Un cielo gris de lo más flamenco que podáis imaginaros, pero en cambio, en todos los ojos, un cielo azul muy de Provenza y muy de Nicaragua; y en todas las cabelleras poned el oro del renacimiento; y luego beguinages dormidos y canales marchitos como en un otoño perenne, y mujeres que salen de las iglesias vestidas a la usanza gótica como una interminable fila de monjas; y se me olvidaba lo principal, el gótico persiguiéndoos por todas partes: en las ventanas y en los brocales, en las fachadas yen los balcones, en los barandales y en los puentes. Un gótico muy de mi gusto, y por atrevido y por flamenco, ¿habrá mayor gloria para Flandes que seguir siendo Flandes? Y estáis, como quien dice nada, a dos pasos de la muy buena ciudad de Brujas, y podéis tener en vuestras manos el verdadero encaje de Malinas y oír si os place en un francés flamenco las ingenuas aventuras de Godofredo de Bouillón; además estáis en vuestra propia casa: Nuestro Señor, el duque de Borgoña, se llama Felipe el Bueno, Juan sin miedo, Carlos el Temerario; ya veis si habrá necesidad de historia con semejantes nombres. Estáis en vuestra propia casa, lo repito, y como aquí, más que en ninguna otra parte, el silencio es vivo, entrad pues en la urna del silencio y leed a Flandes en los libros de sus místicos. ¿Si vierais cómo es admirable Ruysbroeck el Admirable?; y en los cuadros de sus pintores, desde aquel delicioso y hondo Broederlam hasta el magnífico y muy humano gran príncipe Pedro Pablo Rubens. Y después de haber leído a Flandes en la urna del silencio, vivirá vuestra alma con la inocencia de los corderos recién bañados en la fuente, y os parecerá estar leyendo a Francis Jammes, a Henri Bataille y a Charles Guerin, como a cien mil millones de leguas de Nueva York.
¡Como a cien mil millones de leguas de Nueva York! En Plougasnou del Finisterre en la muy dulce Bretaña bretonante, junto al mar de ruidos sin nombre, yo he sentido lo mismo: y dijo Dios: hágase el silencio y el silencio se hizo, un silencio entre los silencios para escuchar el verso de las palabras aladas. Y es entonces vuestra alma una doncella bretona y comenzáis y sois niños que rezan: ¡quién hiciera versos ricos y finos como las hebras de oro de una cabellera! ¡quién tuviera una alma profunda como ,¡ cielo de los ojos!
Pero aquel silencio flamenco de los místicos, ¿no es acaso el hermano de este silencio bretón de acantalidos y rompientes? El Maestro Haeckart, Gerardo de Groot, Henri de Suzo, Tauler, y Ruysbroeck el Admirable... acantilados de carne y sangre donde vendrán a estrellarse con furia las tempestades de la carne y de la sangre! ¿No habéis visto en los mares de la Historia, las rocas de Nuestro Señor?
¿Y aquel silencio flamenco de los pintores no es acaso el hermano de este silencio bretón de las espumas? El mar de Bretaña y los pintores de Flandes. ¡Esa espuma que juega cariñosa y va y vuelve como loca y vuela y se deshace como una mariposa de libertad, conoce muy bien a Broederlam y a Santiago Daret y al Maestro Flemalle y a todos los deliciosos primitivos flamencos; y aquella ola enorme y traidora que se yergue obscura como una amenaza gigantesca es Rembrandt; y ésta que se eleva como otra ninguna, altísima, imponente, de aguas claras y ricas de un vivo crisoprasa es Rubens; y en las olas humildes coronadas por la espuma y doradas por la luz vuela el espíritu angélico de Hans Memlinck; y en las tonalidades sombrías lloran como un Stabat Mater, los cuadros de Quintín Metssys; y en el verde inimitable de la ola que va a morir y en los encajes de la espuma, reza Juan Van Eyck los versos de su «Cordero místico».
Si vais a Flandes, y por Flandes debemos entender Bélgica y Holanda, señalad en vuestro itinerario con doble cruz azul, Amsterdam, Lovaina, Amberes, Bruselas, Gante y Brujas.
En Amsterdam, está Rembrandt, Ezequiel del claro obscuro, Esquilo del pincel, obscuro como la noche, profundo como el mar y fuerte como la tempestad.' .
En Lovaina, los dos Bouts os seducen con La inocencia mañanera de sus cuadros, impresionistas antes del impresionismo, sin conocer a Giotto tienen ojos de niños para pintar las cosas como ellas son. ¿Recordáis la frescura de las coplas?
