Onofre Guevara López
Diez de enero 2012, 6: 20 pm, Plaza Rosada,
Managua. Triste redoble de tambores y el paso marcial de cadetes, precediendo el
féretro con las patrióticas cenizas del texto constitucional, cubren de solemnidad
su entierro. La pobre Constitución, no resistió cinco años continuos de
violaciones. Con tan solemnes honras fúnebres, sus violadores expiaban sus
culpas. Todo un simbolismo de la toma de posesión de un presidente
inconstitucional.
En el centro de la plaza, esperando invitados
de todo el mundo reducido a siete repúblicas con sus respetivos presidentes,
una masa sentada en sillas ubicadas en formación militar, cumplía su tarea de dosificar
–de pasivos a intensos—, los aplausos, según la categoría del personaje y de las
delegaciones. Los nombres eran mencionados por una reelecta primera secretaria
de la Asamblea Nacional, cuya desentonada voz delataba sus desaprovechados cinco
años de aprendizaje del oficio.
La dosificación de los aplausos, fue precisa en
su diversidad de valores: los aplausos para Hugo Chávez, tuvieron igual valor que
el beneficio que le proporciona al presidente reelecto ilegalmente. Los
aplausos para Ahmadinejad –también reelecto con fraude, como para no desentonar
con su anfitrión—, fueron de un ruego intenso por la condonación de una deuda
que de 53 millones de dólares, los réditos la elevaron a 164 millones de
dólares. (Mucha usura, condonación cero). Los demás aplausos, tuvieron la
sonoridad diplomática merecida por cada invitado.
Buscando simpatías en España, el presidente
de facto –José Daniel Ortega y Saavedra III—, quiso animar su somnoliento
discurso, llamando familiarmente Felipe al príncipe heredero, y a quien sentó a
la derecha de la co-presidente. A su
izquierda sentó a su Cardenal privado, actualizando la imagen medieval: entre
la nobleza del eterno poder, con lo cual sueña, y de Miguel Obando y Bravo, de
quien recibe el alimento espiritual para su sueño.
En verdad, todo el funeral fue un acto donde la
reelección de estilos caracterizó al escenario para la presentación de sus reelectos
actores en varios niveles del poder. El mar de rosas, dieron aires de una naturaleza
bien protegida, pero más de una riqueza mal adquirida; ellas tuvieron su reelección como adornos de cualquier
tribuna que merezcan la noble presencia del clan Ortega y Murillo.
El espectáculo estuvo a la altura, no de la
Constitución recién enterrada, sino de quien planeó y ejecutó su muerte, y por
esa causa, y desde ese momento, convertido en presidente inconstitucional: don José
Daniel Ortega y Saavedra III. (Lo de III es por el número de sus reelecciones,
pero él es primero en el orden dinástico chapiollo).
Compungido de rostro y alma por sus pecados
contra la Constitución, don René de los Santos Núñez y Téllez, ofició el duelo
solemne, y antes de juramentar –ilegalmente— a Ortega y Saavedra III, le hizo
el favor de leerle el informe de gobierno que él nunca quiso leer cuando y donde
le correspondía durante su período de presidente legal: la Asamblea Nacional.
Nada se salió del libreto de la ilegalidad institucionalizada.
Si tal ilegalidad no hubiese sido elaborada
con exactitud de relojero sucio, perdón, de relojero suizo, durante cinco años,
ninguno de los presentes en la Plaza Rosada para ver la ilegal transmisión del
mando de Daniel a Ortega, hubiese podido reelegir su presencia en acto tan
solemnemente inconstitucional.
Hubo, igualmente, una exacta correlación de
méritos entre la ilegalidad de la reelección de Ortega y Saavedra III y las
ilegales formalidades en la retoma del poder presidencial: una banda
presidencial colocada al revés y de colores adulterados; y toma de las promesas
cabeceñas en nombre de una Constitución por cuyo entierro estaban en tan
solemne acto.
Antes, hubo “limpieza” de la miseria: vendedores
y niños limpiaparabrisas fueron lanzados con su pobreza lejos de las calles
adyacentes al gran espectáculo real. Y tomaron unas medidas “de seguridad”,
como si fueran conscientes de que las cosas hechas para la reelección fueron
tan malas, que sólo merecían conspiraciones en vez de aplausos y de
condolencias en vez de felicitaciones.
Para armonizar todo con la reelección al
margen del orden constitucional, Ortega
y Saavedra III se jaló un discurso fuera de la realidad de Nicaragua. Pero, hubo
un hecho curioso y revelador: de todo lo hecho y lo dicho por y para la
reelección ilegal: su discurso “internacionalista”,
ni siquiera le merece ser candidato a líder regional, menos a líder mundial.
Ah, se me olvidaba algo que es propio del
clan: las honras fúnebres fueron amenizadas con música pirateada.
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