— Estás igualita—dijo ella caminando resuelta, saliendo del hotel.
— Y vos, más guapa que nunca—contesté.
Y minutos más tarde estábamos sentadas en un restaurante mexicano en uno de los malls“de lujo” de San Salvador, ocurriendo lo que ocurre con gente como ella que hablás y escuchás, sobre todo escuchás para saber y aprender, sin parar, procurando que la noche te brinde la oportunidad de platicar de todo y con todas sus aristas.
Es Gabriela Selser. No siempre tiene una la oportunidad de tener enfrente a las grandes del reporterismo y a una de las periodistas que han hecho historia a punta de libreta, bolígrafo, preguntas y buen olfato. Me sentí contenta y privilegiada.
Hacía años que no nos mirábamos. Vino a la ciudad a reforzar al equipo de la DPA (Agencia alemana de prensa), de la que es corresponsal en Managua, para la asamblea de la OEA, hace unos días.
Chela rubiaza, la Gabriela, periodistaza, con quien compartí sonidos de teclado humeante en aquellas noches de cierre de edición en el periódico Barricada, en Nicaragua. Una entraba a la redacción a escribir su nota sobre alguna reparación de calles y mirabas de reojo hacia los cubículos de las grandes periodistas escribiendo los grandes temas, Gabriela, Vilma Areas, Sofía Montenegro, Mónica Zalaquett, Silvia Mayorga, …
Las mirabas, las escuchabas. Las leías. Las releías. Imitabas. Para aprender. Y una cosa importante: cada una era ella misma. No se parecen. La lección estaba clara: buscar tu propio camino, tu estilo, tu manera, tu voz.
En acción: nivel rojo-huracán
Gabriela Selser es de las periodistas categoría A, de audaz e I de intrépida, que cuando está en acción alcanza niveles rojo-huracán. Así la conocí, y esta noche pasada cuando platicábamos, percibí aquel mismo tono de voz y la determinación, de aquella periodista que en una reunión matutina en el periódico planteó la siguiente cuestión: “Es que nosotras queremos que nos envíen como corresponsales de guerra”.
“Jovero, ¿dónde me vine a meter?”, pensé. En esos tiempos, yo venía de la universidad de rechazar la propuesta de Servicio Militar para las mujeres, porque eso equivalía a que te mandaran de cocinera del batallón, o chica de los recados. Además ni sabía cocinar. Si vas a la guerra para eso, no gracias. Pero la propuesta de ir a la guerra a hacer tu trabajo, en una de sus especialidades, era otra cosa: era entre estar dándole vueltas a un sopón de frijoles o acercarte al periodismo tipo Ernest Hemingway.
Era el tipo de temas que las periodistas peleaban en los 80 en Nicaragua, como ahora pelean que las integren a los equipos de periodismo de investigación. Ellas lo consiguieron.
Estas mujeres, como Gabriela, con sus temas abrieron el camino a las demás. Las redacciones en Nicaragua han estado siempre llenas de mujeres y lo siguen estando. Con naturalidad. (Aunque algún rezagado prehistórico puede haber todavía).
Estoy hablando con una de mis periodistas preferidas y de referencia, que entre otras cosas me confirma ¡qué difícil es ser corresponsal extranjera! Contarle todo un país a otro país. Y me da unos consejos y trucos, que me iluminan. Así entramos a una plática que nos define: somos madres y periodistas.
Y surgen sus palabras armando la historia a manera de grand reportage (género periodístico que es el reportaje de los reportajes) para hablar de su hija Claudia Lucía, de la que ahora lo sé casi todo: vida, atmósfera vital, habilidades, preferencias, ingenio, genio, descripción física, intereses, etc. ¡Qué niña, o mejor dicho, qué adolescente! Una hija narrada por su madre es un género periodístico en sí mismo.
Ella y Alí son madre y padre felices.
Y una empresaria en ciernes, con la producción, lanzamiento, distribución y popular aceptación de Dulzuras, marca registrada Selser (que cocina también con Marta, su madre), que consiste en cajitas de almíbar con frutas: papaya, mango, jocote, tamarindo y grosellas… y que las distribuye por medio de su Facebook con gran éxito comercial y hasta con distribución internacional: Miami, México, El Salvador, Argentina, ella se las arregla para enviarlas con amistades.
“Hacer dulzuras para ganarle campo a la amargura”, dice y nos reímos a carcajadas. Es una gran metáfora sobre la profesión, y más ahora en Nicaragua, donde se las ven y desean las y los periodistas para conseguir información ante la equivocada decisión del régimen orteguista de pelearse con los mensajeros.
Ella que ha andado en todo, ha cubierto todo tipo de temas, no es de extrañar que se lance a nuevas aventuras. Eso tienen este tipo de mujeres: son lanzadas, superan retos.
¡Qué gran Gabriela! Todo un placer conversar con usted, maestra.
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