El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Luiz Inácio Lula da Silva

Editado por:
Roberto Ortiz de Zárate
Datos relevantes
Actualización: 29 de Octubre de 2010

Brasil
Presidente de la República
Duración del mandato: 01 de Enero de 2003 - En funciones
Nacimiento: Caetés, estado de Pernambuco , 27 de octubre de 1945
Partido político: PT
Profesión: Obrero metalúrgico
Crédito fotográfico: © Foto Agência Brasil/Ricardo Stuckert/PR
Resumen
Cuando en 2002, en su cuarto intento y tras moderar su imagen radical, consiguió ganar las elecciones presidenciales de Brasil, a Luiz Inácio Lula da Silva, fundador y líder del Partido de los Trabajadores, se le planteó el dilema de cómo satisfacer las urgentes necesidades de distribución de la renta e integración social sin renunciar a la disciplina fiscal y el control de la inflación, reclamados por aquellos con los que el país estaba fuertemente endeudado. Próximo a concluir su segundo y definitivo mandato el 1 de enero de 2011, un balance positivo se impone: en estos ocho años, Brasil ha experimentado un robusto crecimiento económico acompañado de estabilidad financiera y de importantes avances en el terreno social, con millones de ciudadanos rescatados de la pobreza y aupados a la clase media. En ese tiempo, el dirigente socialista salió airoso del descomunal escándalo de la corrupción del PT, resistió las presiones por su izquierda y recobró los más altos índices de popularidad. En su agenda pragmática se dieron cita los ajustes promercado, los grandes programas de desarrollo social y apuestas estratégicas como los biocombustibles y los transgénicos.
Su persistente carisma en casa ha sido parejo a una potente proyección internacional, en un mundo en transformación. Como jefe de un Estado que busca ser un actor relevante en la escena global y se perfila como adalid del nuevo Sur emergente, Lula se alió a sus colegas de India, China, Rusia y Sudáfrica en los foros IBSA y BRIC, buscó la democratización del Consejo de Seguridad de la ONU, promovió el G20 en las negociaciones comerciales con el Norte, dialogó con un G8 en crisis y lanzó una cruzada contra el hambre. En su continente, afianzó el liderazgo sur/latinoamericano de Brasil en pro de la integración regional. Una política de equilibrios y matices que condujo a unas relaciones ambivalentes con Estados Unidos y Venezuela, donde hubo coincidencias y desencuentros; así, Lula torpedeó el ALCA, pero también se distanció del ALBA de Chávez. La UE, Cuba, Argentina y finalmente Irán fueron otros interlocutores privilegiados de su Gobierno.
Biografía
1. Obrero y sindicalista del metal en São Paulo
2. Salto a la política desde las luchas gremiales
3. El lento ascenso electoral del Partido de los Trabajadores
4. Candidato presidencial en 1989 frente a Collor de Mello
5. Problemas con la imagen radical y dos fracasos en las urnas ante Cardoso
6. Papel en los foros de São Paulo y Porto Alegre
7. El envite electoral de 2002: renovación de las formas y matización del programa
8. Una toma de posesión cuajada de expectativas
9. El primer año de gobierno: pragmatismo, gradualismo e impaciencia por la izquierda
10. Una ambiciosa agenda internacional: diálogo con el Norte, cooperación entre el Sur y la cruzada contra el hambre
11. Tormenta en el PT: escándalos de corrupción y cascada de dimisiones
12. La reelección de 2006; logros macroeconómicos y primeros resultados de los programas sociales
13. Dos polémicas apuestas estratégicas: los biocombustibles y los transgénicos; la incierta protección de la Amazonía
14. El liderazgo regional: el eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, las divergencias con Chávez y la integración sudamericana
15. El final del mandato en 2010: un legado de progreso y la opción sucesora de Dilma Rousseff


1. Obrero y sindicalista del metal en São Paulo
Luiz Inácio da Silva nació el 27 de octubre de 1945 en el pueblo de Vargem Grande, actualmente integrado en el municipio de Caetés, cerca de Garanhuns, en el estado nororiental de Pernambuco, en un entorno social y económico lastrado por el subdesarrollo más agudo. Es el séptimo de los ocho hijos, cinco chicos y tres chicas -en realidad, los hermanos fueron doce, pero cuatro, entre ellos dos gemelos, murieron prematuramente- tenidos por una pareja de labradores analfabetos, Aristides Inácio da Silva y Eurídice Ferreira de Mello, llamada Dona Lindu por el vecindario.

El padre, hombre de temperamento violento, mujeriego y que no mostró un cariño especial hacia su familia ni el menor interés por la educación de su progenie, a la que quería ver trabajando tan pronto como tuviera la edad, emigró a la urbe de São Paulo para ganarse la vida como estibador portuario tan solo unos días antes de que su esposa diera a luz al último de sus vástagos. Junto con él se fue una prima de aquella, con la que iba a formar otra familia igual de numerosa. De hecho, el joven Luiz Inácio no conocería a su padre hasta transcurridos cinco años, cuando Aristides se presentó en Vargem Grande acompañado de algunos de sus nuevos hijos, hermanastros del muchacho. Según algunas fuentes, en esta visita fugaz Dona Lindu quedó embarazada de su duodécimo hijo, el único hermano menor del futuro presidente.

En 1952 Eurídice Ferreira se deshizo de las improductivas parcelas de labranza de su propiedad y emigró con toda su prole al estado litoral de São Paulo, confiada en encontrar una situación vital menos sombría que la dejada atrás en el depauperado Pernambuco. Según parece, en el traslado tuvo mucho que ver Aristides da Silva, que ahora se mostraba dispuesto a ejercer la condición de doble padre de familia mientras trabajaba en los muelles de carga de la ciudad portuaria de Santos. Luiz Inácio, su madre y sus hermanos vivieron primero en Guarujá y en 1954 se instalaron en la capital paulista.

Hacia 1956, poniendo término a una larga secuencia de separaciones y reencuentros, Dona Lindu decidió romper definitivamente con su tornadizo esposo, quien en 1978, con sus hijos ya adultos y emancipados, iba a encontrar la muerte completamente alcoholizado y sumido en la indigencia. Hoy, Lula asegura que no guarda resentimiento hacia su padre, y que, antes al contrario, siempre ha admirado su fuerza física y su virilidad; en su opinión, a Aristides da Silva lo que le perdió fue el "pozo de la ignorancia" en que se hallaba sumido.

Ciudad atestada de emigrantes y desarraigados sin recursos como ellos, los Silva no encontraron en São Paulo otro inmueble para vivir que un cubículo en el sótano de un bar en el barrio obrero de Vila Carioca. El pequeño Luiz Inácio, apodado Lula (una forma familiar de Luís, aunque también es un sustantivo común del portugués que significa calamar) por parientes y vecinos, contribuía a las magras rentas familiares trabajando como vendedor callejero de tapioca y frutas tropicales. Los fines de semana tenía que ir a una zona de manglares a recoger leña y pescar cangrejos. La alfabetización la recibió en el grupo escolar Marcílio Dias de Santos. En esta situación de absoluta precariedad, Lula no podía recibir más que una educación elemental y, como tantos jóvenes de su extracto social, engrosar el proletariado urbano desde muy temprana edad.

Limpiabotas, mozo de tintorería y recadero de talleres y fábricas del cinturón industrial paulista eran algunos de los subempleos que Lula simultaneaba con los estudios primarios. En el quinto curso, no obstante presentar un expediente académico prometedor, abandonó la escuela y a los 14 años encontró su primer empleo de asalariado: uno de obrero en la empresa siderometalúrgica Armazéns Gerais Colúmbia, concretamente en una planta de producción de tornillos. De allí pasó a la fábrica de tornillos Marte. La conclusión en 1963 de un curso de tres años impartido por el Servicio Nacional de Aprendizaje Industrial (SENAI) le cualificó como tornero mecánico, ampliando sus posibilidades profesionales en el sector. En 1964, el año del golpe de Estado militar que liquidó el sistema democrático de partidos, perdió el dedo meñique de la mano izquierda en un accidente laboral cuando manejaba una prensa hidráulica en el turno de noche de la fábrica de carrocerías de automóviles Fris Moldu Car.

En enero de 1966 terminó una mala racha laboral, casi un año de paro, al ser contratado por la importante compañía metalúrgica Indústrias Villares, basada en São Bernardo do Campo, una de las prefecturas del denominado ABC, subárea metropolitana de São Paulo y el principal cinturón industrial de Brasil y de toda Sudamérica. Según ha contado él mismo, en aquellos años Lula era un joven despreocupado que cuando no tenía que ganarse la vida con el buzo delante del torno dedicaba todo su tiempo a jugar al fútbol, a beber cachaça (un aguardiente típico de Brasil que se obtiene de la destilación de la caña de azúcar) y a rondar a las chicas.

Fue en 1968 cuando, de la mano de su hermano mayor, José Ferreira da Silva, alias Frei Chico, militante del proscrito Partido Comunista Brasileño (PCB), se interesó por el movimiento obrero. Afiliado al Sindicato de Metalúrgicos de São Bernardo do Campo y Diadema, Lula combinó la actividad puramente sindical, defendiendo los intereses de los trabajadores, con la difusión de boletines políticos rigurosamente clandestinos en los que se atacaba al régimen militar, el cual, encabezado por el mariscal Artur da Costa e Silva, vivía su fase más represiva.

En 1969 los hermanos Silva fueron votados para integrar el Comité Ejecutivo del sindicato, José como secretario de área y Luiz Inácio como su suplente. En mayo de ese año este último contrajo nupcias con una obrera de telar de nombre Maria de Lourdes, pero el matrimonio se truncó trágicamente un año más tarde con la muerte de ella, víctima de una hepatitis aguda, justo cuando daba a luz al primer hijo del sindicalista, quien tampoco sobrevivió al parto. Sobrepuesto a esta desgracia, en 1974 Lula volvió a casarse con otra trabajadora, Marisa Letícia Rocco Casa, también viuda y madre de un niño llamado Marcos Cláudio. Él llegó a su segundo matrimonio siendo padre de una hija, Lurian, que era el fruto de la relación no marital mantenida en 1973 con una auxiliar de enfermería llamada Miriam Cordeiro. Con Marisa, Lula iba a concebir tres chicos, Fábio Luís, Sandro Luís y Luís Cláudio, nacidos respectivamente en 1975, 1979 y 1985, dejando la familia conformada por cinco descendientes.


2. Salto a la política desde las luchas gremiales

En 1972 Lula fue elegido director del Departamento de Protección Social del sindicato, una posición gremial que requirió la interrupción de su trabajo en la cadena de montaje. Respetado y apreciado por sus compañeros por sus esfuerzos para mejorar los salarios, la cobertura social, la preparación profesional y el nivel cultural de los trabajadores metalúrgicos del ABC paulista, en 1975 Lula fue elevado a la presidencia del sindicato con el 92% de los votos y pasó ser la voz y el rostro de casi 100.000 trabajadores. En febrero de 1978 fue reelegido con el 98% de los votos y adoptó una postura de total beligerancia con la dictadura, ahora encabezada por el general Ernesto Geisel. Entonces, el régimen concitaba una avalancha de críticas y un desprestigio sin precedentes por el derrumbe del llamado milagro económico brasileño de finales de los años sesenta y comienzos de los setenta, y ante esta situación, los militares no tuvieron más remedio que emprender una cautelosa liberalización política.

Lula fue el principal promotor de las grandes manifestaciones y paros obreros en São Paulo en exigencia de libertades sindicales y de la readmisión en sus puestos de trabajo de los compañeros despedidos. Para detener este peligroso frente de contestación, en 1979 el Gobierno federal hizo aprobar una ley que prohibía las huelgas en los sectores de la economía declarados esenciales. El 13 de marzo de ese año, en la víspera de la asunción presidencial del general João Baptista Figueiredo, Lula, en su primera acción contestataria que le reportó fama a nivel nacional, desobedeció la interdicción y llamó a la huelga general en el ABC, pasando a entablar un forcejeo con las autoridades que se saldó con un precario acuerdo para el retorno de los huelguistas a las fábricas, aunque el sindicato no se libró de ser intervenido.

Los metalúrgicos de São Bernardo do Campo y Diadema salieron de esta lucha debilitados y con el mal sabor de boca que supuso la aprobación por el Congreso, con los votos del partido de la derecha promilitar Alianza Renovadora Nacional (ARENA) y de algunos diputados del opositor Movimiento Democrático Brasileño (MDB) -las dos únicas formaciones legales, que cumplían el simulacro de democracia representativa implantado en 1966-, de una normativa lesiva de los derechos de los trabajadores. Fue entonces cuando cuajó una idea ya planteada por Lula a finales de 1978: formar un partido político que velara por los intereses de los trabajadores en las instituciones emanadas del voto popular y que de paso hiciera bandera de la democracia.

Así, el 10 de febrero de 1980, al amparo de la disposición legal del 29 de noviembre de 1979 que había extinguido el bipartidismo y abierto la puerta al multipartidismo, los sindicalistas de Lula, activistas sociales y algunos políticos e intelectuales de izquierda fundaron en el Colegio Sion de São Paulo el Partido de los Trabajadores (PT). La nueva formación, aún no legal y a duras penas tolerada por las autoridades, reivindicaba un ideario socialista convencional, clasista y con nociones marxistas, esto es, a la manera de los partidos socialistas y laboristas europeos de los años cincuenta y sesenta. El primer PT presentaba una organización disciplinada y, dentro de su molde clasista, gozaba de una sólida implantación popular, arraigando con mucha rapidez en las masas proletarizadas de São Paulo.

El partido de Lula recibió numerosas adhesiones del sindicalismo fabril urbano, del movimiento social del campo, con el líder ambientalista Chico Mendes a la cabeza, y de sectores progresistas de la Iglesia católica permeables a la Teología de la Liberación y cuyo rostro señero era monseñor Helder Cámara, arzobispo de Olinda y Recife y clérigo de fama universal. En su fase inicial, el PT estaba muy vinculado a grupos socialdemócratas adscritos al también recién fundado Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB, formación mayormente centrista y heredera del abolido MDB), en particular la facción animada por el afamado sociólogo Fernando Henrique Cardoso, cuya campaña electoral para senador por São Paulo en 1978 Lula apoyó

De hecho, la intención primera de Lula fue integrar a Cardoso (una personalidad con un perfil completamente opuesto, por su extracción burguesa, su impresionante bagaje intelectual y su trayectoria cosmopolita, además de que su oposición a la dictadura le había conducido al exilio) en un proyecto común de socialismo democrático llamado a plantear una sólida oposición a los militares en el poder. Sin embargo, la iniciativa no prosperó porque, según algunos comentaristas, brindaba argumentos a quienes desde la izquierda más propiamente marxista negaban al PT su carácter de partido, no ya revolucionario, sino simplemente obrero.

En el lado del espectro político del PT ya estaban operando otras formaciones en trance de organización y relanzamiento, principalmente el Partido Democrático Laborista (PDT) del veterano Leonel Brizola, el PCB de Luiz Carlos Prestes y el Partido Laborista Brasileño (PTB) de Ivete Vargas. Estos grupos planteaban también una oposición sin ambages al régimen militar desde posturas de izquierda, pero a diferencia del PT portaban unas viejas siglas y unos viejos proyectos que habían vivido sus mejores tiempos en el período democrático comprendido entre 1945 y 1964, la llamada República Nova. Más aún, el PCB llevaba años dividido en facciones marxistas ortodoxas y renovadoras, mientras que el PDT, escorado al populismo de izquierdas, y el PTB, más moderado, mantenían una pugna particular por la titularidad de la herencia ideológica del trabalhismo, noción acuñada por el PTB original puesto en marcha por Getúlio Vargas en 1945 y que tenía su baluarte en Río de Janeiro.

