El diario granadino EL CORREO (1913-1934), fué fundado por quien fuera su Director, Carlos Rocha Avellán y es sobre todo recordado por haber dado acogida a las publicaciones literarias del Movimiento de Vanguardia, "Rincón de Vanguardia" y "Página de Vanguardia", a cargo de Pablo Antonio Cuadra Cardenal y Octavio Rocha Bustamante, hijo éste último de don Carlos y padre de Luis Rocha Urtecho, quien, junto con su nieto Luis Javier Espinoza Rocha, retoman hoy "El Correo Nicaragüense"; un blog pluralista, que agradece la reproducción de su contenido.

domingo, 21 de noviembre de 2010

Nicaragua: ¿Un país seguro para las mujeres?

Cecilia Espinoza Palacios* | 18/11/2010


Mucho se habla, se premia y se celebra que Nicaragua es el país más seguro de la región centroamericana, sin embargo, esto no debería ser motivo de alegría para nuestras autoridades, cuando nos estamos comparando con países como Guatemala, El Salvador y Honduras, donde se tienen a cuerpos policiales con políticas represivas y a diario mueren gran cantidad de hombres y mujeres a causa del narcotráfico, de la violencia, de las maras, por cuestiones políticas, por lesbofobia, homofobia, transfobia y lo peor, por el simple hecho de ser mujer.

Como mujer, cada día me siento vulnerable, y este sentimiento es compartido por muchísimas de las mujeres que conozco; mujeres con distintos niveles educativos, socioeconómicos, de diferentes ciudades y edades.

Para las mujeres en Nicaragua no importa si andas en carro particular, en taxi, en ruta, de igual forma, nos sentimos con miedo, pero si vas a pie es realmente peor.

Nací y crecí en Masaya, así que las distancias son cortas y cualquier mandado se hace a pie, ahora vivo en Granada y es lo mismo, sin embargo, cuando salgo voy pensando qué calle debo tomar, si hay un grupo de hombres mejor me cruzo la acera, si voy caminando y vienen varios hombres en una calle sola aligero el paso, y así voy pensando en qué otras estrategias de seguridad debo tomar. Y en Managua, es todavía peor, ahí ni siquiera se puede caminar, por que el temor es mayor.

Caminando por la calle las mujeres somos víctimas de distintos tipos de violencia de género, principalmente de violencia sicológica, mediante supuestos piropos, que en vez de “halagarnos” nos hacen sentir enojadas e invadidas en nuestra intimidad, especialmente cuando se utiliza lenguaje obsceno y degradante, además estamos expuestas a violencia física y sexual.

No obstante, la población nicaragüense y las autoridades siguen justificando situaciones de este tipo asumiendo que es propio del nica “piropear”, que para qué las chavalas nos exponemos saliendo de noche, que por qué fuimos por esa calle oscura, que para qué llevamos grandes carteras, que por qué nos gusta llevar jeans ajustados, que por qué andamos de minifalda, entre otras justificaciones que sólo refuerzan la violencia de género.

A pesar del reconocimiento de los instrumentos internacionales de derechos humanos por el Estado de Nicaragua y los avances que ha habido en materia legislativa a nivel nacional, existen muchas normas y prácticas culturales patriarcales que nos siguen dejando indefensas, especialmente porque estas permean las instituciones que suponen dar respuesta a las situaciones de violencia que a diario vivimos las mujeres.

Aunque como trabajadora social estoy consciente de las situaciones de revictimización que viven a diario las mujeres nicaragüenses por parte funcionarios públicos de la Policía Nacional, Ministerio Público, unidades de salud, juzgados, etc., de forma reciente pude constatar esto personalmente en dos ocasiones.

En ambos casos, fui a la Policía Nacional para poner una denuncia, el primero en la delegación de Catarina por robo en un restaurante y el segundo en la de Tipitapa por un accidente automovilístico que desembocó en violencia verbal y física por parte de los culpables del choque hacia mí y mis acompañantes. En estas dos delegaciones fui tratada como delincuente, a pesar de ser víctima, pues los policías irrespetaron mis derechos y al reclamar estos de forma respetuosa, sólo recibí más maltrato, burla, prepotencia y falta de profesionalismo de parte de ellos. Inclusive en el último caso, el oficial de auxilio judicial me dijo en varias ocasiones que no le importaba cómo me había sentido ante la situación de violencia que experimenté y se negó a ponerlo en mi declaración. Ante esto, sólo me pude poner a pensar por lo que pasan las mujeres que son víctimas de violencia sexual al llegar a estas delegaciones.

Este tipo de situaciones, representan una violación a los derechos humanos de las mujeres, pues nos limita en varias esferas de nuestra vida, incidiendo negativamente en el desarrollo de nuestras capacidades y potencialidades.

De forma específica, la violencia que vivimos en la calle reduce en gran medida nuestras posibilidades como ciudadanas, pues nos restringe al espacio privado, limitando nuestras opciones de esparcimiento y de aprovechamiento de nuestro tiempo libre, porque tenemos que ajustarnos a ciertos horarios, esperar que alguien nos lleve o nos acompañe, o porque no queremos tomar un taxi por temor a ser robadas y/o violadas, o porque tenemos miedo de manejar solas por la noche o por ciertos sectores, es decir, nos hace vivir con miedo.

Además a esto se suma el miedo de no poder contar con el apoyo de la Policía, pues estos no necesariamente realizaran su trabajo y muchas sentimos que ir a una Delegación sólo significa perder nuestro tiempo, exponernos a mayor violencia de la que ya fuimos víctima y frustrarnos por no poder acceder a la justicia.

Como profesional y como ciudadana, reconozco la necesidad de poner una denuncia para que las estadísticas reflejen mejor la situación de inseguridad, así como también es nuestra obligación exigir mejores servicios y el respeto de nuestros derechos de parte de la Policía Nacional y de otros funcionarios públicos. Sin embargo, es fundamental la voluntad política de las autoridades para que se asuma el enfoque de derechos humanos y de género en el quehacer de estas instituciones y en la formación de su personal, en consecuencia con los compromisos adquiridos por el Estado en laConvención Belem Do Pará en su artículo 8, porque si no se seguirán reproduciendo casos en los que las mujeres nos sentimos doblemente discriminadas y violentadas, en vez de protegidas por el Estado nicaragüense.

Aunque también los hombres están expuestos a la violencia en los espacios públicos, el simple hecho de ser mujeres nos hace experimentar la inseguridad de manera diferente, por lo que es fundamental contar con respuestas diferenciadas, no de represión, sino el establecimiento de estrategias efectivas e integrales que permitan democratizar el territorio contando con ciudades amigables para las mujeres.

De igual forma, es necesario dejar de publicitarnos como lo que no somos, un país seguro, y empezar a recibir colaboración de organismos y programas que a nivel internacional ya se encuentran realizando acciones en contra de la violencia hacia las mujeres en las calles, para que las mujeres, adolescentes y niñas podamos vivir sin miedo y podamos ser ciudadanas plenas.

*La autora es trabajadora social feminista con estudios de maestría en Género y Desarrollo, y Evaluación de Políticas Públicas.

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