Bastaron
55 años para borrar de la mente histórica nacional el recuerdo de un hombre que
cambió la historia política de Nicaragua. Un hombre que lo dio todo sin pedir
nada a cambio, sin aspirar a una senaduría ni a una diputación, sin esperar un
mañana para cobrar la inmensidad de su premio, sin pensar ni siquiera en la
vanidad de que la calle más famosa de Nicaragua llevara su nombre. Ese hombre
es, RIGOBERTO LOPEZ PEREZ, gigante de la valentía y cruzado auténtico de la
causa de la democracia. Se enfrentó solo a las fuerzas de élite del poder político
y militar que rodeaba al General Anastasio Somoza García, a quienes salpicó con su sangre después de cada balazo que ya muerto,
descargaron sobre su cuerpo acribillado e inerte.
Ni
un solo diario, La Prensa y El Nuevo Diario; ni un solo canal de televisión, 2,
10, 12; ni una sola radio, Corporación y Ya, ni un solo periodista,
independiente o afiliado a la causa de la dictadura, Aburto y Grinsby y
finalmente ni siquiera el partido al que perteneció y llenó de orgullo, recordaron
su hazaña suicida y liberadora. Solo una conspiración de silencio acompañó su
cincuenta y cinco aniversario de gloria e inmortalidad, para vergüenza de todos
los nicaragüenses que adversamos el régimen dictatorial y dinástico de la
estirpe sangrienta.
Considerar
ese silencio como una expresión de miedo al régimen actual, no tiene sentido
alguno. Lo tendría si todos los medios de comunicación hablados, escritos y
televisivos le pertenecieran a la familia gobernante, porque sería una seña más
de apoderarse hasta de las ideologías ajenas. El orteguismo jamás se ha
atrevido a decir que RLP pertenecía al FSLN, sin embargo, fue ese partido el
que erigió una estatua de cuerpo entero en una de las rotondas de Managua, pero
desafortunadamente esa rotonda empezó a ser llamada por un sector de la población
como, la rotonda del asesino.
Lo
que pretendió ser un homenaje tardío a la personalidad del héroe de Septiembre
de 1956, resultó ser una ignominia a su memoria, solo ejecutado por los
resabios del somocismo que viven añorando los años sangrientos de la dictadura
de los Somoza.
La
citada estatua no proyecta la grandeza del poeta idealista que entregó su vida
por la liberación de Nicaragua. Su valentía y determinación no se vieron
afectadas por el hecho lamentable de no haberse efectuado el plan de cortar la
energía eléctrica para que con la consabida oscuridad hubiera tenido alguna
posibilidad de escape. Con luz o sin ella, Rigoberto López Pérez siguió
adelante con su sacrificio final, cuyo resultado los nicaragüenses lo supimos
hasta el 29 de Septiembre, día en que se dio a conocer la muerte del fundador
de la dinastía de la estirpe sangrienta.
La
redada nacional de opositores que se efectuó la misma noche del atentado y que
llenó las inmundas cárceles de la dictadura de inocentes opositores al régimen,
fue regresando a sus casas a los injustamente encarcelados, pero hubo quienes
salieron enfermos y lisiados para el resto de sus existencias y hubo otros que
jamás salieron con vida, como Edwin Castro Rodríguez, Ausberto Narváez y
Cornelio Silva, quienes fueron masacrados en la cárcel de la Aviación y sus
cuerpos mutilados fueron abandonados en cualquier sitio como una muestra de la
barbarie somocista.
Los
recuerdos amargos de esa noche oscura que duró cuarenta años y que produjo
incontables víctimas e infinitas lágrimas, los quieren borrar ahora con la
indiferencia total gubernamental y privada. El silencio del gobierno se explica
fácilmente porque Rigoberto no perteneció al partido rojinegro y ahora que ese
partido ha caído en las manos de un ego centrista que se quiere adueñar de
todo, lo dejan por fuera para no entorpecer la operación de atraco que hoy
están haciendo. El silencio del sector privado, no es tan fácil de explicar y
para decir algo, asombra la indiferencia de los dos diarios importantes del
país, sobre todo porque los dos se engrandecen con el heroísmo del
incorruptible Pedro J Chamorro C, que entregó su vida buscando la República
soñada por millones de nicaragüenses.
Jorge
J Cuadra V
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