Por de pronto, Lula continuó con su lucha de tintes políticos en el frente sindical. El 1 de abril de 1980 comenzó una huelga de los obreros paulistas en demanda de mejoras salariales que se prolongó durante 41 días y que fue duramente reprimida por las fuerzas del orden. En el decimonoveno día de este tenso pulso con el poder, Lula y el resto de la directiva del sindicato de Metalúrgicos de São Bernardo do Campo y Diadema fueron arrestados y removidos de sus puestos gremiales al amparo de la Ley de Seguridad Nacional. Preso en los calabozos de la policía política de la dictadura, el DOPS, hasta mediados de mayo, a Lula le fue imputado un delito de alteración del orden público y el 25 de febrero de 1981, semanas después de regresar de un viaje por Europa y Estados Unidos, un tribunal militar de São Paulo le condenó a tres años y seis meses de cárcel, pena que no llega a cumplir porque el 2 de septiembre siguiente el Tribunal Supremo Militar anuló la primera sentencia y solicitó un nuevo juicio.


3. El lento ascenso electoral del Partido de los Trabajadores

El PT se registró provisionalmente el 11 de febrero de 1982 y tuvo su debut electoral en las elecciones legislativas multipartidistas del 15 de noviembre de aquel año, cuando quedó en un discreto quinto lugar, superado por el PDT y el PTB, con el 3,5% de los votos, lo que le dio derecho a ocho escaños en la Cámara de Diputados. Lula, ya exonerado de toda cuenta pendiente con la justicia al declarar el Tribunal Supremo Militar la prescripción de su caso el 11 de mayo, probó suerte en la elección para gobernador de São Paulo. Se trató de su primera aspiración a un cargo político de elección popular y, dadas las circunstancias, el resultado adverso estaba cantado: pese a recibir más de un millón de votos, que son casi todos los cosechados por el partido en el conjunto del país, poniendo de manifiesto que su base de apoyos provenía casi exclusivamente del cinturón rojo paulista, Lula fue superado por otros tres contrincantes encabezados por André Franco Montoro, del PMDB.

El 26 de agosto de 1983 Lula participó en la fundación de la Central Única de Trabajadores (CUT), que se articuló como la agrupación gremial ligada al PT y como el nuevo ariete movilizador del obrerismo en contra del régimen militar. Desde finales de ese año, integró con Brizola y el jefe del PMDB, Ulysses Guimarães, el trío de líderes opositores que galvanizó las masivas manifestaciones populares en demanda de la elección directa del presidente de la República. Sin embargo, la campaña Diretas Já terminó en fracaso, ya que en el Congreso los diputados del Partido Democrático Social (PDS, heredero de ARENA) consiguieron frustrar, el 25 de abril de 1984, la enmienda constitucional que la reforma precisaba.

Después de este revés opositor, el jefe petista fue marginado de los conciliábulos capitaneados por Guimarães, Brizola y los tránsfugas del PDS Aureliano Chaves y José Sarney con el objeto de catapultar a la Presidencia de la República al candidato del PMDB, Tancredo Neves, frente al nominado por el PDS, Paulo Maluf. De todas maneras, ante la disyuntiva dirimida por el Colegio Electoral, Lula no dudó en apoyar a Neves, quien, en efecto, ganó la investidura el 15 de enero de 1985. Sin embargo, el respetado ex gobernador de Minas Gerais falleció antes de poder asumir la suprema magistratura y el testigo pasó al vicepresidente electo, Sarney, quien se convirtió en presidente de la República en funciones el 15 de marzo y en presidente titular el 22 de abril, al día siguiente de morir Neves.

Brasil había recobrado el sistema democrático tras 21 años de usurpación, pero para Lula y los petistas lo que se abría no era sino otro ciclo de contiendas políticas. Por de pronto, el PT se lanzó a contestar con una nueva hornada de huelgas y manifestaciones el plan de estabilización económica aplicado por Sarney, conocido como el Plan Cruzado, que pretendía eliminar la hiperinflación y corregir la crónica debilidad de la moneda nacional.

Con sus exigencias de que se suspendiera el pago de la asfixiante deuda externa, que terminaran los despidos masivos en la industria paulista y, en definitiva, que no se transigiera con las reclamaciones del FMI, en el ecuador de la década de los ochenta Lula perfiló su estampa de político izquierdista radical, con la presencia y los modos propios del sindicalista arisco, de verbo encendido y ademanes un tanto rudos que había sido hasta ahora. Lula no sabía o no quería sofisticarse con el objeto de ganar respetabilidad y poder desenvolverse en los vericuetos de la alta política federal, un terreno copado por personalidades de la derecha, el centro y el centroizquierda tan excelentemente instruidos como hechos para el despacho oficial, el traje y la corbata.

Cuanto más se distanciaba Lula de las élites de los demás partidos, más incrementaba su popularidad entre las clases trabajadoras golpeadas por la crisis y cimentaba su liderazgo obrero en las ciudades satélite de São Paulo. En las elecciones legislativas del 15 de noviembre de 1986 el PT adelantó en votos al PDT, pisó los talones al PDS y se encaramó como la primera fuerza de la izquierda con el 6,9% de los sufragios y 16 diputados (menos, empero, que los obtenidos por el PDT y el PTB, pese a su menor número de votos). Eso sí, el partido permanecía a mucha distancia de las dos grandes formaciones del centro y la derecha, el PMDB y el Partido del Frente Liberal (PFL, emanación del PDS), que juntas acaparaban tres cuartos del Congreso.

Con todo, en los comicios de 1986 Lula fue el cabeza de lista que obtuvo el escaño en la Cámara baja, investida de un mandato constituyente, con el mayor número de papeletas, 650.000. En la Asamblea Nacional Constituyente, Lula pugnó para que la nueva Carta Magna salvaguardara los intereses de los trabajadores. Y, ciertamente, el texto promulgado el 5 de octubre de 1988 recogía el derecho de huelga, la semana laboral de 44 horas, las vacaciones parcialmente pagadas y las revisiones salariales ajustadas al coste de la vida, entre otras conquistas históricas. Sin embargo, uno de los puntos incorporados al programa del PT, la reforma agraria, seguiría inédito en la agenda del Ejecutivo.


4. Candidato presidencial en 1989 frente a Collor de Mello

En 1989 iban a tener lugar las primeras elecciones presidenciales directas en tres décadas y dos años antes Lula lanzó su postulación. En el V Encuentro Nacional del PT, el 4 de diciembre de 1987, fue nominado candidato al tiempo que cedió la presidencia del partido a otro responsable curtido en las luchas sindicales, Olívio Dutra. En las municipales del 15 de noviembre de 1988 los candidatos petistas ganaron en 29 prefecturas, entre ellas las de tres capitales estatales, São Paulo, Porto Alegre (Rio Grande do Sul) y Vitória (Espírito Santo), idas respectivamente a Luiza Erundina, Dutra y Vitor Buaiz. De cara a las presidenciales, Lula formó el Frente Brasil Popular con el Partido Socialista Brasileño (PSB) de Jamil Haddad y el muy ortodoxo Partido Comunista de Brasil (PCdoB), añeja escisión marxista-leninista del PCB que no reconoció en su momento la desestalinización decidida por el sector mayoritario del partido. Un senador del PSB, José Paulo Bisol, fue reclutado como compañero de fórmula para la Vicepresidencia.

Así las cosas, Lula emprendió la campaña para el envite del 15 de noviembre de 1989 con expectativas optimistas. Pero al socialista se le interpuso el candidato prefabricado del centroderecha, el ex gobernador de Alagoas y multimillonario Fernando Collor de Mello, con su agrupación montada para la circunstancia, el Partido de Reconstrucción Nacional (PRN), el cual, patrocinado por poderosos círculos económicos y políticos conservadores, desarrolló una campaña basada en las más modernas técnicas de marketing electoral y en promesas populistas de imposible cumplimiento. Collor no desdeñó tampoco los golpes sucios, como la contratación con finalidad difamatoria de Miriam Cordeiro, la antigua amante de Lula, que acusó al petista en un programa de televisión de haberle ofrecido dinero para que abortara la niña tenida con él 15 años atrás, Lurian.

El sonriente, elegante y bien parecido Collor llevó a Lula a un terreno, el de la imagen, donde no podía competir de ninguna manera. En la primera vuelta, el paulista, con un discreto 17,2% de los votos, fue superado por el alagoano por más de once puntos y cerca estuvo de ser desplazado por Brizola para el paso a la segunda ronda del 17 de diciembre. El veterano político carioca y los otros candidatos derrotados de la izquierda y el centro, Mário Covas por el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB, surgido del PMDB), Guimarães por el PMDB y Roberto Freire por el PCB, llamaron a parar a Collor y a cerrar filas con Lula, pero estas adhesiones resultaron insuficientes y, por cinco puntos de diferencia, el petista fue derrotado con el 47% de los sufragios por el postulante del PRN, que sucedió a Sarney el 15 de marzo de 1990.

Convertido en el principal damnificado de esta brillante operación de las derechas para impedir el acceso a la Presidencia de un candidato de la izquierda (el último presidente de esta tendencia había sido João Goulart, del viejo PTB, el mandatario derrocado por los militares en 1964), y terminado su mandato en el Congreso, Lula retomó de Dutra la jefatura orgánica del partido en el VII Encuentro Nacional, el 31 de mayo de 1990, y se aprestó a plantear una dura oposición a la Administración de Collor.

Así, puso en marcha el denominado gobierno paralelo, inspirado en la fórmula del shadow cabinet del parlamentarismo anglosajón, para contraponer al programa neoliberal del PRN y sus socios de coalición una serie de políticas alternativas que tocaban los planteamientos tradicionales del PT: el aumento del salario mínimo y los ingresos reales de los trabajadores; la redistribución de la renta nacional, la desconcentración de la riqueza y la corrección de las abrumadoras desigualdades socioeconómicas de los brasileños (denunciadas como las más acusadas del mundo); el lanzamiento de la siempre postergada reforma agraria; y la concesión de prioridad absoluta a las áreas de salud, nutrición, educación, transporte y vivienda, donde el gigante sudamericano, que aspiraba a trepar posiciones en los rankings mundiales y codearse con las potencias del primer mundo, presentaba gravísimas carencias propias de los países menos desarrollados.

De la mano de Lula, a lo largo de la década de los noventa el PT continuó incrementando votos en las sucesivas convocatorias electorales. Con el 10,2% de los sufragios fue la tercera lista más votada en las legislativas federales y estatales del 25 de noviembre de 1990, si bien en el reparto de diputados, con 35 actas, salió perjudicado con respecto al PSDB, el PRN, el PDS y el PDT, y descendió a la condición de séptima fuerza parlamentaria. El partido también estrenó su primer senador, por São Paulo, pero no ganó ningún puesto de gobernador estatal.

Luego de tomar parte activa en la campaña de movilizaciones populares pidiendo el juicio parlamentario y la destitución de Collor por corrupción (proceso que, efectivamente, tuvo lugar, obligando al acosado mandatario a presentar la dimisión a finales de diciembre, tres meses después de ser suspendido por la Cámara), el partido de Lula registró nuevos avances en las municipales del 3 de octubre y el 15 de noviembre de 1992, cuando aumentó sus prefecturas a 55, inclusive Belo Horizonte, Goiânia y Rio Branco, aunque encajó el amargo revés de la pérdida de São Paulo. Entre consulta y consulta, el PT celebró su I Congreso nacional, del 27 de noviembre al 1 de diciembre de 1991.

En esta cita, Lula sacó adelante su definición de "socialismo democrático", una tendencia "puramente socialista" que rechazaba tanto el capitalismo liberal como el socialismo estatista de tipo soviético, pero también el modelo de socialdemocracia a la europea, ya que, según él, esta vía sólo resultaba útil en países ricos capaces de destinar sus ingentes recursos económicos al bienestar de una población que ya tenía sobradamente cubiertos sus mínimos vitales, lo cual no era el caso de un país en vías de desarrollo y con muchas carencias como Brasil.

En esta suerte de desmarxistización del PT estuvo el embrión de ulteriores escisiones de sectores trotskistas críticos con la formulación doctrinal, casi sui géneris, de Lula. Las defecciones darían lugar en 1994 al Partido Socialista de los Trabajadores Unificado (PSTU) y tres años después al Partido de la Causa Operaria (PCO), éste bajo la dirección de Rui Costa Pimenta. Por otro lado, su aggiornamento no iba a resultar suficiente como para permitirle al partido que lucía la estrella roja de cinco puntas -y no la rosa en el puño de la socialdemocracia y el laborismo- entrar en la Internacional Socialista, una posibilidad que, dicho sea de paso, tampoco interesaba gran cosa a Lula. En estos años, y lo iba a seguir siendo en el futuro, el único representante brasileño en esa organización suprapartidista era el PDT de Brizola.


5. Problemas con la imagen radical y dos fracasos en las urnas ante Cardoso

En 1994 Lula preparó su segunda aspiración presidencial recorriendo miles de kilómetros a lo largo y ancho del vasto país sudamericano. La candidatura fue proclamada en el IX Encuentro Nacional petista, del 29 de abril al 1 de mayo. Con la adhesión esta vez del PSB, el PCdoB, el PCB, el PSTU, el Partido Verde (PV) y el Partido Popular Socialista (PPS, el antiguo PCB de Freire luego de abandonar el marxismo en 1992, lo que no impidió a un sector ortodoxo independizarse manteniendo la sigla del PCB), todos los cuales formaron con el PT el Frente Popular por la Ciudadanía, Lula y su acompañante como candidato a vicepresidente, Aloizio Mercadante, quien poseía esa posición segunda en el partido, encararon la votación del 3 de octubre de 1994 con la confianza que les merecía sus sobresalientes puntuaciones en los sondeos de opinión.

Sin embargo, cuando la campaña arrancó de manera oficial, los principales medios de comunicación volvieron a favorecer de manera ostensible al representante de la moderación y el establishment. En esta ocasión, Fernando Cardoso, por el PSDB, cuyo prestigio internacional como científico político, su interminable currículum académico y, lo más importante, su labor como ministro de Hacienda en el Gobierno de Itamar Franco, que había tenido la virtud de acabar con las turbulencias monetarias y la hiperinflación merced a su Plan Real, constituyen unos activos que Lula, quien "ni siquiera" tenía terminada la secundaria, no pudo o no supo neutralizar con otra categoría de méritos presumidos. Así, su proyección como hombre honesto, íntegro y voluntarioso, y la explicación de que compensaba con creces la falta de preparación teórica con el conocimiento directo de la realidad cotidiana de los brasileños, siguieron resultando insuficientes para las clases medias que identificaban a FHC con el final de la pesadilla de los precios desbocados.

Acusado de carecer de la experiencia y la preparación para manejar los complejos asuntos de Gobierno, de no saber conducirse con la diplomacia y el pragmatismo requeridos en la política de Estado, de estar anclado en un izquierdismo trasnochado y de cultivar amistades poco recomendables en el ámbito internacional, Lula volvió a parecerle un candidato poco de fiar a una mayoría de electores. Como resultado, fue vapuleado por Cardoso en la primera ronda con el doble de votos, el 54,3% para el socialdemócrata y el 27,1% para el petista. Una compensación insuficiente por este segundo fracaso de Lula fue la captura por su partido de los gobiernos del estado de Espírito Santo, para Vitor Buaiz, y del Distrito Federal de Brasilia, para Cristovam Buarque, más el incremento de la representación en el Legislativo federal a los 49 diputados y los cinco senadores.

En el X Encuentro Nacional del PT, el 20 de agosto de 1995, Lula abandonó definitivamente la presidencia del partido. Esta quedó en manos de José Dirceu, antiguo revolucionario de simpatías guevaristas reconvertido a un posibilismo de corte socialdemócrata, que el año anterior había quedado tercero en la elección al gobernador paulista. Lula quedó como presidente honorario del partido y pasó a coordinar el Instituto Ciudadanía, centro de estudios y de formulación de políticas del PT. La opinión pública creyó entonces que Lula había decidido retirarse a un segundo plano no sólo por su decepción electoral, sino también por las revelaciones de prácticas corruptas en algunas prefecturas gobernadas por sus compañeros, lo que estaba generando considerables tensiones en la formación izquierdista.

