Onofre Guevara López
El Prólogo de Sergio Ramírez, para una publicación de la poesía de Carlos Martínez Rivas, programada por el diario El País, de España, y censurado por el gobierno, devino en la discordia entre los censores oficiales y escritores nacionales y extranjeros. Y para Guillermo Cortés Domínguez, fue inspiración para escribir su novela, recién presentada en la UCA –que, por cierto, no tiene Prólogo—, titulada: El Oráculo de la Emperatriz, con un antetítulo tan carente de justificación como la censura: La conspiración de los escritores. Para mayor paradoja, este no es el título que Guillermo quería para su novela, sino El Prólogo, del cual aún se confiesa nostálgico, pero lo apartó por razones, según dijo, de mercadotecnia.
Hay un consenso, de facto (¡uy, qué feo adverbio!) pues no es fruto de una discusión específica, acerca de que el mejor libro de Guillermo, sigue siendo De León al Bunker –que no es novela, sino una extraordinaria crónica escrita con calidad literaria indiscutible—, aunque eso no pone en duda la calidad de su última novela. La obra de un escritor, es una sola dividida en varios libros, como la obra del pintor se divide entre varios cuadros, y puede haber variedad o continuidad del estilo –y que guste más un libro que otro—, pero eso no cuestiona la calidad del conjunto de la su obra.
Guillermo confiesa que mientras escribía su novela leyó dos libros de Saramago: “La balsa de piedra” y “Memorial del convento”, porque “el narrador Saramago tiene una mordacidad increíble”, y con modestia acepta que así logró “cierto tono narrativo, el tono que buscaba”. No quiere decir, que haya copiado a Saramago, la ética –una cualidad de Guillermo— no se aviene con la simplicidad delictiva de plagiar. Leer y estudiar a los mejores escritores, o a los preferidos, es, además de una necesidad para el escritor que busca su propio estilo, una responsabilidad consigo mismo y hacia sus lectores.
Creo que nadie se atrevería a imitar, menos a plagiar esos diálogos de Saramago, carentes de los recursos clásicos de las rayas largas y cortas; sin separación de líneas, sino escritura continua, y los parlamentos de uno y otro personaje separados con sólo una coma seguida de una letra mayúscula inicial; no usa signos de interrogación, pero no pierde en lo mínimo su fluidez y, por ende, su comprensión, para lo cual Saramago sólo necesita la complicidad de sus lectores. Guillermo no oculta haber intentado, “al menos”, con la ayuda de la lectura de Saramago, ser un narrador omnisciente. “pero que tiene varias voces o tonos”.
No obstante, entre la novela de Saramago Ensayo sobre la lucidez y la novela de Guillermo El Oráculo de la emperatriz –sin pretender compararlos— existe una coincidencia, sin llegar a ser ninguna similitud buscada ni nacida de la voluntad de nuestro novelista, sino que, así lo veo, nace del carácter, la naturaleza y las similitudes de todo poder bárbaro, autoritario y antidemocrático de cualquier país. Saramago no sitúa en ninguna parte la acción, sino “durante las elecciones de una ciudad sin nombre”, la que bien pudo estar en Portugal. Guillermo sitúa su relato, sin ningún interés por ocultarlo, en la Nicaragua del presente.
La coincidencia está en que ambas novelas describen a ese tipo de poder autoritario que no requiere de enemigos, porque cuando necesita reprimir para, supuestamente, consolidar su régimen, los inventa y les inventa las culpas. En la novela de Saramago, el gobierno con su aparato represivo-administrativo busca culpables de una abstención absoluta en las elecciones municipales, sin buscar las causas en los abusos de su sistema político, sino que se inventa una conspiración con raíces internacionales. Con su ministerio del interior, la policía y sus agentes secretos desata la persecución, que provoca reacciones violentas, muertes, huelgas generales, y un caos generalizado. En medio del caos, “descubre” a la única mujer que no quedó ciega durante la crisis de ceguera colectiva que sufrió el país –tema de otra novela de Saramago—, y eso la convierte en la principal sospechosa de haber montado la conspiración abstencionista.
Guillermo tiene en el Prólogo proscrito de Sergio Ramírez, su leimotiv. Ese Prólogo, excita la paranoia del presidente Persisterino Banderas, de Emperatriz, la primera dama, y del coronel Vortex, de la Seguridad del Estado, porque “descubren” en el Prólogo mensajes cifrados subversivos con el fin de derrocar su gobierno. Luego, ordenan un estudio de todos los prólogos de los libros de los escritores independientes, en los cuales encuentran los hilos de la conspiración antigubernamental. Tras eso, desatan la persecución de los escritores y su encarcelamiento provoca una reacción popular en solidaridad con los presos, ante lo cual no pueden la Seguridad, la Policía ni el Ejército.
Dos hechos sugerentes ocurren durante las acciones represivas contra la insurrección de los barrios: un comisionado de la Policía, disconforme con la persecución, ex guerrillero que aún conserva en su conciencia vestigios de sus principios e ideales, cuestiona las órdenes arbitrarias e ilegales de Persisterino, suficiente para merecer la baja. Y un Ejército, cuyo general en jefe no está de acuerdo con terminar con su profesionalidad, pero cede a las exigencias de Persisterio, Emperatriz y Vortex, por un chantaje de que objeto. La invención de culpables y los encarcelamientos injustos provoca una crisis nacional, la que termina en una negociación entre las partes con el cese de la persecución, la libertad de los presos y su libertad de expresión.
La novela de Guillermo, no es un mensaje panfletario, pese a las situaciones políticas y la identidad de izquierda de sus personajes. No usa el fácil recurso en su narración de ponerle fin al régimen, sino que encuentra una salida, no diré conciliadora, sino sensata, acorde con los hechos reales narrados como una ficción, pero creíble y convincente.
Muchas cosas esenciales de la novela quedan al margen en este comentario, pero me interesa más su ficcionar de una realidad donde existe un gobierno con su fuerte tendencia a ficcionarla sin factura literaria de calidad. ¿No es, acaso, una burda ficción proclamar que en Nicaragua hay una sociedad “cristiana, socialista y solidaria”, prevaleciendo más bien una mezcla de capitalismo salvaje con neoliberalismo?
Aunque Guillermo se declaró sorprendido de que en su novela se revelara un humor que él asegura no haber tenido la intención de crear, llevó a sus presentadores, los poetas Julio Valle-Castillo y Erick Aguirre, a verla como una novela carnavalesca y caricaturesca, respectivamente. Los seudónimos de los personajes no parecen necesarios, por lo fácilmente identificables, pero son admisibles, por cuanto, de llevar sus nombres propios, le hubiera estropeado su sentido humorístico y su carga satírica. El papel del Oráculo y del esoterismo para Emperatriz –y para la novela misma—, se lo dejo a quienes la leerán A mí, me interesó más su visión premonitoria de un drama nacional, el que aún está en nuestras manos evitar.
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