Contestación a una carta de amor
Estimado Don Fabio, gracias por su carta del 2 de noviembre dirigida “con amor” a Nicaragua. Como nicaragüense, me siento en la obligación de contestarla. Lo hago a título personal y motivado por la preocupación que compartimos sobre el futuro de nuestra sociedad.
El tema central de su carta es la prudencia. Dice usted: “Siempre es prudente guardar silencio cuando llegan los ataques de los adversarios. Sobre todo cuando estos ataques son tan chocarreros, mentirosos y malintencionados.”
Su carta, Don Fabio, es críptica; es decir, está llena de insinuaciones y códigos en clave. Por ejemplo, usted no revela a qué “ataques” se refiere. Por esta falta de claridad, su carta da la impresión de que usted confunde la “crítica” con el “ataque”.
La crítica es un necesario y legítimo ejercicio democrático. La descalificación de la crítica –definiéndola como ataque– por otra parte, es una práctica antidemocrática y, peor aún, la más clara señal de la presencia de una personalidad autoritaria. Hugo Chávez denuncia como “ataque”, cualquier comentario crítico a su gestión. Daniel Ortega, para poner un ejemplo cercano, vive “atacado”.
Me parece, entonces, que su carta está construida sobre una incorrecta apreciación del valor democrático de la crítica. Más aún, está basada en una errónea interpretación del sentido de esa virtud cardinal que es la prudencia. Dice usted: “no se puede atacar a nadie usando documentos antiguos, escritos en otras épocas y otras circunstancias y querer engañar al público publicándolas como opiniones del día de hoy. . . ante todos estos ataques yo prefiero guardar un prudente silencio”.
Don Fabio, antes de hablar sobre su “prudencia” déjeme preguntarle: ¿A qué “documentos antiguos” se refiere?
Le hago esta pregunta porque, debo confesar, me siento aludido por sus palabras. No sé si usted lo sabe, pero yo he escrito varias notas comentando algunos documentos --no muy antiguos--, que revelan datos preocupantes sobre su personalidad. Y no piense, por favor, que yo ando buscando manchas oscuras en su pasado. Paso la mayor parte de mi tiempo tratando de aclarar los mías.
Yo sabía muy poco de usted y nada de su pensamiento político, antes de que los insondables misterios del poder en Nicaragua lo convirtieran en el “candidato de consenso” del anti-danielismo. Nunca antes, por ejemplo, leí sus Cartas de amor a Nicaragua; no porque las despreciara, sino porque me interesaba más conocer y entender el pensamiento de las personas que jugaban papeles decisivos en la construcción de nuestro futuro. Fue hasta que usted lanzó su candidatura, y hasta que empezó a decir que quería educarnos y cambiar Nicaragua en concordancia con sus sentimientos e ideas, que yo empecé a buscar sus Cartas de Amor y sus declaraciones públicas para tratar de entenderlo y de entender lo que usted representa.
Lo que encontré fue desalentador. Menciono tres cosas sobre las que escribí una nota para este blog: una relación de beneficio personal con el impresentable Arnoldo Alemán; un desprecio y hasta odio por los homosexuales y las lesbianas (sentimiento que generalmente se extiende a otros grupos marginados); y una preocupante simpatía con los golpistas de Honduras. Todas estas cosas, han sido expresadas por usted en documentos que, nos dice ahora, solamente merecen su “prudente” silencio.
Don Fabio, vamos mal. Usted tiene apenas unos pocos meses de estar en el juego político y ya está contribuyendo, en grande, a la tremenda confusión ética y moral dentro de la que vive nuestro país. Más aún, no ha llegado a la presidencia y ya está actuando con el mismo irrespeto que siente Daniel Ortega por los que lo critican.
Mire usted en qué país estamos: Nuestro presidente no ofrece conferencias de prensa libres porque es alérgico a las preguntas; y usted, el hombre que quiere salvarnos de Ortega, ya decidió que no va a responder las preguntas que miles como yo tenemos sobre su pensamiento, sus valores y su trayectoria.
Yo le pido que recapacite y que acepte su obligación de aclarar lo que tiene que aclarar. Mientras tanto, permítame señalar algunas cosas.
Usted es un tremendo defensor de la Iglesia Católica. Su defensa de la Iglesia frente a las justas y necesarias críticas que se hacen a esta institución por la protección que ha brindado a los sacerdotes responsables de abusos de menores, para poner un ejemplo, es más papista (e irracional) que la del propio Benedicto XVI.
Yo soy católico pero no defiendo las barbaridades y los crímenes de mi Iglesia. De todas formas, por haber sido educados en a la misma organización religiosa, podemos hablar “en católico” para entendernos.
Mire usted lo que dice el apartado 1806 del Catecismo de nuestra Iglesia con relación a la prudencia: “La prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo…. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación”.
¿La agarró Don Fabio? La prudencia no es ni “doblez” ni “disimulación”.
¿Y qué significa “disimular”? Veamos lo que dice el diccionario de la Real Academia Española. Disimular, dice la RAE, es “desentenderse del conocimiento de algo”; es “disfrazar u ocultar algo, para que parezca distinto de lo que es”. Disimular es, en las palabras que usaría Pancho Madrigal, “hacerse el chancho”.
Su silencio, Don Fabio, no es prudente. Su silencio disimula y enreda. Y nuestra realidad, Don Fabio, no necesita ni aguanta más disimulos y enredos. De “prudentes” silencios estamos hasta la médula.
“Prudente” es el silencio que guarda Tomás Borge con relación al “préstamo” millonario que le otorgaron con los fondos del Seguro Social. “Prudente” es el silencio que guarda Humberto Ortega con relación a las declaraciones aparecidas en las memorias de varios colombianos, con relación a sus negocios con Pablo Escobar. “Prudente” es el silencio que guarda Obando Bravo con relación a las razones que lo llevaron a convertirse en cómplice de las fechorías de Daniel Ortega. Fue “prudente”, sumamente “prudente”, el silencio que guardó el mismo Daniel Ortega frente a las acusaciones de Zoilamérica Narváez.
Por la “prudencia” que impera en nuestro país es que los nicaragüenses no sabemos cuántos jóvenes perdieron la vida en la guerra de los 1980s, para construir una nueva oligarquía. De “prudentes” silencios se han alimentado y siguen alimentándose las piñatas de las últimas décadas en nuestro país.
Por nuestra maldita “prudencia” tampoco sabemos los nombres de los asesinos de Jorge Salazar, Carlos Guadamuz y tantos otros más. ¿Y qué decir de los “prudentes” silencios en los que poco a poco se hunde el recuerdo de más de un oscuro “suicidio” en nuestro país?
Ojalá recapacite. Ojalá se atreva a decir la verdad. Ojalá no siga escudándose detrás de su cara de hombre arrecho para, en buen argentino, “vendernos el buzón” de su “prudencia”.
Arriésguese. Diga la verdad. Pida disculpas. Devuelva lo que tiene que devolver y pague lo que tiene que pagar. Si lo hace, entonces usted será, de verdad, una esperanza para Nicaragua. Si lo hace, entonces sí, de verdad, será usted el promotor de la “revolución de la honradez” de la que nos habló Pedro Joaquín Chamorro Cardenal. Si no lo hace, la conclusión es clara: usted sigue contándonos cuentos de camino.
Gracias por su carta. Estaré pendiente de sus misivas.
Andrés Peréz Baltodano
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