La suposición general de que Lula, por cansancio o por frustración, había dicho adiós a sus aspiraciones de poder resultó estar errada. El 11 de diciembre de 1997 el antiguo tornero lanzó su tercera aspiración presidencial y el 16 de enero de 1998 dio una campanada aún más sonora al adoptar con Brizola un acuerdo de coalición y contra "el neoliberalismo y la globalización salvajes"; si la histórica alianza del PT y el PDT ganaba en octubre, Brizola se convertiría en el vicepresidente de la República. El compromiso entre dos dirigentes carismáticos que nunca habían mantenido relaciones particularmente cordiales se interpretó entonces como un reconocimiento implícito del paulatino trasvase del electorado trabalhista de izquierda al PT.

Lula integró al PCdoB, el PCB y el PSB en la plataforma y se convirtió en lo más parecido a un candidato unitario de la izquierda, aunque esta vez el PPS prefirió concurrir por su cuenta, presentando a Ciro Gomes. La campaña electoral reprodujo muchas de las pautas de la edición de 1994, pero esta vez Cardoso partió con las ventajas materiales de tener a su disposición el aparato del Estado y un formidable fondo pecuniario que le permitió gastar en movilización y propaganda diez veces más que su rival.

El 4 de octubre de 1998, pese a los negros nubarrones que asomaban en el horizonte económico, el crecimiento de la deuda externa y el profundo malestar social generado por las privatizaciones, Cardoso, con el 53% de los votos, volvió a birlarle la segunda vuelta a Lula con inapelable autoridad. Por lo menos, el petista ascendió hasta el 31,7% y se distanció del tercer competidor, el popular socialista Ciro Gomes, quien concurrió con el mensaje de que Lula estaba "gastado" y con la determinación de reemplazarle como primer dirigente de una izquierda renovada y aligerada de dogmatismos.

De nuevo, las satisfacciones vinieron de los otros comicios, celebrados simultáneamente: el PT capturó los gobiernos de Acre, Mato Grosso do Sul y Rio Grande do Sul, que compensaron las derrotas en Espírito Santo y el Distrito Federal, mientras que en el Congreso Nacional creció hasta los 58 diputados y los siete senadores, aunque no por ello dejó de ser la quinta fuerza parlamentaria tras el PFL, el PSDB, el PMDB y el Partido Popular Brasileño (PPB, fruto de la fusión del PDS con una serie de formaciones de derecha) de Paulo Maluf. Dos años más tarde, en octubre de 2000, el PT iba a ganar las prefecturas de Aracaju, Belém y Recife, y a recuperar las de São Paulo –para Marta Suplicy- y Goiânia –para Pedro Wilson Guimarães-, elevando el número de municipios gobernados a 187.


6. Papel en los foros de São Paulo y Porto Alegre

En parte como una iniciativa de Fidel Castro, que tenía en el brasileño un amigo de excepción en Sudamérica, Lula convocó en São Paulo para los días 2, 3 y 4 de julio de 1990 el primer Encuentro de Partidos y Organizaciones de Izquierda de América Latina y el Caribe, al que acudieron, además del PT y el Partido Comunista Cubano, más de sesenta partidos y movimientos revolucionarios-guerrilleros de 22 países.

El conocido como Foro de São Paulo (FSP) fue luego acusado por medios conservadores y liberales de todo el hemisferio de albergar en su seno a organizaciones subversivas que practicaban el terrorismo, el secuestro y la extorsión como medios de lucha política, aunque los petistas replicaron con el argumento, no exento de ambigüedad, de que lo único que pretendían era tejer un manto de solidaridad con las luchas de índole social, indigenista o medioambiental en el continente.

Lula acudió puntualmente a los encuentros anuales del controvertido FSP. En 2000 y 2001 lo defendió como un espacio necesario, ya que "la izquierda en el mundo necesita reafirmar su discurso de paz", y de paso expresó su más rotunda condena al terrorismo, que "no ayuda a la izquierda y no lo ha hecho en ningún momento de la historia". No obstante estas puntualizaciones, las apariciones de Lula y Castro compartiendo camaradería e intercambiando elogios en toda la década de los noventa fueron un importante abono para la desconfianza, cuando no la hostilidad y el temor, de la mayoría de los políticos, empresarios y ciudadanos de las clases alta y media de Brasil. Los conservadores veían en Lula poco menos que a un criptocomunista que, de llegar al poder, decretaría la estatalización de la economía, aumentaría los impuestos a los pudientes, derrocharía los ingresos públicos en programas populistas y pondría en fuga la inversión extranjera.

La prefectura más emblemática del PT, Porto Alegre, capital de Rio Grande do Sul, donde el partido venía ensayando una atractiva experiencia para integrar a la ciudadanía en la política presupuestaria del consistorio (el llamado "presupuesto participativo"), acogió en enero de 2001 el primer Foro Social Mundial (FSM), concebido como la alternativa al Foro Económico Mundial (FEM) que tenía lugar al mismo tiempo en Davos, Suiza, y como el punto de encuentro de ONG y activistas antiglobalización de todo el mundo.

En el II FSM, celebrado en febrero de 2002, representantes políticos de la izquierda consideraron el establecimiento de un "vínculo estratégico" con el FSP (que envió al evento una nutrida delegación) y anunciaron que el III FSM, a celebrar en enero de 2003 en el mismo escenario, podría contar con la presencia de jefes de Estado, lo que suscitó especulaciones sobre las posibles asistencias de Castro y el polémico presidente de Venezuela, Hugo Chávez, artífice en su país de un proyecto neosocialista de inspiración bolivariana y vocación revolucionaria que contaba con todas las simpatías del PT. Lula ofició como la estrella política de las dos primeras citas del FSM, consagrándose como una suerte de campeón de las izquierdas de todo el continente al sur del río Grande.


7. El envite electoral de 2002: renovación de las formas y matización del programa.

En otro ambiente político y en otro país, tres derrotas consecutivas en unas presidenciales habrían sido motivo suficiente para arrojar la toalla, pero si de algo no estaba mermado Lula era de pugnacidad, terquedad y capacidad para mantener la confianza de las bases del partido. El 16 de diciembre de 2001, en el XII Encuentro Nacional del PT, Lula fijó su precandidatura presidencial y el 17 de marzo de 2002, en la primera nominación abierta a la militancia petista, el 85% de los 170.000 afiliados que participaron en la primaria se decantó por él frente al senador Eduardo Suplicy, un dirigente partidario de apartar al líder fundador de la conducción política.

Lula advirtió a propios y extraños que no estaba "dispuesto a perder una cuarta elección" en octubre de 2002, así que, con José Dirceu como brazo derecho y mente pensante, puso en marcha una estrategia electoral enteramente renovada que hacía hincapié en aspectos descuidados o deliberadamente excluidos en campañas anteriores. Por de pronto, se intentó anular las habituales acusaciones en su contra de ser una persona hosca, intratable e indigna de confianza, mediante un notable cambio de imagen: la indumentaria de regusto obrero da paso al traje y la corbata; el cabello y la barba, otrora crespos y negros, se muestran ahora más atusados y encanecidos; y los ademanes ceñudos y belicosos son sustituidos por sonrisas y jovialidad. Los asesores difundieron una imagen del candidato inédita, más relajada y familiar, como esposo y padre afectuoso, capaz de exteriorizar sentimientos.

El contenido experimentó una mudanza tanto o más importante que la forma. Manteniendo lo esencial del discurso crítico de izquierdas, Lula suavizó el tono y dirigió guiños a sectores ideológicamente remotos. Aseguró a los empresarios locales y a los operadores financieros que no tenían motivos para temer al PT en el poder, ya que los principios del libre mercado no se cuestionaban, al igual que ejes de la política económica de Cardoso como la lucha contra la inflación y la cotización del real en el régimen de cambios variables, luego del final de la artificial paridad con el dólar en 1999. En relación con este punto, los ataques especulativos contra la moneda brasileña cobraron fuerza desde el momento en que los sondeos de intención de voto situaban a Lula como el casi seguro ganador.

Un sorprendente aldabonazo de Lula en la precampaña fue la presentación del magnate José Alencar Gomes da Silva, uno de los dirigentes del Partido Liberal (PL), pequeña fuerza parlamentaria -una docena de diputados- y adalid de un liberalismo económico con vertiente social, como el compañero de papeleta para la Vicepresidencia. A partir de ahí, un número creciente de empresarios expresó su apoyo a la fórmula Lula-Alencar, al igual que los ex presidentes Sarney y Franco, amén del influyente político derechista de Bahia Antônio Carlos de Magalhães, dirigente del PFL y antaño protector de Collor de Mello; hasta Paulo Maluf, notorio superviviente de la derecha promilitar de tiempos de la dictadura, realizó unos comentarios elogiosos sobre el que había sido su antagonista en la política paulista durante más de dos décadas.

La que concurría como el adversario más fuerte de Lula, Roseana Sarney, hija de José Sarney y gobernadora de Maranhão por el PFL, se retiró de la carrera presidencial en abril al quedar tocada por un escándalo de corrupción. Ello redujo a tres los rivales con cierta entidad: José Serra, ministro de Sanidad con Cardoso y candidato tucano (por el motivo del logotipo del partido oficialista, un tucán) de la Gran Alianza formada por el PSDB y el PMDB, a la que se adhirieron sectores mayoritarios de los derechistas PFL y PPB; Ciro Gomes, respaldado por el Frente Laborista del PPS, el PTB y el PDT; y el socialista Anthony Garotinho, como Gomes, tildado de populista, por el Frente Brasil Esperanza que integraban el PSB, el Partido General de los Trabajadores (PGT) y el Partido Laborista Cristiano (PTC).

La extrema izquierda, representada por el PCO y el PSTU, concurrió aisladamente en las personas de Rui Costa Pimenta y José Maria de Almeida, respectivamente. En cuanto al favorito, la coalición Lula Presidente ligó al PT y el PL con el PCdoB, el PCB y el izquierdista Partido de Movilización Nacional (PMN). Característica nunca vista en una elección presidencial de Brasil o del resto de América Latina, todos los candidatos, viéndolo objetivamente a tenor de sus propuestas, se ubicaban con mayor o menor nitidez en la mitad izquierda del espectro político.

En agosto, con el real devaluado un 30% desde enero, la inflación acercándose al 2% mensual, la economía decelerándose con rapidez y las calificaciones internacionales de la deuda pública y el riesgo inversor de mal en peor, Lula, que hacía poco había comparado la asistencia del FMI a su país con un "beso de la muerte", concedió a Cardoso la garantía en principio de respetar el reciente acuerdo suscrito por el Gobierno con el citado organismo internacional, por el que Brasil accedería a una línea de crédito de 30.400 millones de dólares (de los que 24.000 estaban, precisamente, condicionados a la política económica ortodoxa del futuro ejecutivo) a 15 meses y podría gastar 10.100 millones adicionales de sus reservas para defender al real de los ataques especulativos. A cambio, el Gobierno tendría que perseguir un superávit fiscal primario (esto es, descontando el servicio de los intereses de la deuda) para 2003 del 3,75% del PIB como mínimo. Si Brasil no hacía bien sus deberes económicos, se advertía, el país podría entrar en suspensión de pagos.

Lula afirmó que apoyaba "la idea" de que Brasil tuviera que pedir dinero para corregir los desequilibrios de su balanza de pagos, pero eludió expresar un compromiso en firme, prolongado en el tiempo, con el FMI en los actuales términos del acuerdo. Si él llegaba a la Presidencia, Brasil recibiría más inversiones, "pero sólo productivas", precisó. En cualquier caso, un gobierno suyo aplicaría una política marcadamente expansionista y socialmente orientada, con políticas activas de crecimiento, empleo e integración social, añadiendo que a los empresarios, de hecho, les interesaba integrar en la demanda del mercado a la legión de marginados económicos tan pronto como estos adquirieran una capacidad de consumo.

El candidato expuso la necesidad de relanzar la producción, en franco declive desde comienzos de 2001, de obtener tasas de crecimiento anuales no inferiores al 4,5% o el 5% del PIB, y, gracias a la recuperación de las reservas internacionales y al progreso de las exportaciones (una repercusión positiva de la devaluación del real), de reducir el tipo básico de interés, que se encontraba entre los más elevados del mundo, desde el 18,5% al 13%. Con el abaratamiento de los créditos se pretendía reactivar las inversiones productivas y el consumo, desanimar las inversiones financieras típicamente especulativas y aflojar el dogal de la deuda pública interna, que en mayo de 2002 se situaba en los 175.000 millones de dólares (259.000 millones en términos brutos), colosal cantidad que representaba el 70% de la deuda pública total y el 42% del PIB brasileño.

Las máximas prioridades expuestas por Lula en su cuarta campaña presidencial se tomaron de los compromisos petistas de siempre, sintetizados en la mejora de los estándares de vida de los brasileños, en especial las clases menos favorecidas. Lula abogaba por ampliar el nivel laboral creando nada menos que diez millones de puestos de trabajo y dignificando otros tantos ya existentes. La tasa promedio de paro en 2002 iba a rozar el 12%. El dato, con ser preocupante, no ilustraba correctamente sobre el verdadero alcance de la precariedad laboral en Brasil, ya que la mitad de la población activa se ocupaba en la economía sumergida o estaba subempleada.

Para avanzar en el reparto de la renta nacional, Lula formuló la pretensión de aumentar el impuesto sobre la renta en el tramo máximo del 27% al 35%, como anticipo de una profunda reforma fiscal de carácter más progresivo, abierta a la discusión y el consenso de los partidos y los actores sociales, y también deseaba elevar el salario mínimo legal. Partiendo de los programas de asistencia creados por el Gobierno de Cardoso, apuntó como factible, hasta llegar al último de los brasileños, la universalización de los servicios urbanos y los derechos sociales.

Con su política de renta mínima, Lula centraba la mirada en el colectivo de entre 30 y 55 millones de pobres -según el umbral que se estableciera para ser considerados tales-, cifras que eran desoladoras en términos absolutos pero un poco menos en términos relativos, ya que los porcentajes de pobreza eran comparativamente inferiores a los de otros países latinoamericanos. Un dato que solía olvidarse habitualmente era que Brasil tenía la clase media más numerosa de América después de Estados Unidos.

El punto de la reforma agraria se mantuvo igualmente intacto en la agenda de Lula, que prometía entregar tierras improductivas a los campesinos sin propiedad, así como los medios tecnológicos y económicos para cultivarlas, por lo que, concluía, el Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST), cuyas reivindicaciones el PT siempre había apoyado, tendría que poner fin a las ocupaciones, a veces violentas, de latifundios y pastizales ociosos propiedad de los terratenientes. En su programa, Lula aunaba estas dos ambiciosas metas bajo el lema Inclusión social con justicia ambiental.

Por lo que se refería a la política internacional, los observadores estaban convencidos de que el Lula presidente mantendría la autonomía de Brasil frente a Estados Unidos, actualizando y, seguramente, intensificando las posturas críticas de Cardoso con procesos de calado estratégico para Washington como eran la consecución del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) a partir de 2005 y el Plan Colombia para combatir el narcotráfico en el país andino dando prelación a los medios militares. Antes de las elecciones, el dirigente petista señaló que un Gobierno suyo concedería prioridad absoluta al Mercado Común del Sur (MERCOSUR, integrado por Brasil, Argentina, Uruguay y Paraguay) frente al estrictamente librecambista ALCA, insuflándole vigor en una etapa de serio cuestionamiento por la proliferación de conflictos comerciales entre sus miembros a raíz de la crisis económica que zarandeaba la región. Es más, favorecería la integración en el MERCOSUR de Chile, Venezuela y Perú como nuevos estados miembros.

En cuanto a la alarma suscitada en sectores conservadores del continente por una eventual "alianza Castro-Lula-Chávez" y las advertencias de un "efecto dominó" izquierdista en todo el subcontinente, el brasileño indicó que, efectivamente, venía manteniendo relaciones con esos dos dirigentes (aunque a Chávez todavía no le conocía en persona, aseguró) como las tenía "con otros estadistas del mundo", pero aclaró que un gobierno suyo no trazaría preferencias diplomáticas. Simpatías evidentes aparte, el concepto subyacente en todas estas manifestaciones de Lula era el de la independencia y la libertad para establecer la agenda internacional de Brasil, tanto en lo político como en lo comercial.