«En el centro de la mar,
Suspiraba un clarinero,
En el suspiro decía:
No hay amor como el primero»
En Amberes, Quintín Metssys ha escrito con sus cuadros el mejor comentario de la pasión de Nuestro Señor Jesucristo. A veces, el hombre enloquecido por el dolor, pasa la vida entera con los ojos abiertos, pero sin' ver nada, no puede. La visión tremenda de una hora única ha tenido sus redes y su alma de loco está presa en esas redes. Y vosotros le decís: ved con cuánta gracia se duermen las montañas azules n el horizonte; ved cómo juega la luz por entre las hojas de los árboles; y él os responde: ¡cómo abre sus fauces la fiera pésima! ¡cómo se levanta la ola enorme y traidora! Así Quintín Metssys: sólo sabe leer el oficio de «Tinieblas».
Por obra y gracia de Rubens, pasáis del Huerto de los Olivos a los jardines floridos del Decamerón. El carnaval de Paolo Veronés retoza TI las orillas del Escalada. Un lujo como no había visto hasta entonces y como no se ve- ría después. Una magnificencia propia tan sólo de aquel inmortal cuento de «Las Mil Noches», Aladino y la lámpara maravillosa»: en la historia de la pintura, que es la mejor de las historias, el pincel de Rubens es una verdadera lámpara maravillosa. En cada uno de sus cuadros os colma de riquísimos presentes, y os vais haciendo de cuadro en cuadro, cada vez más ricos, hasta llegar a ser inmensamente ricos, y sin haber dicho mentiras, como los políticos, y sin haber oprimido viudas y huérfanos, como los príncipes del dinero en este mundo.
En Bruselas, os espera con sus cristos en cruz, Rogerio Van der Weyden. Este como Quintín Metssys es un pintor de las tres horas. Su visión es una amatista engarzada en el oro obscuro del Viernes Santo, en el tiempo que pasó entre la hora de sexta y la hora de nona-tiempo negro caracterizado por esta palabra profunda del evangelio: «Haec est hora vestra et potestas tenebrarum». «Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas». Pero el cuadro que fue en Metssys, homilía de la Pasión, es en Van der Weyden, sermón del Descendimiento: en el pintor de Amberes sólo hubo visión, en el pintor de Bruselas hay intuición. ¡Y qué intuición! El cristo de Matías Grunewald en el museo de Colmar es el varón de dolores de que habla Isaías, cargado con todos los pecados del mundo; el Cristo de Miguel Ángel en «El Juicio Final» de la Sixtina, es el juez de vivos y muertos; el cristo de Rafael en «La Transfiguración» es el Hijo Unigénito de Dios vivo; el cristo en cruz de Velázquez es el más dulce de los hijos de los hombres; sólo dos flamencos, Rembrandt en «Los Discípulos de Emmaús» y Rogerio Van der Weyden en sus cuadros del museo de Bruselas, han tenido la intuición completa del Cristo integral. Sólo esos dos flamencos le han visto, porque así va la visión, de escalas en escalas, desde los que ven como a través de un espejo hasta los que ven faz a faz.
Os quedan por visitar las dos ciudades flamencas por excelencia, Gante y Brujas. Y no penséis en los condes de Flandes, ni en Carlos Quinto, ni en Felipe el Atrevido, ni en Juan Sin miedo, ni en ningún duque de Borgoña; sino, abrid bien los ojos y contemplad muy despacio en San Bavón de Gante «El Cordero Místico» de Juan Van Eyck y en el Hospital de San Juan de Brujas, el relicario de Santa Úrsula y los demás milagros de Hans Memlinck; e idos después a un lugar de silencio, al Beguinage, (no hay ciudad flamenca que no tenga el suyo). El Beguinage es como una ciudad mística dentro de la ciudad profana. ¡Islas del silencio! ¡Yo quiero edificar una casa gótica en las Islas del Silencio, junto a los canales dormidos, para que sean mis horas, mayúsculas floridas de un breviario de Andrés Beauneveu! y entonces, el desprecio y la calumnia no tendrán sobre mí poder alguno, porque vivirá mi vida en plena leyenda dorada, con Van Eyck y con Memlinck entre las piedras preciosas de las capas magnas y las florecillas inocentes del sendero milagroso!
Flandes, por sus grandes místicos que son como los acantilados, y por sus grandes pintores que son como la espuma, es más silenciosa y más dulce que la silenciosa y dulce Bretaña.
Si vais a Flandes con una alma de niño, os parecerá estar leyendo a Francis Jammes, a Henri Bataille y a Charles Guerin, a cien mil millones de leguas de Nueva York.
Nota:
Artículo para nuestra sección dominical IGLESIA VIVA. Tomado de "El Libro de las Palabras Evangelizadas", del poeta y sacerdote Azarías.H.Pallais
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