Onofre Guevara López
Después del acto de hoy, quedará
agotado el tiempo para los pronósticos ilusos inspirados en los lugares comunes
de las promesas electorales reforzadas con el oficioso discurso inaugural. Porque luego, la rutina, fosa de las
esperanzas y espejo de las experiencias, se hará cargo de todo. En la rutina
han depositado sus intereses las clases sociales de quienes han detentado el
poder en el transcurso de 191 años, siete de los cuales se han hecho reelegir y
tres de ellos por más de dos veces: José Santos Zelaya, Anastasio Somoza García
y Daniel Ortega.
No puede haber, pues, palabras cordiales para
referirse a tal fenómeno histórico, menos para el gobierno que tiene en ascuas
la legalidad del país, y lo mete desde hoy de retroceso en la máquina del
tiempo tras la meta de otra dinastía murruca. Pese a todo, tampoco caben los
augurios fatalistas de que tales pretensiones serán de obligatorio cumplimiento
y para siempre.
El pesimismo no estimula ninguna acción
política renovadora, ni puede darle vía libre al propósito de seguir luchando
por la legalidad institucional y por el respeto a los derechos democráticos,
cuales fueren los nubarrones sobre el futuro inmediato del país. Deberá ser lo
contrario, ante mayor oscuridad se cierna sobre el futuro, más necesario será el
alumbramiento de nuevas ideas y tareas socio-políticas.
Al margen de lo negativo que pueda ser la
prolongación del gobierno actual, o de lo esperanzador que lo quiera ver el orteguismo
para sus proyectos, está la terca realidad del espurio origen del político que
hoy reasume el gobierno a despecho de la Constitución y montado sobre el cúmulo
de arbitrariedades. No podrá haber mayores ni mejores razones para enfrentar
con decisión los viejos vicios del poder.
Esa será una responsabilidad ciudadana irrenunciable,
porque, aun cuando pesare mucho el
pesimismo, la ciudadanía deberá ser conmovida cuando el orteguismo acelere su
orientación totalitaria, fundado en la idea aberrante de que ninguna ley,
incluida la Constitución, es superior a “la voluntad popular”, dado que,
“casualmente”, el orteguismo se cree la encarnación de esa voluntad. Y, no
cesará en su mesiánico y atropellador propósito.
El entusiasmo popular que se le atribuye a la
influencia del orteguismo por sus dádivas, disfrazadas de “proyectos sociales”,
no será de largo aliento, menos absoluto.
Los recursos para sostener ese modelo de caridad pública, tendrán su agotamiento,
y a medida que crezcan las demandas sociales con el aumento de la pobreza –la
cual no se acaba con dádivas—, se verá más claramente que la mejor alternativa
es el aumento del empleo y no de la caridad. Y como parasitario de la ayuda
exterior que seguirá siendo el orteguismo en su ilegal reprís, le será imposible
cambiar su naturaleza oportunista, de forma que pueda reorientar sus políticas
económicas.
Pero de forma paralela al curso totalitario
del orteguismo, será urgente la reorientación de las políticas opositoras,
porque nada devendrá de un milagro, y aunque pudiera surgir espontáneo un movimiento
social opuesto al gobierno orteguista, no será garantía de éxito para nada. Un fracaso más en los intentos de mayor
organización y de amplitud de la unidad, no sólo consolidará el totalitarismo
orteguista, sino que también le abrirá esperanza de continuidad más allá del
2017.
Alertarse ante tal posible nada halagador
futuro fue necesario para ayer, pues debe tenerse claro que el orteguismo, con
su ambición, no descansa ni duerme. Aún
no se había tomado la Asamblea Nacional con sus 62 diputados ni Daniel Ortega lo ha hecho con lo suyo, aunque
sea mera formalidad, cuando ya tienen en marcha la maquinaria electorera para
las elecciones municipales. Incluso, nombrando candidatos para la Alcaldía de
León, al enterrador de la Autonomía Universitaria, doctor Róger Gurdián Vijil.
Tal avance del totalitarismo exige, por lo
menos y de inmediato, luchar contra la continuidad del viciado sistema
electoral y sus magistrados corruptos. También combatir los intentos orteguistas
por borrar los rastros de sus ilegalidades con su política de engaños a los
sectores populares, hasta evitar que sigan sintiéndose beneficiarios de las
dádivas, siendo víctimas en verdad y a la vez de su indiferencia ante la
destrucción de las instituciones y la violación de los derechos
democráticos.
Junto a esos objetivos, será necesario contar
con proyectos que tiendan hacia auténticos cambios sociales para rescatar la
dignidad del ciudadano y de la familia nicaragüense, principalmente, por medio del derecho al trabajo para todos.
La ocasión de hoy, resume los males de nuestra
historia.
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