Llegado el 6 de octubre, con un grado de expectación internacional por unas elecciones sudamericanas muy pocas veces visto, las dudas se reducían a si Lula iba a ser capaz de proclamarse presidente en la primera vuelta con más del 50% de los votos o si tendría que disputar la segunda ronda.

Sucedió lo último: con el 46,4% de los votos, Lula se puso en cabeza y pasó a librar un enfrentamiento personal con Serra, que recibió el 23,2%. Garotinho fue tercero con el 17,9% y Gomes quedó cuarto con el 12%. El 27 de octubre, luego de recibir el respaldo de los dos aspirantes eliminados, así como de Brizola, el petista batió definitivamente al tucano con el 61,3% de los sufragios, convirtiéndose en el presidente más votado en la historia de Brasil. Dato añadido, su papeleta logró imponerse en 26 de los 27 estados de la federación. El espectacular vuelco electoral se manifestó también en los comicios al Congreso, donde el PT rebotó hasta los 91 diputados y los 14 senadores, convirtiéndose en la primera fuerza de la Cámara baja y en la tercera de la Cámara alta.

Paradójicamente, la marea de votos hacia Lula y el PT en el nivel federal no tuvo su equivalente en los comicios a los gobiernos y asambleas de los estados y el Distrito Federal de Brasilia. El PT fracasó particularmente en São Paulo (si bien en la metrópoli capitalina Lula se impuso a Serra en su pugna particular), donde el gobernador reeleccionista Geraldo Alckmin (PSDB) triunfó sobre José Genoino en la segunda vuelta gracias al apoyo de Maluf, el tercero en discordia.

El PT perdió también en Bahia, donde Jaques Wagner cayó en la primera vuelta ante Paulo Souto (PFL), y en el Distrito Federal, escenario de una liza muy ajustada en la que el titular Joaquim Roriz (PMDB) arrebató a Geraldo Magela una plaza que los petistas daban por segura. El partido de Lula tampoco fue capaz de retener los importantes gobiernos de Río de Janeiro y Rio Grande do Sul, siendo los damnificados respectivamente la gobernadora Benedita da Silva (que había sucedido a Anthony Garotinho cuando éste lanzó su candidatura presidencial), ante Rosinha Garotinho (PSB), y Tarso Genro (aspirante para suceder a su colega Olívio Dutra), ante Germano Rigotto (PMDB). El PT sólo ganó los gobiernos de Acre, Mato Grosso do Sul y Piauí, tres estados pequeños.


8. Una toma de posesión cuajada de expectativas

Luego de confirmarse su victoria y entre el delirio de sus seguidores que salieron a celebrarlo en São Paulo y otras ciudades, Lula proclamó la llegada de una "nueva era" a Brasil y convocó "a todos los hombres y mujeres brasileños, a empresarios, sindicalistas e intelectuales, para construir una sociedad más justa, fraterna y solidaria". Anunció la formación de un Gobierno de coalición abierto "a los mejores" y un pacto nacional contra la pobreza, la corrupción y la inflación, y reiteró que si al final de su mandato de cuatro años cada brasileño podía desayunar, almorzar y cenar cada día, "entonces habré realizado la misión de mi vida". A sus 57 años, Luiz Inácio Lula da Silva iniciaba un nuevo periplo vital mientras alcanzaba la categoría de personaje internacional del año.

El 29 de octubre Lula fue recibido por Cardoso en el palacio presidencial de Planalto para establecer la coordinación entre el Gobierno saliente y el equipo técnico de transición nombrado por él, dando pie a una suerte de cogobierno de facto en cuyo seno el mandatario electo desempeña funciones institucionales en los dos meses previos a la transferencia de poderes el 1 de enero de 2003.

En el Gabinete que Lula alinea destacan numerosas presencias. Ciro Gomes es incorporado como ministro de Integración Nacional. El diplomático independiente Celso Amorim recobra el Ministerio de Relaciones Exteriores que ya encabezara en el Gobierno de Itamar Franco. La gobernadora carioca saliente Benedita da Silva es nombrada secretaria especial de Asistencia y Promoción Social, con rango ministerial. Olívio Dutra es el nuevo ministro de Ciudades. El también petista Ricardo Berzoini, viejo camarada de Lula en las luchas sindicales, se convierte en ministro de Previsión Social. Tarso Genro asume la Secretaría del Consejo de Desarrollo Económico y Social (CDES), órgano de nuevo cuño.

El cantante y ecologista Gilberto Gil es el fichaje personal de Lula para dirigir el Ministerio de Cultura. La senadora Marina Silva, una petista bregada en las luchas sociales y conservacionistas en la Amazonía, se hace cargo del Ministerio de Medio Ambiente con la tarea, bastante complicada, de definir y ejecutar una política ecológica integral que conciliara la salvaguardia de la selva tropical, la reforma agraria prometida al MST y los imperativos del desarrollo económico, que se desea sostenible. José Dirceu se asegura un puesto cimero como ministro jefe de la Casa Civil de la Presidencia y, para reducir su carga partidista, el 8 de diciembre cede la presidencia del PT al diputado federal paulista José Genoino.

La ex guerrillera marxista Dilma Rousseff, procedente del PDT y que ha cautivado a Lula con su labor en el Gobierno de Rio Grande do Sul, es reclutada para el Ministerio de Minas y Energía con la misión urgente de paliar el déficit de generación eléctrica en Brasil, causa de insufribles apagones y el aspecto más clamoroso del deplorable estado de las infraestructuras de servicios y comunicaciones. Finalmente, el trascendental Ministerio de Hacienda es para uno de los expertos del partido, Antonio Palocci. Además del PT, que se reserva 18 de los 34 puestos, obtienen plaza en el Ejecutivo el PL, el PCdoB, el PPS, el PSB, el PDT, el PTB y el PV, todos los cuales conforman una mayoría parlamentaria simple de 218 diputados y 30 senadores.

En diciembre, Lula viajó al extranjero para reunirse con un buen número de mandatarios americanos, entre ellos el argentino Eduardo Duhalde, el chileno Ricardo Lagos, el mexicano Vicente Fox y el presidente de Estados Unidos, George W. Bush. El encuentro del 10 de diciembre en la Casa Blanca, impensable en el pasado y en el que Bush no escatimó cortesías a pesar del abismo ideológico que le separaba de su huésped, testimonió a las claras la importancia primordial que para la superpotencia del norte tenía Brasil como pulmón económico de toda Sudamérica y socio comercial de primer orden, independientemente de la orientación política de quien mandara allí. En añadidura, Lula compartió con Cardoso el protagonismo de la cumbre del MERCOSUR celebrada en Brasilia el 5 de diciembre.

El 1 de enero de 2003 el antiguo obrero metalúrgico se convirtió en el primer receptor de la banda presidencial de manos de otro titular elegido directamente por el pueblo desde la transferencia de 1961 entre Juscelino Kubitschek y Jânio Quadros, en una jornada de júbilo y delirio que congregó en Brasilia a medio millón de personas. Tras jurar su cargo en el palacio del Congreso Nacional ante el pleno de diputados y senadores, y representantes de 118 países, entre ellos, once presidentes y jefes de Gobierno -sin faltar Castro y Chávez-, Lula pronunció el discurso de investidura. En él, recordó sus principales compromisos electorales y se reafirmó en el objetivo concreto, erigido poco menos que en un mantra promisorio en función del cual se exponía a ser juzgado cuando terminara su mandato, de proporcionar tres comidas diarias a todos y cada uno de los brasileños.

Ahora mismo, un análisis se imponía: si el flamante mandatario brasileño perseguía contra viento y marea las metas de justicia social que proclamaba y pretendía obtener resultados más bien tempranos, planteaba una ecuación extraordinariamente complicada. Ya que mientras intentara confortar a sus seguidores tradicionales, los cuales habían aguardado 22 años este momento y eran los miembros más desasistidos y marginados de la sociedad, tendría que ser capaz de calmar a los mercados financieros, afrontar los próximos vencimientos de la deuda y proseguir la austeridad presupuestaria, que era condición sine qua non para recibir la asistencia del FMI.

En la calle, sin embargo, el clima era de radical optimismo, de euforia. Quienes confiaban ciegamente en Lula estaban convencidos de asistir a una alternancia histórica protagonizada por un dirigente que, por primera vez, no era el hijo de una familia pudiente sino que procedía de los extractos más humildes de la sociedad. Librarse de la "herencia maldita" –una expresión empleada frecuentemente por Lula-, esto es, de un sistema socioeconómico profundamente excluyente e injusto, parecía estar al alcance de los brasileños.


9. El primer año de gobierno: pragmatismo, gradualismo e impaciencia por la izquierda

Aunque Lula reclamaba la compleción de su mandato para alcanzar las metas trazadas, hacer un balance de resultados y, llegado el caso, rendir cuentas ante el electorado, los doce primeros meses de su gestión ya fueron suficientemente ricos en acontecimientos como para disipar muchas de las dudas que acompañaron su proclamación presidencial e identificar pautas de gobierno que muy probablemente iban a caracterizar todo el cuatrienio.

El prontuario del primer año de Lula en el palacio de Planalto podía ser éste: descarte categórico de una transición a un modelo de Estado intervencionista y al socialismo; superación de las tentaciones populistas en el manejo del erario y rechazo a las actitudes radicales; consolidación de la agenda social como un terreno de actuación impostergable, pero sin obsesionarse con la obtención de resultados palpables de manera inmediata; prolongación, entre tanto, de las políticas de estabilización y vigilancia celosa de la gran economía; y, en definitiva, elección de la vía pragmática de las reformas, graduales pero firmes, con el objeto de modernizar las estructuras productivas y sociales e integrar a todos los brasileños en las dinámicas del desarrollo y el crecimiento sin abandonar los cauces del libre mercado.

Por todo ello, el presidente mereció las alabanzas de los medios liberales y financieros, gratamente sorprendidos con la "responsabilidad" de que hacía gala, y encajó las primeras críticas y contestaciones de los sectores situados a su izquierda, que se movieron entre la decepción, la impaciencia y el enfado. Si Lula aspiraba a construir en Brasil una economía social de mercado, tendría que transcurrir más tiempo para que se apreciara con claridad.

En sus primeras semanas como presidente, Lula, para dar una satisfacción de entrada a sus votantes, muchos de los cuales le miraban con una expectación casi mesiánica, adoptó una serie de medidas que no esquivaron la calificación de demagógicas por quienes seguían observándole con desdén. Sin embargo, las disposiciones daban respuesta a una serie de cuestiones cardinales de la campaña y de paso buscaban certificar que la mudanza de gobierno iba a aparejar cambios drásticos en determinadas maneras de ver y hacer las cosas.

Así, el ministro de Defensa, José Viegas, diplomático con amplia experiencia, anunció el aplazamiento hasta 2004 de la adquisición para la Fuerza Aérea de una docena de aviones de combate con un coste de 760 millones de dólares, y también la implicación de efectivos de las Fuerzas Armadas en labores de construcción civil. Más importante, Lula encargó al Ministerio de Justicia y a la Secretaría Nacional de Derechos Humanos la elaboración de sendos proyectos para entregar títulos de propiedad a los millones de habitantes de las favelas levantadas ilegalmente en los cinturones de miseria urbanos, y para brindar la asistencia del Estado a aquellos jóvenes de las áreas marginales que desearan abandonar el submundo de las drogas.

El Consejo de Ministros dio luz verde también a una campaña de captación de donaciones voluntarias, tanto nacionales como del extranjero, para el fondo de la estrategia Hambre Cero, destinada a 6,5 millones de familias con rentas muy bajas. A cambio de la entrega mensual de una cantidad suficiente para alimentar a todos sus miembros, las familias beneficiarias debían comprometerse con la escolarización y la vacunación de sus hijos.

La campaña Hambre Cero, presentada por el presidente el 30 de enero, era el más ambicioso proyecto del Gobierno. Lula explicó que pretendía acabar con las situaciones de hambre y desnutrición en cuatro años, pero que las metas excedían la urgencia humanitaria y que el objetivo último era "dar a todos los brasileños dignidad y autoestima, ofreciéndoles posibilidades de trabajo, educación y sanidad". Para tal fin, toda la sociedad civil era instada a movilizarse junto con los poderes públicos, la Presidencia creaba un Consejo Nacional de Seguridad Alimentaria bajo su directa jurisdicción, y un ramillete de celebridades de la cultura y el deporte eran invitados a apadrinar el proyecto. Otra petición de ayuda se lanzó a la ONU, que, a través de su agencia especializada, la FAO, respondió afirmativamente con la prestación de asistencia técnica valorada en un millón de dólares.

A la espera de los primeros resultados de Hambre Cero y de otros proyectos sociales como el Plan Nacional de Erradicación del Trabajo Esclavo, avanzado en marzo, el equipo dirigente se concentró en recuperar la confianza de los inversores privados y las instituciones de crédito. Lula quería convencer a toda costa a sus todavía numerosos detractores de que era un gobernante serio y responsable. Pues bien, cumplido el plazo de gracia tradicional de los cien días, las mejores puntuaciones a la labor de Lula procedían de los mercados y los despachos financieros, tanto de viva voz, con elogios de lo más encendidos, como a través de las dinámicas impersonales, que resultaban más clamorosas. Estas reacciones podían parecer paradójicas, ya que el estadista era la gran esperanza de los antiglobalistas, de los partidarios de una tercera vía que arrojara por la borda el denostado modelo neoliberal y hasta de izquierdas revolucionarias que no creían que el capitalismo pudiera reciclarse y ofrecer un rostro humano.

La sensible apreciación del real con respecto al dólar, la mejora no menos llamativa de los índices del riesgo-país y la revalorización de los títulos de deuda pública fueron las reacciones positivas de los operadores de mercado a las prontas medidas continuistas del Gobierno, como la salvaguardia por ley de la autonomía del Banco Central, el nombramiento para dirigir la entidad del banquero privado Henrique de Campos Meirelles, del círculo de Cardoso, la asunción milimétrica del servicio de la deuda externa, la prolongación de la ortodoxia antiinflacionista y la elevación del objetivo de superávit fiscal primario para 2003 al 4,25% del PIB, medio punto más que el planteado en la campaña electoral y el perseguido por la administración precedente.

La puesta en marcha de Hambre Cero dio menos que hablar entre las sensibilidades petistas de la extrema izquierda que la decisión del Ministerio de Hacienda de reducir el gasto público un 16% para cumplir los compromisos adquiridos ante el FMI, y, sobre todo, que la propuesta de ley de la primera gran reforma estructural de la era Lula: la poda de las pensiones percibidas por los empleados públicos, consideradas desmesuradas y un privilegio sangrante en relación con el resto de asalariados. El Gobierno quería retrasar la edad de jubilación de los funcionarios, recortar sustancialmente la cuantía de sus pensiones, hasta ahora equiparadas a los salarios, y que cotizaran a la Previsión Social.

En abril, el ala más radical del PT declaró a Lula su rechazo a la reforma de la Previsión Social porque consideraba que meter mano al sistema de pensiones de los funcionarios era recortar gasto social, y le recordó que él mismo había impugnado propuestas de esa naturaleza en los años en la oposición. Las primeras defecciones de diputados petistas descontentos parecían estar a la vuelta de la esquina. Al mismo tiempo, el Gobierno encajaba su primera huelga sectorial, convocada por los trabajadores de los organismos públicos federales afectados por la reforma. El presidente, arropado por el PMDB y los gobernadores estatales, replicó que no se podía tolerar una discriminación tan abultada para el 87% de jubilados que habían trabajado en el sector privado y que cobraban unas pensiones comparativamente muy inferiores, contributivas a la sazón, y que los recortes graduales eran imprescindibles para suprimir el déficit de la Previsión Social, obtener recursos para financiar el programa Hambre Cero y avanzar en la reducción de las desigualdades sociales.

