Adriano Corrales Arias*
Coincidentemente
el 31 de enero, además del nacimiento del poeta Jorge Debravo y por ello Día Nacional
de la Poesía, también celebramos un aniversario más del natalicio de uno de los
últimos humanistas centroamericanos: Luis Ferrero Acosta (1930-2005). Dado que
en el Centro Académico del TEC, en barrio Amón, San José, hemos
creado la Cátedra de Estudios Culturales
que lleva el nombre del insigne intelectual costarricense, queremos recordar la
obra y vida de don Luis este último día del primer mes del 2012.
A 7 años de su muerte, en un lluvioso
mes de octubre, conviene hacer el recuento de un ser humano que hizo suyo el
magisterio martiano avalado y enriquecido por nuestro Joaquín García Monge: “lo
que se sabe y se entrega (o se enseña), se gana; lo que se sabe y se guarda, se
pierde”. Y así, a partir de una sólida formación autodidacta (fue expulsado del
Liceo de Costa Rica porque no estuvo
de acuerdo con un “profesor” que aseguraba que la literatura costarricense no
existía), guiada por maestros de la talla del mismo García Monge, el
historiador Ricardo Fernández Guardia y el polígrafo mexicano Alfonso Reyes,
entre otros, se dedicó al estudio y a la investigación de por vida.
Escribió más de 100 libros
convirtiéndose en pionero nacional en disciplinas como la arqueología, la
etnología, la antropología y la historia cultural. Además, se convirtió en un
gran conocedor del arte costarricense y por tanto en uno de sus máximos
propulsores apoyando la creación de instituciones como la Casa del Artista. Pero, fundamentalmente, se trazó una órbita como
maestro de cientos de estudiantes e investigadores que hicieron de su humilde
casita sitio de peregrinación para consultarle y escuchar sus siempre oportunas
y enjundiosas respuestas. Igual visitó gran cantidad de centros educativos en
múltiples rincones del país ofreciendo sus múltiples conocimientos a partir de animadas
charlas y conferencias.
A pesar de algunos reconocimientos que recibió en vida, como el Premio Nacional de Cultura Magón (cuando
no tenía la dotación económica de hoy) el Doctorado
Honoris Causa de la UNED, o el premio Hokusai en Japón (1962), don Luis siempre
manifestó asombro y desconsuelo al notar que muchos extranjeros seguían atentamente
su obra, mientras que sus connacionales, especialmente en la academia,
mostraban escaso o ningún interés. Por ello hubo de vivir casi en la pobreza
debido a que no recibía salario o pensión alguna, o si la recibía era pírrica, aunque
en algunas etapas de su vida fuese funcionario público y hasta docente en la Escuela de Diseño del Instituto Tecnológico de Costa Rica.
Por eso durante sus últimos años de vida sufrió serias penurias económicas,
al punto de que muchos artistas y amigos recolectaban dinero o productos para
asignarle un “diario”. Incluso algunos diputados llegaron a calificar el asunto
como una "injusticia" y una "vergüenza nacional", pero,
como suele suceder en la retórica política criolla y sus amañadas prácticas,
nunca llegaron a modificar alguna ley o a asignarle una pensión digna. Así, don
Luis, con su profunda humildad y conciencia humanística, y en un ejemplo de
morigeración vital, no se preocupó tanto del asunto y continuó haciendo lo que
bien sabía hacer: leer, investigar, escribir y enseñar.
Sirva este breve artículo como un homenaje al maestro de tantas
generaciones y al creador costarricense por excelencia en el día de su
cumpleaños. Y como preámbulo al homenaje que la Cátedra que lleva su nombre
realizará durante el mes de abril en el Centro
Académico de San José del TECnológico.
*Escritor costarricense
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