pone en rojo. Un niño se aproxima a los carros y hace malabares con dos naranjas. Una resbala de entre sus dedos y se destripa.
Una pregunta que siempre me venía a la mente: ¿dónde está el asesino de Monseñor Romero? ¿Está vivo? Si aún sigue con vida seguramente es mayor de edad, entre 60 a 70 años calculó. Hoy sé que está vivo, que nació el 8 de octubre de 1949.
Amado Garay describió al tirador como un hombre barbado, de entre 25 y 27 años, - y a juzgar por el testimonio- un tipo hecho de hielo y muy calculador, y experto en hacer de la muerte una cosa cotidiana.
Un día de marzo de 1980, Garay y Saravia salieron de la casa de este último en la Colonia la Rabida, 714, a la par del “Chalet Italia”.
El Capitán Saravia vivió sobre la 37 Calle Oriente, pero su casa ya no existe. El “Chalet Italia” ya no se puede ubicar más que en el recuerdo de los habitantes más antiguos de la zona.
Rodeamos la calle intentando encontrar el sitio, - Garay dice en su declaración que entraron al Pasaje San Juan- y no encuentro nada.
Una pareja de ancianos platica en una puerta, nos dirigimos a ellos – ¿conocieron el Chalet Italia?- estuvo por aquella esquina responde la longeva.
Solo encontramos el pasaje “Italia Sur” y las casas 728, 718,.. los números desaparecen y de pronto la vivienda 14. Algo no concuerda.
Le pregunto a un vigilante sobre la casa 714, no sabe pero llama a un señor calvo de ojos claros y lentes enormes que hace memoria.
Él tiene más de 20 años de vivir en la zona, pero desde que llegó, la numeración ya estaba desordenada. ¿busca a alguien? Me pregunta.
Le explico y dice que ese apellido le suena conocido. ¿Dónde está el chalet Italia? Y ¿la casa del Capitán Saravia? Esos recuerdos desaparecieron el 24 de marzo de 1980.
El capitán lo guió hasta un portón color negro, ubicado en la Colonia San Benito, casa número 549, sobre el Boulevard del Hipódromo. Al detener el carro sonó el claxon, y un señor abrió, tras lo cual se dibujó una cuestecita y dos árboles de marañones japoneses.
El capitán Saravia entró en la residencia y Garay permaneció en la estancia, minutos después una empleada le ofreció pan y refresco que aceptó gustoso.
La Colonia San Benito seguramente ha cambiado 31 años después. Platico con un vigilante, busco la casa número 549, pero no existe. 548, 548 A… debe ser al otro lado, allá están los nones – señala el hombre unos apartamentos de lujo-
Los números, en ese lado de la calle, son impares, las viviendas desbordan lujo, pero sigo intranquilo por saber cual es la casa exacta donde Garay observó por primera vez al asesino.
Sospecho que el radio donde estaba ubicada la residencia en cuestión se ubica desde los apartamentos “Villa Romana” hasta el local de “Jorge Arguett, Haute Couture”.
Comiendo estaba cuando Saravia le señaló un Volkswagen rojo “manejá ese carro” y “seguí ese carro que está adelante”.
Se subió y un hombre barbado estaba sentado en la parte trasera derecha, no lo reconoció.
La orden fue clara y la cumplió: siguió el carro sin cuestionar el rumbo, cruzó por aquí, por allá, un sin fin de vueltas, pasó frente al Colegio García Flamenco, luego en la Colonia Miramonte pasaron sobre una calle de tierra y entraron en un portón negro.
Perdieron la pista al carro que debían de seguir, el hombre barbado le indicó que dieran la vuelta frente a una iglesia, lo hizo y se detuvo entre tres a cuatro metros de distancia antes del sitio religioso.
“No, párese frente a la iglesia” le sugirió el acompañante en el vehículo. Lo hizo y observó a un sacerdote que oficiando misa, no prestó atención.
Acto seguido el hombre barbado le dijo que simulara una reparación, por lo que manipuló la palanca de velocidades y se agachó sin cuestionar.
Hay una gran quietud frente a la Capilla de la Divina Providencia. Me alejo un poco de la entrada y trato de calcular la posición del hombre que disparó a Monseñor Romero.
Los brazos firmes, fuerza, precisión y paciencia para escapar sin dejar la mínima huella de su paradero por más de tres décadas.
De usar barba debería estar canosa, su cabello igual. Si Amado Garay lo tuviese enfrente ¿lo reconocerá?
Una detonación fuerte asustó a Garay, el olor a pólvora y los gritos lo estremecieron, asustado vio que el barbado sostenía un fusil que sobresalía al lado derecho del carro.
Segundos de confusión, no supo que hacer, la mente en blanco anticipando temores, nerviosismo y lo inaudito: “camine despacio, tranquilo”, le dijo el barbado.
Nunca apagó el vehículo, mientras sus manos temblorosas apretaban el volante aceleró hasta el centro de San Salvador, se perdió, no se ubicó, pero logró sobreponerse a sus nervios y regresó a la casa de la colonia San Benito.
Garay y el barbado se bajaron del Volkswagen rojo, el capitán Saravia los esperaba y el hombre que sostuvo entre sus
manos el rifle lo saludó: “misión cumplida”.
Saravia se dirigió a Garay “¿por qué te tardastes tanto?, el chofer alegó a su favor que se había perdido.
Saravia y el barbado entraron a una habitación de la casa mencionada y el chofer se quedó comiendo marañones japoneses.
Pasado el tiempo, Saravia salió y le ordenó: “ahora no vamos a dormir en mi casa, sino a otra, sigamos a ese carro”.
El 27 de marzo, tres días después de la detonación frente a la iglesia, Garay fue junto con Saravia a una casa “que parecía castillo” frente al Canal Dos de Televisión.
“Centro Comercial Loma Linda” dice un rótulo en la entrada. Hay varios negocios: desde una escuela de artes plásticas hasta imprentas.
Al fondo un amplio parqueo y un árbol que sirve de sombra para los carros. Quizá el único testigo de lo que fue en aquella fecha.
Aquí presentó el capitán Saravia al Mayor, Roberto d’Aubuisson los resultados de la misión: “Ya hicimos lo que habíamos planeado”.
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