La agitación huelguística de los funcionarios cobró ímpetu en julio, y en agosto los magistrados de Justicia, alrededor de 15.000, amenazaron con sumarse a los paros mientras ejercían una fortísima presión corporativa para impedir que el Gobierno les recortara las nóminas. Confrontado con la minoría parlamentaria por la rebelión de diputados díscolos con las directrices oficiales, Lula, después de asegurar que "ni Congreso Nacional, ni poder judicial, sólo Dios" podrían frustrar la reformas (una polémica frase de la que tuvo que retractarse), transigió parcialmente con los jueces y les concedió el techo salarial equivalente al 85% del sueldo de un miembro del Supremo Tribunal Federal, en vez del recorte hasta el 75% a partir del tope vigente del 90%.

La otra gran concesión del Gobierno fue respetar las jubilaciones con un monto igual al último salario percibido para todos los funcionarios en activo. De la propuesta original se mantuvieron el recorte de las pensiones de los futuros funcionarios, la fijación de su carácter contributivo y el retraso de la edad mínima de jubilación de los hombres a los 60 años y de las mujeres a los 55. A grandes rasgos, éste fue el proyecto de ley corregido sobre la Reforma de la Previsión Social que el 6 de agosto la Cámara baja aprobó por 358 votos a favor y 126 en contra, dejándolo listo para su sanción por el Senado.

Ganada esta formidable jugada política en un tiempo récord, Lula llevó al Congreso su segundo proyecto de transformación de calado con rango constitucional, la reforma del Sistema Tributario Nacional, con el objeto de simplificar los numerosos impuestos, aligerar la presión fiscal al sector secundario y ahogar el fraude, causa de un importantísimo agujero en los ingresos. De nuevo, ya que quería sacar adelante la ley este mismo año, Lula tuvo que emplearse a fondo para vencer resistencias, esta vez procedentes de algunos gobiernos de estados, los partidos de derecha y la patronal, y hacer concesiones que empañaron un tanto el desenlace victorioso, si bien, reflejaban los sondeos, el electorado apoyaba abrumadoramente los cambios.

La Cámara de Diputados dio luz verde a la nueva fiscalidad el 4 de septiembre por 378 votos a favor y 53 en contra después de ceder el Gobierno en la creación de sendos fondos de compensación a los exportadores y a los estados que vieran descender sus recaudaciones, la cesión a los mismos estados de parte de la recaudación del impuesto sobre combustibles y la prórroga hasta 2023, diez años más tarde de lo previsto, de los beneficios fiscales a las industrias de bienes de consumo de la zona franca amazónica de Manaos. Tras obtener el preceptivo voto senatorial, las dos reformas legales, la de las pensiones y la tributaria, fueron promulgadas el 19 de diciembre de 2003 como enmiendas a la Constitución. Complacido, el FMI extendió por otros 15 meses el crédito de 31.000 millones de dólares concedido el año anterior, incrementado en 6.600 millones adicionales. Brasilia accedía de manera inmediata a un tramo de 8.200 millones, pero, vista la mejora de la balanza de pagos, no preveía necesitar nuevos desembolsos.

Lula se mostró exultante con este éxito legislativo, cuyo fatigoso trámite parlamentario coincidió con el lanzamiento de otros instrumentos básicos de la política social como fueron el plan para erradicar el analfabetismo, que afectaba al 14% de los brasileños, el Programa Bolsa Familia, destinado a cubrir las necesidades básicas de 3,6 millones de núcleos familiares pobres y muy pobres mediante transferencias directas de renta, y, seguramente el más importante, por incidir en la médula de la injusticia social, el Plan Nacional de Reforma Agraria (PNRA), reclamado con impaciencia creciente por los marchistas del MST y que contemplaba el asentamiento como granjeros de 530.000 familias de campesinos sin tierras y la entrega de títulos de propiedad a otras 500.000 familias ya asentadas pero que nunca recibieron del Gobierno la documentación acreditativa.

Sin embargo, en el último tramo de 2003, el presidente afrontó, como se señaló arriba, la rebelión abierta de algunos legisladores del PT y el malestar, a duras penas contenido por la disciplina partidaria, de miembros del Gabinete. Lula fue tachado directamente de "traidor" por petistas de extrema izquierda que describían un panorama gubernamental de constantes renuncias a metas programáticas tradicionales del partido y de claudicaciones ante los poderes económicos. Por ejemplo, se reprochaba al PNRA que dejara intactos los inmensos latifundios y no incidiera en la intervención de terrenos no registrados por el catastro pero que de hecho eran cultos y estaban explotados; mientras tanto, sicarios al servicio de terratenientes y elementos policiales encargados de los desalojos de fincas invadidas proseguían, e incluso intensificaban, las ejecuciones extrajudiciales de activistas agrarios, tal como denunciaba Amnistía Internacional. Dio la impresión de que el Gobierno echó a andar el PNRA únicamente bajo la presión del MST.

Lula prometió un "espectáculo del crecimiento" para el segundo semestre del año, pero 2003 terminó creciendo sólo el 1,1% del PIB, tasa que era el peor dato anual en una década y se situaba muy lejos de ese ritmo del 5% contemplado en la campaña electoral como el imprescindible para, junto con unas finanzas saneadas, meter a Brasil en el pelotón de los países desarrollados. La caída de la producción se explicaba por la caída del consumo, a su vez causada por la mengua de las rentas familiares.

Otras noticias inquietantes que no hicieron mella en el optimismo porfiado de Lula, quien comparó las medidas de ajuste con una "vacuna para garantizar un futuro mejor", fueron el alza del desempleo, que rozaba el 13% en las seis mayores áreas metropolitanas (el 20% en São Paulo), el crecimiento de la deuda pública federal a pesar de la bajada por el Banco Central de los tipos de interés al 16% (después de haberlos aupado a un increíble 26% para contener el empuje de los precios y amarrar al capital extranjero), el notable descenso de las inversiones foráneas directas y la omnipresencia de la criminalidad y la inseguridad ciudadana, que figuraban entre las principales preocupaciones de los ciudadanos.


10. Una ambiciosa agenda internacional: diálogo con el Norte, cooperación entre el Sur y la cruzada contra el hambre
En las etapas tempranas de su presidencia, la acción exterior de Lula suscitó más consenso de opinión que la labor doméstica, siendo ampliamente compartida la valoración positiva, en lo que afectaba tanto a los intereses nacionales de Brasil como al conjunto de las relaciones internacionales, aunque los críticos de izquierda se quejaban de que el presidente viajaba demasiado y no destinaba suficiente tiempo a los asuntos de casa.

Uno de los rasgos más destacados del estadista brasileño pasó a ser su militancia, con aires de paladín, en pro de un sistema internacional en el que los países del Norte desarrollado dialogaran de una manera más abierta y democrática con los del Sur en desarrollo, en cuestiones fundamentales como la liberalización comercial y la lucha contra el hambre, y en el que la guerra contra el terrorismo, la proliferación de armas de destrucción masiva y cualquier otra amenaza novedosa para la paz y la seguridad no fueran una disculpa para restar prioridad a la resolución de los sempiternos y abrumadores problemas ligados al subdesarrollo y el orden económico imperante, el cual era menester actualizar.

Lula opinaba que al terrorismo había que combatirlo en el marco de la Carta de las Naciones Unidas y con los instrumentos nacionales, policiales y militares, que fueran precisos. Pero reconocía que esto no era suficiente y apuntaba la necesidad de secar el caldo de cultivo de los futuros terroristas mediante políticas que corrigieran unas situaciones insostenibles de miseria, incultura y exclusión social. La promoción del diálogo Norte-Sur, la concertación de estrategias conjuntas de los países en vías de desarrollo para hacer valer sus intereses comerciales, las aproximaciones multilaterales a los problemas globales y la distensión de conflictos internos motivaron iniciativas de Lula como la propuesta de "declarar la guerra" al hambre en el planeta, la articulación del Grupo de los Veinte (G20) países en desarrollo para negociar en bloque la remoción de barreras proteccionistas, la formación del Grupo de Países Amigos de Venezuela y la apertura de una vía de colaboración entre el FEM de Davos y el FSM de Porto Alegre.

De entrada, el 15 de enero de 2003 en Quito, aprovechando la coincidencia de mandatarios para la toma de posesión de Lucio Gutiérrez como presidente del Ecuador, el canciller Amorim anunció la puesta en marcha del Grupo de Países Amigos de Venezuela con la participación de Brasil, Chile, España, Estados Unidos, México y Portugal. La función del Grupo era facilitadora, de respaldo a la labor de mediación de la Organización de Estados Americanos (OEA) en la acerba disputa que venía enfrentando a Hugo Chávez y la oposición sobre la permanencia del primero en el poder. El propósito era dar una solución "electoral, constitucional, democrática y pacífica" a la larga crisis venezolana.

A pesar de lo conjeturado en el II FSM, a la tercera cita en Porto Alegre, del 23 al 28 de enero de 2003, no asistió Castro (sí lo hizo Chávez). En el III FSM, Lula tuvo una acogida estelar por quienes le habían elevado a la condición de símbolo continental y acaso mundial. El día 24 el presidente dirigió un emotivo discurso, lleno de citas visionarias, a las decenas de miles de participantes en la explanada situada a orillas del río Guaíba, en el cual se refirió al FSM como "el mayor evento multinacional organizado por la sociedad civil en el mundo", apeló a los aforados a "cambiar la historia de la humanidad", describió la reforma que aguardaba a Brasil como "tranquila, cautelosa e inteligente", y justificó su programada presencia en Davos porque "quiero decir allá que no es aceptable un orden económico donde pocos pueden comer cinco veces al día y muchos quedan sin comer", y que "el mundo no necesita guerras, sino paz".

En efecto, el 26 de enero Lula volvió a ser la estrella, esta vez en la ciudad suiza y ante la élite empresarial, financiera y económica del primer mundo. En el FEM, que escuchó con interés lo que el brasileño tenía que decirle, Lula se desenvolvió como el portavoz de los países pobres y transmitió sus quejas sobre la incongruencia que suponía predicar el libre comercio y el desarme arancelario mientras en casa se practicaba el proteccionismo aduanero o se subvencionan las exportaciones, típicamente las del sector agropecuario. El mensaje de Lula estaba claro, pero las intenciones de fondo, también: tender un puente de entendimiento entre los dos mundos, y qué mejor manera de hacerlo que vinculando al FSM y el FEM a través de una agenda conjunta de actividades. El primer viaje presidencial a Europa se completó con sendas visitas de Estado a Francia y Alemania.

El 1 de junio de 2003 Lula fue uno de los once dirigentes de países en desarrollo que respondieron a la invitación de participar en un "diálogo alargado" con los líderes del Grupo de los Ocho (G8) en la ciudad francesa de Evian. Allí, el brasileño volvió a exponer su propuesta de crear un Fondo Mundial contra el Hambre, mal que calificó de "realidad intolerable", el cual podría financiarse con una tasa sobre el comercio internacional de armas y con un porcentaje de los pagos de deuda externa de los países emergentes a los desarrollados. El estadista criticó a la Organización Mundial del Comercio (OMC) por sus "resistencias a suprimir los subsidios multimillonarios a la agricultura", y censuró igualmente el retraso de una cuestión crucial como era el "acceso a los medicamentos" por los países pobres, con lo que se refería al derecho de los gobiernos a suministrar a sus ciudadanos medicamentos genéricos para tratar enfermedades como el sida sin someterse a los precios fijados por las multinacionales farmacéuticas propietarias de las patentes. En este capítulo, Brasil, tras la batalla ganada por la Administración Cardoso, ya estaba haciendo de abanderado.

El 20 de junio, dos días después de anunciarle la fundación española Príncipe de Asturias la concesión de su Premio de Cooperación Internacional, Lula fue recibido en la Casa Blanca por Bush, quien se declaró "muy impresionado" con su visión del mundo y se refirió a él con las siguientes palabras: "no sólo tiene un enorme corazón, sino también la capacidad de trabajar con su Gobierno y el pueblo brasileño para incentivar la prosperidad y acabar con el hambre". Bush, nada más lejos del trato tributado a los gobernantes de países aliados como Francia o Alemania, no sólo le pasó a Lula por alto su rechazo a la reciente guerra de Irak, sino que se deshizo en elogios personales. A cambio, el brasileño invitó a su anfitrión a conocer un país que "no sólo es carnaval y fútbol".

Aunque las partes tenían presente el tamaño de los intercambios comerciales (Estados Unidos era el principal cliente y proveedor de Brasil, como el destino del 25% de sus exportaciones y el origen del 23% de sus importaciones, superando, no ya al MERCOSUR, sino al conjunto de América Latina en ambos flujos), la gran efusividad de la reunión de Washington produjo perplejidad, ya que las subvenciones algodoneras estadounidenses estaban haciendo caer los precios internacionales y provocando muy graves pérdidas a los productores brasileños. De hecho, las tensiones comerciales entre ambos países estaban en un pico, y Brasilia acababa de interponer ante la OMC una protesta que los observadores describieron como el inicio de una guerra comercial en toda regla.

Pero es que, además, Bush y Lula chocaban virtualmente en toda visión de fondo: la forma de combatir el terrorismo; la noción de la seguridad hemisférica; la actitud frente a la Corte Penal Internacional (firmada y ratificada por Brasilia) y acuerdos medioambientales multilaterales como las convenciones sobre el Cambio Climático, con el Protocolo de Kyoto de reducción de gases de efecto invernadero, y sobre Biodiversidad; las fórmulas para combatir la pobreza (el estadounidense se atenía a la doctrina liberal que insistía en la reducción de los impuestos a las rentas más altas con la esperanza de que hicieran inversiones productivas generadoras de riqueza y empleo, mientras que el brasileño apostaba por la movilización del Estado, la fiscalidad progresiva y la persecución del fraude evasor); y, discrepancia fundamental, las intenciones, calendario y modalidades del ALCA, que Washington quería ver hecho realidad el 1 de enero de 2005, tal como se previó en la I Cumbre de Las Américas, celebrada en Miami en diciembre de 1994.

De hecho, Lula estaba logrando frenar las negociaciones del ALCA y subordinar en parte el resultado de las mismas al contenido de los acuerdos que alumbrara la ronda de negociaciones de la OMC. En enero de 2004, la Cumbre de las Américas celebrada con carácter extraordinario en Monterrey, México, fracasó para las tesis librecambistas de Estados Unidos en buena parte porque Brasil se negó a que la declaración final mencionara de manera expresa el primero de enero de 2005 como la fecha en que el ALCA podría arrancar. A partir de aquí, el ALCA entró en crisis y tras la IV Cumbre de las Américas, en Mar del Plata, Argentina, en noviembre de 2005, empezó a ser considerado un proyecto muerto.

Lula aseguraba no oponerse al ALCA de raíz, sino que reclamaba para el tratado una justa reciprocidad –Estados Unidos debía dejar de subsidiar a su agricultura si se le permitía inundar con sus productos los mercados latinoamericanos- y la contemplación de las necesidades especiales de los socios con las economías más débiles. Muy pronto, Lula y Bush iban a poner un paréntesis en sus desavenencias al alcanzar un espectacular entendimiento en materia de biocombustibles.

En el segundo semestre de 2003, las delegaciones brasileñas redoblaron sus esfuerzos para diversificar las relaciones comerciales, atraer más inversiones y captar para sus tesis en la interlocución con los países desarrollados a otras naciones que, como Brasil (la novena potencia económica mundial a paridad de poder adquisitivo, pero la 77ª en producción por habitante y la 65ª en nivel de desarrollo humano), tenían un volumen del PIB que no se correspondía con la calidad de vida de sus poblaciones y gozaban de una influencia creciente aunque todavía no decisiva en las grandes cuestiones internacionales. En la cumbre del G8 en Evian, Amorim anunció la creación de una "nueva alianza estratégica" con India y Sudáfrica, y cinco días después Brasilia fue el escenario de la primera reunión de cancilleres de los tres países, que saludó el nacimiento de este "bloque del sur", en palabras del ministro brasileño, y adoptó una Declaración centrada en los aspectos desarrollistas, comerciales, medioambientales y sanitarios.

El Foro de Diálogo India-Brasil-Sudáfrica (IBSA) fue presentado formalmente por Lula el 23 de septiembre de 2003 en la Asamblea General de la ONU, donde el presidente defendió la reforma y ampliación del Consejo de Seguridad para aumentar su representatividad y reflejar la balanza de poder del sistema internacional del momento, muy diferente del que había tras acabar la Segunda Guerra Mundial. Implícitamente, Lula expresó su deseo de que Brasil tuviera en el Consejo un asiento de miembro permanente con derecho a veto. La solicitud en tal sentido fue realizada de manera oficial, a la vez que Alemania, India y Japón (el llamado G4), en septiembre de 2004.

Aquel mismo mes, el día 20, Lula, el chileno Lagos, el presidente francés Jacques Chirac, el secretario general de la ONU, Kofi Annan, y el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, concretando la propuesta hecha en enero en Ginebra por los cuatro primeros, presentaron en la sede de la organización en Nueva York la Alianza contra el Hambre, concebida por el brasileño para erradicar este mal en todo el mundo en 2015, de acuerdo con los Objetivos de Desarrollo del Milenio declarados por la Cumbre del Milenio en 2000.

El llamado Quinteto contra la Pobreza, con Lula como cabeza más visible, planteó a la comunidad internacional una serie de medidas concretas, instrumentos y mecanismos (como los impuestos especiales sobre los movimientos de capital y el comercio de armas) para reunir los recursos financieros que la colosal empresa humanitaria requería, con la advertencia de que del cumplimento de los objetivos de eliminación del hambre y la pobreza dependía la paz mundial en el siglo XXI.

Menos de un año después, en julio de 2005, Lula, junto con los jefes de otros diez estados en desarrollo, volvió a participar bajo invitación en una cumbre anual del G8, la celebrada en Gleneagles, Escocia. En esta ocasión, los asistentes aprobaron un Plan de Acción sobre el cambio climático y acuerdos en torno a los Objetivos del Milenio para condonar la deuda externa y aumentar la ayuda a África. A la siguiente cumbre del G8, la de San Petersburgo en julio de 2006, Lula fue nuevamente invitado a dialogar, esta vez como miembro del Grupo de los Cinco (G5), a saber, las cinco economías emergentes más grandes: Brasil, China, India, México y Sudáfrica.

Entre el 10 y el 14 de septiembre de 2003 tuvo lugar en Cancún, México, la V Conferencia Ministerial de la OMC. Para asombro de la opinión pública internacional, el nuevo G20 (en parte, una ampliación circunstancial del G15, o Grupo de Cooperación Sur-Sur, nacido en Belgrado en 1989 para coordinar el diálogo de una serie de países en desarrollo con el G7 de los países industrializados), capitaneado por los países IBSA, Argentina y, novedad absoluta, China, fungió como un negociador muy duro y compenetrado que forcejeó sin complejos con Estados Unidos, la Unión Europea y Japón.

La cumbre de Cancún fracasó porque los países ricos no consiguieron imponer al G20 un marco de protección de las inversiones y de garantías a la libre competencia. En el reparto de culpabilidades por el fiasco, el bando de Brasil e India fue también acusado, en su caso de inflexibilidad y de preferir ningún acuerdo a una liberalización agrícola parcial del Norte condicionada a la apertura de los sectores industriales del Sur, un compromiso que, por ejemplo, si querían alcanzar los numerosos países de desarrollo bajo, casi exclusivamente agrarios y dependientes en mayor medida de los acuerdos preferenciales con el Norte. En diciembre, Lula propuso crear un área de libre comercio de los países en desarrollo que incluyera al G20.

En cuanto al IBSA, en septiembre de 2006 celebró en Brasilia su primera cumbre de gobernantes con las asistencias de Lula, el primer ministro indio Manmohan Singh y el presidente sudafricano Thabo Mbeki.


11. Tormenta en el PT: escándalos de corrupción y cascada de dimisiones
Al comenzar 2004, Lula quiso imponer su autoridad sobre la descontentadiza ala izquierda del PT realizando un "ajuste político" consistente en el despido o recolocación de cuatro responsables del área social del Ejecutivo, blanco de las críticas por la demora en la obtención de resultados. Los afectados fueron: Ricardo Berzoini, ministro de Previsión Social; Benedita da Silva, ministra de Acción Social; José Graziano, ministro extraordinario de Seguridad Alimentaria y Lucha contra el Hambre (luego el responsable del programa Hambre Cero); y Cristovam Buarque, ministro de Educación. Berzoini fue retenido en el Gabinete como ministro de Trabajo y Empleo, su predecesor en esta cartera, Jaques Wagner, pasó a la Secretaría de la CDES, y de la misma fue liberado Tarso Genro para suplir a Buarque en Educación. Al abrir su primera crisis de Gobierno, Lula incorporó al mismo al PMDB, que se hizo cargo de los ministerios de Previsión Social (para Amir Lando) y Comunicaciones (para Eunício Oliveira).

El giro al centro imprimido por Lula, subrayado por la decisión del PDT de pasarse a la oposición (la muerte en junio de su líder histórico, Brizola, no alteró la nueva postura de los trabalhistas), no hizo más que agudizar la inquietud de quienes pensaban que las reformas prometidas no terminaban de arrancar. Ahora mismo, dos frentes conflictivos preocupaban particularmente: el caos de inseguridad en los barrios de favelas de Río de Janeiro, donde las autoridades estatales se veían incapaz de contener los desmanes criminales de las bandas de narcotraficantes, lo que obligó al Gobierno federal a desplegar miles de soldados para apoyar a la desbordada Policía local; y el desafío del MST, que en abril lanzó una violenta campaña de invasiones de fincas para obligar al Gobierno a poner en marcha la esperada reforma agraria.

El presidente, siguiendo el consejo de sus asesores, se ausentó de los actos de masas convocados por la CUT, el sindicato que había ayudado a crear, con motivo de la fiesta del 1 de mayo por temor a ser abucheado, luego de aprobar un insignificante aumento del salario mínimo de los 240 a los 260 reales: el Gobierno no podía subirlo más porque "no podemos gastar lo que no tenemos", explicó a modo de justificación Lula, quien no ocultaba su frustración y su pesar por el exiguo margen de maniobra financiera con que contaba para dar cumplimiento a sus promesas sociales. En junio, Lula recibió un doloroso bofetón en el Senado, donde el voto combinado de la oposición y de varios representantes del PT, el PMDB, el PL y el PSB rechazó la subida del salario mínimo de 20 reales, ya aprobada por los diputados, y a cambio aprobó un aumento de 35 reales.

Las elecciones municipales del 3 y el 31 de octubre de 2004 fueron un termómetro del estado de opinión nacional sobre la gestión federal del presidente y su partido, el cual resultó ser mayormente positivo, pero con fuertes mensajes de aviso. El PT triunfó en 409 prefecturas, incluidas las de nueve capitales estatales (Aracaju, Belo Horizonte, Fortaleza, Macapá, Palmas, Porto Velho, Recife, Rio Branco y Vitória), pero perdió las emblemáticas de São Paulo y Porto Alegre, donde Marta Suplicy y Raul Pont fueron batidos por el socialdemócrata José Serra y el popular socialista José Fogaca, respectivamente. Nuevos sondeos demoscópicos confirmaron la recuperación de los altos niveles de confianza en Lula, que volvió a superar el 60% de aprobación popular.

Una vez iniciado 2005, la expulsión de un grupo de congresistas rebeldes del ala izquierda del PT (quienes formaron el Partido del Socialismo y de la Libertad, PSOL), el portazo del PPS al Gobierno y la pérdida de la presidencia de la Cámara de Diputados, que pasó a manos de la derecha por las rivalidades internas del petismo, precedieron la imputación de graves acusaciones de corrupción a la formación del presidente. El escándalo sacudió con la fuerza de un terremoto al PT, que quedó descabezado de varios de sus dirigentes con más renombre, y colocó a Lula en la situación más apurada de su presidencia, y acaso de su carrera política.

Los casos de presunta corrupción en diversos ámbitos de la función pública y los partidos del Gobierno ya venían generando titulares periodísticos desde hacía meses. Pero la tormenta se desató en serio el 6 de junio, cuando el diputado Roberto Jefferson, presidente del PTB y aliado de Lula, en una entrevista a la Folha de São Paulo, acusó al círculo más interno del oficialismo de haber sobornado a cierto número de diputados de los partidos progubernamentales con 30.000 reales al mes para asegurar su lealtad en la votación de los proyectos de ley del Ejecutivo.

Jefferson señaló particularmente al tesorero del PT, Delúbio Soares, encargado de poner en movimiento los maletines cargados de dinero, y entre otros detalles explicó que había informado personalmente de esta red de corrupción parlamentaria al presidente, quien "lloró y lo abrazó" al enterarse, a su mano derecha, José Dirceu, y a otros responsables del Gobierno y el PT. Según Jefferson, una vez hecha la denuncia en Planalto, cesaron todas las compras de diputados.

Aunque el propio Jefferson había sido involucrado en las irregularidades detectadas en la Empresa Brasileña de Correos y Telégrafos (EBCT) y el Instituto de Reaseguros Brasileño (IRB), y hubo de renunciar a sus cargos políticos –una situación chocante que, según algunos, no encerraba ironía, sino simple venganza por parte del denunciante, quien hizo sus explosivas revelaciones cuando afrontaba una indagación parlamentaria-, el escándalo del mensalão (mensualidad), como vino a llamarse este esquema de compra de votos de congresistas, ya era una descomunal bola de nieve echada a rodar, amenazando con arrollar a un número insospechado de personalidades políticas, sin distingos de colores y jerarquías.

Días después de su primera delación, Jefferson denunció en una nueva entrevista de prensa que el dinero de las mensualidades salía de empresas públicas y privadas, que el mismo era movido por el publicista Marcos Valerio, y que el trasiego afectaba, además de al PT y el PTB, al Partido Popular (PP) del presidente de la Cámara, Severino Cavalcanti, y al PL del vicepresidente Alencar; también, pero esta vez ante el Consejo de Ética y Decoro Parlamentario de la Cámara de Diputados, Jefferson declaró que el ministro de la Casa Civil, Dirceu, comandaba una trama de corrupción que incluía los sobornos a diputados y la recaudación de fondos en una caja paralela para financiar campañas electorales de partidos aliados. Él mismo, Jefferson, había aceptado unos cuatro millones de reales para gastos proselitistas. Las detalladas imputaciones del político laborista fueron parcialmente corroboradas y ampliadas por divulgaciones independientes de diversos medios de comunicación.

Lula, que se topó con el vendaval precisamente cuando debía inaugurar en Brasilia el IV Foro Global de Lucha contra la Corrupción, un evento organizado por la ONU, intentó parar el mensalão reiterando el compromiso ético, el suyo y el de su partido, en la lucha contra la "lacra" de la corrupción ("cortaremos en carne propia si fuera necesario", "no dejaremos piedra sobre piedra", aseguró), desbloqueando la Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) de la presunta malversación por la EBCT (cuya directiva, al igual que la del IRB, cesó de un plumazo el 7 de junio) de fondos idos al bolsillo de miembros del PTB, y anunciando un amplio plan de reforma política para fiscalizar la financiación pública de los partidos y prohibir el transfuguismo durante las legislaturas

Fue en vano. Un rosario de diputados, funcionarios y miembros del Gobierno comenzó a desfilar ante el Consejo de Ética para rendir cuentas de sus actividades, mientras sobre el jefe del Estado, pese al interés de Jefferson en exculparle de los hechos denunciados (el problema de Lula era, según el trabalhista, que estaba "secuestrado por la cúpula del Gobierno y el PT"), se cernía una crisis de credibilidad, siendo acusado desde diversos medios de prevaricación, cinismo, incompetencia o simple frivolidad. Para ellos, era sencillamente imposible que el presidente no supiera nada de tanto soborno y tanta financiación ilegal, perpetrados por personas con las que trataba todos los días y que trabajaban a pocos metros de su despacho oficial.

En otras circunstancias y con otro gobernante, el país habría devenido tal vez un clamor reclamando el juicio político al presidente, como había pasado con Collor de Mello trece años atrás, dada la gravedad de los chanchullos destapados. En realidad, ni el PMDB ni el PSDB estaban interesados en un abrupto desprestigio de Lula, cuya caída, tremendamente traumática sin duda, bien podía arruinar la estabilidad económica trabajosamente recuperada y hasta dar pábulo a un recambio político que tomase un vericueto populista o extremista. Entre las bases del PT y el MST el carisma de Lula era tan grande que, pese a tener motivos para estar descontentas por el lento ritmo de las reformas sociales, no podían concebir en él más condiciones que la inocencia y la no responsabilidad de lo que se imputaba a sus colaboradores más cercanos.

De todas maneras, sin solución de continuidad, comenzaron a rodar las cabezas. El primer capitoste en caer fue el superministro Dirceu, dimitido el 16 de junio. Lula no tuvo más remedio que sacrificar al lugarteniente de mayor confianza y poder, la eminencia gris del Ejecutivo, para que pudiera defender su honorabilidad en las vistas del Consejo de Ética como simple diputado. Para reemplazarle en la jefatura de su Casa Civil, el presidente optó por Dilma Rousseff, la afanosa y eficiente ministra de Minas y Energía, apodada la Dama de Hierro del PT por su carácter fuerte, cuyo perfil era más técnico que político. Al promocionarla a este puesto, Lula reconocía a Rousseff los resultados de su estrategia energética para Brasil, que había aumentado la generación eléctrica haciendo hincapié en las fuentes alternativas de energía y conducido con algunos resultados tangibles, pese a su corto recorrido todavía, el Programa Nacional de Universalización del Acceso y Uso de la Energía Eléctrica, más conocido como Luz Para Todos.

El 23 de junio, en una sentida alocución al país, Lula reconoció que Brasil vivía "momentos críticos" y garantizó que los casos de presunta corrupción, una "pesadilla para los gobernantes y una vergüenza para el pueblo", serían investigados hasta el final y las responsabilidades depuradas con todo el rigor que hiciera falta. Al comenzar julio, el presidente firmó cuatro decretos sobre medidas anticorrupción y compareció en el XII Encuentro del FSP, donde trazó un nexo entre la consolidación de las conquistas democráticas y la implacabilidad de la lucha contra la corrupción.

En la segunda semana de julio, la enésima andanada de revelaciones periodísticas del mensalão hizo insostenibles las continuidades de Silvio Pereira, el secretario general del PT, Delúbio Soares, el tesorero, y José Genoino, el presidente de la formación, que renunciaron a sus cargos orgánicos sucesivamente los días 4, 5 y 9. La cúpula del partido había quedado decapitada. Lula salió al paso realizando otra remodelación gubernamental, mientras que el PT se afanó en parar la hemorragia interna colocando a Tarso Genro, cuyas malas relaciones con Dirceu eran ampliamente conocidas, en la presidencia interina.

El 12 de agosto, tras desvelar Valdemar Costa Neto, presidente de PL, que en mayo de 2002 su grupo había aceptado coaligarse con el PT porque éste le prometió a cambio 10 millones de reales y que el acuerdo lo adoptaron él, Dirceu y Soares mientras Lula y Alencar aguardaban en una sala contigua, el presidente, en un sombrío discurso televisado y radiado a la nación, flanqueado por sus ministros, aseguró sentirse "traicionado" e "indignado" por la catarata de "prácticas inaceptables" sacadas a la luz en los últimos meses y de las que "nunca tuve conocimiento". "No siento vergüenza en decir que el Gobierno y el PT tienen que pedir perdón", sentenció el mandatario.


12. La reelección de 2006; logros macroeconómicos y primeros resultados de los programas sociales
Las funestas repercusiones del mensalão pusieron en peligro la candidatura reeleccionista de Lula en 2006. En el petismo, militantes de sectores minoritarios convencidos de que la credibilidad ética del partido estaba indeleblemente manchada hallaron en la reacción pública del presidente un nuevo motivo de desilusión y parte de ellos decidió darse de baja, protagonizando otra ola de defecciones. Algunos dirigentes regionales y ministros no salpicados por la trama de sobornos y que se consideraban lulistas fieles sugirieron al presidente que considerara no presentarse a la reelección, para que el partido llegara a las urnas con un mensaje convincente de depuración interna y renovación.

Desde la oposición, el PSDB, persuadido de que el procesamiento de Lula sólo traería perjuicios al país, se limitó a aguardar la conclusión del período constitucional, en la convicción de que su candidato en las presidenciales de 2006, Serra o tal vez Alckmin, ganaría a la persona en la que Lula, supuestamente, delegaría la aspiración a cambio de terminar su mandato con tranquilidad. Y si Lula insistía en concurrir, pensaban los socialdemócratas, también él podía ser batido. Esta actitud moderada de la principal formación opositora, unida al incesante parte de buenas noticias económicas facilitado por el ministro Palocci, debió reafirmar a Lula en su decisión de, lejos de arrojar la toalla, presentarse a la reelección, aunque por el momento no hizo explícitas sus intenciones.

Al comenzar el otoño de 2005, el jefe del Estado se apuntó dos tantos consecutivos. Primero, con la elección del comunista Aldo Rebelo, un hombre de su confianza, para presidir la Cámara de Diputados en sustitución del progresista Cavalcanti, última personalidad alcanzada por las acusaciones de corrupción. Y poco después, en octubre, con la elección del candidato del llamado Campo Mayoritario, el ex ministro y actual secretario general Ricardo Berzoini, como nuevo presidente del PT. No llegó a disputar la interna Genro, el presidente interino, durante unos meses principal rostro de la alternativa petista que exigía la refundación del partido y el alejamiento del "núcleo hegemónico" tocado por el mensalão, cuyo principal exponente era Dirceu.

Una vez iniciado 2006, las encuestas volvieron a incidir en la imbatibilidad de Lula, que consiguió salir indemne de tres fuertes topetazos: primero, el relevo forzado en el Ministerio de Hacienda de Antonio Palocci, acusado de corrupción (el 27 de marzo le tomó el relevo el economista Guido Mantega, hasta entonces presidente del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social, BNDES); a continuación, el informe de la CPI del Congreso que reclamaba el procesamiento de una veintena de diputados y de los ex ministros Dirceu y Luiz Gushiken, antiguo secretario de Comunicación, por su implicación en el mensalão, seguido de la petición del fiscal general de la República al Supremo Tribunal Federal de que se procesara a varios de estos servidores institucionales así como a la dimitida cúpula del PT; y más tarde, la explosiva afirmación del defenestrado secretario general petista, Silvio Pereira, desmentida al cabo de unos días en una igualmente impactante retractación, de que Lula "sabía todo lo que ocurría" en relación con los sobornos a los diputados.

El 24 de junio de 2006, en un momento en que gozaba de un 48% de intención de voto frente al apenas 19% de su principal rival, el socialdemócrata Alckmin, Lula presentó oficialmente su candidatura reeleccionista "para continuar la lucha por un Brasil justo e independiente, y porque los pobres hoy son menos pobres". "Vuelvo a ser candidato porque Brasil hoy está mejor de lo que estaba a comienzos de 2003", aseguró el presidente en la Convención Nacional del PT celebrada en Brasilia. Además del PT, se adhirieron formalmente a la postulación de Lula el Partido Republicano Brasileño (PRB) del vicepresidente Alencar –luego de abandonar el PL- y el PCdoB, dando lugar a la coalición tripartita Fuerza del Pueblo. De manera informal, renunciando a presentar candidatos propios, se alinearon tras el petista el PMDB, el PL, el PSB, el PP y el PMN.

En su Programa de Acción de Gobierno, cuyas directrices elaboró el XIII Encuentro Nacional del PT celebrado en abril, Lula partía de las realizaciones de su primer mandato, que ya estaban a la vista de casi todo el mundo, para seguir avanzando hacia la consecución de las grandes metas trazadas en 2002.

Así, el presidente resaltó entre los logros de su gestión la cancelación anticipada de la deuda contraída con el FMI, lo que suponía una publicidad inmejorable para la captación de inversiones. Así, en enero del año en curso Brasil había saldado, con cargo a las recrecidas reservas internacionales del Banco Central, las dos últimas cuotas del crédito de 2002-2003, que vencían en 2006 y 2007 y sumaban los 15.400 millones de dólares. La deuda pública externa había descendido a los 90.000 millones de dólares desde los 131.000 millones alcanzados en 2003, pero la interna, con las sucesivas emisiones del Tesoro Nacional, se estaba disparando sin medida (en 2008 la deuda doméstica del Estado iba a alcanzar el astronómico valor de los 870.000 millones de dólares, lo que suponía un crecimiento del 40% en sólo dos años).

En cuanto a la inflación, había sido domeñada desde el 12,5% de 2002 al 3,2% de ahora, pero al precio de una política monetaria muy estricta que había limitado el crecimiento, en una coyuntura de gran demanda asiática de las exportaciones brasileñas del sector primario. En el cuatrienio 2003-2006 el PIB nacional había crecido a un ritmo promedio del 3,5%, tasa que estaba lejos de la alcanzada por otras potencias emergentes como China e India, y que figuraba entre las más sobrias de América Latina.

Lula y su equipo destacaron también el sensible recorte del paro, hasta el 9% de la población activa, a pesar del fracaso objetivo del programa Primer Empleo –dirigido a los jóvenes desocupados-, así como los resultados, cuantificados en millones de beneficiarios, de las estrategias de transferencia de renta y rescate de la pobreza materializadas en los programas y campañas Hambre Cero, Bolsa Familia y el PNRA. Según el Gobierno, la gran mayoría de los niños atendidos por Bolsa Familia, que alcanzaba ya a más de nueve millones de familias con bajos o mínimos ingresos, accedía por lo menos a tres comidas diarias.

Para el período 2007-2011, el PT ofrecía potenciar las actuaciones sociales para alcanzar los objetivos del desarrollo humano, donde quedaba mucho por hacer. La política fiscal de obtención de superávits primarios en la balanza financiera del Estado, que desde el primer año del mandato había arrojado porcentajes positivos superiores al 4% del PIB (los cuales estaban permitiendo pagar los intereses de la colosal deuda pública interna), sería flexibilizada, rebajando los objetivos de superávit al 3,75% original, para poder gastar más en Hambre Cero, salud, educación y vivienda.

La capacidad de Lula para sobreponerse a cualquier adversidad, si no de mantenerse blindado mientras cualquier otro oficial de su círculo y su partido podía caer en la sospecha y el oprobio en cualquier momento, era sorprendente. El mandatario, no obstante vestir sistemáticamente el traje y la corbata, siguió cultivando con éxito la imagen de estadista campechano, conectado a las clases más populares de las que procedía, dando fe de un origen humildísimo que proclamaba con orgullo, alguna vez con asomos de confrontación clasista. Sus formas cálidas, sus contundentes gesticulaciones y su hablar simple y directo, entendible por las personas menos instruidas, acompañado de su característico timbre ronco, permitían a Lula tocar la fibra sensible de sus paisanos, una mayoría de los cuales estaban listos para darle el segundo mandato. Sin embargo, esta cuasi invulnerabilidad tenía sus límites, como estaba a punto de comprobarse.

A una semana de las elecciones del 1 de octubre de 2006, Lula acariciaba en los sondeos la victoria en la primera vuelta sobre su principal adversario, el tucano Alckmin, cuando se vio obligado a retirar a Berzoini de la dirección de su campaña presidencial. El presidente del PT, quien tuvo que apartarse también de sus funciones orgánicas de manera temporal, estaba denunciando por un intento de compra de documentos fabricados que comprometían a José Serra, candidato del PSDB al Gobierno de São Paulo, en un falso caso de corrupción.

Alckmin se apresuró a fustigar la "sofisticada organización criminal" en que se había convertido el partido del presidente, y al vapuleo se sumó la tercera aspirante presidencial más relevante, Heloísa Helena, uno de los disidentes petistas echados del partido en diciembre de 2003 y fundadora del PSOL; Helena era la postulante del Frente de Izquierda, una coalición de partidos socialistas y comunistas que consideraban que Lula había traicionado las esperanzas populares generadas en 2002.

El último episodio de la, en apariencia, interminable secuencia de desafueros del PT hizo mella en la operación reeleccionista de Lula, que, de nuevo, esta vez pese a su fardaje de realizaciones, no fue capaz de emular la hazaña de Cardoso en 1994 y 1998: con el 48,6% de los votos, al presidente le faltó menos de punto y medio para ahorrarse la segunda vuelta en un duelo personal con Alckmin, quien sacó el 41,6%. En el oficialismo cundió la convicción de que las elecciones presidenciales no se habían zanjado el 1 de octubre por culpa del dossiergate del PT paulista y por la torpe negativa de Lula a sostener un debate televisado con Alckmin en los últimos días de la campaña. El presidente libró la segunda campaña sin escabullirse del cuerpo a cuerpo dialéctico con su contrincante socialdemócrata y el 29 de octubre se llevó la reelección con el 60,8% de los votos.

En los demás comicios, el rendimiento del PT no fue sobresaliente. En las legislativas federales, hubo de conformarse con 83 diputados, cedió el primer puesto al PMDB en la Cámara baja y en el Senado, renovado en una tercera parte (27 de los 81 senadores), sólo dos de sus candidatos, Eduardo Suplicy por São Paulo y Tião Viana por Acre, revalidaron el escaño. En las elecciones a gobernador, los candidatos petistas se impusieron en Acre, Bahia, Pará, Piauí y Sergipe; en São Paulo, Aloizio Mercadante fue arrollado por José Serra. Un palmarés más bien discreto que quedaba mejorado por la participación del PT en las coaliciones comandadas por el PSB y victoriosas en Ceará y Rio Grande do Norte. Además, en otros nueve estados los gobiernos fueron para partidos –el PMDB, el PP y el mismo PSB- que encabezaban coaliciones donde el PT no estaba pero que a nivel federal formaban parte de la alianza pro Lula; de todos ellos, el presidente esperaba hallar colaboración y lealtad.

Al inaugurar su segundo mandato, el 1 de enero de 2007, Lula fijó como meta del próximo cuatrienio de gobierno la vigorización del crecimiento económico, alcanzando una tasa mínima del 5% anual, en paralelo a la intensificación de la lucha contra la pobreza y la exclusión social, todo ello sin renunciar al rigor fiscal, a pesar de que ya no había prescripciones del FMI. Una de las primeras medidas iba a ser la elevación del salario mínimo un 8,5%, muy por encima de la inflación. El Gobierno se esmeraría en dos terrenos en particular, el educativo, donde había un "grave déficit" que era urgente subsanar para que Brasil ofreciera a sus jóvenes un sistema formativo digno del siglo XXI, y el de la seguridad ciudadana, con mención particular a la apabullante violencia criminal en Río de Janeiro, que calificó de "terrorismo" y "barbaridad", a la que había que combatir "con una política fuerte y la mano dura del Estado brasileño".

La insuficiencia de mayoría cualificada en un Congreso atomizado movió a Lula a negociar una amplia alianza política que trascendió el ámbito de la coalición electoral Fuerza del Pueblo y sus adherentes oficiosos. Las complejas negociaciones desembocaron en una coalición, informal pero funcional, de diez partidos: además del PT, se comprometieron a apoyar activamente al Ejecutivo desde el Congreso el PMDB, el PRB, el PCdoB, el PSB, el PP, el PTB, el PDT, el PV y el Partido de la República (PR, ex PL), cuyos presidentes tomaron asiento en el Consejo Político de asesoría convocado semanalmente por el inquilino de Planalto; posteriormente iban a sumárseles el PMN, el PTC, el Partido Social Cristiano (PSC) y el Partido Humanista de la Solidaridad (PHS).

Hasta marzo, Lula no desveló la composición del nuevo Gabinete, de signo continuista y sin cambios relevantes en los ministerios más importantes. PMDB, PRB, PSB, PP, PDT, PCdoB y PV obtuvieron cuotas ministeriales por detrás del PT. La estrella ascendente del círculo de leales lulistas era Dilma Rousseff, la poderosa ministra jefa de la Casa Civil, que venía ejecutando o coordinando los programas desarrollistas del Gobierno.

El 22 de enero de 2007 Lula, Rousseff y el titular de Finanzas, Guido Mantega presentaron en un gran cónclave político en Brasilia al que asistieron todos los ministros federales, los gobernadores de 22 estados y los líderes de los partidos de la mayoría presidencial el Programa de Aceleración del Crecimiento (PAC), un ambicioso conjunto de políticas económicas a cuatro años vista e inversiones previstas de 504.000 millones de reales.

Con Rousseff como máxima planificadora y gestora, el PAC perseguía obtener un crecimiento económico anual del 5% hasta 2010 al tiempo que se avanzaba en la distribución más equitativa de la renta disponible y de la nueva riqueza generada. Para ese fin, el Estado invertiría masivamente en infraestructuras públicas y sociales (transporte, energía, vivienda, saneamiento, recursos hídricos) y estimularía el buen clima para las inversiones y los negocios privados otorgando facilidades crediticias, exenciones tributarias y otros incentivos fiscales, en particular a las industrias de bienes y servicios con peso tecnológico y más competitivas. La filosofía subyacente de la PAC era que el crecimiento por sí solo, si no estaba acompañado de unas políticas públicas activas, no traería la distribución de los recursos. Es más, entre los planificadores gubernamentales se opinaba abiertamente que primero había que distribuir para luego crecer, no al revés.

Al PAC le siguieron el Plan de Desarrollo de la Educación (PDE), cuya meta a largo plazo era alcanzar el nivel educativo de los países desarrollados en 2021, y el Programa Nacional de Seguridad Pública con la Ciudadanía (PRONASCI), encaminado a disminuir los índices de delincuencia en las áreas metropolitanas más violentas de Brasil, en particular la turbulenta São Paulo, donde los enfrentamientos entre la mafia de las cárceles y las fuerzas del orden habían degenerado en mayo de 2006 en una sangrienta guerra urbana, con un total de víctimas mortales, entre pistoleros, policías y civiles, que superó el medio millar.


13. Dos polémicas apuestas estratégicas: los biocombustibles y los transgénicos; la incierta protección de la Amazonía
Heredera de una industria que en Brasil se remontaba a la crisis del petróleo de 1973, la Administración Lula confirió un impulso formidable a la producción de combustibles obtenidos de la biomasa, de los que Brasil se convirtió en la principal referencia mundial, para su uso generalizado por el parque automovilístico. Se trataban del bioetanol, o alcohol etílico producido por la fermentación de cosechas de caña de azúcar, alternativo a la gasolina, y del biodiésel, sintetizado a partir del tratamiento industrial de diversos aceites vegetales obtenidos de oleaginosas, como la soja y el ricino, alternativo al gasoil, de uso generalizado en el país sudamericano.

Al confiar en unos combustibles de origen no fósil, Brasil pretendía reducir al máximo su dependencia del petróleo y así adquirir la autosuficiencia en este terreno; de paso, se desarrollarían las pequeñas economías familiares del agro (en el caso del biodiésel) y se contribuiría a la reducción global de las emisiones contaminantes de efecto invernadero. Se aspiraba a surtir cuanta demanda interna hubiera, la actual y la generada por las nuevas normativas, y destinar una parte muy importante de la producción (fundamentalmente, la de etanol) a la exportación, con los consiguientes ingresos en divisas. Seguridad energética, requerimientos medioambientales, inclusión social y generación de empleo en el campo, y oportunidades comerciales eran, pues, las cuatro consideraciones que animaban a volcarse con los carburantes no minerales y por tanto renovables. Lula no dudó en calificar la apuesta estratégica por los biocombustibles de "revolución energética del siglo XXI", que convertiría a Brasil en el primer país con una economía sostenible en este ámbito.

El Programa Nacional de Producción y Uso de Biodiésel (PNPB) fue inaugurado por el Ministerio de Minas y Energía en diciembre de 2004. En 2005 Brasil empezó a refinar biodiésel para usos comerciales en el mercado doméstico y a finales de 2006 el Gobierno anunció su intención de adelantar tres años, de 2013 a 2010, el plazo para hacer obligatoria la mezcla de diesel convencional con un 5% de biodiésel en todos los suministros para locomoción.

El programa de etanol, más orientado a la exportación, estuvo desde el principio destinado a alcanzar unas enormes dimensiones porque de su materia prima, la caña de azúcar, Brasil era con diferencia el principal productor mundial. En 2009 la producción nacional de etanol para combustible en motores de explosión fue de 24.900 millones de litros, esto es, el 37,7% de la producción mundial –exactamente la cuota de producción de caña de azúcar en la tarta mundial-, lo que situaba a Brasil sólo por detrás de Estados Unidos, donde este biocarburante se obtenía del maíz, un producto mucho menos eficiente que la caña desde el punto de vista ambiental y con mayor impacto en la oferta mundial de alimentos.

Los dos gigantes americanos acaparaban el 89% de la producción mundial, si bien el sureño exportaba más que el norteño, que de hecho le compraba grandes cantidades del alcohol vegetal, aunque aplicándole unos aranceles que disgustaban vivamente a los brasileños. Brasil y Estados Unidos compartían pensamiento estratégico en este campo y 2007 conoció la consagración de la "diplomacia del etanol", por la que Lula y Bush buscaban promover la producción y el uso del etanol destilado de la caña de azúcar en América Latina y el Caribe.

La industria del bioetanol no sólo estaba cambiando los aspectos comerciales y diplomáticos del sector exterior de Brasil; también afectaba a la vida diaria de los brasileños. Para 2009, ya circulaban en el país más de ocho millones de vehículos, los llamados flex, por la flexibilidad en el tipo de combustible que podían consumir, que funcionaban con cualquier proporción de gasolina y etanol (gasohol), incluida la fórmula de 100% de etanol hídrico (E100). El éxito de ventas de los vehículos flex más el uso obligatorio de los gasoholes E20 a E25 hicieron que el consumo de etanol/gasohol superase el de la más cara gasolina en 2008.

Lula y sus colaboradores no dejaron de ponderar las ventajas que ofrecían los biocombustibles, elevados prácticamente a la condición de panacea energética, ecológica, económica y social. El presidente fue muy explícito en la defensa de los carburantes verdes en la Conferencia de Alto Nivel sobre Seguridad Alimentaria Mundial, celebrada por la FAO en Roma en junio de 2008 y centrada en los desafíos del cambio climático y la bioenergía. Allí, Lula fustigó a los "lobbies petroleros" y a la industria europea del automóvil por oponerse al etanol de caña, cuyo uso debía verse como la "solución" a la crisis global.

Ahora bien, activistas conservacionistas, ONG, miembros de la comunidad científica y gobiernos como los europeos no lo tenían tan claro. Fueron muy numerosas las voces autorizadas que formularon dudas y denuncias de diverso calibre en torno a las atribuidas bondades del etanol, pues si bien se trataba de un carburante renovable, no era en absoluto "limpio", ya que su proceso de fabricación y su misma combustión, pese a las menores emisiones carbónicas en comparación con la gasolina, producían abundantes agentes contaminantes del suelo y el aire.

Además, seguían objetando, el etanol requería el cultivo exclusivo y sistemático de vastas superficies de terreno susceptible de ser arrebatado a la selva virgen y podía fácilmente empujar al alza el precio de los alimentos agrícolas por la disminución de las tierras que los producían, con el consiguiente perjuicio social. Todo lo contrario que lo argüido por Lula en la cumbre de la FAO en Roma, donde achacó la subida de los precios agrícolas a la "especulación" del precio del petróleo y a los subsidios europeos a la agricultura. En cuanto a la generación de riqueza social de base, si bien era cierto que el desarrollo del biodiésel ofrecía una oportunidad a los campesinos que podían cultivar en sus parcelas plantas oleaginosas con una salida comercial automática, la demanda de caña de azúcar parecía enriquecer solamente a los grandes cultivadores, las compañías del ramo y los terratenientes, donde la rapacidad era frecuente.

En julio de 2007, en su visita a la Comisión Europea en Bruselas, Lula reclamó a la UE que abriera sus mercados al etanol brasileño. Las autoridades comunitarias anunciaron al huésped sudamericano su intención de importar biocombustibles para lograr el objetivo de que la UE se nutriera en 2020 en un 10% de esta fuente energética, pero también le advirtieron que ellos, los europeos, no adquirirían etanol procedente de campos expoliados a la selva amazónica.

La batalla de la energía se libraba en múltiples frentes. El 8 de noviembre de 2007 el Gobierno anunció el descubrimiento de un gigantesco yacimiento de petróleo de alta calidad en la cuenca submarina de Santos, frente al litoral del estado de São Paulo. Según cálculos oficiales, las reservas del hidrocarburo en el campo de Tupi, estimadas entre 5.000 y 8.000 millones de barriles y localizadas a 250 km de la costa y bajo un lecho de sal a unos 6 km de profundidad, permitirían a Brasil incrementar su producción petrolera de golpe un 50%, garantizar su autosuficiencia en este producto –alcanzada por primera vez en 2006 con el comienzo del bombeo en otro yacimiento más pequeño en la cuenca de Santos- y convertirse en un exportador neto.

El Ejecutivo se puso a elaborar un nuevo marco regulador de la explotación por Petrobrás de la riqueza, aún inmensurable, que se escondía bajo la capa presal para reservar al Estado una participación decisiva en todos los tramos del negocio en ciernes y para asegurar que las ganancias, previsiblemente grandiosas, revertirían de manera equitativa al Gobierno federal, los estados y, en última instancia, la ciudadanía.

El hallazgo de esta reserva estratégica de petróleo fue paralelo a la aceleración del programa nuclear, con la presentación de planes de construcción de un tercer reactor de agua presurizada generador de electricidad, Angra 3, operado por Eletrobrás Eletronuclear en la Central Nuclear Almirante Álvaro Alberto de Angra dos Reis, en Rio de Janeiro, y de un submarino para la Armada propulsado por energía atómica. Lula manifestó su entusiasmo con la energía extraída del uranio, que junto con la producida por las nuevas centrales térmicas y eólicas permitirían suplir el déficit del sector hidroeléctrico, expuesto a las perturbaciones climáticas, y que además era "limpia y segura". El optimismo del dirigente brasileño incluía la convicción de que su país, con toda esta panoplia de progresos en los niveles de producción, autoabastecimiento y penetración comercial, iba a ser "la mayor potencia energética del planeta dentro de 20 o 30 años".

A la controversia sobre los biocombustibles no le fue a la zaga la que envolvió la extraordinaria proliferación de los cultivos modificados genéticamente o transgénicos, donde la Administración Lula, a diferencia de la actitud que le merecían el etanol y el biodiésel, tardó en aclarar su postura.

Tras constituirse en 2003, el Gobierno del PT decidió prohibir el cultivo de vegetales transgénicos para alimentación humana, en una primera fase los de consumo doméstico y posteriormente los de exportación, después de que un equipo de la Universidad Católica de San Pablo llegase a la conclusión de que la manipulación genética de los alimentos, mediante la adición en laboratorio de genes exógenos para lograr nuevas propiedades, implicaba riesgos para la salud. Entonces, un 8% de la soja que se cultivaba en Brasil era transgénica, y su siembra y recolección era el único medio de subsistencia de más de 10.000 pequeños agricultores. Mucho más importantes eran las cosechas de colza transgénica, de la que el país era junto con Argentina el principal exportador mundial. El freno inicial a la producción de transgénicos supuso una victoria para el Ministerio de Medio Ambiente, preocupado por las repercusiones ecológicas y sanitarias de estos cultivos, pero las contradicciones y los titubeos no tardaron en apoderarse de la cuestión.

A lo largo de 2004, en el Ejecutivo fueron ganando terreno las tesis favorables a los transgénicos esgrimidas por el Ministerio de Agricultura, cuyo titular, el ingeniero agrónomo João Roberto Rodrigues, representaba los intereses del sector agroexportador, responsable del superávit de la balanza comercial. Esta tendencia cristalizó en marzo de 2005 con la aprobación por el Congreso de la Ley de Bioseguridad, discutido texto de 42 artículos que daba luz verde a la producción y comercialización de productos transgénicos, así como a las investigaciones con células madre embrionarias, dos permisos que iban a dar un empujón histórico a la ya potente industria biotecnológica brasileña.

Organizaciones defensoras del medio ambiente reclamaron a Lula, en vano, que vetara la Ley de Bioseguridad porque a su entender los organismos modificados genéticamente eran un producto artificial potencialmente nocivo para el ser humano y los ecosistemas. Los peligros podían ser imprevisibles e irreversibles, empezando por la pérdida de biodiversidad, con todo su potencial para la investigación médica, por la contaminación genética o el paulatino arrinconamiento de las semillas naturales. El diseño de cultivos resistentes a determinados herbicidas destinados a las malas hierbas animaba, temían los críticos, a emplearlos de manera más exhaustiva, con los consiguientes daños al suelo. Además, como sucedía con la caña de azúcar para destilar etanol y con la cabaña vacuna para producir carne, las plantaciones de soja (muy especialmente), maíz, colza o algodón transgénicos presionaban a las tierras vírgenes.

Grupos de izquierda y antiglobalización incidieron en la denuncia de que Lula se había plegado a los intereses de las multinacionales que, como Monsanto, hacían su agosto con los alimentos sometidos a ingeniería genética y cobraban regalías por la siembra de semillas con propiedad intelectual y patentes, práctica que enmarcaban en un deseo de controlar o monopolizar los precios y el conjunto de los mercados agrícolas.

Por el otro lado, el Gobierno, consultores privados próximos a los intereses comerciales y grupos de investigación independientes presentaron numerosos informes donde se destacaban los beneficios económicos, ambientales y sociales de los cultivos transgénicos en Brasil. Según estos estudios, las cosechas genéticamente modificadas, al crecer más rápido, al producir granos o frutos en mayor número, de mayor tamaño o con características físicas más atractivas, y al ser más resistentes frente a las plagas de insectos u hongos y frente a los herbicidas, permitían ahorrar enormes cantidades de agua para riego, gasoil contaminante empleado por la maquinaria, fertilizantes e insecticidas.

Los transgénicos, concluían, eran la clave para una agricultura sostenible que reducía costes de producción, generaba más beneficios económicos para todo tipo de productores, desde los más ricos hasta los más humildes, y hacía frente al reto de la demanda creciente de alimentos por el aumento de la población. En 2009 Brasil se consolidó como el segundo país, tras Estados Unidos, en cultivos transgénicos con el 16% de la producción mundial, generada por 21,4 millones de hectáreas. Lula no era insensible a las advertencias de los sectores críticos con los transgénicos y propuso orientar la soja genéticamente modificada, no al consumo humano, sino a la producción de biodiésel.

Ya en el primer año del Gobierno del PT, salieron a relucir las divergencias entre la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, cuyos planteamientos hacían hincapié en el preciso equilibrio entre ecología y desarrollo económico sostenible, y el presidente y sus principales colaboradores, fogueados sobre todo en las luchas obreras de la ciudad, que tenían más presentes los poderosos intereses gremiales, a veces contrapuestos, de los diversos colectivos laborales y empresariales, pero que también predicaban la sostenibilidad. El mandatario aseguraba seguir comprometido con el ambientalismo, que era una de las banderas originales del PT, aunque su fijación con el salto económico y social, de la mano del agrocomercio, las plantaciones de transgénicos y las zafras para la producción masiva de etanol, le llevó a realizar importantes matizaciones.

Así, Lula advirtió que la Amazonía no podía ser vista como un "santuario de la humanidad" cerrado al "progreso" de sus habitantes, que también querían tener derecho a "agua, autos, carreteras y vías férreas". Tampoco le gustaba que "países calvos" que habían aniquilado sus bosques hacía mucho tiempo en aras de su desarrollo industrial le dijeran a Brasil lo que tenía que hacer con sus mantos forestales. En efecto, el Gobierno brasileño era instado por la comunidad científica, las ONG y portavoces de la ONU y la Unión Europea a que invirtiera un mayor esfuerzo en proteger la biomasa amazónica, la gran recicladora de CO2 atmosférico en el planeta, cuyo retroceso sólo podía empeorar el calentamiento global.

Las directrices económicas y energéticas, justificadas por el bienestar de los ciudadanos y el crecimiento nacional, tenían un complicado acomodo con las necesidades conservacionistas del manto de la pluvisilva, las vastas cuencas fluviales y la biodiversidad que acogían. Aún peor, pese a los decretos de veto de explotación maderera, a la conversión en áreas de protección ambiental y en parques nacionales de más de 20 millones de hectáreas y a la introducción de una legislación muy exigente, duras medidas penales inclusive, para impedir la explotación ilegal del campo, las talas, las quemas y las rozas indiscriminadas en áreas que teóricamente eran patrimonio público seguían campando por sus fueros.

A lo largo de 2004 y 2005, el Gobierno pidió paciencia para que pudieran apreciarse los resultados del Plan de Acción para la Prevención y Control de la Deforestación de la Amazonía. Hasta bien iniciado el segundo mandato de Lula, la batería de medidas para frenar la deforestación no empezó a recoger fruto, a la luz de los datos facilitados por el Ministerio de Medio Ambiente en 2008: frente a los 27.429 km² de superficie desarbolada en 2003-2004 se había pasado a sólo 11.224 km² en 2006-2007, lo que suponía una caída del 59% en el ritmo de destrucción de la selva. En todo ese tiempo, las autoridades habían intervenido y disuelto más de un millar de empresas madereras y agropecuarias por violar la ley, y cientos de infractores habían sido juzgados y condenados a penas de prisión. En febrero de 2005 Lula envió al Ejército a Pará, en la Región Norte, para terminar con la impunidad e imponer el orden tras el asesinato de la misionera estadounidense Dorothy Stang, quien había denunciado las talas salvajes de los hacendados del estado.

Con todo, en el Gobierno siguieron brillando la descoordinación y las diferencias. El sector ecologista estaba en franca minoría y su representante más conspicuo, Marina Silva, terminó arrojando la toalla. En mayo de 2008, culminando un largo período de frustraciones por los límites de su agenda medioambiental y de preocupaciones por el avance de los transgénicos y el impacto natural de las grandes obras públicas para el aumento de la generación eléctrica y la apertura de corredores terrestres y fluviales, la ministra petista presentaba la dimisión de manera irrevocable.

El portazo de Silva enfureció a Lula, que era perfectamente consciente del daño que la renuncia de la ministra de Medio Ambiente causaba a la imagen internacional del Gobierno. Silva se marchó tras encomendar el presidente la coordinación del Plan Amazonía Sostenible (PAS), que definía cinco prioridades estratégicas para el desarrollo equilibrado de toda la región, no a ella, sino al ministro de Asuntos Estratégicos, Roberto Mangabeira Unger, un reputado jurista y teórico social que no pasaba por un abanderado del ecologismo. Un año después, el penúltimo de su mandato, Lula volvió a decepcionar a los sectores conservacionistas por la aprobación de la nueva normativa reguladora de la tenencia y explotación de fincas rústicas, que a su entender iba a amparar la ocupación ilegal de tierras forestales por terratenientes y ganaderos


14. El liderazgo regional: el eje Caracas-Brasilia-Buenos Aires, las divergencias con Chávez y la integración sudamericana
(Epígrafe en preparación)


15. El final del mandato en 2010: un legado de progreso y la opción sucesora de Dilma Rousseff
(Epígrafe en preparación)

(Cobertura informativa hasta 1/7/2009. En elaboración actualización hasta 1/10/2010)

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